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Authors: Henning Mankell

Tea-Bag (9 page)

BOOK: Tea-Bag
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—No entenderá nada.

—Tu visita significó mucho para mis boxeadores y los otros que estaban allí.

Jesper Humlin no contestó. Pensó en la muchacha gorda, Leyla. Y en la idea que había tenido la noche anterior. Pero ahora, en medio de la grisácea resaca, ya no podía decidir si la idea era buena o no. Y eso le produjo de repente más miedo que pensar en lo que iba a decirle Andrea cuando llegara a casa.

Capítulo 5

Todos estaban en contra de su idea. No obstante, cada uno tenía motivos distintos, que lanzaban contra él con toda la energía. Como era de esperar, Andrea estaba furiosa porque se había quedado a pasar la noche en Gotemburgo y al principio no quería ni oír hablar de su nuevo proyecto.

—Eres una persona en la que no se puede confiar y que sólo piensa en cómo serme infiel sin que lo descubra.

—No soy infiel.

—¿Quién es Amanda?

Jesper Humlin miró a Andrea atónito. Estaban sentados junto a la mesa de comedor del apartamento de Hägersten de ella, varios días después de que él volviera de Gotemburgo.

—Amanda está casada con un antiguo y buen amigo mío que es entrenador de boxeo.

—¿Cuándo te ha importado que las mujeres tras las que ibas estuvieran casadas o no? Anoche murmurabas su nombre.

—No significa nada. En cambio, lo que sí significa algo es que tengo ganas de escribir un libro sobre inmigrantes y que además lo quiero escribir con su colaboración.

—¿Qué condiciones reúnes para hacerlo?

—Soy escritor, a pesar de todo.

—Seguro que pronto dirás que vas a escribir una novela policiaca.

Jesper Humlin la miró horrorizado.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Porque parece que crees que puedes escribir sobre cualquier cosa sin esforzarte. Creo que debes dejar en paz a esa pobre chica.

Jesper Humlin abandonó de repente la intención de plantear su idea en casa de Andrea. El resto de la tarde, hasta que ella salió hacia el hospital para el turno de noche, estuvieron discutiendo lo poco en serio que él se tomaba lo de tener niños o no. Antes de marcharse Andrea, él le prometió que se quedaría hasta que ella volviera del trabajo por la mañana.

Inmediatamente después de que ella saliera del apartamento, Jesper Humlin entró en el dormitorio a buscar entre sus papeles y diarios. Encontró un borrador parecido a una carta, dirigido a ella misma, en el que describía uno de los enfrentamientos que habían tenido anteriormente. Se sentó en el cuarto de estar y lo leyó con detenimiento. La preocupación volvió. Andrea escribía bien, «innecesariamente bien», pensó. Dejó el papel a un lado haciendo una mueca. Lo primero que pensó fue terminar su relación con Andrea, o al menos amenazarla con ello. Pero no estaba seguro de las consecuencias que aquello tendría.

Después, como solía hacer, leyó el diario de Andrea. Era un modelo antiguo, destinado a chicas adolescentes. Pero sabía cómo abrir el candado con una horquilla y no dudó en hacerlo. Echó una ojeada a las anotaciones que había hecho después de la última vez que él lo había abierto. La mayoría eran poco interesantes, ya que trataban de los problemas que tenía en su trabajo. Sólo estudió su estilo desordenado y difícil de leer, cuando se refería al matrimonio y a sus ganas de tener hijos. Una expresión se le quedó fijada en la cabeza. «A cada momento tengo que preguntarme qué quiero. La voluntad se debilita si no la recargamos continuamente con nuevo combustible.» Decidió anotarla enseguida en su propia agenda, donde guardaba distintas sugerencias. Nunca había escrito un poema sobre la voluntad. La idea de ella podía desarrollarse y formar una estrofa en alguno de los poemas que iban a formar parte de su colección del año siguiente.

Después de asaltar el diario de ella se sintió más animado, se sirvió en la cocina una copa de aguardiente y luego se tumbó en el sofá con una de las revistas de moda de ella, y la leyó en secreto.

Jesper Humlin, que estaba muy cansado después de la larga discusión con Andrea, acababa de acostarse cuando su madre llamó por teléfono.

—¿No ibas a venir esta noche?

—Acabo de meterme en la cama. Estoy cansado. Si te va bien, puedo ir mañana.

—¿Está Andrea ahí?

—Está trabajando.

—Eso deberías hacer tú. ¡Son sólo las doce! He preparado algo de cena para los dos. He ido a comprar incluso a la tienda de comidas preparadas.

Jesper Humlin se vistió, pidió un taxi y vio en el espejo del vestíbulo que el bronceado de las islas del Pacífico ya estaba desapareciendo. El conductor del taxi era una mujer que no conocía el centro de la ciudad.

—Soy de Estocolmo, de tercera generación —dijo contenta después de haber dado largos rodeos para llegar en sentido correcto a la calle de una sola dirección en la que vivía Märta Humlin—. He nacido en la ciudad, pero no encuentro las calles.

Cuando llegaron resultó que no tenía cambio. Tampoco funcionaba la tarjeta de crédito de Jesper Humlin. Finalmente, ella anotó su número de cuenta bancaria y le juró que le enviaría el cambio.

En el apartamento, Märta Humlin había puesto ostras sobre la mesa. A Jesper Humlin no le gustaban las ostras.

—¿Por qué has comprado ostras?

—Para poder invitar a mi hijo a algo bueno. ¿No es suficiente?

—Sabes que no me gustan las ostras.

—Nunca me lo habías dicho.

Se dio cuenta de que no merecía la pena seguir discutiendo sobre el tema. En vez de eso, le habló de la idea que había tenido durante su viaje a Gotemburgo. En alguna ocasión, su madre le había aportado ideas buenas y comentarios oportunos sobre sus libros.

—Me parece una propuesta brillante.

—¿Realmente lo crees así?

—Sabes que siempre digo lo que pienso.

—¿Ah sí? Otras personas han opinado lo contrario.

—Escucha lo que voy a decirte. Creo que tienes que escribir sobre esa muchacha de la India. Puede ser pintoresco y romántico a la vez. ¿Es una historia de amor?

—Es de Irán, no de la India. Lo que había pensado es más bien una novela social realista.

—Creo que escribirás un relato de amor entre un escritor sueco y una bella mujer de un país extranjero.

—Ella es fea y gorda. Además, no sé escribir novelas rosa.

Märta Humlin clavó los ojos en su hijo.

—Creía que te estabas planteando hacer algo nuevo.

—Quiero escribir las cosas como son.

—¿Y cómo son? ¿Por qué no comes ninguna ostra?

—Ya he comido suficiente. Quiero escribir sobre lo difícil que es llegar a un país desconocido y tratar de arraigarse.

—¿Quién puede estar interesado en leer algo sobre muchachas gordas que viven en un suburbio?

—Creo realmente que mucha gente lo está.

—Si haces lo que digo, es una buena idea. Si no, creo que no deberías hacerlo. Además, no tienes ni idea de lo que es llegar a un país como extranjero. ¿Por qué no tenéis hijos Andrea y tú?

—Lo estamos intentando.

—Andrea dice que os acostáis juntos muy de vez en cuando.

A Jesper Humlin se le cayó el diminuto tenedor que estaba intentando introducir en la ostra que no quería comer.

—¿Habláis entre vosotras de esas cosas?

—Tenemos una relación abierta y de mucha confianza.

Jesper Humlin se sobresaltó. Andrea le había manifestado con frecuencia lo difícil que le resultaba soportar el ilimitado egocentrismo de Märta Humlin. Según parecía ahora, en realidad tenía una relación completamente distinta con esa mujer que era su madre y que le obligaba a comer ostras.

—No volveré a venir si tú y Andrea continuáis hablando a mis espaldas.

—Sólo queremos lo mejor para ti.

Jesper Humlin recordó de repente la conversación telefónica que habían mantenido unos días antes. Pensó en no dejarse llevar a una discusión sobre lo que Andrea y su madre se decían o no la una a la otra. Con lo que sabía ahora tenía suficiente.

—¿Cuál era la importante declaración que ibas a hacer?

—¿Qué declaración?

—Me llamaste diciendo que tenías que verme a solas para hablar de algo muy importante.

—No consigo recordarlo.

—Si piensas cambiar tu testamento y no dejar ningún dinero a tus hijos, quiero que lo digas.

—Yo decido por mí misma lo que pongo en el testamento.

—Si vamos a tener niños, cierta seguridad económica no sería mal recibida.

—¿Estás deseando que me muera?

Jesper Humlin dejó el tenedor a un lado. Se había hecho muy tarde. Pero su madre todavía rebosaba energía.

—Tengo que irme a casa. Estoy cansado. No quiero quedarme aquí sentado discutiendo de dinero contigo en medio de la noche.

Märta Humlin lo miró ofendida.

—Nunca hubiera creído que tendría un hijo que se quejaría continuamente de que estaba cansado. Eso lo has adquirido de tu padre.

Después empezó a hablar de lo cansado que siempre estaba su esposo, y Jesper Humlin se quedó allí sentado hasta las tres de la mañana. Para que Andrea no lo despertara, se acostó en el cuarto de estar y se puso tapones en los oídos. Pasaron muchas horas antes de que se durmiera. Una y otra vez volvía el recuerdo de la muchacha que se llamaba Tea-Bag.

Al día siguiente por la tarde, fue a su editorial con la firme decisión de convencer a su editor de que la idea que llevaba era buena. Se había metido un gorro en el bolsillo previendo la posibilidad de pasar mucho tiempo en el helado despacho de Olof Lundin. Al entrar, el editor estaba en la máquina de remo.

—Acabo de pasar land —dijo Olof Lundin—, ¿Cómo va la novela policiaca? Necesito un título dentro de una semana. Pronto vamos a empezar a lanzarla.

Jesper Humlin no contestó. Se sentó en la silla que estaba más lejos del ventilador. Cuando Olof Lundin terminó de remar, pinchó un alfiler de cabeza coloreada en una carta marina de la zona central del mar Báltico que había en la pared. Encendió un cigarrillo y se dejó caer detrás del escritorio.

—¿Supongo que habrás venido aquí para darme un título?

—Estoy aquí para decirte que no voy a escribir nunca una novela policiaca. Sin embargo, tengo otra sugerencia.

—Eso es peor.

—¿Cómo puedes saberlo antes de que te haya dicho nada?

—Sólo las novelas policiacas y ciertas novelas de testimonios picantes venden un mínimo de cincuenta mil ejemplares.

—Voy a escribir un libro sobre una chica inmigrante.

Olof Lundin lo miró con interés.

—O sea, ¿una novela testimonial? ¿Cuánto tiempo hace que tienes una relación secreta con ella?

Jesper Humlin se caló el gorro tapándose las orejas. Estaba tiritando de frío.

—¿Qué temperatura has puesto en esta habitación?

—Un grado.

—Es totalmente insoportable. ¿Cómo puedes trabajar aquí?

—Hay que aguantarse. Por cierto, ¿qué ha pasado con tu bronceado?

—Que en este país no deja de llover, nada más. ¿Quieres oír mi idea o no?

Olof Lundin abrió los brazos con un gesto que Jesper Humlin interpretó como una mezcla de sinceridad y falta de interés. Expuso lo que tenía pensado con la sensación de encontrarse ante un tribunal de justicia en el que todos los que no escribían novelas policiacas estaban condenados de antemano. Olof Lundin encendió otro cigarrillo y se tomó la presión arterial. Cuando Jesper Humlin no tuvo nada más que decir, su editor se echó hacia atrás en la silla y sacudió la cabeza.

—De ese libro se venderán cuatro mil trescientos veinte ejemplares.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Forma parte de la categoría. Además, no puedes escribir sobre muchachas inmigrantes gordas. No sabes nada de sus vidas.

—Me encargaré de saberlo.

—Nunca van a contarte la verdad.

—¿Por qué no?

—Porque lo digo yo. Es mi experiencia la que habla.

Olof Lundin se reclinó en la silla y dio golpecitos con las palmas de las manos sobre la mesa.

—Lo que vas a escribir es una novela policiaca. Nada más. Deja a esas chicas gordas en paz. No las necesitas y ellas no te necesitan a ti. Lo que necesitamos es una novela policiaca escrita por ti, y luego que algún joven inmigrante con talento escriba la gran novela sobre la nueva Suecia. Quiero tener un título dentro de una semana. —Olof Lundin se levantó—. Siempre resulta divertido hablar contigo. Pero ahora tengo pendiente una cita con los directores de la empresa petrolífera. Ya han mostrado su satisfacción de que escribas una novela policiaca el año que viene.

Olof Lundin abandonó el despacho. Jesper Humlin fue a una cafetería que había cerca de la editorial y pidió café para entrar en calor. Por un momento consideró hablar con Viktor Leander de su idea. Pero se dio cuenta de que era mejor no hacerlo. Si su sugerencia era tan buena como creía, Viktor Leander se la robaría enseguida.

Tomó un taxi para ir a casa y observó aliviado que ni Andrea ni su madre habían dejado ningún mensaje en su contestador. Después de leer con creciente disgusto una serie de anotaciones que había hecho para la colección de poemas sobre «sufrimientos y contrastes» que había pensado que formarían el próximo libro, se tumbó en la cama mirando hacia el techo. Aunque tenía dudas seguía pensando que la idea que se le ocurrió en Gotemburgo era la que más le convencía de todas.

Se quedó tumbado dándole vueltas a sus pensamientos antes de levantarse de la cama y llamar a Pelle Törnblom desde su despacho. Éste estaba sin aliento cuando llegó al fin al teléfono.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy intentando ser el adversario de un muchacho de Pakistán. ¿Qué dijo Andrea?

—Exactamente lo que sabía que iba a decir. Pero he sobrevivido.

—Estarás de acuerdo en que la fiesta fue entretenida. Los chicos que boxean aquí están muy orgullosos.

—Me pregunto si una muchacha iraní llamada Leyla te dio su número de teléfono.

—Su hermano boxea aquí. Me ha dicho de qué se trata. Pienso que es una buena idea.

Jesper Humlin pasó rápidamente las hojas de su calendario de mesa.

—Dile que iré el próximo miércoles. ¿Podemos sentarnos a hablar en tu casa?

—Es mejor aquí en el club. Hay una habitación en la planta baja que es mía pero no la utilizo.

—Espero que podamos estar tranquilos.

—Naturalmente, su hermano vendrá.

—¿Por qué tiene que venir?

—Para ver que todo va bien. Que no le pasa nada a su hermana.

—¿Qué podría pasar?

—No es correcto que se encuentre a solas con un hombre desconocido. Hablamos de diferencias culturales que hay que respetar. Nunca se sabe lo que puede ocurrir cuando se dejan solos a un hombre y una mujer.

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