Wyrm (21 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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—¡Menudo amigo! -dije.

George me miró como si le hubiese herido con mi comentario.

—Fue después de que atrapasen a los autores. Bueno, el caso es que pareció realmente sorprendido, como si nunca se le hubiera ocurrido algo así. Se limitó a decir: «¡Nooo!».

Al me sonrió con expresión extraña.

—No me sorprende en absoluto -dijo.

—¿Y qué me dices cuando te llamé para explicarte nuestro problema con Goodknight? -continuó George-. No habías sabido de mí durante años, pero estabas dispuesto a venir como un favor personal, aunque no pudiéramos pagarte.

—¡Oh, vamos! Sólo estaba bromeando.

—¡Claro que bromeabas! Pero habrías venido.

—Bueno… muy bien, supongo que lo habría hecho. ¿Y qué? Tú habrías hecho lo mismo.

—Es posible…

—¡Aja!

—He dicho
posible.
Ésa es la cuestión. En tu caso, no había la menor duda.

Estaba empezando a enfadarme de verdad.

—Es ridículo. No soy la Madre Teresa vestida con ropa masculina, ¿sabes?

—Demuéstralo -dijo George.

—¿Qué?

—¿Has hecho algo malo últimamente?

—Bueno, ahora que lo dices, ayer quebranté una ley federal. Y ambos tendríais que cerrar la boca antes de que os entre una mosca.

George fue el primero en recuperarse.

—¿Qué hiciste? ¿Volver a utilizar un sello de correos que no tenía el matasellos?

Les hablé de Armageddon. Las posibles manchas en mi intachable reputación fueron desdeñadas debido a su curiosidad por averiguar cuál había sido el resultado de mi acción. Ni siquiera había tenido tiempo de pensar en ello, pero en ese momento yo también sentí curiosidad.

Fuimos a casa de George y utilicé su teléfono y mi portátil para conectarme a Armageddon. Seleccioné una pantalla del estado actual de la población de Cecil:

Programa
Población
Cecil
.........................................................
1

Sentí una extraña mezcla de alivio y decepción: alivio porque resultaba evidente que nuestro gusano no era tan virulento como pensaba, y decepción porque… ¡Rayos!, debía de estar volviéndome loco.

—No parece muy impresionante -comentó George.

—No -confirmé. Entonces se me ocurrió echar un vistazo a la clasificación.

Programa
Población
Belial
.........................................................
16.238
Cecil
.........................................................
1
Anthrax
.........................................................
0
Ariel
.........................................................
0
Bad Gnus
.........................................................
0
Centurión
.........................................................
0
Chill
.........................................................
0
Chimaera
.........................................................
0
Cronus
.........................................................
0

—Tal vez sí que debería estar impresionado -comentó George, riendo entre dientes-. Al fin y al cabo, estás en segundo lugar.

Apenas oí sus palabras, porque sentí corno un vuelco en el estómago. Solicite la tabla de clasificación según la cibermasa, aunque ya preveía los resultados:

Programa
Población
Cecil
.........................................................
93,15
Belial
.........................................................
6,85
Anthrax
.........................................................
0,00
Ariel
.........................................................
0,00
Ayness
.........................................................
0,00
Bad Gnus
.........................................................
0,00
Centurion
.........................................................
0,00
Chill
.........................................................
0,00
Chimaera
.........................................................
0,00
Cronus
.........................................................
0,00

A Al se le cortó la respiración.

—¡Cojones! -exclamó George.

—Sí -dije yo.

 

Pensé que había llegado el momento de volver a charlar con Marión Oz. Esta vez, Al me acompañó. Dan Morgan nos recibió en el MIT.

—Ahora está impartiendo una conferencia a estudiantes de primer ciclo -dijo-, pero casi ha terminado. Vengan.

Dan nos condujo a una pequeña sala de conferencias. Entramos y nos sentamos cerca del fondo. En la actualidad, en la mayoría de las conferencias celebradas en el MIT se utilizan fantásticos medios audiovisuales. Oz escribía en una pizarra. También llevaba el mismo cárdigan de color verde bilis. Es posible que la corbata fuese distinta, o quizá sólo habían cambiado de posición las manchas de comida.

—Muy bien -decía Oz-, pensemos ahora, por un momento, cómo funciona el cerebro humano. Tiene entre cien y doscientos mil millones de neuronas. El modelo habitual dice que cada neurona es una unidad lógica, de tal forma que el cerebro es una red neural compuesta del orden de diez elevado a once unidades.

Oz escribió un enorme 10 en la pizarra y añadió el exponente 11.

—Pero esto es una memez -agregó-. En primer lugar, no olvidemos las células gliales. Los conocimientos tradicionales nos indican que estas células existen para proporcionar apoyo fisiológico a las neuronas, pero en realidad no forman parte de la red neural. Esto parece obvio, ya que carecen de las dendritas y los axones que permiten a las neuronas comunicarse a larga distancia. Sin embargo, ahora sabemos que las neuronas se comunican con las células gliales más próximas. Esto quiere decir que cada neurona y sus células gliales asociadas forman una red de área local, que está conectada a la red principal a través de la neurona.

»Además -continuó-, existen en el cerebro más células gliales que neuronas: diez veces más. Por consiguiente, tenemos una red de más de un billón de nodos.

Borró el 11 y lo sustituyó por un 1 2.

—Sin embargo, el mayor error del modelo convencional radica en considerar cada célula de la red como una unidad lógica, como si fuese un único transistor. Existen razones poderosas que nos llevan a pensar que cada célula es como un ordenador o, más bien, un superordenador.

»Veamos una célula humana y pensemos en la configuración de su hardware. En primer lugar, tenemos el ADN; más o menos, cinco gigabytes de ROM fija. El ARN mensajero es la RAM de la célula. Fragmentos de ARNm copian porciones del ADN, igual que los datos de un CD-ROM se cargan en la RAM de un ordenador para preparar la ejecución de un programa. El microprocesador que ejecuta el programa es un microorganismo, el ribosoma. Lee el ARNm y utiliza las instrucciones codificadas para construir una proteína. Y ahora viene lo más impresionante: cada célula tiene hasta un millón de ribosomas, es decir, cada célula es un gigantesco superordenador en paralelo.

Borró el 12 y escribió 18 en su lugar.

—Pero la síntesis de proteínas no lo es todo; de hecho, sólo un dos por ciento de los códigos del genoma están destinados a crear proteínas. Al resto, créanlo o no lo llaman ADN
basura
porque los biólogos no consiguen averiguar para qué sirve. ¿Alguno de los presentes puede decirme su función?

Un hombre asiático, que parecía de más edad que el resto de estudiantes, levantó la mano titubeando y aventuró:

—¿Es el sistema operativo de la célula?

—¡Correcto! -exclamó Oz, aunque pensé que más bien parecía un poco irritado porque alguien había dado con la respuesta-. Está claro que la célula es un ordenador, que almacena y procesa información a niveles increíbles de complejidad; ha de tener un sistema operativo. ¿Hay alguien que piense que casi mil quinientos megabytes de información acumulada y conservada durante millones de años es basura? Yo tampoco lo pienso. Así que, si suponemos, en un cálculo conservador, que la cantidad de potencia de proceso dedicada a ejecutar el noventa y ocho por ciento del software es diez veces superior a la dedicada al dos por ciento restante -borró el 18 y lo reemplazó por un 19- tendremos que, dentro de nuestros cráneos, hay una red de superordenadores con diez trillones de unidades de proceso.

Un estudiante que parecía un poco más joven que los demás -una especie de versión adolescente de Jason Wright- levantó la mano y preguntó:

—¿Qué nos dice de la velocidad de proceso? Quiero decir que un ribosoma no es, ni mucho menos, tan rápido como un chip.

Oz sonrió con gesto de aprobación.

—No sea usted idiota, Logan -respondió-. La velocidad es irrelevante.

El estudiante pareció sorprendido, pero se recuperó con rapidez y miró a Oz con escepticismo autosuficiente.

—¿Acaso afirma que la velocidad es irrelevante para la potencia de proceso?

—La velocidad es relevante para cálculos numéricos. Para la verdadera inteligencia, lo que importa es la complejidad, tomemos como ejemplo el cerebro de un perro. ¿Cuánto tendría que acelerarlo para que llegase a ser tan inteligente como usted, Logan?

Los otros estudiantes empezaron a burlarse. Logan se esforzó por mantener una expresión orgullosa, pero era evidente que estaba fastidiado.

—¡Vamos! -le provocó Oz-. ¿Diez veces? ¿Cien? Supongamos que pudiéramos acelerar la velocidad del cerebro del perro por un factor de un millón. ¿Qué obtendríamos? ¿Un Einstein canino?

Los estudiantes apenas podían contener las risas, salvo Logan, que estaba enrojeciendo.

—Le diré exactamente lo que tendría -prosiguió Oz-. Tendría un perro que necesitaría sólo una millonésima parte del tiempo normal para decidir si quiere husmear su entrepierna.

Toda la sala rompió a reír. Tengo que admitir que también me reí por lo bajo, aunque sentía un poco de lástima por el pobre Logan.

—No malgaste su compasión -dijo Dan cuando se lo comenté-. Ese es
Logon
Logan, el estudiante favorito de Oz, probablemente porque es el único alumno del Mil que es casi tan repulsivo como él.


¿Logon
Logan?

—Sí. Tiene el récord del MIT en geniconexión.

Geniconexión
era una expresión que hacía referencia a la costumbre de algunos jóvenes genios de la informática de pasarse todas las horas del día conectados a los ordenadores de la facultad.

Por fin, las risas se fueron apagando, y Oz dijo:

—Bien, si no hay más preguntas, nos vemos la semana que viene.

La gente empezó a salir y Oz nos hizo señas de que nos acercáramos. Le presente a Al, y el viejo verde sonrió de oreja a oreja, incluso pensé que iba a ronronear.

Nos sentamos en la parte delantera de la sala y le expliqué algunos de los últimos acontecimientos.

—Parece que nuestro gusano podría no ser un simbionte inofensivo, después de todo.

—Me lo temía -dijo Oz, asintiendo-. Pero ustedes son los expertos en parásitos. ¿Qué le hace pensar que yo puedo ayudarlos?

—Bien -intervino Al-, nos gustaría saber cómo puede generarse la inteligencia de manera espontánea en una red informática. ¿Hay alguna teoría que explique cómo puede pasar eso?

—Sí-dijo Oz-. La teoría del caos, o, si lo prefieren, la teoría de la complejidad.

—¿Cuál es la diferencia?

—Nadie sabe lo suficiente sobre ellas para responder a esa pregunta. Sin embargo, la cuestión es que, si tiene una red booleana aleatoria, hay cierto número de estados que pueden ocupar la red. Una vez que la red es lo bastante complicada, el número de estados posibles se vuelve astronómico. No se necesita una red exageradamente grande para que tenga más estados posibles que átomos hay en el universo. Tal vez piensen que una red como ésta, al progresar por distintos estados, es improbable que adopte un patrón. Sin embargo, es exactamente eso lo que sucede: la red desarrolla enseguida secuencias predecibles.

—Pero una red informática no es una red aleatoria -objeté.

—¿Ah, no?

—No sé adónde quiere ir a parar -dije, por completo confundido-. ¿Cómo puede ser aleatoria una red que ha sido diseñada?

—Hay un
koan
de la inteligencia artificial que lo explica -dijo Dan-. Un estudiante estaba pirateando un viejo PDP-11 cuando llegó Marvin Minsky y le preguntó qué estaba haciendo. El estudiante le explicó que enseñaba a una red neural cableada aleatoriamente a jugar a tres en raya. Minsky preguntó por qué la red estaba cableada aleatoriamente. El estudiante respondió: «Para no rener concepciones previas sobre cómo jugar». Minsky cerró los ojos. El estudiante le pidió por qué lo hacía, y Minsky contestó: «Para que la habitación esté vacía». Entonces, el estudiante alcanzó la iluminación.

Al sonrió y asintió con gesto de admiración.

—¿Así que la aleatoriedad está en el ojo del observador?

—Exacto.

—Bien -intervine-, todavía no estoy seguro de si estamos ante una inteligencia que ha evolucionado de forma espontánea, o sólo un programa de inteligencia artificial increíblemente sofisticado que fue creado por un genio de la informática. -Aún no había mencionado quién era el genio en el que estaba pensando-. ¿Cómo podemos saber la diferencia?

—No estoy seguro de que pueda. Tendría que saber cuál era la intención del creador del programa… suponiendo que algunas partes del mismo sean artificiales.

—¿Y si lo averiguásemos?

—Busquen indicios de que hace algo imprevisto. Y con un objetivo.

—¿Por qué no se lo preguntamos al programa? -sugirió Al.

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