Un árbol crece en Brooklyn (61 page)

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Authors: Betty Smith

Tags: #Histórico

BOOK: Un árbol crece en Brooklyn
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Neeley tenía la misma voz clara y límpida de su padre. Y qué guapo era. Tan guapo que, aunque todavía no tenía dieciséis años, las mujeres le seguían con miradas y suspiros cuando caminaba por la calle.

Era tan apuesto que a su lado Francie se sentía enjuta y descolorida.

—Neeley, ¿crees que soy guapa?

—¡Oye! ¿Por qué no le rezas una novena a santa Teresita? Creo que con un milagro podría arreglarte.

—Te lo pregunto en serio.

—¿Por qué no te cortas el pelo y te lo rizas como las demás chicas, en vez de llevar esas trenzas enrolladas en la cabeza?

—Debo esperar hasta los dieciocho, por mamá. Pero ¿crees que soy guapa?

—Pregúntamelo otra vez cuando no estés tan flaca.

—Por favor, contéstame.

La examinó cuidadosamente y dijo:

—Puedes pasar.

Ella tuvo que contentarse con eso.

Había dicho que tenía prisa, pero ahora parecía no querer marcharse.

—Francie, McShane… cenará aquí esta noche. Después tengo que trabajar. Mañana será la boda y enseguida la fiesta en la casa nueva. El lunes iré al instituto. Y mientras esté allí tú cogerás el tren para Michigan. No podré decirte adiós a solas. Así que te diré adiós ahora.

—Vendré a casa para Navidad, Neeley.

—Sí, pero no será lo mismo.

—Ya lo sé.

Él esperó. Francie le tendió la mano derecha. Él la abrazó y besó en la mejilla. Francie se le colgó del cuello y empezó a llorar.

Él la apartó.

—Caramba con las mujeres. Cómo me fastidian. Siempre lloriqueando —dijo, pero su voz parecía quebrarse, como si él también estuviese a punto de llorar.

Se fue corriendo. Francie salió al vestíbulo y le observó correr escaleras abajo. Él se detuvo en la oscuridad del vestíbulo, al pie de las escaleras, para mirarla. A pesar de la oscuridad, donde él estaba había luz.

«Tan parecido a papá… Tan parecido a papá», pensó. Pero sus facciones tenían más carácter que las de su padre. Él la saludó con el brazo y desapareció.

Las cuatro.

Francie decidió vestirse primero y preparar la cena después, para estar lista cuando Ben fuese a buscarla. Su amigo tenía entradas para el teatro, iban a ver a Henry Hull en
El hombre que regresó
. Era su última cita hasta Navidad, porque Ben regresaría a la universidad al día siguiente. Le gustaba Ben. Le gustaba muchísimo. Deseaba poder amarle. Si por lo menos él no estuviese siempre tan seguro de sí mismo. Si vacilara alguna vez, aunque fuera sólo una. Si la necesitara, aunque fuese sólo un poco. En fin, tenía cinco años para decidirse.

Se puso su enagua blanca y se detuvo ante el espejo. Al levantar el brazo por encima de la cabeza para lavarse, recordó cuando se sentaba en la escalera de incendios, una chiquilla entonces, para mirar a través de los patios los pisos donde las muchachas se preparaban para acudir a sus citas.

¿Habría alguien observándola como cuando ella observaba a las otras?

Miró por la ventana. Sí, dos patios más allá vio a una chiquilla sentada en una escalera de incendios, con un libro en el regazo y un paquete de caramelos al alcance de la mano. La chiquilla estaba mirando a Francie desde la barandilla. Y Francie la conocía. Era una niña delgada de unos diez años llamada Florry Wendy.

Francie cepilló su larga cabellera, se hizo las trenzas y se las enroscó en la cabeza. Se puso medias limpias y zapatos blancos de tacón. Antes de ponerse el vestido rosa de hilo espolvoreó un trocito de algodón con polvo perfumado de violeta y se lo colocó dentro del sujetador.

Le pareció oír el carro de Fraber. Se asomó a la ventana y miró. Sí, el carro había entrado. Pero ya no era un carro. Era un pequeño camión de color rojo oscuro con letras doradas a ambos lados, y el hombre que se preparaba para lavarlo no era Frank, el apuesto muchacho de subidos colores en las mejillas, sino un individuo pequeño y encorvado que había sido rechazado por el ejército.

Miró a través del patio y vio que Florry todavía la estaba observando entre los barrotes de la escalera de incendios. La saludó con la mano a la vez que le decía:

—Hola, Francie.

—No me llamo Francie —contestó la chiquilla—. Me llamo Florry, y bien que lo sabes.

—Sí, ya lo sé —dijo Francie.

Observó el patio. Habían cortado el árbol cuyas hojas como sombrillas se enroscaban por encima y por debajo de la escalera de incendios porque las mujeres se quejaban de que la ropa que colgaban a secar se enredaba en las ramas. El propietario del edificio había enviado a dos hombres para que lo derribasen a hachazos.

Pero el árbol no había muerto: subsistía aún…

Un nuevo árbol había nacido del tocón que habían dejado y su tronco se había arrastrado por el suelo hasta llegar a un lugar donde no había cuerdas para colgar ropa. Luego había crecido hacia arriba, buscando el cielo.

Annie, el abeto al que los Nolan habían prodigado sus cuidados, regándolo y fertilizándolo, hacía mucho tiempo que se había secado. Pero aquel árbol del patio que los hombres maltrataban, aquel árbol alrededor del cual habían prendido fogatas para quemar su tocón, aquel árbol aún vivía.

¡Vivía! Y no había nada que pudiese destruirlo.

Una vez más miró a Florry Wendy, que estaba leyendo sobré la escalera de incendios.

—Adiós, Francie —murmuró.

Y cerró la ventana.

Fin

BETTY SMITH, De nombre Lilian Elizabeth Wehner, nació en una familia humilde de emigrantes alemanes en Brooklyn, New York, en 1896. Estudió en la escuela de su barrio hasta los catorce años, poniéndose a trabajar en diversos oficios. Desde 1915 hasta 1917 estudió en la Girl´s High School. Se trasladó a Michigan, y ya madre, estudió Derecho en la Universidad de Michigan, al tiempo que tomaba clases de teatro, y comenzaba a escribir obras de teatro. Desde 1931 a 1934 estudió en la Drama School de la Universidad de Yale. Comenzó a llamarse Betty en 1938 y continuó escribiendo hasta 1963. Murio en Carolina del Norte en 1972.

Su obra más conocida,
Un árbol crece en Brooklyn
(1943), fue llevada al cine y estrenada también como comedia musical. Escribió otras tres novelas más:
Tomorrow Will Be Better
(1947),
Maggie-Now
(1958), y
Joy in the Morning
(1963).

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