Authors: Laura Gallego García
Tras una breve vacilación, Zaisei le contó todo lo referente a la nueva voz de los Oráculos. Shail observó atentamente a Jack mientras tanto, y comprobó que el rostro del muchacho se ensombrecía por momentos. No lo consideró una buena señal.
Cuando Zaisei terminó de hablar, Jack se incorporó, decidido.
—Reunid a los Venerables y a los magos de más rango. También quiero que Covan y Denyal estén presentes.
—No están en la torre —dijo Shail—. Han ido a cazar sheks. Jack estrechó los ojos en una mueca de rabia. —Ellos se lo pierden —dijo, sombrío. Dio media vuelta y se alejó pasillo abajo.
—¿Adónde vas?
—A buscar a Christian —fue la respuesta—. También él debe estar presente.
—¿No prefieres que lo busquemos nosotros? —No lo encontraréis.
Guando lo perdieron de vista, Shail y Zaisei cruzaron una mirada.
—Ha cambiado mucho —comentó el mago, preocupado.
—Todos hemos cambiado — dijo Zaisei con suavidad.
Tomó su mano, y Shail se la estrechó con cariño. Y así, cogidos de la mano, fueron a cumplir el encargo de Jack.
Caía ya el primero de los soles cuando se reunieron todos en uno de los salones de la Torre de Kazlunn. La Madre no estaba muy dispuesta a compartir con todos la información sobre los Oráculos, pero Ha-Din y Jack insistieron en que se hiciera pública. Cuando los pensamientos de Gaedalu y la voz de Ha-Din terminaron de contar lo que estaba sucediendo, Jack se puso en pie, apoyó las manos sobre la mesa y les dirigió a todos una intensa mirada. Sus ojos se detuvieron un momento en Kimara, quien, a pesar de no ser una hechicera de alto rango, estaba presente en la reunión, a petición del propio Jack.
El encuentro de ambos, varios días atrás, había sido sincero y emotivo. Kimara había llegado a la Torre de Kazlunn poco después de que Jack despertara de su inconsciencia. Los dos se habían mirado un momento y se habían fundido en un cálido abrazo. Jack había comprendido entonces, mejor que nunca, que quería a la semiyan como a una amiga, como a una hermana tal vez, pero nada más. Dejó que ella llorase largo rato sobre su hombro, feliz de haberlo recuperado. La abrazó, para consolarla, y, cuando la joven se separó de él y se secó los ojos para mirarlo de nuevo, le sonrió con cariño. Kimara había entendido que él no la amaba. Pero la alegría de saber que seguía vivo, cuando llevaba tanto tiempo llorando su muerte, compensaba cualquier desengaño que pudiera llevarse al respecto.
Ahora estaba allí, en la Torre de Kazlunn, a la espera de lo que sucediese con Victoria. En teoría debía proseguir con sus estudios de magia; pero todos los hechiceros estaban demasiado preocupados por encontrar el modo de salvar al último unicornio, así que de momento no tenía mucho que hacer. A veces echaba de menos los dragones artificiales de Tanawe, y recordaba a Kestra, y se prometía a sí misma que, aunque su futuro estuviera ligado a la magia, volvería a pilotar dragones.
—Lo que voy a contaros —empezó Jack— es difícil de comprender y, sobre todo, de asimilar. No os pido que me crea inmediatamente. No os pido, tampoco, que encontréis un sentido a todo esto. Sólo necesito que recordéis bien mis palabras, que os toméis tiempo para pensar en ellas.
Algunos fruncieron el ceño al oír hablar con tanta autoridad a un muchacho tan joven; pero había algo en la voz de Jack o tal vez en su expresión, serena y decidida, o quizás en la mirada de sus ojos verdes, que inspiraba respeto.
Jack respiró hondo y entonces relató todo lo que había aprendido de Sheziss: la historia de la creación y destrucción de Umadhun, de la lucha eterna de los siete dioses, del sentido de la existencia de los dragones y los sheks, de cómo no podía escapar del odio hasta que una de las dos razas fuera aniquilada por completo. Les habló de la profecía, de la voz del Séptimo incluyendo a Christian en ella, de cómo habían tratado de forzar las cosas para revertirla a su favor. Les contó que habían ido a enfrentarse a Ashran..., pero no entró en detalles. Concluyó con la muerte del Nigromante y la oscura sombra que habían liberado sin pretenderlo.
Y lo que eso significaba.
Sobrevino un silencio tenso, incrédulo.
«¿Sabes que todo eso que acabas de contar va en contra de nuestras creencias?», dijo entonces Gaedalu. Pero Jack negó con la cabeza.
—Al contrario. Le da a todo un sentido nuevo, un significado aterrador, es verdad... pero coincide con muchas de las cosas que enseñan los sacerdotes.
—¿Insinúas, entonces, que Ashran no era del todo humano—, —dijo Qaydar—. ¿Que Ashran era el Séptimo dios, el creador de los sheks, la sombra maligna que amenaza desde siempre la paz de Idhún?
—Yo diría que todos amenazan la paz de Idhún —replicó Jack, sombrío—. El Séptimo y los otros Seis. Pero sí, Ashran era el Séptimo dios, o más bien podríamos decir que el Séptimo dios habitaba en el interior de Ashran.
—¡El chico miente! —exclamó alguien—. ¡No se puede derrotar a un dios!
—No lo derrotamos, es lo que intento deciros. Tan sólo destruimos su envoltura carnal, su identidad en este mundo, por así decirlo. ¿No lo entendéis? Volvió al mundo para proseguir su guerra contra los Seis, oculto bajo la piel de un humano, Ashran el Nigromante. Un humano con poderes similares a los de un dios, un dios limitado por las imperfecciones de un cuerpo humano. Mientras estuvo aquí, pudo gobernar Idhún a su antojo... y los Seis no podían intervenir. Por eso nos enviaron a nosotros... a través de la profecía... para destruir ese cuerpo humano, liberar al Séptimo y obligarle a dar la cara. Y cuando eso sucediera..., los Seis podrían volver a enfrentarse a él en su propio plano.
—Ha-Din había enterrado la cara entre las manos, intentando asimilar toda aquella información. Alzó la cabeza para mirar Jack.
—¿Dices que los Seis se enfrentarán al Séptimo? Eso es una buena noticia, pues. Desterrarán el mal de nuestro inundo, como ya hicieron en tiempos remotos.
Jack negó con la cabeza.
—Ya nos han contado lo terribles y abrumadoras que son sus voces. Sólo sus voces. ¿De veras queréis ver a los dioses entre nosotros? Yo, personalmente, no tengo ganas de conocerlos.
»Sí, los Seis vendrán para luchar contra el Séptimo... y nos destruirán a todos en el intento.
Hubo un breve instante de silencio, y después la sala estalló en comentarios, exclamaciones, discusiones y voces indignadas.
Todos hablaban a la vez, tratando de encontrar un significado a todo lo que Jack había dicho.
El muchacho no les prestó atención. Alzó la cabeza para mirar a la sombra que se alzaba junto a la puerta, en un rincón en penumbra, apoyado contra la pared con aspecto engañosamente calmoso. No se había movido en todo aquel tiempo, pero, al sentir la mirada de Jack, se incorporó y, sin una palabra, salió de la habitación, sigiloso como un felino.
Jack suspiró y se abrió paso entre la gente para tratar de llegar a la salida. Shail lo detuvo y lo miró, muy serio.
—¿Estás seguro de todo lo que nos has contado? Jack esbozó una sonrisa cansada.
—Sí, Shail —respondió—. Lo siento.
El mago palideció, pero no dijo nada.
Jack los dejó a todos discutiendo y salió al pasillo. Como suponía, Christian se había marchado ya.
Salió al mirador, al mismo donde, tiempo atrás, había conversado a menudo con Sheziss. Ahora que la shek no estaba, que no volvería a ovillarse sobre aquellas baldosas nunca más, Jack sentía que la echaba de menos. De modo que se quedó allí un rato, rindiendo homenaje a su memoria, recordando a la que había sido, en muchos sentidos, su maestra, y le había enseñado a ser dragón... y también un poco shek.
Alzó la cabeza cuando sintió la sombra de Christian junto a él. Los dos cruzaron una mirada.
—Me temo que les costará bastante tiempo asimilarlo —comentó Jack.
Christian entornó los ojos.
—¿Y a ti? —le preguntó en voz baja—. ¿Cuánto te costó asimilarlo?
Jack no respondió enseguida.
—Más de lo que crees —murmuró.
—Fue ella quien te enseñó todo esto, ¿verdad? Cosas que sólo saben los sheks.
Jack asintió.
—Pero ni siquiera ella sabía nada acerca de la verdadera identidad de Ashran.
Era algo que sólo reveló a Zeshak. ¿No? Christian lo miró.
—Tampoco yo lo sabía, si es eso lo que estás insinuando. —Ya suponía que no.
Hubo un breve silencio.
—Pudo haberme matado —murmuró entonces Jack—. Ashran, quiero decir. Pudo haber matado al último dragón del mundo y haber vencido con ello en la guerra contra los Seis. ¿No era eso más importante que obtener el poder de consagrar más magos? ¿Qué se nos escapa?
—No lo sé —dijo Christian—. No me pidas que trate de encontrar un sentido a todo esto. Hace ya tiempo que renuncié a hacerlo.
—Tal vez tengas razón, y después de todo... no podamos llegar a entender los motivos y la forma de actuar de Ashran. Al fin y al cabo... se supone que era un dios.
—Y, sin embargo —replicó Christian—, estoy seguro de que hubo un tiempo en que Ashran no fue más que un hombre.
Jack se volvió para mirarlo.
—¿Te gustaría averiguarlo? ¿Te gustaría saber de quién eres hijo en realidad? ¿De Ashran, de Zeshak... del Séptimo?
—Demasiados padres para mi gusto —murmuró Christian—. Me parece que prefiero seguir siendo lo que soy, y no simplemente el hijo de alguien. Aunque confieso que a veces ya no sé muy bien quién soy.
—Se me hace raro oírte hablar así.
Christian clavó en él su mirada de hielo.
—¿Por qué? Piénsalo, Jack. Los dos teníamos un propósito en esta vida, una misión. Yo fracasé en la mía. Tú la llevaste a cabo. Pero en estos momentos ambos estamos en la misma situación: ¿qué hemos de hacer ahora? ¿Cuál es nuestra función, el sentido de nuestra existencia?
Jack se encogió de hombros.
—¿Vivir, tal vez? No podemos enfrentarnos a los dioses, Christian. Eso resulta una tarea demasiado grande, incluso para nosotros. Y yo estoy cansado de luchar. No quiero seguir peleando en esta guerra sin sentido.
—Pero nos crearon para luchar, para odiar. ¿Acaso existe algo más?
Jack lo miró, y el fuego del dragón ardió por un instante tras sus ojos verdes.
—Podemos amar —dijo solamente.
Una chispa cálida brilló en los ojos de hielo de Christian.
Volvió la cabeza bruscamente, y Jack entrevió, por un instante, el intenso sufrimiento que le causaba la situación de Victoria.
Tal vez el shek se sintiera tan culpable como él, pensó.
Christian se acodó sobre la barandilla y echó un vistazo a las tres lunas que presidían el firmamento.
—Me gustaba más esta torre cuando estaba medio vacía —comentó—. Cuando sólo estábamos nosotros tres.
Permanecieron en silencio un rato más, hasta que Jack dijo:
—No voy a dejar que se muera.
—Tampoco yo —dijo Christian—. Pero no sé qué podemos hacer.
Jack respiró hondo.
—Todos están trabajando en ello. Magos y sacerdotes de todas las razas la someten todos los días a distintos rituales y hechizos para mantenerla con vida. Pero me parece que, sin el cuerno, no hay nada que hacer. Por eso Qaydar está investigando si existe algún modo de devolvérselo, o de generar uno nuevo. Si al menos supiéramos qué hizo Ashran con él...
Christian no dijo nada.
—Aunque recuperásemos su cuerno, no sé si podrían volver a implantárselo de nuevo. Y, a pesar de todo, estaría dispuesto a correr el riesgo, a volver a buscarlo. Pero no quiero separarme de ella ni un solo momento —continuó Jack.
Christian lo miró.
—¿Tampoco para ir a buscar a tu amigo Alexander? El rostro de Jack se crispó en una mueca de rabia.
—No en estas circunstancias. No con Victoria en este estado. Hubo un largo silencio.
—¿Insinúas, pues, que he de ir yo a buscar su cuerno?
—Es sólo una sugerencia. Jack alzó la cabeza para mirarlo, muy serio—. Porque tendrás que marcharte de aquí tarde o temprano. Antes de que las cosas se desquicien.
No añadió nada más, pero ambos sabían a qué se refería.
Tras la caída de Ashran, los sheks no se habían marchado, lo cual supuso una tremenda desilusión para la gran mayoría de los idhunitas. Muchos habían muerto en el hechizo de fuego conjurado por Qaydar y Allegra; otros habían cruzado de nuevo la Sima para refugiarse en Umadhun. Y algunos habían escapado a otro lugar a través de una Puerta interdimensional. Ahora, Jack estaba seguro de que no lo había imaginado, porque muchas otras personas los habían visto también.
Pero aún quedaban sheks en Idhún, más de los que muchos quisieran. La mayoría se habían refugiado en las montañas y en los territorios menos poblados, y otros, simplemente, se negaban a aceptar lo evidente. Era el caso de Sussh, el shek que gobernaba Kash-Tar, y que todavía seguía imponiendo su ley a los habitantes del desierto. Se había visto obligado a replegarse y apenas podía controlar la mitad del territorio que antes había sido suyo, pero seguía ahí.
Algo parecido sucedía con los szish. Muchos de ellos habían cerrado filas en torno a los sheks que quedaban en Idhún y aquellos que se habían quedado solos, o bien eran asesinados por los rebeldes, o conseguían llegar hasta alguna zona de influencia shek, donde se sentían seguros y a salvo.
El hecho de que todavía quedaran serpientes en Idhún había planteado muchos interrogantes. Todo el mundo había dado por sentado que la caída de Ashran supondría una nueva expulsión de los sheks. Algunas personas le habían insinuado a Jack que se encargara él mismo de desterrar de Idhún a lo que quedaba del ejército de los sheks o, al menos, de darle muerte, ya que ése era su deber como dragón. Pero Jack no tenía ningún interés en salir a cazar serpientes. Todos lo atribuían a que estaba demasiado cansado, o a que su preocupación por Victoria le impedía dejarse llevar por su instinto, pero daban por hecho que, cuando todo se normalizara, el último dragón se encargaría de exterminar a los sheks que se ocultaban en los rincones más inaccesibles del continente.
Otros habían empezado a decir que los sheks no se habían ido porque el heredero de Ashran aún estaba vivo. Jack había oído los rumores, y estaba seguro de que Christian los conocía también.
Cada vez más personas estaban convencidas de que había que sacrificar al hijo del Nigromante para que las serpientes fueran expulsadas de Idhún. Y algunas de esas personas habitaban en la Torre de Kazlunn.