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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

Treinta noches con Olivia

BOOK: Treinta noches con Olivia
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Olivia quiere dar un giro a su monótona vida y buscar nuevas experiencias. Ella ansía vivir una aventura y liberarse de los cánones establecidos. Pero en el pequeño pueblo de Burgos en el que reside no abundan los hombres. La oportunidad de dar rienda suelta a sus fantasías se le presenta cuando aparece Thomas, un inglés estirado y prepotente al que ella no soporta, pero por el que se siente tentada y atraída. Las cosas se complican hasta tal punto que lo que iba a ser un apacible mes de agosto termina desembocando en un tormentoso y ardiente verano, en el que tanto Olivia como Thomas descubrirán que nadie es lo que parece…

Noe Casado

Treinta noches con Olivia

ePUB v1.1

AlexAinhoa
19.09.12

Título original:
Treinta noches con Olivia

©Noemí Ordóñez Casado, 2012.

©Editorial Planeta, S. A., 2012

Diseño/retoque portada: ©Karuka / Shutterstock

Editor original: AlexAinhoa (v1.0 - v1.1)

Corrección de erratas: Rubstan.

ePub base v2.0

Sólo hay una persona a quien puedo dedicar esta novela.

Por muchas razones, pero la principal es porque no encuentro

otra manera mejor de agradecérselo.

Para ti, Nur.

1

Thomas oyó los suaves golpecitos en la puerta de su despacho y levantó la vista. Su secretaria, Helen, paradigma de la discreción, la educación y la efectividad aún estaba en su puesto de trabajo, a pesar de que hacía más de una hora que debería haberse marchado.

Era joven y atractiva, así que no comprendía por qué dedicaba tantas horas a su empleo cuando lo más probable era que tuviera algún amigo especial por ahí.

Tampoco entendía por qué se mostraba tan correcta siempre. Bueno, en realidad sí podía comprenderlo: él era igual.

Nunca sacaba los pies del tiesto, siempre en su sitio, todo perfectamente planificado y ordenado. Como a él le gustaba. Como le había costado tanto conseguir.

—¿Señor Lewis? —lo llamó de nuevo.

—Adelante, pasa —respondió, algo cansado.

—Siento molestarlo pero… ahí fuera hay alguien que pregunta por usted.

—¿A estas horas? —dijo, mirando su reloj—. ¿Te ha dicho quién es o qué quiere?

—Sólo me ha dicho que necesita hablar urgentemente con usted y que trae unos documentos de vital importancia.

Vaciló unos instantes. Estaba cansado y, aunque en casa no lo esperaba nadie, lo cierto era que tenía ganas de olvidarse de la civilización hasta el lunes.

Pero por lo visto siempre hay alguien que opina lo contrario y prefiere esperar hasta última hora del viernes para molestar.

—Está bien, que pase. Y que sea lo que Dios quiera. —La última frase la pronunció cuando Helen ya no se encontraba en el despacho.

Estaba sin la americana del traje y pensó un instante en ponérsela para mantener su imagen pulcra y cuidada de abogado de éxito, pero al final prefirió no hacerlo.

Helen volvió acompañada de un hombre mayor, casi calvo, y que debía pecar de gula, pues los botones de la chaqueta se veían algo forzados. Sin embargo, sabía mejor que nadie que uno no debe fiarse de la primera impresión. Un cliente elegante y ataviado con traje de diseño podía ser en realidad el peor hijo de puta llegado el caso.

—Buenas noches, siento venir a deshoras —se disculpó el hombre—. Mi vuelo ha llegado con retraso. Ya sabe… Llega agosto, comienzan las vacaciones y los controladores se animan y ¡a la huelga!
«Spain is diferent»
, como dicen ustedes. —El visitante inesperado e inoportuno bromeó, pero ni Thomas ni Helen le siguieron el juego—. Bueno, no importa… Mi nombre es Manuel López, soy… bueno, era el abogado de su padre.

Thomas entornó los ojos.

¿Qué broma de mal gusto era aquélla?

Helen salió discretamente, como siempre, y cerró la puerta.

Hacía más de dieciocho años que no veía a su padre, Robert Lewis. La última vez que lo hizo, Thomas acababa de conseguir su puesto como abogado en la firma de la que hoy era socio, y su padre vagabundeaba por la calle, pidiendo dinero para conseguir más alcohol. Cuando lo reconoció ni siquiera se detuvo, sino que siguió adelante, decidido a enterrar un pasado a todas luces inconveniente para un letrado con un brillante porvenir. Siguió caminando sin detenerse junto a su progenitor. Le importaba bien poco lo que le sucediera a ese padre borracho y maltratador del que huyó en cuanto cumplió la mayoría de edad.

Volvió al presente, al hombre que se había presentado en su elegante despacho para llevarlo al pasado, gastándole una broma macabra.

Se había presentado como abogado de su padre, hecho que le pareció más que improbable, ya que los vagabundos alcohólicos no solían tener un representante legal.

—Siento que haya tenido que venir hasta aquí para nada, señor López. Me temo que hay un error… —Eso tenía que ser. Y sintió lástima por aquel tipo. Seguramente le habían informado mal. Permaneció de pie indicándole de ese modo que debía marcharse.

—Si no le importa, me sentaré —dijo el hombre, acomodándose tranquilamente. Después abrió su maletín y sacó unos papeles—. ¿Es usted Thomas Lewis?

—Sí —respondió molesto.

—Pues entonces… —Rebuscó en su maletín hasta encontrar las gafas—. No hay ningún error. Su padre, Robert Lewis, me contrató hace más de diez años para ocuparme de sus asuntos legales.

—No puede ser, señor López. —Thomas se sentó; le dedicaría unos minutos de cortesía para aclarar el malentendido—. Debe de tratarse de otro individuo con el mismo nombre.

—Podría ser, no digo que no. Pero según consta en la información que me facilitó su padre…

Thomas escuchó cada vez más inquieto cómo aquel hombre iba repasando sus datos personales, desde la fecha de nacimiento, el hospital donde su madre dio a luz, la escuela donde estudió, la dirección de la última casa donde vivieron de alquiler… y, lo que asestó la puñalada definitiva, el nombre de su madre.

—No siga —lo interrumpió enfadado—. Me interesa poco o nada lo que quiera que vaya a contarme sobre él.

—Su padre murió el mes pasado.

Vaya… El cabrón había durado más de lo esperado.

—Muy bien, ya me ha dado la noticia —dijo sin dar ninguna muestra de lamentar lo ocurrido.

De todas formas, mostrarse apenado o sorprendido sólo sería una muestra evidente de hipocresía. Y ya tenía suficiente hipocresía en su día a día como para tener que fingir por algo que ni siquiera le importaba o de lo que pudiera obtener un beneficio.

El otro abogado no se sorprendió de la reacción. Robert le había relatado toda la historia, los errores de su pasado, lo que Thomas vivió en su infancia y la desgraciada muerte de Catherine, su madre.

—No he viajado hasta aquí para comunicarle únicamente tan trágica pérdida, eso podía haberlo solucionado con un telegrama. —Por un instante Manuel López abandonó su tono afable—. He venido para informarle de las últimas voluntades de su padre.

—Me disculpo por no haber sido todo lo claro que debiera, señor López. Pero me importan un carajo sus últimas voluntades. ¿Qué pidió ese viejo borracho antes de morir? ¿Un litro de vino de reserva?

—Creo que ese comentario está fuera de lugar…

—Y yo creo que usted no puede venir aquí y pedirme nada. Mi padre ha muerto. Muy bien, no hay más que decir. Si pidió cualquier cosa referente a mí, vaya apartando la idea de que yo me plantee si quiero colaborar. Así que… —Le señaló la puerta—. Sintiéndolo mucho… —mintió—, no tenemos nada de que hablar.

—Además de ser mi cliente, su padre y yo éramos amigos. Y exijo un mínimo de respeto.

Thomas sonrió de forma sarcástica. ¿Respeto?

¡Y una mierda respeto!

Quería decirle muchas cosas a ese hombrecillo que tuvo la desgracia de confraternizar con su padre, pero no quería enzarzarse en una discusión tras la cual ninguno de los dos movería un ápice su postura.

—Vaya al grano —le pidió, recostándose en su sillón y adoptando una postura indolente. Todo cuanto dijera le entraría por un oído y le saldría por el otro.

—Será lo mejor —replicó el señor López—. Su padre hizo testamento antes de morir.

—¿Y qué me dejó? ¿Dos botellas de whisky barato?

—Por favor… —le advirtió mirándolo por encima de sus gafas. Estaba claro que ese joven no perdonaba ni olvidaba.

—Está bien, continúe —murmuró sin arrepentirse lo más mínimo.

—Robert, a su muerte, dejó importantes sumas depositadas en varias cuentas bancarias.

Thomas dio un respingo al escuchar semejante noticia. Era lo último que esperaba.

—No quiero nada —le espetó rápidamente para evitar que el señor López se hiciera una idea equivocada ante su reacción.

—Déjeme terminar, se lo ruego —pidió Manuel mostrándose más paciente de lo que debería. Al fin y al cabo, lo hacía por su amigo fallecido.

—Adelante.

—Bien, como le decía, las sumas depositadas en los bancos están, de momento, inmovilizadas, pues sus herederos deben presentarse ante el notario para que verifique la identidad de los mismos y así el banco pueda entregar dichas cantidades.

—¿Ha dicho herederos, en plural? —Era lo único que le había interesado de todo el discurso.

—Sí. Veo que desconoce algunos detalles —le dijo satisfecho. Se podía permitir jugar a las adivinanzas; el hijo de Robert era lo más desagradable que se había echado a la cara en mucho tiempo.

—Soy todo oídos —anunció teatralmente. Como abogado y por experiencia sabía que una herencia podía estar envenenada y se temía lo peor.

—Su padre volvió a casarse.

¡Joder con el viejo! No había perdido el tiempo… Quiso preguntar si con alguna mendiga compañera de borrachera, pero se abstuvo.

—Ya veo.

—Por su comentario deduzco que no sabía nada.

—Así es.

—Su padre, en un momento crítico, decidió cambiar de vida. No le voy a recordar aquí y ahora las condiciones lamentables en que vivía.

—Lo cual agradezco —replicó, intentando no mostrarse irónico. ¿Condiciones lamentables? ¡Vaya eufemismo!

—Gracias. —Manuel se relajó en su asiento—. Robert acabó, no me pregunte usted cómo, viajando a España. Ni él mismo recordaba el motivo. En fin, el caso es que afortunadamente se apuntó a un programa de rehabilitación. El centro estaba situado en un pequeño pueblo castellano, Pozoseco de Arriba. Supongo que ni ha oído hablar de él ni sabe dónde está.

Thomas no quería tantos detalles, le importaba una mierda si su padre se había apuntado al programa espacial o a un
reality
de la tele. Quería ir a lo concreto, pero al parecer el señor López quería ensalzar la vida y milagros de su viejo para ver si cambiaba de opinión.

Pues iba listo.

—Es un pequeño pueblo, de apenas doscientos habitantes. Tal vez alguno más en verano. Está a unos ocho kilómetros de Lerma, provincia de Burgos. Esa villa sí podrá localizarla en el mapa.

—¿Podríamos centrarnos en lo importante?

—Todo lo es, debe usted entender las circunstancias. Como iba diciendo, en Pozoseco se conocen todos, así que cuando su padre comenzó a rondar a Marina, una chica del pueblo de toda la vida, y con una tragedia familiar a sus espaldas que… —interrumpió su historia al ver el gesto de impaciencia de Thomas—. Bueno, ya se enterará.

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