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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (7 page)

BOOK: Vespera
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—Mi emperador —dijo Silvanos a Valentino mientras estaban de pie frente a un panel de éter más pequeño en la sala de espera del almirante, aguardando a que el grabador terminara su misión—, si tuvieras que organizar una emboscada con navíos convencionales aquí mismo, ¿qué harías?

Valentino reflexionó unos instantes.

—¿Contra un buque como el
Monarch
? ¿Si no supiera muy bien de lo que es capaz? Por muchos que tuviera, cogería mi navio más pequeño y lo escondería en el norte y, después, provocaría algún motivo por el que la presa debiera virar hacia el sur. Hasta que su principal armamento no me apuntara y entonces avanzaría por detrás tratando de destruir los respiraderos de sus motores y bombardearía los compartimentos de sus reactores. Son tácticas bastante comunes y el capitán de la
Monarch
debería saber cómo reaccionar ante ellas.

—Entonces, éstas no eran aguas hostiles —señaló Silvanos—. ¿Quién se atrevería a tender una emboscada a un crucero de guerra imperial en un canal principal? Allí afuera, a mar abierto, quizá, ¿pero aquí?

—Hay que sentirse muy seguro de uno mismo para tender una emboscada en mar abierto —dijo Valentino—. Esa es la razón por la que muchas batallas navales se libran cerca de la costa... encontrar a alguien allí afuera es prácticamente imposible a no ser que se conozca su ruta exacta. Este lugar tiene mucho más sentido.

—Excepto que no parece que hayan usado armas convencionales —apuntó Silvanos.

—¿Y cómo si no pudieron hacerlo? —el emperador enarcó las cejas—. Aesonia, ¿podría un mago del Agua destruir un buque como éste sin abrir fuego?

La expresión de la emperatriz era cuidadosamente neutral.

—En teoría, es posible. Yo sería capaz de hacerlo. Y quizá uno o dos de mis colegas, pero incluso nosotros tendríamos dificultades si hubiera otro mago del Agua en las proximidades.

—Sabemos que lo había —dijo Valentino.

—¿Lo sabemos? —dijo Silvanos—. Se supone que un mago-escolta debería acompañar a la
Monarch
. Hasta ahora no tenemos ni idea de si realmente había uno. En un viaje rutinario, si la maga se retrasara o no llegara, podrían partir sin ella.

—¿Estás sugiriendo que una de mis magas abandonaría su obligación? —replicó Aesonia con frialdad.

Sus magas. Aesonia había nacido en el poder. Nacida una Salassa, descendiente de la familia gobernante del clan más antiguo, consagrada a Sarthes a una edad temprana y, según parecía, destinada a convertirse en la abadesa algún día. A pesar de abandonar Sarthes para convertirse en comandante durante la Guerra Civil, y casarse con Catilina cuando se autoproclamó emperador (más exactamente, ella se casó con él con la condición de que se proclamara emperador), ella continuó siendo una exiliada. Solamente la abadesa Hesphaere de Sarthes tenía tanto poder entre los exiliados como ella, y pocos más la igualaban en la misma Thetia.

—Quizá no voluntariamente —Silvanos señaló la pantalla de éter—. No veo signo alguno de batalla, de modo que la
Monarch
, o no fue destruida con armas convencionales o los atacantes dieron muestras de una pasmosa exactitud con sus torpedos. Lo que a mi entender sólo deja como posibilidades la tecnología, las artimañas o la magia.

—Hablas como si las artimañas y la magia fueran lo mismo —dijo Aesonia; pero Valentino los interrumpió antes de que Silvanos pudiera responder.

—¿Artimañas? ¿Quieres decir traición, sabotaje? —preguntó el emperador.

—Exacto. El ISMS concluyó que la
Monarch
fue destruida, en términos materiales, por la explosión de un reactor. Intento verificar eso personalmente si es que es posible, pero el caso es que no sé de ninguna otra cosa capaz de partir a una manta por la mitad. ¿No es cierto, almirante? —Parecía haber asimilado él también el hábito de llamar «almirante» a Valentino, como hacían todos los demás.

Valentino asintió con un gesto y Silvanos continuó. Su voz había adquirido esa calidad precisa y carente por completo de emoción que tan bien conocía Rafael, un firme indicador de que seguía una cadena lógica de pensamiento.

—Así pues, para verificar esto tenemos que hallar la causa de la explosión. Ataque convencional, ataque mágico, sabotaje interno o fallo del sistema son todas las explicaciones posibles.

—Sería difícil para un mago del Agua destruir un navio mediante una explosión —dijo Aesonia—. Resultaría más fácil para un mago del Fuego.

Pero los magos del Fuego habían desaparecido. Fue el Dominio del culto al Fuego el que lanzó la Cruzada contra Thetia hacía más de cuarenta años, en un intento de recuperar su hegemonía religiosa, y fracasó. Todavía ahora quedaban algunos en Thetia que profesaban el culto a la fe del Dominio, pero la práctica de su magia estaba completamente prohibida.

—En ese caso, tendríamos un motivo y una posibilidad —apuntó rápidamente Silvanos—. En cuanto al sabotaje, cualquiera podría haberlo cometido. Otra posibilidad sería un fallo del sistema.

—Pero improbable —dijo Valentino—. Un reactor no puede caer en cascada tan rápidamente como para que la tripulación no tenga tiempo de embarcar en las rayas de escape. Y el emperador habría sitio su primera prioridad.

—Si se mantiene la disciplina debida —dijo Silvanos.

Rafael se sintió tenso.

—Podrían imaginarse circunstancias tan extremas en las que cada uno luchara exclusivamente por su propia integridad —continuó Silvanos, observando la expresión de Valentino—. Nunca ha ocurrido anteriormente y las pruebas no lo corroboran. Los hombres más próximos a las rayas de escape se habrían puesto a salvo con ellas sin pensar en nadie más y no habrían quedado restos de estas naves.

—Entonces, ¿qué crees que ha ocurrido? —preguntó el emperador, frunciendo su boca en un gesto de impaciencia o quizá de furia.

—Sin haber inspeccionado personalmente el naufragio, supondría que sabotaje —dijo Silvanos—., Sin embargo, un mago del Fuego que actuara a cierta distancia, produciría el mismo efecto, de manera que no podemos descartarlo. Además, dejaría muy pocos indicios.

—Así pues, traición —dijo Valentino, con desprecio absoluto.

—Sí.

—Traición vesperana —le corrigió Aesonia, y nadie en el puente la contradijo.

* * *

Pasaron otras dos horas más o menos y ya estaba bien entrada la tarde, cuando Silvanos se dio por satisfecho con el reconocimiento. La
Soberana
llevó a cabo varias inspecciones por su cuenta y, a continuación, la nave escolta exploró el área concienzudamente. Si el capitán de la
Allecto
se sentía incómodo, lo ocultó muy bien al dirigirse al emperador, pero lo cierto es que pudo percibirse un matiz de alivio en su voz al acusar recibo de la orden de Valentino para conducirlos a la isla de Zafiro.

La flotilla siguió en fila a la
Allecto
por un canal más estrecho a través del espeso bosque al sur. Pronto comenzó a ascender el fondo marino y el kelp desapareció por completo dando paso a una profusión de agujas de coral que hizo del pilotaje de la
Soberana
una delicada tarea. Pero al final, la nave penetró en un lago pequeño al norte de la isla principal y, lentamente, ascendió. Después de tres días de luz de éter, el momento de salir a la superficie fue como llegar al cielo. La luz solar entraba a raudales por las ventanillas mientras Rafael contemplaba una isla de intenso verde, cubierta de bosque tropical recortándose sobre un cielo azul completamente despejado. En tierra, en la base de la única montaña de la isla, un desordenado grupo de construcciones de arenisca, casas y torres y un edificio más grande provisto de una cúpula, se diseminaban por la franja costera, protegidos en el flanco que daba al interior por raros muros arcaicos, altos y con almenas triangulares. Muros que jamás resistirían un cañonazo.

—Toda la isla pertenece al clan Jharissa —explicaba Silvanos a Valentino—. Siendo como es una estación de paso para navíos que se dirigen o vienen del norte, creemos que éstos guardan aquí gran parte de su equipamiento especial. Y, según parece, algunas de las familias de los tratantes árticos viven aquí.

A los miembros de Jharissa también se les conocía con el nombre de «tratantes árticos», el clan que había ascendido de la nada al poder y a la riqueza en poco más de una década transportando hielo desde el lejano norte a la tropical Vespera para conservar fríos los alimentos, la carne y las bebidas.

—Debemos mantener alta la guardia —dijo Valentino—. Capitán, reúna una partida de tierra entre sus soldados.

—Deberíamos llevarnos también a mis guardias del templo —dijo Aesonia—. Su presencia podría evitarnos adoptar cualquier medida extrema. —Aesonia disponía de su propia guardia personal formada por tribunos de los territorios controlados por Exilio, leales hasta la médula a los exiliados y provistos de corazas que, según se decía, estaban hechas de piel de kraken.

—Ocho soldados, cuatro guardias del templo —dijo Valentino, cuando la
Soberana
aminoró la marcha para atracar—. Y algunos de sus oficiales, capitán.

Parecía no haber pasarelas submarinas, tan sólo una red de plataformas de madera con extremos voladizos, que constituían plataformas de amarre para tres o cuatro mantas. Extraño para un clan que tenía mantas a su servicio así como buques de superficie pero; aparte de la
Allecto
, no había ninguna otra nave en la laguna. Sólo un único clíper de hielo, con las velas bien recogidas en las vergas de sus cuatro mástiles y con sus hombres trabajando afanosamente sobre su casco reforzado.

Sólo recientemente Jharissa había comenzado a emplear mantas, recordó Rafael. Las mantas se congelaban en los mares árticos pero en los últimos años Jharissa había descubierto un sistema para solventar este problema y había empezado a retirar paulatinamente sus
clípers
más lentos.

Al abrirse la escotilla. Rafael sintió una ráfaga de aire húmedo y cálido recorrer la nave, y cuando percibió la fragancia de la vegetación y el aire salado inspiró profundamente. El calor envolvió sus ropas negras como una frazada... pero después de tanto tiempo en el espacio confinado de la manta, encontrarse al aire libre era un verdadero placer. El paisaje del bosque, la aldea y el agua azul que los rodeaba por todas partes eran agradables, pero la luz... la luz del sol sin filtrar, el brillo del sol ecuatorial... era maravilloso.

La sensación de paz duró hasta que se encontraron con Iolani Jharissa.

* * *

Nunca habría imaginado que la líder del clan Jharissa fuera tan joven. No podía llevarle más de unos pocos años a Rafael; tendría treinta y cinco a lo sumo.

O tan vieja, porque su mirada, al dirigirla al emperador, con los brazos cruzados al frente, flanqueada por un par de tratantes árticos con la mismas ropas negras, funcionales y ajustadas, era la de una mujer que parecía haber vivido más de una sola vida.

Además, en una tierra de sureños de piel aceitunada y cabellos morenos, ella tenía una epidermis pálida, apenas tocada por la luz del sol, y un cabello liso y rubio ceniza recogido por detrás.

Y por todas estas cosas y ninguna, en la cabeza de Rafael sonaban campanillas de alarma. Algo iba mal. Y lo supo desde el instante en que por primera vez puso sus ojos sobre la isla de Zafiro.

—Bienvenido a Zafiro, mi emperador —dijo en un tono brusco—, ¿A qué debemos el honor?

Ella dirigió, sin embargo, sólo una mirada de un segundo a Valentino, antes de observar por detrás de él a Aesonia y a continuación al resto. Antes de que el emperador respondiese, sus ojos tuvieron tiempo de posarse sólo un momento sobre Rafael, con una expresión de desconcierto.

—Estoy aquí para investigar el asesinato de mi padre, gran thalassarca —dijo él.

Thalassarca era el título del líder de un clan, pero «gran thalassarca» significaba que Iolani formaba asimismo parte del Consejo de los Mares. Era inusual. Los vesperanos tendían a dejar la política para una edad más adulta, consagrando su juventud y madurez a los más importantes asuntos del comercio.

Los vesperanos. ¿Por qué él no se consideraba a sí mismo un vesperano más? Rafael era vesperano. Había crecido en la enorme, antigua y cosmopolita ciudad que había sido el corazón de Thetia durante mil años, pero ahora a Rafael le parecía diferente, otro mundo.

—¿Para investigar? ¿O para culparnos?

—Eso depende de quién sea el culpable —contestó Silvanos.

—No habría pensado que tales cosas te preocuparan, mi señor Quiridion —dijo ella—. En cuanto a tu petición, emperador, si vienes a descubrir la verdad y no a ocultarla, podremos ayudarte.

Rafael echó un vistazo a la costa y divisó grupos de tratantes árticos embutidos en cuero negro, observando desde la fila de árboles que guarecían las construcciones de la avanzada. No podía distinguir si estaban o no armados, pero no abrirían fuego estando su líder tan cerca.

—Sólo aquellos que tienen algo que esconder han de temer a la verdad —dijo Valentino.

—Una de las excusas más viejas de la tiranía. Está bien saber que todavía está vigente. Las viejas son siempre las mejores. —Ella le dirigió una sonrisa glacial.

—Interrogaremos a tu pueblo para saber lo que vieron la noche del asesinato —dijo Aesonia.

—No lo haréis sin mi permiso —replicó Iolani al instante y Rafael dio un paso al frente, antes de que nadie del grupo imperial tuviera tiempo de formular una respuesta.

—Gran thalassarca, el emperador me ha pedido que investigue en su nombre. ¿Podría obtener permiso para hablar con aquellos de vuestro pueblo que pudieron presenciar alguna cosa?

¡Eh! Había evitado que el emperador o su madre se viesen en la obligación de pedirlo, lo que nunca habrían hecho, y había privado a Iolani de la oportunidad de negarse con tal pretexto.

—Ya que tienes la cortesía de solicitarlo —dijo Iolani, poniendo su atención en Rafael—, sí, puedes, siempre y cuando seas tan amable de decirme tu nombre. A menos que prefieras que te llamemos el Aprendiz de las Sombras.

—Rafael Quiridion —contestó—. Y si el Aprendiz de las Sombras es todo lo que queréis llamarme, sospecho que habré tenido suerte.

—De manera que nos hemos ganado las atenciones del cuervo joven así como las del viejo —dijo ella—. Me siento halagada.

Rafael no replicó, negándose a picar el anzuelo. Ella estaba buscando el insulto, algún punto de desacuerdo que pudiera transformar en una legítima razón para negarse a su petición.

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