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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, Thriller

Utopía (41 page)

BOOK: Utopía
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Kyle lo miró de nuevo, esta vez asombrado.

—Menos coña, tío. ¿Después de tomarte cuatro Supernovas? Piensa un poco.

La única respuesta de Tom fue una sonrisa.

Kyle pensó en la propuesta mientras estaba en mitad deja calle, sin hacer el menor caso de la riada de visitantes que los rodeaban. La Estación Omega era la «caída libre» de Calisto una atracción relativamente nueva donde los visitantes caían desde una gran altura. Lo habitual era sujetar a los viajeros en los asientos, como si viajaran en una montaña rusa vertical. Pero los diseñadores de Utopía habían tomado el concepto de caída libre y lo habían adaptado. En el Puerto Espacial de Calisto los viajeros subían en una escalera mecánica y entraban en lo que parecía ser la cabina de un ascensor que, de acuerdo con el guión, debía llevarlos hasta un transbordador. Pero, en el momento en que se cerraban las puertas del ascensor, se producía un terrible fallo. El ascensor comenzaba a sacudirse. Se oía el ruido de metales que se partían. Las luces se apagaban y la cabina comenzaba a llenarse de humo, Entonces, sin previo aviso, la cabina bajaba treinta metros en caída libre antes de que las luces se encendieran de nuevo y entraran a funcionar los frenos, y la cabina disminuía la velocidad rápidamente para detenerse con una notable suavidad.

Duraba poco, pero era fantástico; hasta tal punto que la Estación Omega era una de las atracciones con mayores exigencias de Utopía.

Kyle y Tom ya habían subido seis veces aquel día.

Kyle miro la multitud que caminaba hacia el Puerto Espacial. Seis viajes a la Estación ya era un récord. Había mucha gente, y la cola que habían hecho para el último viaje había sido la más larga del día.

Así y todo, siete veces consolidaría el logro, máxime después de haberse tomado cuatro Supernovas.

Además, era Tom quien lo había propuesto.

Kyle levantó el pulgar, y Tom le dedicó la mayor sonrisa del día.

—Venga —dijo Kyle, y se echó la capa al hombro—. Vamos allá.

15:50 h.

— Un momento —dijo Terri—. Aquí hay algo que no cuadra.

Warne levantó la cabeza y la miró. Angus Poole bajó la copa; y la miró también, atraído por algo en el tono.

La joven había abierto la bolsa de plástico y le daba vueltas a uno de los fragmentos.

—Es el disco. Está en blanco.

—¿Qué? —exclamó Warne—. ¡Imposible! Tenían que entregarle a John Doe la tecnología del Crisol.

—Pues este disco está en blanco. No tienes más que mirarlo con la luz ultravioleta. —Le entregó el trozo—. ¿Lo ves? Si lo hubiesen grabado, verías las marcas en el policarbonato.

No las hay. Ni una.

Poole cogió la bolsa.

—No veo nada.

—Haga caso a la palabra de un profesional —replicó la muchacha con un tono burlón.

—Eso no tiene ningún sentido —afirmó Warne—. ¿Por qué iban a darle un disco en blanco?

—Quizá no lo hicieron.

Warne se calló bruscamente, mientras intentaba encontrarle una razón a esta nueva sorpresa, a desentrañar la astuta jugada de John Doe. ¿Qué había dicho Poole? Detenerse un momento y hacer unas cuantas preguntas básicas. Entonces, súbitamente, tuvo una idea.

—Terri, el gusano que encontramos en tu ordenador lo instalaron hace un mes. ¿Hay alguna posibilidad de que lo hicieran a través de la red?

—No. Todos los terminales de Utopía tiene su propio cortafuegos. Ni siquiera puedo recibir Correos en esa máquina.

—¿Tiene una protección total?

—No hay pirata que pueda entrar.

—¿Ni externo ni interno?

Terri negó con la cabeza.

—Entonces eso solo puede significar una cosa: el gugano lo tuvieron que copiar físicamente en tu máquina. En tu laboratorio. —Warne hizo una pausa—. Haz memoria. ¿Quién pudo acceder a tu ordenador en aquellas fechas.

—Nadie.

—¿Ningún compañero? ¿Ni tu jefe?

—Lo habría sabido.

—¿Estás segura?

—Segura.

Warne se reclinó en lasilla. La idea que le había parecido tan prometedora se había convertido en una desilusión. Entonces se le ocurrió otra cosa.

—¿No habrás sido tú sin darte cuenta? ¿Instalaste algo nuevo? ¿Algún programa nuevo?

¿Actualizaciones?

—Nada, son muy estrictos con los sistemas de producción. No se instala ningún software sin la autorización previa de Información Tecnológica. No hemos instalado nada nuevo desde la metarred, y eso fue hace casi un año.

Warne se hundió todavía más en la silla. A su alrededor, el Mar de la Tranquilidad estaba a tope. Los dos adolescentes escandalosos de la mesa vecina se habían marchado, y en su lugar había una familia de seis. Los niños tomaban batidos de vainilla y jugaban con espadas de goma espuma.

—Espera un momento.

El tono en la voz de Terri hizo que se irguiera rápidamente.

—Hubo algo. Hace apenas un poco más de un mes.

Warne la miró.

—Pero no es lo que te imaginas, sino todo lo contrario.

—Dímelo.

—¿Recuerdas que comentamos que los sombreros blancos habían controlado todo el sistema de Utopía?

—Sí. Vinieron los de KIS, el mismo equipo que verificó Carnegie-Mellon. —Barksdale lo había mencionado en la reunión de la mañana.

—¿Los sombreros blancos? —preguntó Poole.

—Son los piratas que se alquilan —explicó Warne—. Espías legales. Las grandes empresas los contratan para que intenten entrar en sus sistemas y descubran los fallos en la seguridad.

—Miró a Terri—. Continúa.

—«Nos dieron un informe favorable. Dijeron que nuestra red estaba bien protegida. Pero repartieron un parche para algunos de los terminales de máxima seguridad. Para solucionar un agujero en Unix que potencialmente podía ser empleado por los piratas.

—¿Un parche? ¿Para cuántos terminales?

—No muchos. Unos veinte.

—El mío era uno de los veinte. —Fue una afirmación, no una pregunta.

Terri asintió.

Warne permaneció inmóvil durante un momento. Luego se levantó con tanta violencia que la silla se deslizó por el suelo transparente.

—¿Dónde está el teléfono más cercano?

—Los teléfonos públicos están en el Nexo. Tendremos que ir hasta la salida de Calisto y…

—No —la interrumpió Warne—. Necesitamos encontrar un teléfono. Cualquiera. Ahora.

Terri lo miró en silencio. Luego ella también se levantó y les indicó con un ademán que la acompañaran.

Warne dejó unos cuantos billetes en la mesa y medio caminaron, medio trotaron hacia la parte de atrás del bar y entraron en un amplio pasillo que llevaba al casino de Calisto.

Terri se acercó a una de las paredes y abrió una puerta muy bien disimulada. Estaba forrada con el mismo material oscuro de la pared, invisible salvo por el rectángulo gris del pasillo que había al otro lado. Warne entró, escoltado por Poole.

Terri cerró la puerta. Bajaron por una escalera y caminaron por un pasillo hasta llegar a una gran habitación donde había un grupo de empleadas trabajando en sus ordenadores.

Un par de ellas les dedicaron una mirada y continuaron con su trabajo.

Terri señaló un teléfono en una mesa desocupada. Warne cogió el teléfono, apretó un botón para tener una línea externa y marcó.

—¿Información? Necesito un número de Marlborough, en New Hampshire. Keyhole Intrusion Systems.

Al cabo de unos segundos, marcó el número que le facilitó la operadora.

—KIS —dijo la mujer que atendió la llamada.

—Por favor; con el despacho de Walter Ellison. —Warne cruzó los dedos mentalmente. Eran casi las cuatro. Si la memoria no lo engañaba, Walt Ellison era un adicto al trabajo.

Lo más probable era que estuviese allí, siempre y cuando no hubiese ido a visitar a un cliente. «Venga, maldita sea, venga, atiende de una vez», rogó.

—Ellison al aparato —respondió la voz que recordaba: fuerte, nasal, con acento bostoniano.

—Walt, soy Andrew Warne. Usted se encargó de revisar nuestro sistema en Carnegie-Mellon el año pasado. ¿Lo recuerda?

Al otro lado de la línea hubo un silencio, y por un angustioso momento creyó que Ellison lo había olvidado. Entonces escuchó una risa.

—Warne, desde luego. Robótica, ¿no?

—Sí.

—¿Cómo está aquel vendedor de helados, cómo se llamaba…?

—Currante.

—Sí, Currante. Fantástico. Algo sensacional. —Otra risa.

—Walt, escuche. Necesito que me haga un favor. Es algo referente a un cliente de KIS.

—Se refiere a Carnegie-Mellon.

—No.

El tono de Ellison cambió rápidamente, se hizo más distante.

—Un momento, doctor Warne, ya sabe que no puedo hablar de los otros clientes.

—Si estoy en lo cierto, no tendrá que hacerlo. Verá, no quiero que me hable de los trabajos que han hecho. Solo del trabajo que no han hecho.

—No lo comprendo —dijo Ellison, después de una pausa.

—¿Recuerda para quién era Currante?

—Claro, el par… quiero decir, sí, recuerdo la empresa.

—Bien. También sabe que yo hago trabajos para dicha empresa.

—Eso tengo entendido.

—Entonces no le importará responder a una última pregunta. ¿KIS realizó alguna vez una auditoría de Seguridad para ellos?

Silencio.

—Escuche. —Suplicó Warne—, necesito saberlo.

El silencio se mantuvo.

—Es una cuestión de vida o muerte, Walter.

Esta vez, oyó un suspiro.

—Supongo que no se puede considerar un secreto —acabó por decir Ellison—. Nunca trabajamos para ellos. Serían un gran cliente. ¿Cree que nos podría echar una mano, hablar con la persona adecuada?

—Muchas gracias —dijo Warne, y colgó. Luego se volvió para mirar a Terri y Poole—. KIS nunca estuvo en Utopía.

En el rostro de la muchacha apareció una expresión de absoluta incredulidad.

—Eso es imposible. Yo misma vi al equipo. Estuvieron aquí casi todo el día.

—Lo que viste fue la avanzadilla de John Doe.

Terri no respondió.

—Los parches de sistema que os dieron no eran más que espías. Cuando instalaste el parche, también instalaste el gusano en tu propio sistema.

—Quieres decir… —Terri se interrumpió—. ¿Quieres decir que todo aquello no fue más que un engaño?

—Muy ingenioso y perfectamente realizado. Para infectar determinados sistemas de Utopía, para allanar el camino a lo que esta ocurriendo ahora.

—Eso no puede ser. KIS es una compañía real. No puede tratarse de un engaño.

Terri hablaba muy rápido. «Comienza a comprender —pensó Warne—, y no le gusta ver adónde la conduce.»

—Sí, es una compañía real. John Doe lo sabía y tenía muy claro que Utopía nunca se dejaría engañar. Pero las personas que estuvieron aquí, las que hicieron la auditoría de seguridad, los que entregaron los parches de seguridad, eran impostores, no empleados de KIS. En lugar de cerrar cualquier posible acceso ilegal, los crearon.


Sira ulo
—murmuró Terri—. No.

—KIS nunca estuvo aquí. —Warne señaló el teléfono—. Ellos mismos me lo acaban de decir.

—Los habríamos descubierto —insistió Terri—. Fred en persona se encargó de la visita. Habría olido la trampa, se habría dado cuenta de que había gato encerrado.

Se interrumpió. Warne le sujetó las manos.

—Terri —dijo—. Fred Barksdale es el gato.

—¡No! —exclamó ella.

—Es él. Él es el topo de John Doe. Él le entregó a John Doe todo lo que necesitaba para infiltrarse en los sistemas. Nadie más tiene el acceso, la autorización. Nadie más podía montarlo.

Warne vio con una desconcertante claridad cómo caían uno tras otro los velos del engaño.

Sin duda, el primer paso había sido que los hombres de John Doe simularan el intento de entrar en los sistemas de Utopía, para facilitarle a Barksdale un motivo legítimo para llamar a Keyhole Intrusion Systems. Solo que no fue un equipo de KIS el que se presentó para comprobar las defensas de Utopía, sino los hombres de John Doe. Sin saberlo, Utopía no solo había permitido que le piratearan los sistemas, sino que les había abierto las puertas a los piratas. Aquellos extraños fallos que Sarah había mencionado, el desastre en la montaña rusa de Notting Hill, sin duda habían sido efectos colaterales del proceso de instalación o quizá comprobaciones hechas a sangre fría por John Doe. Sin embargo, incluso ahora, con las pruebas ante sus ojos, no quería enfrentarse a las consecuencias de semejante traición. «No, Barksdale no. Sabe demasiadas cosas de…» Mientras lo pensaba, el corazón comenzó a latirle desbocado.

Terri lo miró, con una expresión de desconcierto. Luego desvió la mirada y sacudió la cabeza sin decir palabra.

—Lo sé. Es algo terrible, terrible. Yo tampoco lo entiendo.

—Warne le apretó las manos—. Pero ahora no tenemos tiempo para descubrir la razón. —Miró a Poole—. Tiene que encontrar a Barksdale. Llévelo a Seguridad, deténgalo antes de que cause más daños. —Metió la mano en el bolsillo—. Aquí tiene mi pase. Yo tengo el distintivo de Sarah, no lo necesitaré.

Poole no se movió.

—Quiere que encuentre a Barksdale. ¿Qué pasará si se resiste? ¿Cree que aceptarán mi palabra contra la suya?

—Usted es el héroe, ya se le ocurrirá algo. Repítales lo que acabo de decirle.

Poole cogió la tarjeta y la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta. Cuando sacó la mano, sostenía una pistola.

Warne la miró sorprendido. Entonces recordó que el pirata les había disparado cuando estaban en el Núcleo y que el hombre había dejado caer el arma en la refriega. Era curioso que lo hubiese olvidado.

—¿Usted qué hará? —preguntó Poole. Accionó el cerrojo de la pistola antes de guardarla de nuevo—. Todavía quiero el pase permanente.

—No me pasará nada. Me reuniré con usted en las oficinas de Seguridad. Ocúpese de encontrar a Barksdale.

—Tenga cuidado —dijo Poole, y se marchó.

Warne miró a Terri, que permanecía en silencio con el rostro pálido y los labios apretados.

—¿Entiendes lo que significa todo esto? Si el disco está en blanco, quiere decir que lo cambiaron. Tienen el disco bueno. Ya tienen la tecnología del Crisol. ¿Por qué John Doe le pidió a Sarah un segundo disco y que lo entregue personalmente? La quiere a ella. No sé la razón, pero sí sé que está en peligro.

Mientras lo decía, otra imagen todavía más terrible apareció en su mente. Vio a Barksdale cuando le decía a Terri que se llevara a Georgia a tomar un refresco. «Barksdale sabe que mi hija está en el parque. ¿Lo sabe también John Doe?»

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