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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Científica

Un punto azul palido (28 page)

BOOK: Un punto azul palido
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L
A CIENCIA PLANETARIA FOMENTA
un amplio punto de vista interdisciplinario que se revela enormemente útil para descubrir y tratar de atenuar las catástrofes naturales que van surgiendo. Cuando uno «hinca el diente» a otros planetas gana perspectiva acerca de la fragilidad de sus entornos medioambientales, así como sobre qué otros entornos, muy diferentes, son posibles. Es probable que todavía nos queden potenciales catástrofes globales por descubrir. Si las hay, apuesto cualquier cosa a que los científicos planetarios desempeñarán un papel fundamental en lo que se refiere a su comprensión.

De todos los campos de la matemática, la tecnología y la ciencia, el ámbito que implica una mayor cooperación internacional (como prueba la frecuencia con que los coautores de trabajos de investigación proceden de dos o más países distintos) es el denominado «la Tierra y las ciencias del espacio». Por su misma naturaleza, el estudio de este mundo y otros tiende a no ser localista, ni nacionalista, ni chauvinista. Es raro, no obstante, que la gente se dedique a este campo por ser internacionalista. Casi siempre se penetra en él por otras razones y, posteriormente, se cae en la cuenta de que científicos de otras naciones están desarrollando un trabajo espléndido, trabajo que, además, se complementa con el nuestro; o bien se da el caso de que tenemos que solucionar algún problema, necesitamos datos o quizá una perspectiva (acceso a la porción sur del cielo, por ejemplo) que no se halla disponible en nuestro país. Una vez experimentado ese grado de cooperación —personas de diferentes partes del planeta, trabajando temas de interés común en estrecha colaboración, empleando un lenguaje científico inteligible para todos— se hace difícil no imaginar su aplicación a otros problemas ajenos al ámbito científico. Personalmente considero que este aspecto del estudio de las ciencias del espacio y de la Tierra nos brinda una fuerza saludable y unificadora para la política mundial. Beneficioso o no, resulta de todo punto ineludible.

Cuando contemplo esa evidencia, me da la sensación de que la exploración planetaria se halla entre las utilidades más prácticas y urgentes para nosotros aquí en la Tierra. Aunque no nos estimulara la perspectiva de explorar otros mundos, aunque no tuviéramos ni un nanogramo de espíritu aventurero, incluso si sólo nos preocupáramos de nosotros mismos en el sentido más estricto, la exploración planetaria seguiría siendo una soberbia inversión.

La región de Oxia Palus en Marte, entre el ecuador y la latitud 25° al norte. El lugar de aterrizaje del
Viking 1,
en Crise Planitia, aparece arriba a la izquierda. Grandes inundaciones dividieron este terreno miles de millones de años atrás. Pero la escasez de ríos tributarios en los valles fluviales apunta a que el agua emergió del subsuelo, en lugar de caer de los cielos en forma de lluvia. Se había previsto inicialmente que el
Viking 1
aterrizara en la confluencia de dichos canales fluviales, pero intervinieron razones de seguridad. Se desconoce la razón por la cual el clima de Marte se halla hoy tan lejos del ambiente más cálido y húmedo que, según las deducciones, reinó en el planeta hace cuatro mil millones de años. Abajo, a la derecha, se ve un cráter que ha tomado su nombre del astrónomo Galileo. Mapa en relieve sombreado de USGS.

Capítulo
XV
E
L MUNDO DE LAS MARAVILLAS ABRE SUS PUERTAS

Se abrieron de par en par las grandes compuertas
del mundo de las maravillas.

E
RMAN
M
ELVILLE
,
Moby Dick,
cap. 1 (1851)

A
lgún día, quizá justo a la vuelta de la esquina, habrá una nación —o, más probablemente, un consorcio de naciones— que dará el próximo paso importante en la aventura humana del espacio. Tal vez se consiga rodeando burocracias y llevando a cabo un uso eficaz de las actuales tecnologías. Tal vez sean necesarias tecnologías nuevas, que trasciendan el gran trabucazo de los cohetes químicos. Las tripulaciones de dichas naves pisarán nuevos mundos. El primer bebé nacerá en algún lugar ahí arriba. Se efectuarán los primeros pasos para vivir fuera de tierra firme. Estaremos en camino. Y el futuro lo recordará.

M
AJESTUOSO Y PROVOCADOR
, Marte es nuestro vecino, el planeta más cercano sobre el cual puede aterrizar de forma segura un astronauta o cosmonauta. Aunque a veces hace tanto calor como en octubre en Nueva Inglaterra, Marte es un lugar frío, tan frío que una parte de su delgada atmósfera de anhídrido carbónico se congela como hielo seco en el polo invernal.

Se trata del planeta más cercano cuya superficie podemos observar con un telescopio pequeño. Es el planeta más parecido a la Tierra de todo el sistema solar. Dejando aparte los encuentros exteriores, solamente ha habido dos misiones a Marte coronadas por el éxito: la del
Mariner
9 en 1971 y los
Vikings
7 y 2 en 1976. Estas revelaron la existencia de un profundo valle que cubriría la distancia entre Nueva York y San Francisco; inmensas montañas volcánicas, la mayor de las cuales se eleva 24 000 metros por encima de la altitud media de la superficie de Marte, casi tres veces la altura del Everest; una intrincada estructura de capas en los hielos polares, que parece una pila de fichas de póquer desechadas y que constituye, probablemente, un registro de pasados cambios climáticos; rayas brillantes y oscuras, pintadas sobre la superficie por el polvo arrastrado por el viento, que proporcionan mapas de los vientos de gran velocidad sobre Marte durante las décadas y siglos pasados; tormentas de polvo que abrazan todo el planeta y enigmáticos rasgos superficiales.

Cientos de tortuosos canales y valles, con una antigüedad de varios miles de millones de años, se extienden por la superficie de Marte, principalmente en las mesetas salpicadas de cráteres del sur. Estos nos inducen a pensar en una época anterior, de condiciones más benignas y parecidas a las de la Tierra, muy distinta de la que se constata bajo la enrarecida y frígida atmósfera actual. Algunos antiguos canales parecen excavados por la lluvia, otros por el derrumbamiento y colapso subterráneos, y otros por grandes corrientes que emergieron del suelo. Caudalosos ríos inundaban grandes cuencas de impacto de miles de kilómetros de diámetro, que hoy aparecen tan secas como el polvo. El agua caía en cascadas, que dejarían pequeño el salto de agua más importante de la Tierra, sobre los lagos del antiguo Marte. Vastos océanos de cientos de metros o incluso de un kilómetro de profundidad pueden haber bañado unas orillas hoy apenas discernibles.
Ése
sí habría sido un mundo para explorar. Hemos llegado cuatro mil millones de años tarde.

En la Tierra, entretanto, en ese mismo periodo, estaban surgiendo y evolucionando los primeros microorganismos. La vida en la Tierra se halla íntimamente conectada, por las más básicas razones químicas, con el agua líquida. Nosotros los seres humanos, sin ir más lejos, estamos
hechos
de tres cuartas partes de agua. El mismo tipo de moléculas orgánicas que cayeron del cielo y fueron generadas en el aire y los mares de la Tierra primitiva deberían haberse acumulado también sobre el Marte primitivo. ¿Resulta plausible pensar que la vida surgiera con rapidez en las aguas de la Tierra primigenia, pero quedara de algún modo restringida e inhibida en las aguas del Marte primitivo? ¿O bien es posible que los mares marcianos estuvieran rebosantes de vida, flotando, desarrollándose abundantemente y evolucionando? ¿Qué extrañas bestias nadaron en esas aguas en un pasado remoto?

Sucediera lo que sucediera en esos lejanos días, lo cierto es que todo empezó a torcerse alrededor de 3 800 millones de años atrás. Se ha comprobado que la erosión de los antiguos cráteres disminuyó drásticamente a partir de ese momento. Cuando la atmósfera empezó a aligerarse, los ríos dejaron de fluir, los océanos se fueron secando y las temperaturas cayeron, la vida hubo de retirarse a los pocos hábitats compatibles que le quedaban, amontonándose quizá en el fondo de los lagos cubiertos de hielo hasta que también éstos se solidificaron y los restos de cadáveres y fósiles de exóticos organismos —construidos tal vez mediante principios muy diferentes de los que rigen la vida en la Tierra— se congelaron, aguardando a los exploradores que, en un futuro distante, podrían llegar a Marte.

L
OS METEORITOS SON FRAGMENTOS DE OTROS MUNDOS
que han sido recuperados en la Tierra. Muchos se originan en colisiones entre los numerosos asteroides que orbitan al Sol, entre las órbitas de Marte y Júpiter. No obstante, algunos pocos son generados cuando un gran meteorito sufre un impacto con un planeta o asteroide a gran velocidad, excava un cráter e impulsa el material excavado hacia el espacio. Millones de años después, puede que una fracción muy pequeña de las rocas eyectadas intercepte otro mundo.

En los páramos de la Antártida, el hielo aparece de vez en cuando salpicado de meteoritos, preservados por las bajas temperaturas y, hasta hace poco tiempo, ni siquiera descubiertos por los humanos. Unos pocos de entre los mismos, denominados meteoritos SNC
[30]
(pronunciado «snick»), presentan una característica que en un principio parecía increíble: en el interior de sus estructuras minerales y cristalinas, a resguardo de la contaminante influencia de la atmósfera de la Tierra, aparece atrapada una pequeña cantidad de gas.

Al analizar ese gas se descubre que éste presenta exactamente la misma composición química y proporciones isotópicas que el aire en Marte. Poseemos datos del aire marciano no solamente a partir de la inferencia espectroscópica, sino también a través de mediciones directas realizadas desde la superficie de Marte por los vehículos de aterrizaje del
Viking.
Para sorpresa de casi todo el mundo, los meteoritos SNC proceden de Marte.

Originalmente, eran rocas que se habían fundido y resolidificado. El fechado radiactivo de todos los meteoritos SNC demuestra que las rocas a partir de las cuales se formaron eran condensaciones de lava de entre 180 millones y 1300 millones de años de antigüedad. Posteriormente fueron expulsados del planeta por colisiones procedentes del espacio. A partir del tiempo que estuvieron expuestos a los rayos cósmicos, en sus viajes interplanetarios entre Marte y la Tierra, podemos deducir su edad y cuánto tiempo hace que fueron eyectados de Marte. En este sentido, su edad se sitúa entre los diez millones y los setecientos mil años. Ofrecen, pues, una muestra de un 0,1 % de la historia reciente de dicho planeta.

Algunos de los minerales que contienen esos meteoritos demuestran claramente que alguna vez estuvieron sumergidos en agua, en agua líquida caliente. Estos minerales hidrotermales revelan que, de alguna manera, hubo recientemente agua líquida, probablemente por todo el planeta. Puede que se originara al fundirse hielos subterráneos a causa del calor interior. Fuera cual fuera la causa de su existencia, es lógico preguntarse si cabe la posibilidad de que la vida sobre Marte todavía no se haya extinguido del todo, si de algún modo ha conseguido conservarse hasta nuestros días en lagos subterráneos pasajeros o, incluso, en delgadas películas de agua que pudieran humedecer ciertas franjas subterráneas.

Los geoquímicos Everett Gibson y Hal Karlsson, del Johnson Space Flight Center de la NASA, han extraído una única gota de agua de uno de los meteoritos SNC. Las proporciones isotópicas de los átomos de oxígeno e hidrógeno que contiene no son en modo alguno terrestres. Contemplo este agua de otro mundo como un estímulo para futuros exploradores y colonizadores.

Imaginemos lo que podríamos encontrar si trajéramos a la Tierra gran número de muestras, incluyendo suelo jamás fundido y rocas tomadas en localidades marcianas especialmente seleccionadas por su interés científico. Nos encontramos muy cerca de poder llevarlo a cabo, empleando pequeños vehículos robotizados.

El transporte de material subterráneo de un mundo a otro plantea una cuestión interesante: cuatro mil millones de años atrás había dos planetas vecinos, ambos cálidos y húmedos. En las últimas fases de la acreción de dichos planetas, los impactos del espacio se producían a un ritmo mucho mayor que en la actualidad. Muestras de cada uno de esos mundos eran lanzadas al espacio. Estamos seguros de que, en ese periodo, había vida al menos en uno de ellos. Sabemos que una porción de los escombros eyectados no se calienta durante los procesos de impacto, eyección y recepción por parte de otro mundo. Así pues, ¿pudieron algunos de los organismos terrestres ser trasplantados a Marte por ese procedimiento cuatro mil millones de años atrás, iniciando la vida en dicho planeta? O, especulando más todavía, ¿es posible que la vida en la Tierra surgiera a partir de una transferencia de este tipo procedente de Marte? ¿Cabe la posibilidad de que ambos planetas intercambiaran regularmente formas de vida durante cientos de millones de años? Son tesis que podrían ser comprobadas. Si descubriéramos vida en Marte y ésta se revelara muy parecida a la vida en la Tierra —y si, además, estuviéramos seguros de que no se trata de una contaminación microbiana que nosotros mismos hubiéramos introducido en el curso de nuestras exploraciones—, la hipótesis de que la vida fue transferida, en un pasado remoto, a través del espacio interplanetario debería ser tomada en serio.

H
UBO UNA EPOCA EN QUE SE PENSABA
que el Marte contemporáneo rebosaba vida. Incluso el severo y escéptico astrónomo Simón Newcomb (en su
Astronomy for everybody
—«Astronomía para todos»—, del que se efectuaron numerosas ediciones en las primeras décadas del presente siglo, y constituyó el libro de astronomía de mi infancia) concluía: «Parece que hay vida sobre el planeta Marte. Hace algunos años esta afirmación era unánimemente considerada un mero producto de la fantasía. Hoy es ampliamente aceptada.» No «vida humana inteligente», se apresuraba a añadir, sino plantas verdes. Sin embargo, hoy hemos visitado Marte y hemos buscado plantas, al igual que animales, microbios y seres inteligentes. Aunque las formas restantes no se encontraran, sería lógico imaginar que, tal como sucede hoy en los desiertos terrestres, y como ha ocurrido en la Tierra prácticamente durante toda su historia, íbamos a detectar abundante vida microbiana.

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