Los Jedi recurrieron a la Fuerza y saltaron y rebotaron sobre los peñascos llevando consigo a los judiciales. Desde un lugar más elevado tendrían una mejor visión de lo que se les avecinaba. Las barcas estaban movidas por repulsores y eran tan horrendamente extravagantes como las naves espaciales de la casa Vandron. Algunas tenían cráneos y volcadas cajas torácicas de ballenas cazadoras, otros elaborados mascarones de proa con horrendos rostros tallados.
Todas estaban equipadas con cañones láser de repetición.
La bestial flotilla se detuvo delante de la isla y sus armas apuntaron a la costa. Cada barca estaba tripulada por una mezcla de humanos, weequay, rodianos, bith, sullustanos y otras muchas especies, la mayoría vistiendo pesados ropajes, guantes y cascos que les cubrían bocas y narices.
En la proa de la nave principal, un humano alto apartó la bufanda de colores que le ocultaba la parte inferior del rostro y se llevó las manos a la boca.
—Por si sirve de algo, Jedi, teníamos planeado proporcionaros una bienvenida mucho más cálida y seca.
Saesee Tiin, Ki-Adi-Mundi y Qui-Gon se mostraron.
—La misma cálida bienvenida que brindasteis a nuestro otro crucero —dijo Tiin.
El humano hizo que la barca se moviera hasta situarse delante del Jedi.
—Vuestro otro crucero chocó con las minas cuando intentaba huir y fue destruido. No teníamos intenciones de disparar contra él.
—¿Cuáles son vuestras intenciones? —preguntó Ki-Adi-Mundi.
—La primera es declarar que nos entristece ver a los Jedi apoyando a la Federación de Comercio y oponiéndose al libre comercio en los sistemas fronterizos.
—No apoyamos a nadie —dijo Tiin ásperamente—. Nuestro único objetivo es solventar esta crisis antes de que degenere en una guerra abierta. Algo que también es la intención del canciller supremo Valorum, que no es vuestro enemigo en este asunto.
—No tenemos nada que ver con ese intento de asesinato —gritó alguien en otro bote.
El portavoz de los terroristas se volvió furioso hacia la barca de la que había salido esa voz, recuperando luego la compostura.
—Si Valorum no es nuestro enemigo, ¿por qué ha excluido al Frente de la Nebulosa de la Cumbre de Eriadu?
—Él mismo os lo explicará si aceptáis reuniros con él.
—No basta con eso —dijo el humano, negando con la cabeza—. La conferencia unirá a la Federación de Comercio y al Gremio de Comerciantes. Exigimos que Valorum cancele la Cumbre.
—¿Por eso hacéis esto? —preguntó Qui-Gon, haciendo un amplio gesto—. ¿Pretendéis cogernos como rehenes mientras planteáis vuestras exigencias?
—¿Qué posibilidades habría de que Valorum nos escuchase si no hubiéramos hecho esto antes, Jedi? —exclamó el humano abriendo sus enguantadas manos.
—¿Y si el Canciller Supremo se niega a escucharos ahora? —respondió Tiin.
—Entonces la sangre de quien muera aquí manchará las manos de Valorum —dijo el hombre tras una larga pausa—. Aquí somos todos conscientes de vuestras habilidades. Aún no estamos lo bastante desesperados como para intentar capturaros de forma violenta. Sabemos que probablemente podéis sobrevivir en este montón de rocas todo el tiempo que deseéis, incluso careciendo de comida y agua adecuados. Pero eso también nos parece bien. Por ahora, lo único que importa es que estáis aislados aquí. No obstante, tenemos la esperanza de que recuperéis la cordura y permitiréis que os metamos en una cárcel, más adecuada que aquello a lo que estáis acostumbrados.
La noche transcurrió con lentitud.
Los Jedi se calentaron empleando la Fuerza y se agruparon en el suelo de piedra del templo en ruinas que había en la cima de la isla, con los judiciales apretándose en medio de ellos. Palos de luz les proporcionaban iluminación cuando la necesitaban, y las tabletas de comida un poco de sustento. Pero carecían de agua, no pudiendo utilizar la del lago por su peligrosa concentración de sal.
Vergere encogió las piernas bajo ella y se sentó como si empollase algo. Yaddle se envolvió en sus delicadas ropas y se sumió fácilmente en un trance. Qui-Gon, Obi-Wan, Depa Billaba, Ki-Adi-Mundi y Saesee Tiin se turnaron para hacer guardia.
La Fuerza era mucha en la isla, pues pese a carecer ésta de vida, aún perduraba en ella la presencia de los antiguos que habían residido en ella.
El alba entraba por las ventanas trapezoidales de los muros del templo, proyectando largas sombras rojizas en la sala donde se hallaban. Cuando todo el mundo estuvo despierto, Yaddle y Depa Billaba fueron directamente al grano.
—Coruscant debe estar ya al tanto de nuestra situación —dijo Billaba—. Estoy seguro de que el Canciller Supremo no retrasará la Cumbre de Eriadu. Pero quizá se vea forzado a enviar más judiciales a Asmeru.
—Esto un conflicto garantiza —dijo Yaddle—. El
Eclíptica
perdido está, con todos los de a bordo, seguramente. Y ahora, más muertes se avecinan. Mejor forma de resolver esto hay.
No era la primera vez en sus 476 años de vida que la pequeña Jedi se veía prisionera. Decía la leyenda que había ascendido al rango de Maestro tras pasar más de cien años en una prisión subterránea de Koba.
—El Frente de la Nebulosa no puede aspirar a ganar nada reteniéndonos aquí —dijo Qui-Gon con evidente sospecha—. Deben saber que antes de estrellarnos pudimos comunicamos con Coruscant.
—Quizá ellos no lo vean así —sugirió Ki-Adi-Mundi—. Puede que no hayan considerado ese tipo de estrategia.
—Yo creo que sí la han considerado —repuso Qui-Gon mirándolo fijamente—. Ya la de visto antes en acción.
—Todo te explicará Cohl cuando por fin con él te encuentres —dijo Yaddle—. Hasta ese momento, decidir si luchamos o cedemos, debemos.
Las esbeltas orejas de Vergere se irguieron. Clavó en Qui-Gon una mirada inquisitiva, antes de clavar sus oblicuos ojos en el umbral sin puertas que conducía a la sala contigua del templo. Qui-Gon escuchó atentamente por un momento, levantándose luego junto con Ki-Adi-Mundi para desplazarse en silencio a los laterales de la abertura.
Yaddle, Depa y Vergere reanudaron la conversación como si no pasara nada anormal. De pronto, Qui-Gon y Ki-Adi-Mundi alargaron el brazo hacia el umbral, sacando a la escasa luz del sol a un humanoide que parecía haber salido del mismo suelo. La gruesa piel del ser, fuera macho o hembra, era resistente al viento, la nieve y la radiación solar de las grandes alturas. Sus cuatro manos y sus pies desnudos estaban configurados para cavar, y su espalda diseñada para transportar grandes cargas. Unos ojos capaces de ver en la oscuridad destacaban en un rostro apenas insinuado, carente de nariz y orejas, y con una boca apenas apropiada para el habla.
Levantado por los dos Jedi, el bípedo empezó a balbucear nerviosamente en una lengua desconocida.
Depa se puso en pie.
—Habla la lengua de los comerciantes de las casas del sector Senex.
—Uno de los supuestos fracasos en bioingeniería es —asintió Yaddle.
El esclavo continuó hablando con la mirada fija en Depa.
Ella le escuchó, le sonrió luego con amabilidad y le tocó en el hombro.
—Parece que hay otra alternativa que no habíamos considerado. Dice que nos ofrece ayuda para escapar.
—¿De qué manera? —preguntó Qui-Gon al esclavo.
—Tomando el mismo camino que ha tomado él para llegar a nosotros —tradujo Depa.
El esclavo se movió hacia la sala contigua. Qui-Gon y Obi-Wan encendieron dos palos de luz y atravesaron el umbral. En la pared del fondo había entreabierta una puerta de piedra de un metro de grosor.
—¿Este lugar durante la noche no explorasteis? —preguntó Yaddle detrás de ellos.
—Así lo hicimos, Maestro —dijo Obi-Wan.
—Descuidados sois —replicó ella meneando la cabeza.
El esclavo le dijo algo a Depa.
—Dice que este templo se comunica con la ciudad por medio de túneles subterráneos. Algunos de esos túneles llevan a los edificios que rodean la Plaza Principal. Parece ser que la plaza no suele estar muy vigilada, y cree que podremos apoderamos fácilmente de los cazas estacionados en ella.
—Hacer eso pretendemos, desde luego —repuso Yaddle estrechando los ojos—. Menos segura estoy de nuestras posibilidades para Asmeru dejar.
Tiin asintió con resolución.
—Pospongamos cualquier decisión hasta que se nos presente esa opción.
Cruzaron la puerta oculta en fila de a uno y entraron en un pasillo frío y húmedo. Al principio de un tramo de escaleras descendente se encontraron con otros dos esclavos, casi idénticos al primero. Un humo aceitoso y amargo se alzaba de sus antorchas.
El ancho túnel al que daban las escaleras estaba construido sin cemento, pero con piedras cortadas con tal precisión que encajaban unas con otras, estando algunas de ellas curvadas para formar columnas abovedadas. Los temblores de tierra habían dañado la obra de los antiguos habitantes del planeta y el agua del lago se filtraba por las antaño sólidas junturas, encharcando el suelo de piedra. Había lugares donde los muros estaban completamente cubiertos de sal.
Depa siguió conversando con el esclavo mientras iniciaron el descenso bajo el lago.
—Cuando el Frente de la Nebulosa llegó a Asmeru, pidió refugio a los esclavos sin exigirles nada —explicó ella—. Pero los que llegaron después, los miembros que éste llama «los soldados», obligaron a los esclavos a entregarles sus casas y a proporcionarles comida. Los soldados son tan crueles como los Señores de Senex, y suelen enfrentarse a menudo con los miembros menos violentos del Frente por la forma en que deben hacerse las cosas. Por fortuna, en este momento en el planeta hay pocos soldados con mando.
—Pocos soldados —le dijo Qui-Gon a Obi-Wan—. Qué raro.
—¿Por qué lo dices, Maestro?
—¿Dónde están ellos, mientras nosotros estamos aquí?
El túnel empezó a ascender y el goteo cesó, indicando que habían llegado a tierra firme. Del túnel principal partían túneles más pequeños en todas direcciones, habiendo claras señales de que esos pasajes se utilizaban de forma regular para desplazarse por la antigua ciudad. En las paredes se habían colocado improvisados candelabros, y el borde de las piedras en las intersecciones de los túneles estaba pulido y lustroso por la caricia de incontables manos.
—Estamos cerca de la plataforma de aterrizaje —anunció Depa en voz baja.
El túnel central desembocó en una gran caverna rectangular, con escaleras ascendentes en el centro de cada pared. Depa señaló la más cercana.
—Esto nos conducirá a la pirámide del norte. Los cazas están aparcados cerca del edificio donde está el generador del rayo tractor.
—Es una buena distancia a cruzar —dijo Qui-Gon.
—La mayoría de los guardias están acuartelados en la pirámide del rayo tractor. Encontraremos resistencia.
El esclavo los condujo escaleras arriba y los guió a través de una serie de pequeñas salas hasta llegar a una enorme salida que daba a la plaza. Desde allí podían verse los CloakShape aparcados junto al
Halcón Murciélago
en un trío de plataformas de aterrizaje.
A media distancia, unos guardias armados intercambiaban comentarios en básico.
Qui-Gon y Obi-Wan dejaron atrás a los esclavos y encabezaron el grupo que entró en la plaza, en su mayoría cubierta por las sombras de la mañana. Apenas estaban a medio camino del caza más cercano cuando una voz les llamó.
—Me alegra ver que han decidido unirse a nosotros.
Siete sables láser se encendieron a la vez, cuando los Jedi formaron un círculo protector, situándose las hojas de energía en posición para rechazar disparos. Los judiciales estaban agazapados en el centro del círculo con las pistolas desenfundadas.
El humano que les había hablado desde la barca se asomo al balcón del edificio palaciego que dominaba la plaza. Entonces, por todos los lados de la plaza aparecieron soldados del Frente de la Nebulosa, apuntándolos con todo tipo de armas láser. Tras los terroristas había un público de esclavos curiosos pero precavidos.
—Vuelven a traicionarnos —dijo Ki-Adi-Mundi.
Depa volvió la mirada hacia la puerta de la pirámide. Los tres esclavos temblaban de miedo y estaban siendo empujados hacia delante por dos terroristas armados.
—Sólo por nuestra predecibilidad —repuso.
—Es algo que no dejo de pensar desde Dorvalla, padawan —dijo Qui-Gon mirando a su discípulo—. Aquí sucede algo más al margen de lo que sabemos.
El portavoz de los terroristas bajó hasta la plaza por una escalera exterior, donde se le unió un segundo miembro, un bith.
Obi-Wan miró un momento a Qui-Gon.
—Maestro, ¿no es ése…?
—Calla, padawan.
El humano y el bith se detuvieron a cierta distancia del ominoso círculo que habían formado los Jedi.
—Aquí hay dos decisiones posibles —empezó a decir el humano—. Por supuesto, podemos luchar. Y, seguramente, al final los vencedores no serenos nosotros. Pero en el proceso morirán algunos de vosotros, y los que no mueran tendrán que matarnos a todos. O bien… —hizo una pausa— podemos bajar todos las armas.
Qui-Gon miró a Yaddle y a Tiin, que asintieron lacónicamente y desactivaron los sables láser. Los terroristas, por su parte, empezaron a enfundar sus pistolas a una señal de su portavoz. Los demás Jedi les imitaron desactivando sus armas, pero manteniéndolas preparadas.
—Me alegra ver que podemos llegar a un entendimiento —dijo el humano con lo que parecía auténtico alivio.
La mirada de Qui-Gon recorrió a los terroristas que tenía delante.
—¿Dónde está el capitán Cohl? —preguntó un momento después. La pregunta pilló desprevenido al humano.
—Ah, por supuesto —replicó un instante después—. Ha reconocido su nave.
—¿Dónde está?
—Siento informarle de que el capitán Cohl ya no está con nosotros —respondió el humano negando con la cabeza—. Creo que se ha retirado. Pero, volviendo al asunto que nos ocupa, ¿tenemos una tregua?
—Al menos una temporal —adelantó Tiin con precaución.
—Antes debo resolver un asunto pendiente —dijo el terrorista, volviéndose después hacia los soldados que habían conducido a la plaza a los tres esclavos.
Las pistolas láser se dispararon sin previo aviso y los esclavos cayeron a tierra. Depa se separó del círculo y corrió hacia ellos, poniendo una rodilla en tierra al inclinarse hacia el esclavo que los había guiado fuera de la pirámide. Tocó el cuello del esclavo, para mirar luego a Yaddle y menear la cabeza con gesto dolorido.