Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Miró frenéticamente a su alrededor y descubrió que el almirante Ackbar le estaba observando. El calamariano se deslizó ágilmente por el agua hasta llegar al otro lado de la piscina, moviéndose a gran velocidad sin que su avance creara prácticamente ninguna ondulación.
—Es usted tammariano, ¿verdad? —preguntó Ackbar.
Ayddar temblaba incontrolablemente mientras se aferraba al borde de la pasarela que rodeaba las aguas del habitáculo.
—Sí, al-almirante.
—He oído decir que Tammar tiene una atmósfera desusadamente tenue para ser un mundo habitado —comentó Ackbar con jovial afabilidad.
—Así es, al-almirante.
—También he oído decir —prosiguió el almirante— que, como consecuencia de ello, su raza ha desarrollado una especie de saco químico dentro del que almacenan oxígeno mientras descansan.
—Sí —logró decir Ayddar, a pesar de que le temblaban los labios y le castañeteaban los dientes—. El
chaghisz torm
... Nos pe-permite consumir en-en-energía más deprisa, durante..., durante un corto período de tiempo, de lo que nos resultaría po-posible únicamente mediante la re-respiración.
—Me han dicho que ésa es la razón por la que su gente puede sobrevivir en el vacío durante un corto espacio de tiempo —dijo Ackbar.
Ayddar, que estaba empezando a marearse, cerró los ojos y apoyó la cabeza en los brazos.
—Sí —dijo con un hilo de voz.
—También he oído decir que la superficie de su planeta está totalmente desprovista de agua —prosiguió el calamariano, acercándose un poco más a él—, y que los temores más poderosos de su gente están relacionados con la inmersión en una gran masa de agua.
Ayddar asintió con una inclinación de cabeza casi imperceptible.
—Le confieso que esos temores me son totalmente ajenos —dijo Ackbar—. Sin embargo, usted ha entrado voluntariamente en el lago para verme.
—S-Sí, almirante. Pensé que era mi d-deber.
El corpulento calamariano salió del agua y se subió a la cornisa sin ningún esfuerzo aparente. Ayddar vio que su cuaderno de seguridad estaba firmemente sujeto en una de sus grandes manos-aleta.
—Bien, acabo de descubrir que mi descanso ha terminado —dijo Ackbar, ofreciéndole la mano vacía a Ayddar—. Así pues, tal vez quiera acompañarme a mi estudio y explicarme qué noticia le ha inspirado tan temeraria devoción al deber.
La pista que contorneaba el gimnasio de oficiales de los Cuarteles Generales de la Flota tenía un tramo de aproximadamente un kilómetro de longitud que serpenteaba por entre las laderas boscosas de una colina.
Solitario y muy bien protegido por los árboles y las pantallas de interferencias, aquel lugar había sido usado en muchas ocasiones para reuniones discretas..., y el hombre al que el almirante Ackbar esperaba ver llegar de un momento a otro mientras sentía la fría caricia del aire de primeras horas de la mañana lo había utilizado bastantes veces.
Ackbar se había apostado allí donde empezaban los árboles, a unos pocos pasos de la pista, y volvió la mirada hacia el sol naciente en el mismo instante en que un corredor solitario coronaba una pequeña cuesta. Cuando el corredor estuvo un poco más cerca, Ackbar salió de la arboleda.
—Veo que sigue siendo un animal de costumbres, Hiram —dijo con jovial sequedad.
El almirante Hiram Drayson redujo la velocidad de su enérgico paseo hasta convertirlo en un pausado caminar.
—Y yo veo que usted sigue siendo tan perezoso como siempre —replicó—. Ha pasado mucho tiempo desde su última visita al gimnasio.
—No me gusta mucho venir aquí, pero a veces no me queda otra elección —dijo Ackbar, poniéndose a la altura de Drayson—. Y ahora, ¿querrá apiadarse de mí y caminar un ratito conmigo?
—Creo que podré adaptarme a su paso —dijo Drayson—. ¿Hay alguna novedad?
—Anoche recibí la visita del jefe de analistas de Seguimiento de Recursos —dijo Ackbar.
—Cierto.
—¿Ya lo sabía?
—Oí comentar que hubo un pequeño incidente en su residencia, nada más.
—Bueno, por esta vez le creeré —dijo Ackbar—. Ayddar ha sacado a la luz algo que me preocupa, y me gustaría que usted me aconsejara al respecto. Pero no quería que me vieran yendo a su despacho, y tampoco quería permitir que el asunto empezara a circular por la red de la Flota.
—Siga.
Incluso al modesto paso que mantenía, Ackbar ya estaba empezando a jadear.
—Ayddar ha estado estudiando el listado de batalla imperial extraído del núcleo de memoria del
Gnisnal
hace un mes. Ha encontrado una discrepancia.
—¿Otro caso como el de Katana?
—No tan grande y no tan claro —dijo Ackbar—. Lo que ese joven ha descubierto es lo siguiente: existe un número desusadamente grande de navíos de guerra asignados al Mando Espada Negra del Imperio sobre los que no sabemos absolutamente nada.
—El Mando Espada Negra defendía el centro de los territorios del Borde del Imperio —observó Drayson—. Eso abarca Praxlis, Corridan y la totalidad de los sectores de Kokash y Farlax.
—Sí —dijo Ackbar, que ya se estaba quedando sin aliento y había empezado a boquear desesperadamente. El calamariano puso una mano sobre el hombro de Drayson e hizo que se volviera hacia él—. Por favor... ¿Podemos parar?
—Por supuesto.
—Gracias —dijo Ackbar, intentando controlar los temblores convulsivos de su cuello y de la parte superior de su pecho—. Le pido disculpas. Cuanto más viejo me hago, más difícil me resulta mantener mis pulmones humedecidos mientras estoy fuera del agua.
—No tiene usted ninguna necesidad de disculparse. Me estaba diciendo...
—Sí, claro. —Ackbar volvió la mirada hacia un extremo de la pista primero y hacia el otro después, y a continuación bajó la voz—. Según Ayddar, la sección del listado de batalla referente a Espada Negra incluye cuarenta y cuatro naves de gran tamaño a las que no hemos visto y de las que no hemos sabido nada desde la caída del Emperador. Las más pequeñas son Destructores Estelares de la clase Victoria, y tres de ellas son de la clase Súper.
Drayson dejó escapar un suave silbido.
—¿Y qué opina usted del análisis de Ayddar?
—Me ha parecido irrebatible.
—Ya sabe que eso supone una potencia de fuego más que suficiente para acabar con cualquier sistema planetario de la Nueva República —dijo Drayson—. Coruscant incluido, desde luego...
—Lo sé —dijo Ackbar—. Si esas naves todavía existen, representarían una amenaza muy seria.
—¿Si?
—Si —repitió Ackbar—. Verá, hay muchos aspectos un tanto dudosos en todo este asunto. De esas cuarenta y cuatro naves, todas salvo cinco acababan de ser construidas pero aún no estaban en condiciones de operar, o se encontraban en algún astillero porque iban a ser remodeladas o habían sufrido serias averías.
—¿En qué astilleros estaban?
—Ayddar no puede responder a esa pregunta. O los nombres nos son desconocidos, o se trata de nombres en un código que no poseemos para lugares que no conocemos.
—O puede que no existan, y con eso me refiero tanto a los astilleros como a las naves —dijo Drayson—. No descarte la posibilidad de que el listado de batalla fuera hinchado con efectivos que sólo existían sobre el papel. Si ni Daala ni Thrawn han podido echar mano a esas naves para usarlas contra nosotros...
—Es una posibilidad.
Drayson frunció el ceño.
—¿Qué posibilidades hay de que a algunas de esas naves, o a todas ellas, sencillamente se les cambiara el nombre y de que las hayamos visto desde entonces? Sabemos que el Alto Mando del Imperio usó ese truco en más de una ocasión.
—Ayddar me ha dicho que como máximo eso nos permitiría eliminar cinco naves de la lista.
—Lo cual todavía dejaría una fuerza muy respetable por localizar —murmuró Drayson con voz pensativa—. ¿Cuánto tiempo transcurrió entre la destrucción del
Gnisnal
y el momento en que el Mando Espada Negra retiró a sus efectivos del Borde?
—Menos de un año.
—Tiempo suficiente para que por lo menos algunas de esas naves fueran completadas o reparadas —dijo Drayson.
—Más de la mitad de ellas, si los astilleros cumplieron los plazos de entrega que figuran en el listado de batalla.
—Lo cual significa que el Imperio puede haberse llevado consigo a las profundidades del Núcleo un mínimo de veinte naves más de lo que creíamos hasta este momento.
—Sí. Pero hay otra posibilidad, y ésta me preocupa todavía más que la primera —dijo Ackbar—. El Imperio prefería crear astilleros militares en todos los sectores que controlaba, porque eso evitaba que una instalación determinada tuviera que ser considerada imprescindible para el esfuerzo de guerra, y además así las naves que habían sufrido daños no tenían que ir muy lejos para ser reparadas...
—Lo cual nos sugiere que uno de esos astilleros no identificados se encontraba situado dentro de la zona de patrulla del Mando Espada Negra.
—Lo cual significaría que un mínimo de veinte Destructores Estelares podrían no estar dentro del Núcleo, sino muchísimo más cerca de nosotros.
Drayson contempló a Ackbar con los ojos entrecerrados y guardó silencio durante unos momentos.
—En circunstancias normales —acabó diciendo— lo lógico sería suponer que el Imperio habría destruido cualquier clase de material de guerra que no pudiera llevarse consigo.
—Me encantaría estar seguro de que eso es lo que hicieron en este caso —replicó Ackbar—. Pero no hemos encontrado los restos de ningún astillero en esa zona. Eso no es una prueba concluyente, por supuesto... Hay grandes áreas de Kokash y Farlax que nunca han sido exploradas lo bastante a fondo, y eso incluye la nebulosa de Morath y el Cúmulo de Koornacht.
—Ah —dijo Drayson—. Me parece que ya veo adonde nos lleva todo esto.
—No quiero enterarme de cómo se las arregla para encontrar las respuestas, Hiram, pero sé que cuenta con recursos que no están disponibles fuera de su departamento. Verá, estoy bastante preocupado por este asunto con Nil Spaar... Las negociaciones llevan semanas atascadas, y Leia sigue pidiéndonos que tengamos paciencia a pesar de ello. He empezado a preguntarme si... Bueno, ¿y si los yevethanos están escondiendo esas naves para Daala? ¿Es posible que la Liga de Duskhan siga estando aliada con el Núcleo?
—No tengo ninguna información que apoye semejante hipótesis —dijo Drayson después de unos momentos de profunda reflexión—. Tampoco tengo ninguna información que permita descartarla.
—Pues entonces no sé qué he de hacer —dijo Ackbar—. Las negociaciones en curso convierten todo este asunto en un tema muy delicado. No puedo emitir acusaciones sin tener pruebas que las respalden, y tampoco puedo permitirme el lujo de ignorar una amenaza potencial de semejante magnitud.
—¿Qué haría si la decisión estuviera en sus manos?
—Iniciaría una amplia operación de búsqueda de esa Flota Negra, y no pararía hasta que hubiéramos encontrado las naves, o sus restos, y nos hubiésemos asegurado de que no está escondida por ahí esperando el momento más adecuado para irrumpir en nuestra casa. Debemos conocer el destino de esas naves.
Drayson asintió pensativamente.
—Bien, entonces creo que debería comunicar la información de Ayddar a la princesa Leia y presentar esa recomendación. Quizá se dejará persuadir.
—Me temo que no será así —replicó Ackbar—. De todas maneras, lo único que puedo hacer es intentarlo.
—Le deseo éxito. Mientras tanto... ¿Se le ocurre alguna forma de...?
Ackbar introdujo una tarjeta de datos entre los dedos de Drayson.
—La lista de las naves desaparecidas, y la relación de los astilleros misteriosos.
Dos corredores acababan de hacerse visibles y se estaban aproximando por la pista. Drayson hizo desaparecer la tarjeta dentro de un bolsillo con la despreocupada rapidez fruto de una larga práctica.
—Haré lo que pueda —dijo, y obsequió al calamariano con una aparatosa sonrisa—. Ha sido un placer volver a verle, almirante.
Teniendo en cuenta la velocidad con la que Drayson empezó a moverse por la pista unos momentos después, Ackbar dudaba de que ningún otro corredor pudiera alcanzarle.
—Permítanme asegurarme de que lo he entendido —dijo la princesa Leia, dando la espalda a los enormes ventanales de la sala de conferencias para encararse con el almirante Ackbar y el general Abaht—. Nadie ha visto a ninguna de esas naves durante diez años..., ¿y ésa es la razón por la que les preocupan tanto?
Ackbar y Ábaht intercambiaron una rápida mirada, negociando en silencio quién respondería a la pregunta.
—Sí, básicamente se trata de eso... —dijo Ackbar después de haber sido derrotado en la negociación.
—¿Y por qué no les parece tan ridículo como me lo parece a mí? Creo que se están preocupando por nada.
Ackbar carraspeó para aclararse la garganta.
—Princesa, ya sabe cuál es el precio de las equivocaciones. Subestimar la fortaleza de un enemigo o la seriedad de una amenaza puede suponer un error fatal. Debemos una gran parte de nuestro éxito contra el Imperio al hecho de que el Emperador llegara a cometer ese error.
—Adoptar precauciones que no son necesarias siempre será preferible a no adoptarlas cuando sí lo son —dijo Ábaht, empleando un tono de voz tan bajo que casi parecía estar hablando consigo mismo.
—Nadie va a atacar a la Nueva República —se limitó a replicar Leia.
Tanto Ackbar como Ábaht quedaron bastante sorprendidos por su repentina afirmación.
—Si está tan segura de ello, entonces metamos las naves de la Flota en los depósitos de almacenamiento y licenciemos a las tropas —dijo Ábaht en un tono bastante despectivo—. Tengo la seguridad de que todos podríamos estar ocupando nuestro tiempo en cosas mucho más interesantes.
—General, es precisamente porque contamos con la Quinta Flota por lo que nadie va a atacarnos —dijo Leia—. Ackbar me ha dicho que ahora podemos lanzar al espacio más naves de las que lucharon en ambos bandos durante la batalla más importante de toda la historia de la Rebelión. ¿Le he entendido bien, almirante?
Ackbar asintió en silencio.
—Eso es más que suficiente para dejarle muy hinchada la nariz a cualquiera que cometa el error de atacarnos —dijo Leia—, y todo el mundo lo sabe. Ahora los planetas que todavía no forman parte de la Nueva República tienen más que ganar uniéndose a nosotros que oponiéndose a nosotros. Fíjense en la Liga de Duskhan... Está claro que representan una civilización de primer orden, tanto en el aspecto económico como en el tecnológico. ¿Y qué están haciendo? Están aquí, negociando con nosotros.