Wyrm (57 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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Así lo hicieron. La sacerdotisa se pasó unos cinco minutos carraspeando con fuerza. Luego cerró los ojos. De súbito, se arrojó al suelo y empezó a retorcerse, chillar y echar espuma por la boca. Al cabo de varios minutos, se detuvo en seco y quedó tumbada, con los ojos cerrados. Permaneció así un buen rato, durante el cual Ragnar creyó verla abrir los ojos y volver a cerrarlos enseguida al menos dos veces.

Por fin, quizá porque sus visitantes no parecían tener la intención de marcharse, abrió la boca y entonó:

De hecho o de fábula

el primer gobernante ático.

El último fue feroz

pero el anterior más cruel.

Para más detalles,

consejos o recomendaciones,

debéis visitar la esfinge

y responder a su pregunta.

—¿Cómo va, Krishna?

—No tan bien, ni siquiera con el programa de descifrado del anillo del rey del jefe. Es más complicado de lo que pensaba.

—Bueno, ¿cuánto tiempo más crees que necesitarás?

—Me resulta imposible decírtelo. Podría descifrarlo mañana o dentro de mil años.

—Estupendo. ¿Tienes algo para mí?

—En realidad, no. ¡Ah, sí! Esa contraseña que no cambia, la de ese tal Bishop, tiene algo raro. Creo que sólo consta de cuatro caracteres.

—Creía que el sistema requería por lo menos ocho.

—Así es, pero debe de haber encontrado la manera de evitarlo.

—¡Oh! Bueno, ha llegado el momento de probar otra estrategia.

—¿Como qué?

—He estado pensando en ese Bishop…

—¿Y bien?

—Para hacer lo que hizo, debió de piratear la cuenta raíz —dije. Aquel tipo de manipulación del sistema de segundad tenía que estar limitada, de forma casi segura, a los superusuarios del sistema.

—Vale, me lo creo. Pero ¿de qué nos sirve?

—Veamos si podemos conseguir su contraseña. Si logramos utilizar su cuenta, tal vez averigüemos cómo lo hizo.

—De acuerdo. Si su contraseña tiene sólo cuatro caracteres, podemos entrar por la fuerza…

—No, ni hablar. Tal vez sean un poco descuidados, pero si ven en el registro de seguridad que Bishop se equivocó escribiendo la contraseña doscientas mil veces, es inevitable que alguien sospeche.

—¿Tienes otra idea?

—Sabemos que ese tipo está muy encariñado con su contraseña, ¿verdad?

—Eso parece.

—Pues bien, la gente suele utilizar las contraseñas para muchas cosas distintas. Si está tan enamorado de ella, apuesto a que la usa para otras actividades.

—¿Como qué? ¿Crees que también es administrador de un MUD?

—Podría serlo, pero no estaba pensando en eso. ¿Qué tiene cuatro caracteres y todo el mundo posee uno?

—¿El código del cajero automático?

—En efecto.

—¿Cómo vamos a conseguirlo?

—Probaremos a navegar sobre su hombro.

El sonido era semejante a una risa de mujer, aunque con un extraño matiz que recordaba el runrún de un motor grande… como el V—12 de un Jaguar XJS en espera, pero que sugería una importante potencia. Cuando llegaron a la cima de una colina, vieron peor vez primera las murallas de Tebas y la criatura que emitía aquel ruido. Tenía la cara y los pechos de una mujer insertados en un cuerpo de león, del que brotaban una cola de reptil y unas grandes alas; éstas no eran de piel como las de los murciélagos, según cabía esperar de un mamífero, sino que estaban cubiertas de plumas como las de un ave de presa. Estaba apostada sobre la puerta que daba entrada a la ciudad. Un hombre ataviado con una armadura griega y un casco con penacho se encontraba plantado ante ella, y ambos parecían charlar de forma amistosa.

—¡Vaya! Tal vez sea más simpática de lo que sugiere su reputación —dijo Ragnar.

En ese momento, se abalanzó sobre el guerrero griego y se lo tragó entero.

—Sí, muy simpática —comentó Megaera, arqueando las cejas—. Debe de haberlo invitado a cenar.

—Bueno, si nos equivocamos con la respuesta al acertijo, seguramente también querrá devorarnos a nosotros —dijo Gunnodoyak.

—Tal vez tengamos suerte —sugirió Megaera— si nos hace la misma pregunta que a Edipo.

—Lo dudo.

—Yo también.

—Por curiosidad: ¿cuál era la adivinanza original? —preguntó Gunnodoyak.

—Era: ¿qué camina con cuatro patas por la mañana, con dos por la tarde y con tres por la noche?

—Hummmm… ¿Un perro del circo al que sacan a hacer pipí después de la función?—propuso Ragnar.

—La respuesta es el hombre. Va a gatas en su infancia, luego aprende a caminar y en su ancianidad se apoya en un bastón.

—Mi respuesta me gusta más.

Cuando se acercaron, la esfinge, que había vuelto a su lugar sobre la puerta de la ciudad, los observaba y se relamía los labios con una lengua inquietantemente. Los examinó uno por uno, aunque pareció fijarse de manera especial en Alí.

—¿Queréis intentar resolver el acertijo? —preguntó por fin.

—Sí —contestó Zerika.

—Espera un poco —intervino Ragnar—. ¿Y si somos nosotros los que te planteamos una adivinanza?

—Aunque es un poco irregular—dijo la esfinge, frunciendo el entrecejo—, no conozco ninguna regla que se oponga. Muy bien. Pero asegúrate de que es un auténtico acertijo; nada de preguntar qué es lo que lleváis en los bolsillos, ni cosas así.

—¿Y bien? —preguntó Ragnar a los demás.

—¿Sabes alguna en especial? —inquirió Tahmurath, encogiéndose de hombros.

—Pues sí.

—Entonces, adelante—dijo Zerika.

Ragnar se volvió hacia la esfinge. Se irguió, carraspeó con fuerza y dijo:

—¿Qué es lo que tiene cuatro ruedas y está siempre mosqueado?

La esfinge no movió ni un bigote.

—Un camión de la basura, porque está lleno de moscas. Debí regular el uso de anacronismos. Muy bien, es mi turno. ¿Qué es lo que va a veces sobre cuatro patas, a veces sobre dos, a veces sin ninguna y a veces usa alas?

—Hum… ¿Tenemos un poco de tiempo para pensarlo?

—Adelante—dijo. Sonrió, y enseñó unos impresionantes colmillos.

El grupo formó un corrillo.

—¡Jo, vaya requiebro! —dijo Ragnar—. Creía que era el mismo acertijo de siempre, hasta que dijo lo de las alas.

—No es el mismo, pero podría ser la misma respuesta —sugirió Megaera.

—¿El hombre? ¿Por qué? —inquirió Tahmurath.

—Las personas vuelan en aviones. También conducen automóviles, y entonces no usan sus piernas.

—Hummm… Podría ser. Pero estamos en la antigua Grecia, y todavía no existen los coches ni los aviones. Recuerda lo que ha dicho la esfinge sobre los anacronismos.

—Tienes razón, pero ha de ser algo similar. No creo que existan animales con alas que también tengan cuatro patas. Las aves y los murciélagos tienen dos y los insectos seis. ¿Qué animal tiene cuatro patas y alas?

—Ella —dijo Alí.

—Cierto —admitió Zerika—. Recuerda, no estamos en la Grecia histórica, sino en la mítica. La respuesta al acertijo tiene que ser una criatura mitológica —Se volvió hacia la esfinge y le preguntó—: ¿Cuánto tiempo tenemos?

La criatura sonrió, enseñando de nuevo sus largos y afilados colmillos.

—Tomaos todo el tiempo necesario. Marchad a vuestras casas y dormid pensando en la respuesta. No me importa. Sólo quiero que me hagáis un favor.

—¿Qué?

—Cuando volváis para dar la respuesta, venid a la hora de almorzar, ¿en.

—Creo que será mejor que sigamos su consejo —dijo Zerika a los otros.

—¿A qué te refieres? ¿A irnos a dormir, o a volver a la hora del almuerzo?

—Lo que tú prefieras. Es evidente que debemos estar muy seguros antes de contestar.

—¿Por qué no la atacamos? —propuso Alí—. Hemos matado monstruos más grandes.

Tahmurath meneó negativamente la cabeza.

—Ese tendría que ser nuestro último recurso. No os dejéis engañar por su tamaño. Es fácil programar que una criatura aparentemente inerme sea imposible de matar. Si el juego nos pide que solucionemos un acertijo, es poco probable que podamos seguir avanzando sin encontrar la respuesta.

En ese momento, un mendigo viejo y ciego
se
acercó cojeando. Se detuvo y se apoyó en su bastón, sonriendo como si pudiera verlos con sus órbitas vacías.

—Necesitáis ayuda para resolver el acertijo, ¿verdad? —dijo.

—¡Sí! —exclamó Zerika—. ¿Puedes ayudarnos?

—Por supuesto. Yo resolví el enigma de la
esfinge
en una ocasión —dijo, señalándose con el pulgar para subrayar sus palabras— ¡Oh!, no esta esfinge era otra. No puedo daros la respuesta, eso no sería correcto, pero puedo deciros cómo podéis descifrar la adivinanza.

—Ilumínanos, ¡oh gran maestro de las adivinanzas! —dijo Gunnodoyak con una reverencia.

El anciano encontró una roca del tamaño correcto
y
se sentó lo más cómodo que pudo, mientras los aventureros se reunían a su alrededor. Entonces empezó a cantar:

Os contaré la leyenda maravillosa

de quien preguntaba acertijos

Conocí a una feroz esfinge

que ante una puerta plantada

dijo: —¿ Qué tiene cuatro patas?

¿Cuatro, cuando es joven?

La respuesta giraba en mi mente

y repicaba en mi lengua.

Dije: —He visto sillas y mesas

con cuatro patas en el suelo.

Los triángulos isósceles, claro,

un par hacen cuatro.

Una avestruz con su jinete

cuatro piernas también suman

Por no hablar de media araña o

incluso dos gallinas cluecas.

Pero ella pensaba otra cosa,

pude verlo en su cara.

Y tenía que hallar la respuesta

o morir bajo sus garras.

Me sacudió de lado a lado,

casi me dejó asfixiado.

—Entonces dime a mediodía

¿quién se levanta y dos patas tiene?

Con mucha tranquilidad dije:


Quizás un taburete roto,

la mitad de una mariposa,

el trasero de una mula,

todo eso tiene, no lo negarás,

por lo menos un par de patas.

Un trocito de ciempiés

o sólo dos almejas.

Pero ella pensaba otra cosa,

lo percibí en su voz.

Y ya sentía todo mal

de no encontrar la respuesta.

Agarró al autor de esta oda

y gruñó con ferocidad:

—¿Y qué es lo que de noche

sale con tres piernas nada más?

—¡El hombre!, —exclamé de pronto—

montado en un cuarto de caballo.

«¡El hombre!, —la asusté—,

en la primera etapa del camino.

«¡El hombre! —la apabullé—,

con chaqueta y corbata.

»El hombre…, —dije otra vez,

y la esfinge cayó destrozada.

Y si ahora alguna vez

me llevo el dedo a la nariz

o piso con gran descuido

la manguera de un jardín,

o si me cae algo pesado en el pie,

me echó a llorar al pensar

en la vieja esfinge que conocí,

de mirada fiera y fuerte rugido,

que a los tebanos tanto mal hizo,

con ojos como brasas brillantes,

aterrorizando a los viajantes.

Y que citaba a Rousseau,

a Ereud, a ]ung y a Moe.

Que con gestos y sin cariño

parecía un dulce mimo,

y con los pechos de Marilyn,

aquella triste noche,

hace tanto, allí plantada,

ante la puerta

Cuando fue obvio que el anciano había terminado su canción, Ragnar dijo:

—Perdone, pero ¿cómo puede ayudarnos todo eso?

El anciano se levantó bruscamente de la roca y se alejó cojeando.

—Lo siento, tengo que irme —dijo—. Me ha parecido oír que me llama mi madre.

Mientras se marchaba, la túnica dejó al descubierto uno de sus hombros y reveló una marca de nacimiento o una especie de tatuaje: el símbolo del ouroboros.

Ragnar quiso correr en pos del viejo, pero Gunnodoyak le llamó:

—No te preocupes, Ragnar. Creo que ya lo he encontrado.

Los otros se volvieron hacia él.

—¿En serio? —preguntó Zerika—. ¿Sabes la respuesta al acertijo?

—Creo que sí. Pensad por un momento: ¿contra qué hemos estado combatiendo en todos los MUD? El
guivre,
el
lindworm,
el
wyvern,
la anfisbena, incluso la nave klingon. Todos ellos son variaciones sobre un mismo tema.

—¿Variantes del dragón? —exclamó Ragnar, echándose a reír.

—Sí. Todos, salvo el MUD del vampiro, que yo sepa.

—¿Quieres decir que no lo sabes? —preguntó Megaera.

—¿Saber qué?


Drácula
significa «dragón». Estoy segura de que tienes razón. De hecho, creo que eso era lo que la Pitonisa intentaba decirnos.

—¿La Pitonisa? —preguntó Tahmurath.

—Sí: «De hecho o de fábula, el primer gobernante ático». Entonces no entendí lo que quería decir, pero ahora creo saberlo: el primer legislador de Atenas, que está en la región de Grecia llamada Ática, fue Dracón.

—Que quiere decir «dragón» —terminó la frase Zerika—. Muy bien, pero si ése es el hecho, ¿qué me dices de la fábula?

—Hay varios mitos griegos sobre los primeros reyes de Atenas o del Ática. Se creía que eran dragones de la cintura para abajo. A veces, los llamaban reyes—serpientes nacidos de la tierra.

—Hummm… Un hombre llamado Dracón y hombres que eran medio serpientes —dijo Tahmurath—. No son exactamente dragones, pero se parecen lo bastante como para que el gobierno funcione bien.

—Será mejor que no te oigan en el Pentágono —dijo Zerika—. Pero ¿y la parte que decía «el anterior era más cruel»?

—La ley de Dracón era famosa por su severidad —explicó Megaera—. De ahí Procede nuestra palabra
draconiano.


¿Como lo de «ojo por ojo»?

—Más bien, cabeza por ojo, porque creo que el castigo para la mayoría de los delitos era la muerte.

—Debía de haber muy pocos criminales reincidentes —comentó Tahmurath—. creo que tienes razón; la respuesta al acertijo debe de ser «dragón». Vamos a dársela a la esfinge. Gunny, como has sido tú quien lo ha resuelto, ¿te importa hacer tos honores?

—Si Gunnodoyak tenía alguna duda sobre su respuesta, no la dijo. Se acercó a la esfinge y declaró:

—Estamos listos para responder el acertijo.

—¿Ya? —dijo la esfinge con cierta petulancia—. Creía haberos dicho que volvierais a la hora de almorzar. Bueno, siempre se puede picar algo.

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