Wyrm (63 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
10.9Mb size Format: txt, pdf, ePub

Visualicé un esquema del árbol de directorios, un diagrama que muestra cómo están organizados los archivos del sistema. No vi nada que me llamase la atención y, durante un rato, me limité a abrir archivos al azar. Al cabo de una hora, regresé al esquema e intenté pensar como pensaría Dworkin. Durante un rato no se me ocurrió nada. Entonces tuve un presentimiento. Seleccioné el sexto subdirectorio del directorio raíz y lo expandí; luego volví a seleccionar el sexto subdirectorio y también lo abrí; por último, seleccioné de nuevo el sexto. Se llamaba Prah. Cuando lo expandí, pensé que seguía sin encontrar nada:

No parecía haber nada de interés. Elegí al azar THOR1N.TXT, lo abrí y vi que estaba cifrado. Aquello me interesó un poco más, aunque no mucho. Probablemente Había docenas de ficheros cifrados en el sistema. Aunque cabía esperar que Dworkin codificase todo lo que tenía que ver con Wyrm o el caballo de Troya, las probabilidades de que estos archivos en concreto le pertenecieran parecían muy reducidas.

Pensé en los nombres de los subdirectorios: Roja y Blanca. No supe qué pensar de Roja, pero tras unos momentos de reflexión comprendí que Blanca era una referería a Blancanieves porque los archivos de texto tenían los nombres de los Siete Enanitos
[16]
.

Me reí e iba a seguir buscando cuando me acordé: ¡enanos! George me había dicho que a Dworkin le gustaba jugar con personajes enanos en el juego de rol DD. Anoté mentalmente que le debía una disculpa a George por haberme burlado entonces de él.

Muy bien, si el subdirectorio Blanca contenía los Siete Enanitos, ¿a quiénes correspondían los nombres del otro subdirectorio? ¿Otros enanos? No me sonaba ninguno, pero tampoco estaba iniciado en el mundo de los enanos. Como quería reducir al mínimo el tiempo que estuviera conectado porque el riesgo era cada vez mayor, decidí bajar todos los archivos de ambos directorios tras comprobar que no tardaría mucho rato: el que ocupaba más espacio sólo tenía cinco kilobytes, y la mayoría eran mucho más pequeños.

Luego me puse a buscar el algoritmo de cifrado. Como el sistema utilizaba una criptografía compleja, no tenía sentido que Dworkin empleara otra. Mientras nadie más conociese las claves de cifrado, sus datos estaban seguros… o a menos que pudiese descubrir el código. Otra vez tenía que adivinar, propinar palos de ciego, pero no me daba por vencido. Nunca había conocido a Dworkin, ni siquiera lo había visto, pero sentía una especie de vínculo con él, como si nuestras mentes estuviesen conectadas a un nivel profundo.

Existe un estado alterado de conciencia que parece producirse en ciertas ocasiones, cuando alguien está profundamente inmerso en una tarea que exige el uso de sus habilidades más desarrolladas. Los atletas lo llaman
estar en la zona;
en algunos libros lo han denominado
flujo.
Quizás Al lo explicase como entrar en contacto con el inconsciente colectivo.

Fuera lo que fuese, yo me encontraba en ese estado. Ni siquiera me sorprendí cuando mi primera intuición, -«ajenjo», escribí- resultó ser la clave correcta.

Lo que me pilló desprevenido fue lo que hallé en los archivos de Dworkin: virus. Y no de cualquier tipo; eran virus que yo conocía muy bien.

Había encontrado a Vamana.

15

El ombligo de la bestia

¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios…

APOCALIPSIS 18,2

Era el día de San Esteban, y Marión Oz se hallaba en su despacho. Sentí la tentación de preguntarle el motivo, pero no lo hice; al fin y al cabo, yo tampoco tenía nada mejor que hacer.

—¿Se ha preguntado por qué el cerebro no puede regenerar las neuronas perdidas después de una herida? -me decía.

—En realidad, doctor Oz, no he pensado mucho en ello.

Había llamado a Oz para consultarle algunas cosas que estaban pasando con Wyrm y para saber si tenía alguna sugerencia útil que hacerme. Gracias a Dan Morgan, ahora podíamos estar en contacto por el teléfono. Él y uno de los estudiantes habían trucado el aparato de Oz para que el volumen fuese más alto sin dejar ningún indicio de que lo habían manipulado. Resultó un buen truco.

Como me sucedía siempre que hablaba con el Gran Hombre, la charla derivó hacia un área inesperada.

—Bien, pues debería pensarlo. Es muy peculiar.

—¿Qué es tan peculiar?

—¡Piense en ello! el cerebro es el órgano más importante del cuerpo. Si se daña una pequeña parte del mismo, se sufre una grave pérdida de funciones…

Desde luego, tenía razón. Pensé en Seth Serafín y tuve un escalofrío. No le había dicho nada a Oz, ni a nadie más, sobre aquel encuentro.

—… y, sin embargo -agregó-, el cerebro carece de una capacidad que poseen casi todos los órganos del cuerpo: la de regenerar las células dañadas y destruidas. El hígado puede hacerlo. Y la piel. Y todo procede de la misma capa de células germinales. Los intestinos lo hacen de manera constante. ¿Por qué no puede hacerlo el cerebro?

Hacía el tiempo suficiente que lo conocía para saber que nunca formulaba una pregunta si no creía conocer ya la respuesta. Había conseguido despertar mi curiosidad, pero no me apetecía seguirle la corriente. Era obvio que debía decir algo así como: «¡Uy! ¿Por qué, doctor Oz? Por favor, ilumíneme mientras me limpio la baba de la barbilla». Así que dije:

—Tal vez los humanos evolucionamos bajo unas circunstancias en las que la perspectiva de recuperarse de una lesión cerebral era tan reducida que no había ninguna ventaja en que pudieran regenerarse las células.

—De forma superficial, parece una idea aceptable, pero un examen más riguroso demuestra que es una idiotez por dos razones. La primera: ¿cuál es la probabilidad de que un miembro de una tribu nómada de cazadores y recolectadores sobreviviera a la fractura de una pierna sin que nadie pudiera tratarla; ni yeso, ni una tablilla, ni una silla de ruedas? Y, sin embargo, tenemos la capacidad de curar piernas fracturadas.

»Pero lo más importante es que no basta que no se necesite una característica; para que sea seleccionada, tiene que haber alguna ventaja en no poseerla. Algunas especies primitivas tienen la capacidad de regenerar neuronas, así que debimos de perderla por el camino. ¿Por qué? ¿Qué posible ventaja existe en tener un cerebro que no se regenera?

«Muy bien -pensé-. Arrojemos la toalla y acabemos con esto.»

—¿Por qué cree usted que fue seleccionada?

—Porque el software que llamamos
mente
no puede gestionar cambios de configuración en el hardware. Cuando el cerebro sufre una lesión, puede hacerse muy poco para volver a adiestrarlo de forma que administre las mismas funciones de manera distinta, es decir, que las partes no dañadas tomen el control sobre las funciones perdidas. Esto no sucede de manera significativa, salvo en los niños muy pequeños.

»Por la misma razón -agregó-, lo más probable es que el cerebro no pueda hacer nada con las neuronas sustitutorias recién generadas, por lo que dejarlas crecer es un completo derroche energético.

Aquello parecía plausible, aunque no demoledor. Seguía sin entender adonde quería ir a parar.

—¿Qué tiene que ver todo esto con Wyrm?

—No lo ha entendido todavía, ¿eh? Mire, la mente humana es el software más complejo y sofisticado que existe. Y ha evolucionado a lo largo de millones de años junto con su hardware, el cerebro. Esto debería indicarle que, si el problema de afrontar un cambio de configuración del hardware a la escala del cerebro humano es demasiado difícil para la mente, tiene que ser un problema de una complejidad increíble.

»Wyrm está funcionando en una escala de complejidad comparable al cerebro. Y por lo que me dice, está gestionando constantes cambios de configuración en el hardware. ¿Cómo puede hacerlo? ¿Se da cuenta de que, si podemos contestar a esa pregunta, la respuesta podría ser crucial para hacer cosas tales como injertar células cerebrales en personas con lesiones o que padecen la enfermedad de Alzheimer?

Resistí la tentación de preguntarle si tenía algún interés personal en esa última posibilidad.

—Todo eso está muy bien -dije-, pero si no averiguamos cómo enfrentarnos a esa cosa, podría ser inútil. Ayer fue Navidad y todavía no tenemos una respuesta.

—Es interesante que mencione la Navidad -dijo.

—¿Por qué?

—Porque estaba pensando en algo que me dijo usted en otro momento; su idea sobre ese fenómeno de la red entre mentes humanas, y cómo puede relacionarse con la cultura megalítica. Verá: la Navidad es como una iglesia cristiana levantada sobre un edificio pagano más antiguo.

—¿Qué quiere decir?

—En toda Europa hay iglesias y capillas que se han construido sobre ruinas más antiguas. A veces, los megalitos han sido incluso incorporados a la estructura de la propia iglesia.

—¿Qué tiene eso que ver con la Navidad?

—La Navidad es una fiesta cristiana que ha suplantado la antigua celebración pagana del solsticio de invierno. Observe que, al igual que muchas ruinas megalíticas, la fiesta pagana del solsticio tiene un significado astronómico. Además, como las iglesias que contienen antiguos menhires y dólmenes, la Navidad también ha asumido ciertos rituales paganos.

—¿Cómo qué?

—Como meter un árbol en casa, por ejemplo.

—¿No es sólo una coincidencia? Quiero decir que ambas cosas tienen lugar en la misma época del año.

—No es ninguna coincidencia.

—¿Qué? ¿Quiere decir que Jesús nació de manera intencionada en una fecha próxima al solsticio de invierno?

—Nadie sabe en qué época del año nació Jesús. No hay información al respectó en el Nuevo Testamento ni en ninguna fuente mínimamente contemporánea. La costumbre de celebrar la Navidad en diciembre comenzó mucho más tarde. Ahí es donde interviene la intencionalidad: no me cabe ninguna duda de que pretendían suplantar así la antigua fiesta pagana de Yule, del mismo modo que las iglesias tenían que ocupar el lugar de los viejos templos paganos. Es como el cerebro…

—¿El cerebro?

—Sí. Tanto en sentido estructural como funcional, las partes más recientes de nuestros cerebros, por ejemplo el neocórtex, son capas que cubren el viejo cerebro de reptil que hay en el interior, así como los antiguos megalitos fueron cubiertos por las iglesias. Pero la vieja serpiente sigue ahí, probablemente esperando su ocasión.

El jueves por la mañana, estaba leyendo el periódico mientras tomaba una taza de té; Robin me había dado
oolongáe
Formosa como regalo de Navidad. Me sentía un poco indispuesto desde la noche anterior y mi estómago no quería café. Me parecía una semana lenta en cuestión de noticias. La Triple Hora Bruja había pasado sin ningún incidente; todo el mundo tenía instalado software de Macrobyte, lo que quería decir que Wyrm estaba ya por todas partes.

Había una noticia sobre la grey de fanáticos que se estaban apiñando en Jerusalén a la espera del fin del mundo. En otro artículo, repasaban algunas profecías de Nostradamus e intentaban, con una lógica bastante retorcida, relacionarlas con sucesos de la actualidad. Los corredores de apuestas de Londres estaban ofreciendo cincuenta a una a quien quisiera apostar que el arzobispo de Canterbury reconocería la segunda venida de Cristo durante el próximo año. Para aquellos a los que les tranquilizaban los grandes márgenes de apuesta, el artículo subrayaba que en los últimos años se había llegado a pagar mil a una sobre esa misma pregunta.

Durante el mes anterior se había visto la imagen de Jesucristo no menos de cuarenta y siete veces en nubes, árboles, patatas fritas, manchas de hierba, comida para perros y una fotografía aérea de un vertido de petróleo. También había habido quince apariciones de la Virgen María, once de Elvis y una de Frank Zappa sobre un
waffle
belga.

Según una encuesta Gallup, casi el setenta y cinco por ciento de los norteamericanos creían en el infierno, un claro aumento en comparación con el sesenta por ciento de 1990. Sin embargo, menos del dos por ciento opinaba que iría allí al morir; la mitad del uno por ciento creía que ya estaba en el infierno.

En otra encuesta habían preguntado a la gente acerca del Anticristo, y en concreto quién lo representaba. La lista incluía siete políticos, cuatro rockeros, dos presentadores de programas de televisión y un telepredicador. Otros nominados eran las Naciones Unidas, Macrobyte Software y los Dallas Cowboys.

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