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Authors: Julia Hoban

Tags: #Romántico, #Juvenil

Willow (4 page)

BOOK: Willow
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—¡Hola! —Intenta parecer animada al entrar a la cocina.

—Madre mía, ¡qué rápido se te seca el pelo! —dice Cathy sonriendo.

—¡ Ah, sí! Bueno, el gorro de baño. Ni siquiera me he desecho la trenza. —Willow le devuelve la sonrisa. Tiene que hacer un verdadero esfuerzo. La simple idea de sentarse y cenar la deja exhausta, porque es el único momento del día en el que no puede evitar sentarse cara a cara frente al otro único miembro de la familia vivo.

No debería ser así. Ver a su hermano debería ser, de hecho, el único rayo de luz en este paisaje sombrío en que se ha convertido su vida, pero, simplemente, no es así. Porque, por alguna razón, aquella lluviosa noche de marzo no había acabado solo con la vida de sus padres. Por alguna razón, como si él también hubiera estado en el coche, aquella noche también había perdido a su hermano.

Siempre tiene esa sensación. Su relación está tan rota por todas partes que a todos los efectos siente que vive con un extraño. Hasta el punto que le resulta más difícil de soportar que la pérdida sus padres; ellos han muerto, se han ido para siempre. Pero estar en constante contacto con su hermano —la persona con la que antes estaba más unida, la única persona que le queda—, verle, hablar con él, y a pesar de eso no tener ningún tipo de conexión con él es mucho más doloroso de lo que jamás hubiera imaginado.

A veces Willow intenta convencerse a sí misma de que algún día las cosas volverán a la normalidad entre ellos. Al fin y al cabo ya habían pasado épocas en las que casi no se hablaban. Él es diez años mayor, y esa diferencia de edad no les ha hecho tener siempre una relación fácil.

Willow recuerda cuando él tenía quince años y ella cinco. En aquella época, a David no le gustaba mucho tener una hermana pequeña. Quería salir y hacer su vida en lugar de quedarse en casa cuidando de ella. Por su parte, a Willow tampoco le gustaba mucho él. Pero las cosas fueron cambiando al hacerse mayores. En algún momento entre los diez o los once años, por alguna razón las tornas se habían cambiado y él se había convertido en su confidente, amigo y protector. De repente, era divertido tener un hermano mayor con el que se llevaba tantos años.

Si se empeña, Willow es capaz de olvidar, por un momento, que está viviendo con David e imaginar que está de visita como lo hubiera hecho el año pasado, cuando se sentía agobiada por la atención de sus padres, cuando tenía la sensación de que se metían en su vida más para presionarla que para ayudarla. En momentos así, solía ir a pasar el fin de semana con David y Cathy, lo que provocaba la envidia de sus amigas.

Willow se pasa horas recordando cómo eran aquellos fines de semana, cómo iban las cosas entonces. David acababa de licenciarse en la universidad. Cathy y él estaban a punto de ser padres. Todo parecía perfecto.

Pero Willow había acabado con esa vida de película de su hermano tal y como acabó con la vida de sus padres. Cathy no quería volver a trabajar. Pero tuvo que volver a trabajar en lugar de quedarse en casa cuidando de Isabelle como había planeado. En lugar de preparar sus clases, David tiene que preocuparse del dinero todo el tiempo. Tiene que preocuparse de llegar a fin de mes. Tiene que preocuparse de Willow.

En muchos aspectos él parece llevar bien esta carga. Es tan fuerte, tan considerado, tan competente, la trata de un modo tan absolutamente perfecto que, desde fuera, parece que no falla nada. Es absurdamente educado con ella, como si se tratara de una extraña de quien tiene que preocuparse, y se hace cargo de esta obligación con la máxima seriedad. Pero entre ellos ha crecido un muro de hielo.

David nunca, nunca habla del accidente. Las conversaciones entre ellos se limitan a las menudencias del día a día. Incluso cuando tienen que discutir temas de logística, como qué parte de su sueldo en la biblioteca tiene que ir a los gastos de la casa, o cuándo deberían poner la casa de sus padres a la venta, él intenta evitar cualquier alusión a la razón que les ha llevado a esta situación extraordinaria.

Al principio Willow pensaba que solamente era cuestión de tiempo. Que su hermano, en algún momento, se enfrentaría a ella. Esperaba el momento en que él le gritara, o la sacudiera, o hiciera cualquier cosa que dejara de lado esta perfecta cortesía. Pero los meses pasaban y cada vez era más evidente que David no tenía ninguna intención de sacar a relucir lo ocurrido.

Ella tampoco se ve con fuerzas de sacar el tema. Si David no quiere hablar de ello es por lo doloroso que resulta, y Willow se niega, se niega rotundamente, a hacerle más daño del que ya le ha hecho.

Aun así, la frialdad de él le resulta muy dolorosa. Es el peor castigo que podría soportar. Y, sin embargo, está totalmente de acuerdo en el modo en que él la juzga: ya no es su hermana pequeña, es la asesina de sus padres. ¿Por qué debería esperar que la tratara diferente? ¿Por qué esperar incluso que fuera tan amable como lo es ahora? —¿Qué tal ha ido la escuela? —le pregunta David mientras ella se sienta. Cathy le pasa una caja de cartón llena de fideos de sésamo. Por lo visto, esta noche toca comida china.

—Bien —contesta Willow. Echa unos cuantos fideos en su plato con un suspiro. Sabe que esa respuesta no basta, que David espera un informe completo de lo que ha hecho, pero ella está tan cansada de mentirle que ya no tiene fuerzas. Baja la mirada hacia el plato. Los fideos parecen gusanos.

—Mmm… Bueno, no sé qué quiere decir exactamente «bien». ¿Por qué no me cuentas cómo van las clases? ¿Hoy no tenías un control de francés?

¿Un control? Lo único que recuerda de la clase de francés es a la chica con los arañazos en el brazo. Eso, y salir corriendo de la clase para realizar sus actividades extraescolares.

Pero difícilmente puede explicarle eso a David.

¡Ah, claro! El control…
Willow recuerda que hicieron uno el otro día. Debió mencionárselo a David en una de estas sesiones nocturnas.

—Es que… No nos lo ha devuelto todavía. Al menos contesté todas las preguntas. — Eso resulta ser cierto. Pero no fue más que una racha de buena suerte el que pudiera completar el examen ya que apenas abrió el libro de texto.

—Vale —asiente pensativo—. ¿Y las otras clases? ¿Hay algo en concreto que debería saber?

Suspiro.

—No… Bueno, tengo que hacer un trabajo para una asignatura que hago sobre el Bulfinch… Ya sabes, el libro sobre mitos y héroes.

—Bueno, pues eso no debería costarte demasiado —contesta David—. ¿Ya has escogido un tema? ¿Para cuándo es?

—Em… no. Aún no tengo tema… —Willow evita la mirada de su hermano. Vale, sí que tiene un tema, y no uno que haya escogido ella. Pero ¿cómo puede decirle a su hermano que el profesor le ha pedido que escriba sobre el tema de la pérdida y la redención en la relación entre Deméter y Perséfone? No puede, simplemente no puede mirarle a los ojos y hablarle de la historia de otra niña sin madre—. No tengo que entregarlo hasta dentro de tres semanas, así que tengo tiempo de sobra para encontrar uno…

—¿Y qué tal la biblioteca? ¿Cómo ha ido hoy? ¿La señorita Hamilton es un poco más simpática contigo? ¿Quieres que hable con ella?

—¡No! Quiero decir, gracias, aunque no. Está bien, de verdad…

A Willow de pronto se le ocurre una idea. ¿No quiere saber David cómo le han ido las cosas en la biblioteca? Quizá debería hablarle del chico que ha conocido hoy, de Guy. Se pregunta si cabe la posibilidad, la más remota posibilidad, de que su reacción ante esta noticia sea diferente al modo en que siempre le responde a sus recitales diarios sobre su vida en la escuela y en el trabajo. La responsabilidad de encargarse de su educación debe de ser nueva para él, pero esto… En fin…

Willow recuerda un día, del año anterior, cuando fue a visitar a su hermano a una de sus clases. Uno de los estudiantes de doctorado, que no se había dado cuenta de que ella era alumna de instituto, le pidió para salir. A su padre no le había hecho ni pizca de gracia, pero David lo encontró divertidísimo.
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—He… he conocido a alguien en la biblioteca que iba a tus clases el año pasado —le comenta Willow tanteando el terreno. Es como si le mandara un globo sonda, la idea está flotando en el aire. Quiere ver cómo se lo va a tomar. Le gustaría creer que, de algún modo, su hermano es capaz de relajarse cuando está con ella y que, quizá, sacar un tema con el que solía bromear antes, pueda ser la clave para conseguirlo.

—¿De veras? —pregunta Cathy. Parece interesada y mira a Willow mientras intenta sin éxito que Isabelle coma algo—. ¿Y cómo se llama?

—¿Chico o chica? —pregunta David al unísono.

La mira por encima de la montura de las gafas. Su tono de voz es cualquier cosa menos relajado.

¡Oh, no!

—Es un chico… Bueno, de hecho, se llama Guy. Me ha parecido un nombre curioso.

Y bonito, es un nombre bonito.

«¿Guy? —piensa David—, creo que recuerdo a Guy… Todavía estudia en el instituto, ¿no? Supongo que entonces está bien…»

¡Oh, por Dios!

—Venía a mis clases a ganar méritos para la universidad — continúa David—. Es muy listo, y mucho más trabajador que muchos de mis estudiantes universitarios. Créeme, ojalá tuviera más como él. ¿Y qué se cuenta?

Eso sí que ha sonado más al hermano que ella solía tener. A lo mejor sí que ha sido una buena idea, al fin y al cabo, si no fuera porque, mientras piensa esto, cada vez se siente con menos fuerzas para tener una conversación relajada. ¿Cómo puede contestar una pregunta tan inocente? ¿Qué puede decir?

Me ha preguntado por qué vivía contigo y le he contestado que había matado a mamá y papá.

Claro que habían hablado de otras cosas, pero son temas de los que tampoco se puede hablar. Probablemente, hace un año, a Willow no le hubiera importado explicarle a David que a Guy le gusta aquella librería del centro, pero ahora es incapaz. Es incapaz porque el simple hecho de mencionar ese lugar, que, por cierto, a David le encanta, despertaría demasiados recuerdos de su padre. Él fue el primero en llevarles allí. —Mmm… Creo que ha dicho que nos parecíamos. —Willow mira a su hermano con desesperación. Es imposible no darse cuenta de lo cansado que está, del desgaste que lleva, del vacío que hay en sus ojos… Ella desearía poder acabar con ese vacío.

Entonces recuerda algo más que Guy le ha dicho. Algo que no le hará daño a su hermano cuando lo oiga, y Willow se afe-rra a eso como a un clavo ardiendo.

—¡Ah! Y ¿sabes qué? Casi se me olvida —comenta con un tono que intenta ser entusiasta—. Le pareciste un gran profesor, o sea, comentó algo así.

—No es mucho. No es algo que vaya a hacer que sus padres resuciten, ni hará que sus vidas sean más fáciles, pero es lo mejor que le puede ofrecer.

—¿De veras? —le contesta David lentamente. Es posible que la noticia no le haya sorprendido demasiado, pero ahora parece más interesado y sus ojos tienen un poco de vida.

—En serio —contesta Willow con énfasis. Intenta pensar en algo más que decir, alguna manera de elaborar y extenderse con el cumplido—. Creo que ha comentado que está pensando entrar en antropología, o sea, especializarse cuando llegue a la universidad. Dijo que tu clase le ayudó a descubrir lo que quería hacer.

Es evidente que no había dicho nada de eso. Willow no tiene ni idea de lo que quiere hacer. Y, de todos modos, si algo le había influenciado era
Tristes trópicos
y no David. Pero, de todos modos, Willow no puede evitar sentir un inicio de satisfacción al ver cómo le cambia la expresión a su hermano.

—¡Oh, venga! —exclama de repente Cathy, dejando la cuchara en el tarro de potito con frustración—. No consigo que coma nada.

—Bueno, ¿y qué esperabas? —pregunta David mientras coge el tarro y lo examina—. ¿Potitos de guisantes orgánicos? ¿A quién le puede gustar eso? Lo único que pasa es que tiene buen gusto. —Se levanta y coge a Isabelle de la trona—. ¿No preferirías cenar unas costillas que han sobrado? —le pregunta a la niña.

—¡Oh, David, por favor! —Cathy le echa una mirada.

—Vale, no hablaba en serio. Pero ¿qué me dices de un poco de helado? Eso sí que lo puede comer, ¿no? El helado no tiene nada de malo, nosotros también lo tomamos. —Tiene mucho de malo —contesta Cathy, exasperada.

—Pero a ti te gustaría, ¿verdad? —le pregunta David a Isabelle mientras la sostiene sobre su cabeza. —Estoy seguro de que vas a ser una de esas chicas que sabe apreciar un buen helado de chocolate. Vamos..—. David se dirige a Cathy—, será divertido probar si le gusta.

Willow no siente celos de su sobrina, no es eso, y realmente no tiene ningún deseo de que su hermano se dirija a ella como a un bebé. Pero solo cuando David está jugando con Isabelle, Willow puede volver a ver brillar los ojos de su hermano. Y entonces se da cuenta, quizá por enésima vez, de que ha perdido a su hermano.

Willow deja a un lado el Bulfinch con desidia. Es la una de la mañana y, a pesar de haber pasado las últimas cuatro horas en su escritorio, no ha conseguido hacer prácticamente nada. No solo no ha avanzado nada de trabajo, no solo está demasiado cansada para dormirse si no que encima se está muriendo de hambre, ya que apenas ha probado bocado durante la cena.

A lo mejor debería bajar a la cocina y preparase algo para comer, quizás entonces sea capaz de centrarse en el trabajo. Se levanta de la silla, se dirige hacia la puerta y la abre. El apartamento está absolutamente a oscuras. Perfecto. Willow comienza a bajar por la escalera lentamente, con cuidado de no hacer ningún ruido. Pero al llegar abajo se da cuenta, para su disgusto, de que no está sola. David está en la cocina, sentado a la mesa, rodeado de docenas de papeles. Todas las luces están apagadas menos una. En fin, ahora mismo Willow ya no tiene ningún deseo de entrar en la cocina. Solo puede pensar en la situación tan violenta que se produciría. Pero a pesar de querer regresar arriba, no puede evitar quedarse allí y observar a su hermano. Algo no está bien por el modo en que está sentado.

David tiene la cabeza entre las manos. ¿Está riendo? ¿Pero de qué podría reírse? Le ha oído quejarse más de una vez por tener que corregir los escritos de sus alumnos para saber que no es una tarea divertida. Además, apenas emite ningún sonido. Y entonces, Willow entiende por qué la espalda de David se mueve de ese modo, y la razón la sorprende tanto, la incomoda tanto, que literalmente la deja sin aliento. A duras penas le deja fuerzas para estar de pie.

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