Una profesión de putas (17 page)

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Authors: David Mamet

Tags: #Ensayo, Referencia

BOOK: Una profesión de putas
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Las chapas no son simples recordatorios: son supervivientes, artefactos arqueológicos del reino onírico en el que —si la cosa sale bien— paso lo que supongo que deberíamos llamar mi horas de trabajo.

Ahora mismo, clavada en el corcho delante de mí, hay una estrella metálica de seis puntas que parece de hierro o acero niquelado, con la leyenda
POLICÍA APACHE, SAN CARLOS, ARE.
; en el centro lleva soldada una cabeza de indio con tocado de plumas, hecha de latón. La insignia parece haberse usado mucho y está bastante gastada. A su derecha hay una pequeña chapa azul esmaltada, con una gran cruz blanca en el centro, de la que surge un transatlántico negro y rojo; debajo, en letras doradas, dice
BARCO DE AYUDA AMERICANA PARA ESPAÑA
. Más a la derecha hay una insignia de celuloide de un centímetro y medio de diámetro con un rostro de muchacha.

El dorso de la insignia nos informa de que se trata de otro producto de la compañía Whitehead and Hoag, que en este caso anuncia cigarrillos Perfection. Parece que el retrato formaba parte de una serie de bellezas femeninas de distintos estilos, que uno podía conseguir y contemplar a placer con sólo comprar la marca Perfection.

La chica de la insignia es una rubia de color miel, con sus correspondientes ojos azules, sus mejillas sonrosadas, su boquita de piñón y su lunar a la izquierda de la boca. Parece tranquila y bastante inexpresiva. Y su rostro es redondo, algo macizo e infantil, muy a tono con el concepto norteamericano de belleza del fin de siglo. Perfecta, robusta, constante y dócil. No creo que en nuestros días se reconociera esta imagen como una descripción de los encantos femeninos.

También la imagen de la chapa contigua resulta chocante según los criterios contemporáneos. Representa un feliz
boy scout
, con su sombrero de campaña y su pañuelo rojo al cuello. Su rostro blanco resplandece sobre un fondo azul, sonriendo con una sonrisa amplia, satisfecha y sin reservas. Enganchada al dorso de la chapa hay una cinta de lino con la leyenda
CAMPOREE-1935
.

Y junto a ella hay una curiosa insignia de empleado de la Feria Mundial de Chicago de 1933, la Exposición de Un Siglo de Progreso, que puede que contribuya a explicar la expresión del
boy scout
.

Aquella Feria Mundial fue la celebración más reciente del dominio definitivo sobre el mundo material. Fue la apoteosis del concepto de la tecnología como bendición. El inocente, feliz y
esperanzado boy scout
tuvo la fortuna de vivir en los límites mismos de la época por la que tanto habían luchado sus antecesores: el Futuro.

La deliberada, encomiable y grave rectitud de la Era Victoriana se había desvanecido con el inexplicable estallido de la primera guerra mundial y la locura de los años veinte, pero la sociedad había encontrado de nuevo el camino y lo seguía con determinación; y el noble pero anticuado concepto del deber había sido sustituido por el ideal, más perfecto, del Progreso.

¿Qué podía hacer aquella chica, aparte de echarse novio, casarse, tener hijos y criarlos? ¿Y por qué no iba a tener una expresión plácida, si la introspección, la ansiedad y la ira (que, desde luego, formaban parte de su vida) no formaban parte del ideal de belleza de su época, aunque sí de la nuestra?

A la izquierda de la estrella de la Policía Apache hay una chapa de identificación de una planta metalúrgica. Lleva la inscripción
EBALOY. ROCKFORD, IL FUNDICIONES INC.
, y el número 708. Es como un
sandwich
: dos capas de metal, entre las que se insertaba la foto del empleado, visible a través de una ventana en la parte delantera. La foto que lleva ahora no es la del empleado original, sino una instantánea recortada de una hoja de pruebas de película de 35 mm en blanco y negro.

Aun tratándose de una hoja de pruebas, la calidad de la fotografía es extraordinariamente buena. Un hombre y una mujer se rodean con los brazos, sonriendo a la cámara. Los dos llevan cazadoras de cuero, gafas de sol y gorras de béisbol. Se encuentran sobre lo que parece un muelle o embarcadero. Detrás de ellos se ve el agua de una bahía y un pequeño barco de pesca amarrado a otro muelle.

Se ve perfectamente que la mujer es muy guapa. Tiene el pelo largo y oscuro, y una sonrisa encantadora. Es muy esbelta y elegante. Tarde o temprano, esta insignia quedará destruida. Sin embargo, es probable que antes de que desaparezca, alguien la mire y se pregunte quiénes serían ese hombre y esa mujer; y tal vez, la persona que los mire invente historias sobre ellos. Ahí los tenemos, no muy diferentes de los Topperwein: la mujer a la izquierda, el hombre a la derecha, una cabeza más alto que ella. Dos parejas sonriendo a la cámara. ¿En qué estarían pensando aquel día, y quiénes serían?

Más o menos un palmo a la derecha, en el mismo tablero, hay un retrato de Dwight Eisenhower en una chapa barata de hojalata. Lleva la inscripción
I LIKE IKE
(«Me gusta Ike») y debajo de la fotografía están sus cinco estrellas de general.

Está también la chapa del sindicato que encontré en la calle: un rectángulo carmesí con la leyenda
APOYEMOS AL SINDICATO. YO APOYO AL SINDICATO DE TRABAJADORES ADMINISTRATIVOS Y TÉCNICOS DE HARVARD
. Recuerdo cómo la encontré. Fue un día lluvioso, en Cambridge, Massachusetts. Había habido bastante agitación y malos modos por ambas partes, por algo que creo que tenía que ver con el derecho de los empleados de Harvard a organizarse, o a hacer huelga, o alguna otra cosa que querían hacer como colectivo, a lo cual se oponía otro colectivo.

Fuera lo que fuera, cuando vi aquella chapa de APOYEMOS AL SINDICATO me pareció bastante curiosa, ya que era un rectángulo, y estaba de pie, apoyada en el bordillo de la acera. Me pareció tosca y bastante fea, pero al mirarla allí tirada en el arroyo, bajo la lluvia, pensé que podía incluirla en mi colección. Pero entonces pensé: no, no apreciaste la chapa cuando la viste legítimamente prendida a la ropa de los manifestantes. ¿Cómo puedes ser tan codicioso que la quieras ahora, al verla tirada? Me castigué con la acusación de que no se trataba de una nostalgia legítima y limpia, sino que me gustaba la basura. Así que pasé de largo y seguí andando un trecho, y entonces di media vuelta y regresé a recoger la chapa.

Porque no se trataba de algo lo suficientemente alejado de mí como para atribuirle el poder totémico de un artículo romántico. Y atesorarlo sin haber pasado por el rito purificador de una transacción comercial me parecía una herejía gnóstica y me hacía sentir incómodo.

Aun así, me la llevé y la clavé en el tablón de mi despacho, junto al borde. Y durante los meses siguientes, casi durante un año, cada vez que quitaba insignias del tablero para ponérmelas o para regalarlas, iba cambiando la chapa de Harvard a una posición cada vez más prominente, reconfortándome con la doble idea de que el tiempo la iba purificando y que algún día, tras mi desaparición, quedaría completamente purificada.

ESCRITO EN RESTAURANTES

Agradecimientos

Deseo dar las gracias a varias personas que me animaron a escribir prosa, me ayudaron a aprender a escribir mejor y apreciaron mi obra lo suficiente para publicarla o ayudarme a conseguir que la publicaran: Andy Potok, Richard Christiansen, del
Chicago Tribune
, Otis Guernsey, del
Dramatists Guiad Quarterly
, Wayne Lawson, de
Vanity Fair
, Dawn Seferian, de Viking Penguin; y mi agente, Andrew Wylie.

Prefacio

Algún cineasta ruso, quizá Eisenstein, o Pudovkin, o Evreinov, escribió que la preeminencia de los directores soviéticos a fines de la década de 1920 se debió a un motivo concreto: al comienzo de sus carreras no disponían de película. La guerra mundial y la revolución interrumpieron las importaciones de película virgen, de manera que lo único que los cineastas jóvenes podían hacer era sentarse a teorizar, como en efecto hicieron.

Pasé mi vigésimo año de vida en la Neighborhood Playhouse School of the Theatre, en Nueva York. En la Playhouse se nos expuso, se nos hizo practicar y se nos inculcó la idea de
una estética teatral unificada
; es decir, un teatro que en todos sus aspectos (diseño, representación, iluminación, métodos de ensayo, dramaturgia) estaba subordinado a la Idea de la Obra. Se nos enseñó que el propósito de la obra era llevar a escena, por mediación de los actores, la vida del alma humana.

Los imponentes problemas técnicos y espirituales planteados por la dedicación a estas ideas me resultaron fascinantes. ¿Cómo, me preguntaba, puede un actor superar su cohibición cuando actúa ante unas personas a las que desesperadamente anhela complacer? ¿Cómo puede el director comprender una obra compleja y comunicar esta comprensión a los actores por medio de instrucciones sencillas y físicamente representables? ¿Cómo puede el dramaturgo dedicarse a desarrollar la acción de la obra sin que sus diálogos se vuelvan tendenciosos?

Estos problemas, dignos de un rompecabezas chino, me tenían fascinado, y constantemente reflexionaba sobre ellos. Reconocí mi estado, años más tarde, cuando leí
The Imponed Bridegroom
, de Abraham Champán. Leyendo este libro descubrí en mí mismo el tipo racial del talmudista caído. En las especulaciones teatrales había descubierto, por primera vez en mi vida, una tarea que adoraba y cuya realización representaba exactamente lo contrario de un trabajo fatigoso y monótono.

Este estado de estudiante feliz me hermanaba con los cineastas soviéticos de las cámaras descargadas: estaba preparándome para ser actor, pero se trataba de una tarea para la cual carecía de disposición y (lo más importante) de una disciplina que quizá el talento me hubiera persuadido a aceptar.

¿Qué podía hacer, pues, con mi amor a la teoría sin un camino para aplicarla? Seguí el camino más habitual y me convertí en profesor. A la tierna edad de veintidós años me convertí en un vehemente y apasionado profesor de actuación.

En busca de un laboratorio práctico para mis intereses estéticos de mandarín comencé a dirigir obras representadas por mis alumnos, y Juego a escribir obras para que las representaran, y así, después de tales rodeos, llegué a la dramaturgia.

Los siguientes ensayos reflejan, creo, una constante preocupación y, más importante, una nunca desfalleciente fascinación por las dos ideas que descubrí en mis tiempos de estudiante: 1) todos los aspectos de la producción deberían reflej ar la idea de la obra; 2) el propósito de la obra es llevar al escenario la vida del alma.

Es posible que, tanto en los ensayos relativos al teatro como en aquellos que se ocupan de cuestiones en absoluto de mi incumbencia, haya caído alguna que otra vez en el dogmatismo. Espero que no sea éste el caso, y creo que no lo es, pero tal vez el lector opine de otra manera. Mi constitución actual es la misma que hace dieciocho años: básicamente, la de un estudiante inseguro que por fin ha descubierto una idea en la que puede creer
y
que experimenta la sensación de que, a no ser que se aferré a esa idea y se dedique a ella, estará perdido.

D.M
. 18 de diciembre de 1985.

I. ESCRITO EN RESTAURANTES
Policías y ladrones, el monoteísmo y las técnicas de arbitraje

En el juzgado de tráfico de Chicago hay una sala especial para los abogados de pico de oro. Se sientan ahí todo el día, fumando y comentando a quién han pillado, y los acusados dispuestos a declararse culpables van a esta sala a buscar un abogado.

Los abogados esperan sentados y miran, entre indiferentes y ansiosos, la puerta por la que entrarán sus clientes. Parecen chavales esperando a que el capitán del equipo los elija para jugar al Ahorcado. En el patio del colegio todos éramos abogados. Nos preocupaban mucho la propiedad, el honor y la correcta aplicación del poder mágico de las palabras.

En las narraciones o recapitulaciones de asuntos serios, nunca decíamos que nuestros compañeros habían «dicho» cosas, sino que «iban y…». Así pues, los chicos de diez o doce años considerábamos una
declaración
como una
acción
. (El va: «Ponte a tu lado de la línea o estás eliminado», y yo voy: «Estoy en mi lado de la línea; va desde el banco hasta la fuente».)

Nuestro código de honor escolar consideraba las palabras como algo mágico y poderoso por sí mismo, y era tan pomposo y puntilloso en el reconocimiento de esa magia como el código de derechos de autor o una cláusula de liquidación de daños. Era el lenguaje de los juegos, el lenguaje de una actividad que, en esencia, no es más que fingimiento… el lenguaje del Negocio Americano:

YO:
Voy a Shoreland, pero no quiero que venga Gussie.

TOM:
¿Por qué no?

YO:
Estábamos jugando a la pelota en el patio…

TOM:
¿Al fútbol o al béisbol?

YO:
Al béisbol.

TOM:
Ya.

YO:
Y perdimos la pelota.

TOM:
¿De quién era la pelota?

YO
(tras una pausa): De Gussie.

TOM:
Ya.

YO:
Y él va y que no vuelve a casa hasta que le paguemos la pelota que perdimos. Va a llamar a mi madre.

TOM:
¿Dónde la perdisteis?

YO:
En el tejado. Y yo voy: «Mira Gussie, no avisaste».

TOM:
¿No avisó?

YO:
¡No! Te lo estoy diciendo. El va: «sí que avisé.» Y yo voy: «No, no avisaste, Gussie. De eso nada. No avisaste. Si hubieras dicho "a pagar entre todos", lo habríamos oído, pero no dijiste nada. No.» Les pregunto a los de su equipo y Maurke va: «Yo creo que no avisaste, Gus.» Y yo voy: «¿Lo ves? Lo dice uno de tu propio equipo.» Y él, que eso no importa. Y era de su equipo…

TOM:
Ya.

YO:
Yo voy. «No te debo nada por la pelota, Gus. Si lo hubieras dicho, te pagana ahora mismo.» No es por el dinero…

TOM:
No.

YO:
«Sabes que otras veces la que se perdió fue
mi
pelota. Pregúntale a Mike o a quien quieras.» ¿Vale?

TOM:
Sí.

YO:
«En Jackson Park me rompisteis un faro y yo no dije nada porque no había avisado de pagar. (Pausa) -Y ahora tú tampoco has avisado.»

TOM:
¿Y qué dijo?

YO:
Que le había dejado sin pelota y que se la debía. Yo le digo que el lunes subo al tejado y la cojo. Me gustaría pagarle…

TOM:
Ajá.

YO:
Pero como no avisó, no puedo pagarle. El sabe que no es justo.

TOM:
Ya.

YO:
Y se lo dije, que no era justo. Si hubiera aviado, habríamos jugado con más cuidado.

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