Una Pizca De Muerte (2 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Una Pizca De Muerte
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Me tapé la cara con las manos durante un momento.

—Mirad, no tengo inconveniente en escuchar a este tipo si ha hecho algo malo o si queréis descartarlo como sospechoso de un crimen contra vosotros, pero si lo que queréis es saber si de verdad os ama o alguna estupidez del estilo... ¿Qué queréis exactamente?

—Creemos que mató a nuestra trilliza, Claudette.

«¿Erais tres?», estuve a punto de preguntar, pero me di cuenta de que no era la parte más importante de la frase.

—Creéis que ha asesinado a vuestra hermana.

Claude y Claudine asintieron a la vez.

—Esta noche —completó Claude.

—Muy bien —murmuré, y me incliné sobre el sujeto—. Le voy a quitar la mordaza.

No parecían muy contentos al respecto, pero le quité el pañuelo de la boca y se lo dejé por el cuello.

—Yo no lo hice —dijo el joven.

—Bien. ¿Sabes lo que soy?

—No, pero no eres como ellos, ¿verdad?

No sabía qué pensaba que eran Claude y Claudine o qué atributo ultramundano habían exhibido ante él. Me aparté el pelo para que viese que mis orejas eran redondeadas, no puntiagudas, pero no acabó de tranquilizarlo.

—¿No eres vampira? —preguntó.

Le enseñé los dientes. Los caninos sólo se extienden cuando los vampiros se excitan con la sangre, el combate o el sexo, pero ya son visiblemente más afilados aun estando retraídos. Los míos eran bastante normales.

—Soy una humana normal y corriente —dije—. Bueno, no del todo. Puedo leer los pensamientos.

Eso pareció infundirle cierto terror.

—¿De qué tienes miedo? Si no mataste a nadie, no tienes nada que temer —le tranquilicé con voz conciliadora, cálida como la mantequilla que se funde sobre una mazorca.

—¿Qué harán conmigo? ¿Qué pasa si te equivocas y les cuentas que lo hice? ¿Qué me van a hacer?

Buena pregunta. Miré a los gemelos.

—Lo mataremos y nos lo comeremos —contestó Claudine con una sonrisa de deleite. Cuando el rubio dejó de mirarla a ella para fijar su atención en Claude con ojos aterrorizados, Claudine me guiñó un ojo.

Por lo que yo sabía, podía estar hablando perfectamente en serio. No recordaba si la había llegado a ver comiendo o no. Pisábamos un terreno peligroso. Trato de favorecer a los de mi propia raza cuando puedo. O al menos trato de sacarlos de las situaciones comprometidas con vida.

Debí haber aceptado la oferta de Sam.

—¿Este hombre es el único sospechoso? —pregunté a los gemelos. ¿Hacía bien en considerarlos así? Sería más preciso pensar en ellos como dos tercios de trillizos. Bah, demasiado complicado.

—No, tenemos a otro en la cocina —respondió Claude.

—Y a una mujer en la despensa.

En otras circunstancias, habría sonreído.

—¿Cómo estáis tan seguros de que Claudette ha muerto?

—Acudió a nosotros en su forma espiritual y nos lo contó ella. —Claude parecía sorprendido—. Es un ritual de muerte en nuestra raza.

Me balanceé sobre los talones, intentando imaginar más preguntas inteligentes.

—Cuando esto ocurre, ¿el espíritu indica alguna de las circunstancias de su muerte?

—No —contestó Claudine, agitando la cabeza, y con ella la melena negra—. Es más bien una especie de despedida final.

—¿Habéis encontrado el cuerpo?

Parecían asqueados.

—Nos desvanecemos —explicó Claude con arrogancia.

Adiós a la autopsia.

—¿Sabríais decirme dónde estaba Claudette cuando, eh..., se desvaneció? —pregunté—. Cuanto más sepa, mejores podrán ser mis preguntas. —La lectura de la mente no es tarea fácil. Hacer las preguntas adecuadas es la clave para desentrañar el pensamiento acertado. La boca puede decir cualquier cosa. La mente nunca miente. Pero, si no haces la pregunta adecuada, el pensamiento correspondiente se queda enterrado.

—Claudette y Claude trabajan como bailarines exóticos en el Hooligan's —explicó Claudine, orgullosa, como si anunciase su pertenencia al equipo olímpico.

Nunca había conocido a ningún
stripper
, hombre o mujer. Me descubrí algo más que interesada en conocer esa faceta de Claude, pero me esforcé para centrarme en la fallecida Claudette.

—Bueno, ¿trabajó Claudette anoche?

—Tenía previsto coger la paga en la puerta. Tocaba noche para mujeres en el Hooligan's.

—Oh, vale. Entonces tú tenías, eh..., función —le dije a Claude.

—Sí. Hacemos dos espectáculos para mujeres en noches así. Yo era el pirata.

Procuré suprimir esa imagen mental.

—¿Y este hombre? —pregunté, indicando con la cabeza al rubio, que se había portado muy bien, sin lloriquear ni suplicar.

—Yo también soy
stripper
—respondió—. Yo era el poli.

Vale. Mete todo eso en la caja de la imaginación y siéntate encima.

—¿Y te llamas...?

—Barry el Barbero es mi nombre artístico. El auténtico es Ben Simpson.

—¿Barry el Barbero? —Estaba perpleja.

—Me gusta afeitar a la gente.

Por un instante me quedé en blanco, y luego sentí que el sonrojo se abría paso por mi cara al darme cuenta de que no se refería precisamente a afeitar mejillas.

—¿Y quiénes son los otros dos? —pregunté a los gemelos.

—La mujer de la despensa es Rita Child. Es la dueña del Hooligan's —explicó Claudine—. El de la cocina se llama Jeff Puckett. Es uno de los porteros.

—¿Y por qué escoger a estos tres de todos los empleados del Hooligan's?

—Porque discutieron con Claudette. Era una mujer dinámica —explicó Claude con seriedad.

—Dinámica, y una mierda —dijo Barry el Barbero, demostrando que el tacto no es un requisito necesario para su trabajo—. Esa mujer era el infierno sobre ruedas.

—Su carácter no es importante para determinar quién la mató —indiqué, lo que le dejó sin palabras—. Sólo apunta al porqué. Sigue, por favor —le pedí a Claude—. ¿Dónde estabais los tres? ¿Y dónde estaba la gente que tenéis cautiva?

—Claudine estaba aquí, haciéndonos la cena. Trabaja en el departamento de atención al cliente de Dillard's. —Se le daba de maravilla; su implacable alegría conseguía apaciguar al más pintado—. Como dije, Claudette tenía previsto recoger la paga en la puerta —prosiguió Claude—. Barry y yo estábamos en los espectáculos. Rita siempre mete la recaudación del primero en la caja fuerte, para que Claudette no tenga que estar por allí con tanto dinero a mano. Nos han robado un par de veces. Jeff estaba sentado justo detrás de ella, en la pequeña cabina que hay dentro del acceso principal.

—¿Cuándo se desvaneció Claudette?

—Poco después del inicio del segundo espectáculo. Rita dice que Claudette le llevó la recaudación del primero y que la metió en la caja, y que ella seguía allí sentada cuando se marchó. Rita la odiaba porque Claudette estaba a punto de dejar el Hooligan's por el Foxes, y yo me iba con ella.

—¿El Foxes es otro club? —Claude asintió—. ¿Y por qué os queríais ir?

—Mejor paga y camerinos más grandes.

—Vale, ésa podría ser la motivación de Rita. ¿Qué hay de la de Jeff?

—Jeff y yo tuvimos un rollo —explicó Claude (mi barco pirata de fantasía se hundió rápidamente)—. Claudette me dijo que sería mejor que rompiese con él.

—¿E hiciste caso de su consejo sobre tu vida amorosa?

—Ella era la mayor, por varios minutos —respondió sin más—. Pero yo... Jeff me gusta mucho.

—¿Y qué hay de ti, Barry?

—Ella arruinó mi espectáculo —contestó Barry malhumoradamente.

—¿Cómo?

—Gritó: «¡Qué pena que tu varita no sea más grande!», justo cuando estaba terminando.

Al parecer, Claudette hizo todo lo que estaba en su mano para que la mataran.

—Vale —dije, esbozando un plan de acción. Me arrodillé delante de Barry. Posé la mano sobre su brazo y dio un respingo—. ¿Qué edad tienes?

—Veinticinco —dijo, pero su mente me dio otra respuesta.

—Mientes, ¿verdad? —pregunté, manteniendo un tono conciliador.

Tenía un moreno estupendo, casi tan bueno como el mío, pero comprobé que palideció.

—Sí —admitió con voz ahogada—. Tengo treinta.

—No tenía ni idea —dijo Claude, y Claudine le mandó callarse.

—¿Y por qué no te gustaba Claudette?

—Me insultó delante del público —aclaró—. Ya te lo he dicho.

La imagen de su mente era muy diferente.

—¿Y en privado? ¿Te dijo algo en privado? — A fin de cuentas, leer una mente no es como ver la televisión. La gente no suele ordenar las cosas en su cabeza del mismo modo que lo haría si le contase una historia a alguien.

Barry parecía avergonzado, y cada vez más enfadado.

—Sí, en privado. Llevábamos tiempo acostándonos, y un día, de repente, dejó de estar interesada.

—¿Te explicó por qué?

—Me dijo que yo era... inadecuado.

Ésa no fue la frase que ella empleó. Me sentí azorada por él cuando escuché las auténticas palabras en su mente.

—¿Qué has hecho entre los dos espectáculos de esta noche, Barry?

—Teníamos una hora, así que pude con dos afeitados.

—¿Te pagan por eso?

—Oh, ya lo creo —sonrió, pero no como si tuviese gracia—. ¿Crees que afeitaría las entrepiernas de los desconocidos si no me pagasen? Pero hago todo un ritual de ello, eso sí; hago como que me excita. Me saco cien pavos por trabajito.

—¿Cuándo viste a Claudette?

—Cuando salí al encuentro de mi primera cita, justo al finalizar el primer espectáculo. Ella y su novio estaban junto a la cabina. Había quedado con ellos allí.

—¿Hablaste con Claudette?

—No, sólo la miré. —Parecía triste—. Vi a Rita, iba de camino a la cabina con la saca de dinero, y también vi a Jeff. Estaba sentado en su taburete, dentro de la cabina, donde suele estar siempre.

—¿Y luego volviste a afeitar?

Asintió.

—¿Cuánto tiempo suele llevar?

—Media hora, cuarenta minutos. Programar dos era un poco arriesgado, pero salió bien. Lo hago en el camerino; los compañeros se portan bien y no entran.

Empezaba a relajarse. Sus pensamientos, más tranquilos, fluían mejor. La primera persona con la que se había visto esa noche era una mujer tan delgada que se preguntó si moriría mientras le afeitaba las partes. Ella estaba convencida de que era preciosa, y estaba claro que disfrutaba enseñándole su cuerpo. Su novio se había quedado fuera.

Oía a Claudine bufando de fondo, pero mantuve los ojos cerrados y las manos sobre las de Barry, viendo al segundo cliente, un tío. Y entonces le vi la cara. Madre mía, era alguien a quien yo conocía, un vampiro llamado Maxwell Lee.

—Había un vampiro en el bar —avisé en voz alta, sin abrir los ojos—. Barry, ¿qué hizo cuando terminaste de afeitarlo?

—Se fue —dijo Barry—. Vi cómo se iba por la puerta de atrás. Siempre me aseguro de que mis clientes no se acerquen a la zona entre bastidores. Es la única condición para que Rita me deje desarrollar mi negocio en el club.

Por supuesto, Barry no sabía nada del problema que tienen las hadas con los vampiros. Algunos de ellos tienen menos autocontrol que otros cuando se trataba de hadas. Éstas eran fuertes, más que la gente normal, pero los vampiros lo son más que cualquier otra cosa en el mundo.

—¿Y no volviste a la cabina a hablar con Claudette otra vez?

—No volví a verla.

—Dice la verdad —le indiqué a la pareja de hermanos—. Al menos hasta donde él sabe. —Siempre había otras preguntas que podía formularle, pero, en la primera «audición», Barry no sabía nada de la desaparición de Claudette.

Claude me llevó a la despensa, donde nos esperaba Rita Child. La estancia, para ser despensa, era muy grande, accesible, muy limpia, pero no estaba pensada para dar cabida a dos personas, una de ellas atada con esparadrapo a una silla con ruedas. Rita Child era también una mujer de buen ver. Tenía exactamente el aspecto que esperaba que tuviese la dueña de un club de
striptease
: una morena teñida con un desafiante vestido bajo el cual había lencería de alta tecnología que la moldeaba en una constante silueta provocativa.

Desprendía rabia por los cuatro costados. Me lanzó una patada que me habría sacado un ojo con el tacón si no hubiese reaccionado a tiempo mientras me estaba arrodillando frente a ella. Caí sobre mi trasero en una postura poco agraciada.

—De eso nada, Rita —indicó Claude tranquilamente—. Aquí no eres la jefa. Éste es nuestro territorio. —Me ayudó a levantarme y me sacudió el trasero de polvo de un modo muy impersonal.

—Sólo queremos saber lo que le ha pasado a nuestra hermana —terció Claudine.

Rita emitió unos sonidos tras la mordaza, sonidos que no parecían nada conciliatorios. Me dio la impresión de que le importaba un pimiento la motivación de los gemelos para secuestrarla y amordazarla en una despensa. Lo habían hecho usando cinta aislante directamente, en vez de un pañuelo, y reconozco que, después del incidente de la patada, casi disfruté arrancándole la cinta de la boca.

Rita se acordó de mis muertos y aludió a mi calidad moral con algunas palabras que no reproduciré.

—Supongo que debería mencionarte eso de «Le dijo la sartén al cazo» —repliqué cuando ella hizo una pausa para respirar—. ¡Ahora escúchame tú! Vas a dejar ese discurso y vas a responder a mis preguntas. No pareces tener ni idea de la situación en la que estás metida.

La dueña del club se calmó un poco después de aquello. Aún intentaba fulminarme con sus ojos castaños entrecerrados mientras tiraba de las cuerdas que la mantenían cautiva, pero parecía comprender lo que le había dicho.

—Voy a tocarte —le advertí. Temía que pudiese morderme si le tocaba el hombro descubierto, así que me decidí por el antebrazo, justo encima de donde tenía las muñecas atadas a los brazos de la silla.

Su mente era un torbellino de furia. No pensaba con claridad debido a la rabia, y toda su energía mental iba dirigida a destrozar a los gemelos, a los que me acababa de sumar yo. Sospechaba que era alguna especie de asesina sobrenatural, así que decidí que no estaría mal que siguiese temiéndome durante un rato más.

—¿Cuándo viste a Claudette esta noche? —pregunté.

—Cuando fui a recoger el dinero del primer espectáculo —gruñó, y estoy segura de que vi cómo intentaba estirar la mano, una mano pálida y alargada, con una bolsa de vinilo y cremallera—. Estaba en mi despacho trabajando durante el primer espectáculo. Pero recojo el dinero entre medias, así que, si nos quedamos colgados, no perdemos tanto.

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