—Gracias, Suzanne —respondió Sulu.
Se puso a trabajar, y las coordenadas del esquema del encuentro dejaron muy pronto de oscilar. El esquema guiaría a Sulu hacia el muelle espacial Cuatro, y le permitiría colocar el platillo correctamente encima del extremo de la torreta principal, en una aproximación muy estrecha a la posición de unión definitiva. Una vez que eso quedase hecho, Sulu cerraría sus controles. En ese momento se encargarían del platillo los grupos de tracción-presión para hacer descender al platillo el resto del trayecto, empleando sus rayos para empujar la sección de mando a fin de realizar las últimas cuidadosas correcciones que colocarían al platillo en su lugar con toda precisión. Si la hacían chocar o errar, los daños del platillo serían considerables.
—Detenido el movimiento de avance —informó Sulu—. La orientación a lo largo de los ejes x e y está justo en el centro. Menos dieciséis metros sobre el eje z, corrigiendo. —Los dedos de Sulu danzaron sobre los controles durante unos instantes. Luego, el esquema del encuentro se mantuvo estable—. Estamos alineados, capitán.
—Hágala retroceder, señor Sulu.
—Sí, señor. Acercándonos al extremo delantero de la estación espacial Cuatro. Diez metros por segundo.
—Echemos una mirada.
—Visión trasera, capitán —respondió Sulu—. Aumento uno.
La bostezante boca del muelle espacial apareció y fue creciendo regularmente en el visor a medida que el platillo se aproximaba. Decker podía ver a los grupos de tracción-presión con sus trajes de trabajo, apostados aquí y allá por el enrejado del muelle espacial, bien apartados del camino del platillo y preparados para hacerse cargo de él.
—Uhura, por favor, comuníqueme con la sección de máquinas —solicitó Decker—. Quiero hablar con el señor Scott.
Se produjo una breve pausa, y luego le llegó, por los altavoces del puente, la voz del ingeniero en jefe con sus erres fuertemente pronunciadas.
—¿Sí, capitán? Aquí Scott.
—Dentro de poco estaremos allí, Scotty. ¿Estado de su sección?
Decker casi pudo ver cómo Scott se encogía de hombros.
—Ahora no hay mucho que hacer. Estamos todos preparados para la unión. Los grupos de tracción-presión nos tienen tan inmovilizados como la corriente del río Clyde. Lo único que puedo hacer es preocuparme por cómo llevarán a cabo la colocación los equipos de trabajo. Ojalá estuviera haciéndolo yo mismo; no tendremos una segunda oportunidad.
—No vamos a necesitar más que una oportunidad, señor Scott —le dijo Decker—. Ahora haré que Uhura deje una línea abierta entre ustedes y nosotros.
—Sí, capitán. Scott fuera.
—Capitán —anunció Sulu—, ahora estamos entrando en el muelle espacial Cuatro. Las exploraciones indican que aún estamos dentro de las tolerancias laterales para el atraque. Voy a reducir la velocidad a ocho metros por segundo.
—Muy bien —replicó Decker.
Observó atentamente el visor. La red metálica de aspecto delicado del muelle espacial comenzó a pasar lentamente junto a ellos. La sección de máquinas de la
Enterprise
flotaba en el centro de la pantalla. Decker podía ver los grupos de los rayos tractor-presores que seguían al platillo con sus aparatos, esperando una orden del jefe para hacerse cargo del mismo.
—Cinco metros por segundo, capitán —informó Sulu. Distancia para atraque, doscientos metros. —Uhura, por favor, póngame en comunicación con el jefe tractor —pidió Decker, y casi al instante Ilegó basta él una voz áspera.
—Bienvenido al muelle espacial Cuatro, capitán Decker. Aquí el jefe de equipo. Mi nombre es Billingsgate.
—Hola —respondió Decker—. ¿Preparado para danzar?
—Sólo tiene que escoger el ritmo, capitán.
—Permanezca a la espera, entonces. Señor Sulu, ¿distancia para atraque?
—Ciento cincuenta y cinco metros.
—Deténganos completamente a los cincuenta metros. Jefe Billingsgate, nos tendrá a su merced dentro de veinte segundos.
—Estoy esperando su orden, capitán. No se preocupe, la trataremos con delicadeza.
—Será mejor que lo haga, Billy —intervino la voz de Scotty—, o yo le daré…
—Todos callados —ordenó Decker—. ¿Estado, señor Sulu?
—Velocidad estable en cinco metros por segundo, capitán. Distancia actual, ochenta metros.
Se produjo una pausa.
—Cincuenta metros, capitán —informó Sulu—. Estamos completamente detenidos.
—Es suya, Billingsgate —dijo el capitán.
Se produjo una ligera sacudida cuando las cuadrillas tractor-presoras alcanzaron al platillo simultáneamente en muchos puntos con sus rayos energéticos. Luego se oyó un repentino y sonoro «¡whap!» y una brusca sacudida que desplazó el platillo hacia estribor.
—¡Maldición, equipo seis —se le oyó decir a Billingsgate—, están a un dos por ciento por encima del nominal! ¡Reduzcan ahora mismo! Equipo tres, aumente un dos por ciento para corregir y reduzca a nominal cuando yo lo indique.
Volvió a oírse otro «¡whap!», y esta vez el desplazamiento fue a babor.
—¡Reduzcan! —exclamó el jefe de las cuadrillas—. Ya la tenemos, muchachos. Fantástico. Fantástico. A pedir de boca. Bien, está estabilizada y se mantiene. Bájenla, ahora. Equipo uno, comience a empujar según lo programado. ¡Despacio, muy, muy despacio!
—Timón, proporciónenos una visión frontal, por favor —pidió Decker con más calma de la que sentía.
La escena cambió para mostrar el extremo frontal del muelle espacial. Decker vio una cuadrilla de seis operarios —indudablemente el grupo uno— que flotaba en el centro del muelle espacial alrededor de una unidad tractor-presora. El aparato, que había sido rápidamente colocado en posición después de que pasara de largo el platillo, se mantenía sujeto mediante un pequeño rayo dirigido hacia él desde el enrejado del muelle.
—Visión posterior otra vez, por favor —ordenó Decker.
—Visión posterior, señor —respondió Sulu.
La escena cambió para mostrar los extremos delanteros de los motores hiperespaciales de la
Enterprise
, que llenaban la pantalla. Eran enormes, tanto que no era mucho lo que podía verse del muelle espacial que quedaba detrás de ellos.
Sulu consultó su panel.
—Estamos ya muy cerca, capitán. A sólo segundos. Volvió a oírse la voz de Billingsgate.
—Muy bien, muchachos. Muy bien. Siete, háganla descender lentamente. Ocho, cuidado con la velocidad al bajar. Uno, dejen de empujar. Seis, nivélenla con el extremo. Bien, siete y ocho, bájenla ahora. Despacio, despacio.
Se produjo un topetón tan delicado como el beso de un viento irlandés.
—Atracada, capitán —informó Sulu.
—¡Señor Scott! —llamó Decker—. ¡Asegúrela!
Se oyó una rápida serie de pesados «thunks» procedentes de algún lugar de la parte baja. Decker percibió las vibraciones a través del asiento de mando.
—Asegurada, capitán —anunció Scotty—. Todo está verde por aquí. También muestra plena integridad medioambiental en la interfase de atraque.
—Todo verde también por aquí, capitán —intervino Sulu.
—Todas las funciones medioambientales del platillo han sido transferidas a máquinas, capitán —informó DiFalco—. No ha habido ningún retraso apreciable en la transferencia. Las funciones propias del platillo están ahora a la espera.
—Las cuadrillas de tracción-presión ya están apagando los equipos —les dijo Billingsgate—. En este momento los mantienen en su sitio los sistemas del muelle espacial,
Enterprise
. Ha sido un placer tratar con ustedes.
—Lo mismo digo —contestó Decker—. Gracias.
Justo en aquel instante, la puerta del turboascensor que daba al puente se abrió hacia un lado, y Montgomery Scott salió por ella. El ingeniero en jefe tenía una ancha sonrisa en el rostro.
—Se me ha ocurrido ser el primero en darle oficialmente la bienvenida, capitán —comentó alegremente—. Además, tenía que comprobar el funcionamiento del turboascensor, ¿no le parece?
—Desde luego, señor Scott —respondió Decker mientras se levantaba del asiento—, y gracias por darme la bienvenida. —Le tendió una mano y Scott la estrechó. Fue tan sólo entonces que Decker se relajó, profiriendo un muy audible suspiro de alivio, suspiro que encontró eco en los proferidos por los demás miembros del puente, y que muy pronto se perdió en carcajadas, vítores y no pocos aplausos.
Kirk sintió que las entrañas se le desanudaban. Observó atentamente mientras los monitores de trivisión mostraban a la
Enterprise
, reunida en una sola pieza, que se mantenía serenamente estacionaria en el centro del muelle espacial. Todo parecía estar bien. «Preciso, Will, muy preciso —pensó Kirk—. Yo mismo no podría haberlo hecho mejor.»
Volvió su atención hacia la pantalla de datos empotrada en la superficie de su escritorio. Fiel a su palabra, Nogura le había proporcionado rápidamente los detalles de lo que necesitaría saber para el momento de su aparición en el programa de entrevistas de Mundo Noticias, al día siguiente. Lo único que Nogura no le había proporcionado era el deseo, en primer lugar, de aparecer en ese programa.
Por lo que podía ver, el proyecto
Dart
[1]
parecía marchar bien. Estaba cerca de la fecha límite y aún se mantenía dentro del presupuesto asignado, aunque no por demasiado. A pesar del coste bastante alto, Kirk pensaba que Nogura había hecho bien al financiar ese proyecto. Era sin duda una causa digna, y les aseguraría una gran cantidad de cobertura amistosa por parte de los medios de comunicación. Prosiguió leyendo; la pantalla pasaba automáticamente el escrito a medida que él recorría el texto y los gráficos expuestos en ella.
Kirk vio que una capitán llamada Alice Friedman había sido nombrada piloto de la
Dart
. Observó que Nogura le había pedido que apareciera en el programa de trivisión junto con Kirk, pero ella se había excusado, pretextando una agenda previa al vuelo muy apretada. Bueno, Kirk podía comprender y valorar el problema de ella. Él mismo se había encontrado una o dos veces en situación tremendamente apurada para cumplir con una fecha límite.
Estudió la fotografía de Friedman, y creyó ver una decidida fortaleza en sus facciones.
—¿Riley? —llamó Kirk en voz alta.
La puerta del despacho se abrió, y Riley asomó la cabeza por ella.
—Estoy aquí mismo, capitán.
—Hoy me marcharé temprano a casa. ¿Queda algo pendiente?
—No, señor, hemos acabado con todo lo previsto. ¿A qué hora nos encontraremos en el estudio?
—El programa comienza a las nueve, así que bastará con que nos veamos una hora antes.
—Entendido. Hasta entonces. Buenas noches, almirante. —La puerta se cerró.
Kirk le ordenó a la pantalla de datos que copiara los archivos del proyecto
Dart
en una cinta, y luego metió los cubos en su maletín. Mientras lo hacía, se le ocurrió que aquel maletín era probablemente su objeto personal más ridículo. Era, en un sentido, un recordatorio de lo que Kirk había sido en otra época, al definir lo que era en el momento presente. Ningún otro objeto podría haber simbolizado con mayor eficacia su cambio de posición. Una vez había jurado que nunca condescendería hasta el punto de poseer un maletín. Bueno, pues se había equivocado en eso. Evocó al Kirk que había visto en el despacho de Nogura, el Kirk vestido con el traje dorado de mando. «Ojalá toda esa gente que piensa que soy un héroe pudiera verme acarreando esta cosa por ahí. ¿Desde cuándo los héroes se llevan un maletín a casa, Heihachuro?»
En el acogedor cuarto de baño de los Siegel, Ricia observaba cómo Carlos le aplicaba el estimulador sónico al entumecido labio inferior de Joey. Para cuando llegaron al apartamento, el labio de Joey se había hinchado hasta quedar con la piel muy tirante, y al muchacho le daba la sensación de tenerlo diez veces más grande de lo normal. Pero una mirada a la larga pared espejada que había sobre la repisa le reveló lo contrario: el labio había aumentado sólo al doble de su tamaño, y estaba adquiriendo una tonalidad roja purpúrea oscura. Parecía un salvaje, sí. Tenía manchas marrones rojizas de sangre, desde las comisuras de la boca hasta ambas mejillas, y su pelo castaño rojizo era una maraña enredada. Por no mencionar la mancha de sangre del tamaño de una uña de dedo pulgar que tenía en la parte delantera de la camisa.
Joey cerró los ojos y gimió.
—Esto no debería hacerte daño. —Carlos apartó el estimulador, que zumbaba suavemente en su mano.
—No es eso —ceceó Joey, que sentía en la boca el sabor de la sangre. El estimulador sónico le provocaba una sensación cálida y algo punzante, como la de agujas que produce una extremidad dormida cuando está despertando—. Es sólo que… si mi madre me viera así…
—No te verá. Relájate —le dijo Carlos con bastante firmeza, y cuidadosamente bajó el estimulador hasta que quedó en el aire a un centímetro del labio de Joey. Carlos tampoco presentaba un aspecto muy bueno: tenía líneas de sangre seca en la nariz y el labio superior. La nariz en sí estaba hinchada, y la piel que la rodeaba, normalmente de color oliváceo oscuro, se había vuelto gris purpúrea. No obstante, en sus ojos había una expresión serena; eran los ojos de alguien de mucha más edad. Carlos no parecía furioso con Stoller. De hecho, ni él ni Ricia mencionaron siquiera el nombre de Ira durante el viaje en cinta deslizante hasta el apartamento. Carlos estaba tranquilo y firme como un vulcaniano… sólo algo más afectuoso. «Será médico como su padre» , pensó Joey, mientras observaba la destreza con que el muchacho manejaba el estimulador.
Al otro lado de Joey, Ricia se hallaba inclinada, con las palmas de las manos apoyadas en las rodillas, e inspeccionaba el labio más de cerca.
—La hinchazón comienza a ceder —anunció la chica.
Joey no había advertido nunca antes que era bien parecida, con una perfecta piel morena y oscuros ojos enmarcados por largas pestañas.
Joey se palpó delicadamente el labio con la lengua. —Comienza a dolerme menos.
—Fantástico. —Carlos pulsó un botón y el zumbido aumentó—. Ahora ya no tardará mucho. Ricia se enderezó.
—Bueno, Joey. ¿Qué haces tú en compañía de alguien como Stoller?
El tono de Carlos fue ligeramente reprobador.
—Ricia, eso es asunto de él. Además, deberíamos darle las gracias por habernos ayudado.
La franqueza de ella desconcertó a Joey.