Vuelo final (43 page)

Read Vuelo final Online

Authors: Follett Ken

Tags: #Novela

BOOK: Vuelo final
4.47Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No hay ninguna batería. La electricidad proviene de dos imanes que son accionados por el mismo motor. Subamos a la cabina y te enseñaré qué es lo que has de hacer.

Karen abrió la puerta y entonces soltó un chillido y se apresuró a retroceder… para caer en los brazos de Harald. Era la primera vez que él tocaba su cuerpo, y fue como recibir una súbita descarga de electricidad. Karen apenas pareció darse cuenta de que se estaban abrazando, y Harald se sintió un poco culpable por estar disfrutando de un abrazo fortuito. Se apresuró a enderezar a Karen y luego se apartó de ella.

—¿Te encuentras bien? — preguntó—. ¿Qué ha pasado?

—Ratones.

Harald volvió a abrir la puerta. Dos ratones saltaron por el hueco y bajaron corriendo por sus pantalones hasta llegar al suelo. Karen soltó un bufido de disgusto.

Había agujeros en la tela que tapizaba uno de los asientos, y Harald supuso que los ratones se habrían instalado dentro del relleno.

—Ese problema puede solucionarse rápidamente —dijo. Hizo un ruido de beso con los labios y Pinetop apareció inmediatamente, con la esperanza de recibir algo de comida. Harald cogió al gato y lo metió dentro de la cabina.

Un súbito estallido de energía se adueñó de Pinetop. Corrió de un lado de la pequeña cabina al otro, y Harald creyó ver cómo una cola de ratón desaparecía dentro del agujero que había debajo del asiento de la izquierda por el que pasaba un conducto de cobre. Pinetop se subió al asiento y luego saltó al estante del equipaje que había detrás de él, sin atrapar ningún ratón. Acto seguido investigó los agujeros en el tapizado. Allí encontró una cría de ratón, y empezó a comérsela con gran delicadeza.

Harald vio que había dos libritos encima del estante del equipaje. Se inclinó dentro de la cabina y los cogió. Eran un par de manuales, uno para el Hornet Moth y otro para el motor Gipsy Major que lo impulsaba. Encantado con su descubrimiento, se los enseñó a Karen.

—Pero ¿qué pasa con los ratones? — preguntó ella—. No los soporto.

—Pinetop los ha hecho huir. En el futuro, dejaré abiertas las puertas de la cabina para que Pinetop pueda entrar y salir de ella. Él los mantendrá alejados —dijo Harald, abriendo el manual del Hornet Moth.

—¿Qué está haciendo ahora?

—¿Quién, Pinetop? Oh, se está comiendo a las crías. ¡Fíjate en estos diagramas, es magnífico!

—¡Harald! — chilló Karen—. ¡Eso es repugnante! ¡Detenlo!

Harald se quedó atónito.

—¡Es asqueroso!

—Es natural.

—Me da igual que lo sea.

—¿Cuál es la alternativa? — preguntó Harald impacientemente—. Tenemos que librarnos del nido. Podría sacar a las crías con mis manos y tirarlas entre los arbustos, pero Pinetop seguiría comiéndoselas, a menos que los pájaros llegaran hasta ellas primero.

—Es tan cruel…

—¡Son ratones, por el amor de Dios!

—¿Cómo es posible que no lo entiendas? ¿Es que no ves que no lo soporto?

—Lo comprendo, es que me parece una tontería que…

—Oh, no eres más que un estúpido ingeniero que solo piensa en cómo funcionan las cosas y nunca sabe pensar en los sentimientos de las personas.

Harald se sintió muy herido.

—Eso no es cierto.

—Lo es —dijo Karen, y se fue hecha una furia. Harald estaba asombrado.

—¿A qué demonios ha venido todo eso? — dijo en voz alta. ¿Realmente creía Karen que él era un estúpido ingeniero que nunca pensaba en los sentimientos de las personas? Aquello era muy injusto.

Se subió a una caja para mirar por uno de los ventanales. Vio a Karen alejándose sendero arriba hacia el castillo. De pronto pareció cambiar de parecer y se internó en el bosque. Harald pensó seguirla, y luego decidió no hacerlo.

El primer día de su gran colaboración se habían peleado. ¿Qué posibilidades había de que pudieran volar a Inglaterra?

Volvió al avión. Ya puestos, siempre podía tratar de poner en marcha el motor. Se dijo que si Karen se echaba atrás, ya encontraría otro piloto. Las instrucciones estaban en el manual.

Calzar las ruedas y poner el freno de mano.

Harald no pudo encontrar los calces, pero arrastró por el suelo dos cajas llenas de trastos viejos y las empujó contra las ruedas. Localizó la palanca del freno de mano en la puerta izquierda y comprobó que estuviera puesta. Pinetop estaba sentado en el asiento, lamiéndose las patas con una expresión saciada.

—La dama opina que eres repugnante —le dijo Harald. El gato le lanzó una mirada desdeñosa y salió de la cabina con un ágil salto.

Abrir entrada de combustible (control en cabina).

Harald abrió la puerta y se inclinó hacia el interior de la cabina, la cual era lo bastante pequeña para que pudiera llegar a los controles sin necesidad de meterse dentro de ella. El indicador del combustible quedaba parcialmente escondido entre los dos asientos traseros, y, junto a él había un tirador metido en una ranura. Harald lo movió de la posición de apagado a la de encendido.

Inyectar combustible en el carburador accionando la palanca que hay a cada lado de las bombas del motor. La entrada de combustible a través del conducto se produce al activar el arranque del carburador.

La cubierta izquierda del motor todavía estaba abierta y Harald enseguida localizó las dos bombas de combustible, cada una con una pequeña palanca sobresaliendo de ella. El arranque del carburador resultó más difícil de identificar, pero Harald terminó decidiendo que sería un anillo con un mecanismo de resorte. Tiró del anillo y subió y bajó una de las palancas. No tenía ninguna manera de saber si lo que estaba haciendo surtía algún efecto. Por lo que él sabía, el depósito muy bien podía estar seco.

Se sentía muy desanimado ahora que Karen se había ido. ¿Por qué siempre terminaba haciéndolo todo tan mal con ella? Lo único que quería era mostrarse afable y encantador y hacer lo que fuese necesario para complacerla, pero no conseguía saber qué era lo que ella quería. ¿Por qué las chicas no podían ser más como los motores?

Ajustar la válvula en la posición «Apagado», o prácticamente en ella.

Harald odiaba los manuales que no sabían decidir qué era lo que querían exactamente. ¿Cómo tenía que estar la válvula, cerrada o ligeramente abierta? Localizó el control, una palanca situada justo delante de la puerta izquierda de la cabina. Pensando en su vuelo a bordo de un Tiger Moth hacía dos semanas, recordó que Poul Kirke había ajustado la válvula a cosa de un centímetro y medio del extremo «Apagado». El Hornet Moth debería de ser similar. Tenía una escala grabada graduada del uno al diez, mientras que el Tiger Moth no la tenía. Guiándose por aquella conjetura, Harald ajustó la válvula en el uno.

Poner los interruptores en la posición «Encendido».

En el salpicadero había un par de interruptores marcados con «Encendido» y «Apagado». Harald supuso que debían de activar los imanes gemelos. Los encendió.

Hacer girar la hélice.

Harald se puso delante del avión y agarró una de las palas de la hélice. La empujó hacia abajo. La hélice estaba muy rígida, y tuvo que recurrir a toda su fuerza para que pudiera moverla. Cuando finalmente empezó a girar, la hélice produjo un seco chasquido y luego se detuvo.

Volvió a hacerla girar. Esta vez la hélice se movió con más facilidad. Volvió a producir un chasquido.

La tercera vez, Harald le dio un vigoroso empujón con la esperanza de que se encendería el motor.

No ocurrió nada.

Volvió a intentarlo. La hélice se movía sin ninguna dificultad y producía el chasquido cada vez que lo hacía, pero el motor permanecía silencioso e inmóvil. Karen entró.

—¿No arranca? — preguntó.

Harald la miró con sorpresa. No había esperado volver a verla. Se puso muy contento, pero cuando replicó lo hizo en un tono distante.

—Es demasiado pronto para decirlo. Solo acabo de empezar.

Karen parecía contrita.

—Siento haberme ido de esa manera.

Hasta aquel momento Harald la había creído demasiado orgullosa para pedir disculpas, y aquello era un nuevo aspecto de ella.

—No importa —dijo.

—Es que cuando pensé en el gato comiéndose a las crías de ratón… Bueno, no podía soportarlo. Ya sé que es una tontería preocuparse por los ratones cuando hombres como Poul están perdiendo la vida.

Así era como lo veía Harald, pero no lo dijo.

—De todas maneras, ahora Pinetop se ha ido.

—No me sorprende que el motor no arranque —dijo Karen, volviendo a las cuestiones prácticas. Que era justo lo que hacía cuando se sentía avergonzada por algo, pensó Harald—. Hace lo menos tres años que no ha sido puesto en marcha.

—Podría ser un problema de combustible. Después de más de dos inviernos, el agua tiene que haberse condensado dentro del depósito. Pero el combustible flota, así que se habrá acumulado encima. Quizá podamos sacar el agua. — Volvió a consultar el manual.

—Deberíamos desconectar los interruptores, para no correr riesgos —dijo Karen—. Yo lo haré.

Harald había averiguado gracias al manual que en la parte inferior del fuselaje había un panel que daba acceso al drenaje del combustible. Cogió un destornillador del soporte de las herramientas, se acostó en el suelo y se deslizó debajo del avión para destornillar el panel. Karen se tumbó junto a él y Harald le fue pasando los tornillos. La joven olía muy bien, a una mezcla de champú y cálida piel.

Cuando el panel quedó suelto, Karen le pasó una llave inglesa ajustable. El tapón del drenaje había sido colocado de una manera muy incómoda, ligeramente a un lado del orificio de acceso. Era justo la clase de defecto que hacía anhelar a Harald un puesto de mando, para poder obligar a los diseñadores perezosos a hacer las cosas como era debido. Cuando tenía la mano metida en el hueco ya no podía ver el tapón del drenaje, cosa que lo obligaba a trabajar a ciegas.

Fue haciendo girar el tapón con mucha lentitud pero, cuando este por fin quedó suelto, Harald se sobresaltó al sentir el súbito chorro de liquido helado que le roció la mano. Se apresuró a retirarla, golpeándose los dedos entumecidos con el borde del agujero de acceso; para su irritación, entonces se le cayó el tapón.

Lleno de consternación, Harald lo oyó rodar fuselaje abajo. El combustible manaba del drenaje y los dos se apresuraron a apartarse de aquel pequeño torrente. Luego no hubo nada más que pudieran hacer aparte de mirar hasta que el sistema estuvo vacío y toda la iglesia apestó a combustible.

Harald maldijo al capitán De Havilland y a todos aquellos ingenieros británicos que habían diseñado el avión sin pensar demasiado en lo que estaban haciendo.

—Ahora no tenemos combustible —dijo amargamente.

—Podríamos sacar un poco del depósito del Rolls—Royce con una manguera —sugirió Karen.

—Eso no es combustible para aeroplanos.

—El Hornet Moth funciona con gasolina de coche.

—¿De veras? No había caído en eso. — Harald volvió a animarse—. Claro. Bien, pues vamos a ver si podemos recuperar ese tapón.

Supuso que había rodado hacia atrás hasta que fue detenido por una de las traviesas. Metió el brazo dentro del agujero, pero no podía llegar lo bastante lejos. Karen cogió un cepillo de púas de alambre del banco de trabajo y recuperó el tapón con él. Harald volvió a meterlo en el drenaje.

Ahora tenían que coger gasolina del coche. Harald encontró un embudo y un cubo limpio mientras Karen usaba unas gruesas tenazas para cortar un buen trozo de una manguera de jardín. Quitaron la lona que cubría al Rolls—Royce. Karen desenroscó el tapón del depósito y metió el trozo de manguera dentro de él.

—¿Quieres que lo haga yo? — preguntó Harald.

—No —dijo ella—. Ahora me toca a mí.

Harald supuso que quería demostrar que era capaz de hacer el trabajo sucio, especialmente después del incidente con los ratones, así que dio un paso atrás y se dedicó a mirar.

Karen se metió el extremo de la manguera entre los labios y aspiró por él. Cuando la gasolina llegó a su boca, dirigió rápidamente la manguera hacia el interior del cubo al mismo tiempo que torcía el gesto y escupía. Harald contempló las grotescas expresiones que iban sucediéndose en su rostro. Milagrosamente, Karen estaba igual de hermosa cuando fruncía los labios y apretaba los párpados. Ella se dio cuenta de que la estaba observando y dijo:

—¿Qué estás mirando?

Harald se rió y dijo:

—A ti, naturalmente. Te pones muy guapa cuando escupes.

No había pretendido revelar sus sentimientos hasta ese punto y esperó oír una réplica cortante por parte de ella, pero Karen se limitó a reír.

Harald solo le había dicho que era bonita, naturalmente. Aquello no era ninguna novedad para ella. Pero se lo había dicho con afecto, y las chicas siempre perciben los tonos de voz, especialmente cuando se quiere que lo hagan. Si Karen se hubiese enfadado, habría mostrado su irritación con una mirada desaprobadora o sacudiendo la cabeza impacientemente. Pero, al contrario, había parecido sentirse complacida: casi, pensó Harald, como si se alegrara de inspirar esos sentimientos en él.

Sintió que había cruzado un puente.

El cubo se llenó y la manguera dejó de manar. Habían vaciado el depósito del coche. Harald supuso que habría cosa de cuatro litros y medio de gasolina dentro del cubo, pero con eso era más que suficiente para poder probar el motor. No tenía ni idea de dónde iban a conseguir suficiente combustible para atravesar el mar del Norte.

Llevó el cubo hasta el Hornet Moth, levantó la tapa del acceso y tiró del tapón de la gasolina. Tenía un gancho para fijarlo al reborde del cuello de llenado. Karen sujetó el embudo mientras Harald echaba el combustible dentro del depósito.

—No sé de dónde vamos a sacar más —dijo Karen—. Desde luego no podemos comprarlo.

—¿Cuánto combustible necesitamos?

—En el depósito caben casi ciento sesenta litros. Pero eso es otro problema. El Hornet Moth tiene un radio de vuelo de novecientos cincuenta kilómetros…, en condiciones ideales.

—Y hasta Inglaterra hay aproximadamente esa distancia.

—Así que si las condiciones no son perfectas, por ejemplo si tenemos vientos de cara, lo cual no es improbable…

—Caeremos al mar.

—Exactamente.

—Cada cosa a su tiempo —dijo Harald—. Todavía no hemos puesto en marcha el motor.

Karen sabía qué era lo que había que hacer.

—Llenaré el carburador —dijo.

Other books

Twisted Vine by Toby Neal
Rush by Jonathan Friesen
Treasures by Belva Plain
The Courtesan's Wager by Claudia Dain
El jardinero nocturno by George Pelecanos
A Few Days in the Country by Elizabeth Harrower
The Walls of Delhi by Uday Prakash