Viaje al fin de la noche (61 page)

Read Viaje al fin de la noche Online

Authors: Louis-Ferdinand Céline

Tags: #Drama

BOOK: Viaje al fin de la noche
4.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Así mismo se lo dije a Robinson.

«Puede ser —fue y me respondió, devolviéndome la pelota—, pero tú ya puedes ser médico y tener instrucción y todo, que no comprendes nada de mi forma de ser…»

«¡Anda, calla, Léon! —acabé diciéndole y para terminar—. Calla, desgraciado, ¡y deja en paz tu forma de ser! ¡Te expresas como un enfermo!… Cuánto siento que Baryton se haya ido al quinto infierno; si no, ¡te habría puesto en tratamiento, ése! ¡Es lo mejor que se podría hacer por ti, por cierto! ¡Encerrarte, lo primero! ¿Me oyes? ¡Encerrarte! ¡Vaya si se habría encargado ése, Baryton, de tu forma de ser!»

«Si tú hubieras tenido lo que yo y hubieses pasado por lo que yo he pasado —saltó al oírme—, ¡bien enfermo que habrías estado también! ¡Te lo garantizo! ¡Y puede que peor que yo aún! ¡Con lo cagueta que eres!…» Y entonces empezó a ponerme de vuelta y media, como si hubiera tenido derecho.

Yo lo miraba fijamente, mientras me ponía verde. Estaba acostumbrado a que me maltrataran así, los enfermos. Ya no me molestaba.

Había adelgazado mucho desde lo de Toulouse y, además, algo que yo no conocía aún le había subido a la cara, como un retrato, parecía, sobre sus facciones enormes, con el olvido ya, silencio en derredor.

En las historias de Toulouse había otra cosa más, menos grave, evidentemente, que no había podido tragar, pero, al acordarse, se le revolvía la bilis. Era haberse visto obligado a untar la mano a toda una patulea de traficantes para nada. No había podido tragar lo de haberse visto obligado a dar comisiones a diestro y siniestro, en el momento de tomar posesión de la cripta, al cura, a la señora de las sillas, a la alcaldía, a los vicarios y a muchos otros más y todo ello sin resultado, en una palabra. Cuando volvía a hablar de eso, es que se ponía enfermo. Robo a mano armada, llamaba esos manejos.

«Entonces, ¿os casasteis, a fin de cuentas?», le pregunté, para acabar.

«Pero, ¡si te he dicho que no! ¡Yo ya no quería!»

«¿No estaba mal, de todos modos, la Madelon? ¿No irás a decirme que no?»

«La cuestión no es ésa…»

«Pues claro que sí que es ésa la cuestión. Si estabais libres, como dices… Si estabais absolutamente decididos a marcharos de Toulouse, podíais perfectamente dejar encargada del panteón a su madre por un tiempo… Podíais volver más adelante…»

«Lo que es el físico —prosiguió— no hace falta que lo jures, era mona de verdad, lo reconozco, no me habías engañado, desde luego, y sobre todo que, tú fíjate, cuando volví a ver por primera vez, como preparado a propósito, fue a ella, por así decir, a quien vi la primera, en un espejo… ¿Te imaginas?… ¡A la luz!… Ya hacía por lo menos dos meses que se había caído la vieja… La vista me volvió como de repente ante ella, al intentar mirarle la cara… Un rayo de luz, en una palabra… ¿Me comprendes?»

«¿No fue agradable?»

«Menudo si fue agradable… Pero eso no era todo…»

«Te diste el piro, de todos modos…»

«Sí, pero te voy a explicar, ya que quieres entender, fue ella la primera que empezó a encontrarme raro… Que si estaba desanimado… Que si estaba antipático… Chorraditas, pijaditas…»

«¿No sería que te remordía la conciencia?»

«¿La conciencia?»

«Tú sabrás…»

«Llámalo como quieras, pero no estaba animado… Y se acabó… De todos modos, yo creo que no eran remordimientos…»

«¿Estabas enfermo, entonces?»

«Eso debe de ser más bien, enfermo… Por cierto, que hace ya una hora por lo menos que intento decírtelo, que estoy enfermo… Reconocerás que tardas la tira…»

«¡Bueno! ¡Vale! —le respondí—. Lo diremos, que estás enfermo, ya que es lo más prudente, según tú…»

«Bien hecho —volvió a insistir—, porque de esa mujer me espero cualquier cosa… Es pero que muy capaz de soltar la liebre antes de nada…»

Era como un consejo que parecía darme y yo no quería sus consejos. No me gustaba nada todo aquello, por las complicaciones que iban a presentarse otra vez.

«¿Crees que soltaría la liebre? —le pregunté otra vez para asegurarme—. Pero, ¡si era tu cómplice en cierto modo!… ¡Eso debería hacerla reflexionar un momento antes de ponerse a largar!»

«¿Reflexionar?… —volvió a saltar él, entonces, al oírme—. Cómo se ve que no la conoces… —Le hacía gracia oírme—. Pero, ¡si no dudaría ni un segundo!… ¡Te lo digo yo! Si la hubieras tratado como yo, ¡no lo dudarías! ¡Te repito que está enamorada!… Entonces, ¿es que no has conocido tú a una mujer enamorada? Cuando está enamorada, ¡es una loca, sencillamente! ¡Una loca! Y de mí es de quien está enamorada, ¡loquita!… ¿Te das cuenta? ¿Comprendes? Conque, ¡todas las locuras la excitan! ¡Es muy sencillo! ¡No la detienen! ¡Al contrario!…»

Yo no podía decirle que me extrañaba un poco, de todos modos, que hubiera llegado en unos meses a ese grado de frenesí, Madelon, porque, de todos modos, yo la había conocido un poquito, a Madelon… Yo tenía mi opinión sobre ella, pero no podía comunicarla.

Por su forma de espabilarse en Toulouse y por las cosas que le había oído decir, estando yo detrás del álamo, el día de la gabarra, era difícil imaginar que hubiera podido cambiar de disposiciones hasta ese punto y en tan poco tiempo… Me había parecido más espabilada que trágica, desenvuelta de lo lindo y muy contenta de pescarlo, a Robinson, con sus cuentos y camelos siempre que podía hacer el paripé. Pero de momento, llegados a ese punto, yo no podía decirle nada. Tenía que dejarlo pasar. «¡Bueno! ¡Vale! ¡De acuerdo! —concluí—. ¿Y la madre, entonces? ¡Debió de armar la marimorena, la madre, cuando comprendiera que te las pirabas y de verdad!…»

«¡Y que lo digas! Y eso que se pasaba todo el santo día diciendo que yo era un cochino, ¡y, tú fíjate, justo cuando más necesitaba, al contrario, que me hablaran amablemente!… ¡Unas monsergas!… En una palabra, aquello no podía continuar tampoco con la madre, conque le propuse a Madelon dejarles el panteón a ellas dos y marcharme yo, por mi parte, a dar una vuelta, volver a ver mundo un poco…

»“Irás conmigo —protestó ella entonces—. Soy tu novia, ¿no?… Irás conmigo, Léon, ¡o no irás!… Y además —insistía— que no estás curado del todo…”

»“¡Sí que estoy curado y me voy a ir solo!”, le respondía yo… Y de ahí no salíamos.

»“¡Una mujer acompaña siempre a su marido! –decía la madre—. ¡Lo que tenéis que hacer es casaros!” La apoyaba sólo para fastidiarme.

»Al oír esas cosas, yo sufría. ¡Ya me conoces! ¡Como si hubiera yo necesitado a una mujer para ir a la guerra! ¡Y para escapar de ella! Y en África, ¿es que tenía mujeres yo? Y en América, ¿tenía acaso mujer yo?… De todos modos, de oírlas discutir así durante horas, ¡me daba dolor de vientre! ¡Un tostón! ¡Sé para lo que sirven las mujeres, de todos modos! Tú también, ¿eh? ¡Para nada! ¡Pues no he viajado yo ni nada! Por fin, una noche que me habían sacado de quicio de verdad con sus rollos, ¡fui y le solté de una vez a la madre todo lo que pensaba de ella! “A usted lo que le pasa es que es una vieja gilipuertas —fui y le dije—. ¡Es usted una tía aún más idiota que la Henrouille!… Si hubiera usted conocido un poco más de mundo, como yo he conocido, se lo pensaría un poco antes de ponerse a dar consejos a toda la gente. ¡A ver si se cree que, porque se haya pasado el tiempo recogiendo trozos de vela en un rincón de su puñetera iglesia, sabe algo de la vida! ¡Salga un poco también usted, que le sentará bien! ¡Ande, vaya a pasearse un poco, vieja imbécil! ¡Así aprenderá! ¡Le quedará menos tiempo para rezar y no andará diciendo tantas gilipolleces!…”

»¡Ya ves tú cómo la traté, yo, a la madre! Te digo que hacía mucho que tenía ganas de echarle una buena bronca y, además, que lo necesitaba, la tía esa, con ganas… Pero a fin de cuentas a mí fue a quien me vino bien… Me liberó en cierto modo de la situación… Ahora, que parecía también que sólo esperaba ese momento, la muy puta, a que yo me desahogara, ¡para lanzarme, a su vez, todos los insultos que sabía! ¡No quieras ver lo que soltó por la boca! “¡Ladrón! ¡Vago! —me soltó—. ¡Que ni siquiera tienes un oficio!… ¡Pronto va a hacer un año que te damos de comer, mi hija y yo…! ¡Inútil!… ¡Chulo de putas!…”

»¡Tú fíjate! Lo que se dice una escena familiar… Se quedó un poco como reflexionando y después lo dijo un poco más bajo, pero mira, chico, lo dijo y, además, con toda el alma: “¡Asesino!… ¡Asesino!”, me llamó. Eso me enfrió un poco.

»La hija, al oír eso, tenía como miedo de que me la cargara allí mismo, a su madre. Se arrojó entre nosotros. Le cerró la boca a su madre con su propia mano. Hizo bien. Conque, ¡estaban de acuerdo, las muy putas!, me decía yo. Era evidente. En fin, no insistí… Ya no era momento de violencias… Y, además, que, en el fondo, me la chupaba que estuvieran de acuerdo… ¿Crees tú que, después de haberse desahogado, me iban a dejar tranquilo en adelante?… ¡Sí, sí! ¡Ni mucho menos! Eso sería no conocerlas… La hija volvió a empezar. Tenía fuego en el corazón y en el chocho también… Volvió a darle con más fuerza…

»“Te quiero, Léon, ya lo ves que te quiero, Léon…”

»Sólo sabía decir eso: “te quiero”. Como si fuera la respuesta para todo.

»“¿Todavía le quieres? —volvía la madre a la carga, al oírla—. Pero, ¿es que no ves que es un simple golfo? ¿Un inútil? Ahora que ha recuperado la vista, gracias a nuestros cuidados, ¡vas a ver tú lo desgraciada que te va a hacer! ¡Te lo digo yo, tu madre!…”

»Lloramos todos, para acabar la escena, incluso yo, porque no quería ponerme del todo a mal con aquellos dos bichos, enfadarme más de la cuenta, pese a todo.

»Conque me fui, pero nos habíamos dicho demasiadas cosas como para que aquello pudiera durar mucho tiempo. Aun así, la situación se prolongó durante semanas, venga reñir por esto y por lo otro, y, además, vigilándonos durante días y, sobre todo, por las noches.

»No podíamos decidirnos a separarnos, pero ya no sentíamos igual. Lo que nos mantenía juntos aún eran los miedos.

»“Entonces, ¿es que quieres a otra?”, me preguntaba Madelon, de vez en cuando.

»“Pero, ¿qué dices? —intentaba tranquilizarla yo—. Pues claro que no.” Pero estaba claro que no me creía. Para ella había que querer a alguien en la vida y no había vuelta de hoja.

»“A ver —le respondía yo—, ¿qué podría yo hacer con otra mujer?” Pero era su manía, el amor. Yo ya no sabía qué contarle para calmarla. Se le ocurrían unas cosas que yo no había oído en mi vida. Nunca habría imaginado que ocultara cosas así en la cabeza.

»“¡Me has robado el corazón, Léon! —me acusaba y, además, en serio—. ¡Te quieres marchar! —me amenazaba—. ¡Márchate! Pero, ¡te aviso que me moriré de pena, Léon!…” ¿Que yo iba a ser la causa de su muerte de pena? ¿Con qué se come eso? ¿Eh? ¡Dime tú! “Pero, ¡que no! ¡Qué cosas dices! —la tranquilizaba yo—. En primer lugar, ¡yo no te he robado nada! Pero, bueno, ¡si ni siquiera te he hecho un hijo! ¡Reflexiona! Tampoco te he pegado enfermedades, ¿no? ¿Entonces? Lo único que quiero es irme, ¡nada más! Irme de vacaciones, como quien dice. Con lo sencillo que es… Intenta ser razonable…” Y cuanto más intentaba hacerle comprender mi punto de vista, menos le gustaba a ella. En una palabra, que ya no nos entendíamos. Se ponía como rabiosa con la idea de que yo pudiese pensar de verdad lo que decía, que era la pura verdad, simple y sincera.

»Además, creía que eras tú quien me incitaba a largarme… Al ver entonces que no me iba a retener avergonzándome con mis sentimientos, intentó retenerme de otro modo.

»“¡No vayas a creer, Léon —me dijo entonces— que quiero seguir contigo por el negocio del panteón!… Ya sabes que a mí el dinero me da completamente igual, en el fondo… Lo que yo quisiera, Léon, es quedarme contigo… Ser feliz… Eso es todo… Es muy natural… No quiero que me dejes… Es muy duro separarse cuando se ha querido como nos queríamos nosotros dos… Júrame, al menos, Léon, que no te irás por mucho tiempo…”

»Y así siguió su crisis durante semanas. No había duda de que estaba enamorada y pesadísima… Cada noche otra vez a vueltas con su locura de amor. Al final, aceptó dejar a su madre encargada del panteón, a condición de que nos marcháramos los dos juntos a buscar trabajo a París… ¡Siempre juntos!… ¡Cuidado con la tía! Estaba dispuesta a entender cualquier cosa, salvo que yo me fuera solo por mi lado y ella por el suyo… Eso ni hablar… Conque cuanto más se empeñaba, más enfermo me ponía, ¡por fuerza!

»No valía la pena intentar hacerla entrar en razón. Me di cuenta de que era tiempo perdido, la verdad, o una idea fija y que la volvía más rabiosa aún. Conque no me quedó más remedio que ponerme a probar trucos para deshacerme de su amor, como ella decía… Entonces fue cuando se me ocurrió la idea de meterle miedo contándole que de vez en cuando me volvía un poco loco… Que me daban ataques… Sin avisar… Me miró con mala cara, con expresión muy extraña… Aún no estaba del todo segura de si se trataba de un embuste… Sólo, que, de todos modos, a causa de las aventuras que le había yo contado antes y, además, de la guerra, que me había afectado, y, sobre todo, del último chanchullo, lo de la tía Henrouille, y también lo de que me hubiera vuelto de repente tan raro con ella, le dio que pensar, de todos modos…

»Durante más de una semana estuvo pensando y me dejó muy tranquilo… Debía de haber hecho alguna confidencia a su madre sobre mis ataques… El caso es que insistían menos en retenerme… “Ya está —me decía yo—. ¡Esto va a dar resultado! Ya me veo libre…” Ya me veía largándome muy tranquilo, a hurtadillas, hacia París, ¡sin decir ni pío!… Pero, ¡espera! Resulta que quise hacerlo todo demasiado bien… Me esmeré… Creía haber encontrado el truco perfecto para probarles de una vez por todas que era la verdad… Que estaba pero como una cabra a ratos… “¡Toca! —le dije una noche a Madelon—. Tócame ahí detrás, en la cabeza, ¡el bulto! ¿Notas la cicatriz? ¿Has visto el bulto tan grande que tengo? ¿Eh?…”

»Después de palparme bien el bulto, en la cabeza, se sintió conmovida, que no te puedes imaginar… Pero, ¡vaya, hombre!, eso la excitó aún más, ¡no le repugnó ni mucho menos!… “Ahí es donde me hirieron en Flandes. Ahí es donde me hicieron la trepanación…”, insistía yo.

»“¡Ah, Léon! —saltó entonces, al sentir el bulto— ¡te pido perdón, Léon mío!… Hasta ahora he dudado de ti, pero, ¡te pido perdón con toda el alma! ¡Me doy cuenta! ¡He sido infame contigo! ¡Sí! ¡Sí! Léon, ¡he sido horrible!… ¡No volveré a ser mala contigo nunca! ¡Te lo juro! ¡Quiero expiar, Léon! ¡En seguida! No me impidas expiar, ¿eh?… ¡Te voy a devolver la felicidad! ¡Te voy a cuidar bien, de verdad! ¡A partir de hoy! ¡Voy a ser muy paciente para siempre contigo! ¡Voy a ser muy dulce! ¡Ya verás, Léon! ¡Te voy a comprender tan bien, que no vas a poder vivir sin mí! ¡Mi corazón es tuyo otra vez! ¡te pertenezco!… ¡Todo! ¡Toda mi vida, Léon, te doy! Pero dime que me perdonas al menos, ¿eh, Léon?…”

Other books

Moonstruck Madness by Laurie McBain
Rabbit at rest by John Updike
Remembering by Wendell Berry
Ruler of Beasts by Danielle Paige