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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (19 page)

BOOK: Aleación de ley
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—Tenemos jurisdicción, ya que el incidente… —Brettin vaciló y miró a la sala llena de intrigados alguaciles que fingían estudiosamente no estar escuchando—. Entre.

Wayne miró a los hombres que los observaban. Ni uno de ellos lo había cuestionado. Actúa como si fueras importante, actúa como si estuvieras enfadado, y la gente solo querrá quitarse de en medio. Psicología básica, se llamaba.

—Muy bien —dijo.

Brettin cerró la puerta. Habló rápida y autoritariamente.

—Fueron capturados en nuestro octante y el delito que cometieron fue aquí. Tenemos clara jurisdicción. Les envié a todos una misiva.

—¿Una misiva? ¡Herrumbre y Ruina! ¿Sabe cuántas recibimos al día?

—Bueno, tal vez debería contratar a alguien que las clasifique —dijo Brettin, picado—. Es lo que yo he hecho.

Wayne se sopló el bigote.

—Bueno, podría haber enviado a alguien a informarnos —dijo mansamente.

—La próxima ocasión, tal vez —dijo Brettin, satisfecho por haber ganado la discusión y desarmado a un rival airado—. Estamos bastante ocupados con esos prisioneros.

—Muy bien —repuso Wayne—. ¿Cuándo nos los van a enviar?

—¿Qué?

—¡Tenemos prioridad! Ustedes tienen jurisdicción para la investigación inicial, pero nosotros tenemos derecho de acusación. El primer robo tuvo lugar en nuestro octante. —Waxillium le había escrito ese detalle. Podía ser muy útil en algunas ocasiones.

—¡Tiene que cursarnos una petición por escrito para eso!

—Enviamos una misiva —dijo Wayne.

Brettin vaciló.

—Hoy mismo, temprano —dijo Wayne—. ¿No la han recibido?

—Esto… recibimos montones de misivas…

—Creí que había dicho que había contratado a alguien para clasificarlas.

—Lo envié a por bollos antes…

—Ah. Entonces bien —Wayne vaciló—. ¿Puedo probar uno?

—¿Los bollos o los prisioneros?

Wayne se inclinó hacia delante.

—Mire, Brettin, vamos a fundir y forjar esto. Los dos sabemos que pueden ustedes retrasar este asunto de los prisioneros durante meses mientras nosotros completamos el traspaso de papeleo adecuado. Eso no es digno de nosotros. Usted estará bajo presión, y nosotros perderemos cualquier oportunidad de capturar al resto de esos tipos. Necesitamos actuar con rapidez.

—¿Y? —preguntó Brettin, receloso.

—Quiero interrogar a unos cuantos prisioneros. El jefe me envió específicamente. Usted me deja entrar, me concede unos minutos, y pararemos todas las solicitudes de traslado. Pueden ustedes proceder con la acusación, pero nosotros nos ponemos a cazar a su jefe.

Los dos se miraron a los ojos. Según Wax, condenar los desvanecedores sería bueno, muy bueno para las carreras. Pero el verdadero premio, el jefe de la banda, seguía libre. Capturarlo significaría la gloria, y tal vez una invitación a unirse a la clase superior. El difunto Lord Peterus lo había hecho cuando capturó al Estrangulador de Cobre.

Dejar que un comisario rival interrogara a los prisioneros sería aventurado. Perder potencialmente a los prisioneros por completo, como se arriesgaba Brettin, lo era todavía más.

—¿Cuánto tiempo? —dijo Brettin.

—Quince minutos con cada uno.

Brettin entornó levemente los ojos.

—Diez minutos con dos de los prisioneros.

—De acuerdo. Hagámoslo.

Tardaron más de lo debido. Los alguaciles solían tomarse su tiempo para todo, excepto para aquello que implicara quemar edificios o asesinatos en las calles, y solo se daban prisa en estos dos casos si había de por medio alguien rico. Al cabo de un rato, le prepararon una habitación y trajeron a uno de los bandidos.

Wayne lo reconoció. El tipo había tratado de dispararle, así que Wayne le había roto el brazo con el bastón de duelo. Muy grosero, tratar de disparar así. Cuando un tipo saca un bastón de duelo, hay que responder con otro, o por lo menos con un cuchillo. Tratar de pegarle un tiro era como traer dados a un juego de cartas. ¿Adónde iba a llegar el mundo?

—¿Ha dicho algo hasta ahora? —le preguntó Wayne a Brettin y varios de sus subalternos, mirando desde la puerta al grueso bandido de pelo hirsuto. Llevaba el brazo en un sucio cabestrillo.

—No mucho —respondió Brettin—. Lo cierto es que ninguno de ellos nos ha dicho gran cosa. Parecen…

—Asustados —dijo otro de los alguaciles—. Tienen miedo de algo…. o al menos tienen más miedo de hablar que de nosotros.

—Bah —dijo Wayne—. ¡Solo hay que ser firmes con ellos! Nada de medias tintas.

—No hemos… —empezó a decir el alguacil, pero Brettin levantó una mano para hacerlo callar—. Su tiempo corre, capitán.

Wayne hizo una mueca de desdén y entró en la habitación. Era pequeña, prácticamente un trastero, con solo una puerta. Brettin y los demás la dejaron abierta. El bandido estaba sentado en una silla, las manos esposadas unidas a sus pies por cadenas enganchadas en el suelo. Había una mesa entre ellos.

El bandido lo miró con resentimiento. No pareció reconocer a Wayne. Probablemente era el sombrero.

—Bueno, hijo —dijo Wayne—. Tienes un montón de problemas.

El bandido no respondió.

—Puedo librarte fácilmente. No habrá ningún nudo corredizo para ti, si estás dispuesto a ser listo.

El bandido le escupió.

Wayne se inclinó hacia delante, las manos sobre la mesa.

—Vamos, vamos —dijo en voz muy baja, cambiando su habla al acento fluido y natural que habían empleado los bandidos. Una pizca de trabajador del canal para autenticidad, una buena dosis de camarero para confianza, y el resto Sexto Octante, lado norte, de donde parecía que procedían, por su forma de hablar, la mayoría—. ¿Es así como le hablas al tipo que mató a un guripa y le quitó el uniforme para sacarte de aquí, socio?

Los ojos del bandido se abrieron como platos.

—No hagas eso —advirtió Wayne en voz baja—. Pareces demasiado ansioso. Eso los hará recelar. Malditos sean todos. Tendrás que volver a escupirme.

El hombre vaciló.

—¡Hazlo!

Escupió.

—¡Ruina! —gritó Wayne, volviendo al acento de alguacil. Dio un golpe en la mesa—. Te arrancaré las orejas, muchacho, si vuelves a hacer eso.

El bandido lo miró.

—Esto… ¿debería?

«Ah, bien. Acerté con el barrio.»

—Y una mierda —susurró Wayne—. Te arrancaré de verdad las orejas si lo haces.

Se inclinó hacia delante, hablando con el acento callejero, lo bastante bajo para que los de fuera no pudieran oírlo.

—Los guripas dicen que no has hablado. Bien hecho. El jefe estará contento.

—¿Vas a sacarme de aquí?

—¿Tú qué crees? No puedo dejarte para que cantes. O te saco o te veo estrechándole la mano a Ojos de Hierro.

—No hablaré —dijo el hombre urgentemente—. No hace falta matarme. No hablaré.

—¿Y los demás?

El hombre vaciló.

—No creo que lo hagan tampoco. Excepto Sindren, tal vez. Es nuevo y esas cosas.

«Bien», pensó Wayne.

—Sindren. ¿El tipo rubio de la cicatriz?

—No. El bajito. Orejas grandes. —El ladrón miró a Wayne entornando los ojos—. ¿Por qué no te reconozco?

—¿Tú qué crees? —dijo Wayne, echándose hacia atrás y recuperando su voz de alguacil—. ¡Bueno, se acabaron las contemplaciones! ¿Dónde está vuestra base de operaciones? ¡Quiero respuestas! —se inclinó de nuevo hacia delante—. No me reconoces porque soy demasiado valioso para que la gente corriente me vea. Podrían descubrirme. Trabajo con tu jefe. Tarson.

—¿Tarson? No es jefe de nada. Solo pega.

«Bien también.»

—Me refiero a su jefe.

El bandido frunció el ceño. Recelaba cada vez más.

—Tu actitud va a hacerte ahorcar, amigo —dijo Wayne en voz baja—. ¿Quién te reclutó? Quiero… hablar con él.

—¿Quién…? Clamps se encarga de todos los reclutamientos. Deberías saberlo. —Sus ojos se volvieron hostiles.

«Excelente», pensó Wayne.

—¡Se acabó! —dijo, dándose la vuelta—. Este no hablará. Sabe tener la boca cerrada.

Salió de la habitación para reunirse con Brettin y los demás.

—¿Por qué susurraba tanto? —exigió Brettin—. Dijo que podíamos escuchar.

—Dije que podían escuchar, pero no que yo fuera a decir nada que pudieran oír. Con estos tipos hay que hablar en tono bajo y amenazador. ¿Han dado sus nombres algunos de los demás?

—Alias —dijo Brettin, insatisfecho.

—¿Alguno dio el nombre de Sindren?

Brettin miró a sus hombres. Ellos negaron con la cabeza.

«Excelente.»

—Quiero ver a los otros hombres. Voy a escoger al siguiente que interrogue.

—Eso no era parte del trato —dijo Brettin.

—Y yo sigo pudiendo marcharme a casa para empezar a mover papeles para un traslado…

Brettin vaciló un instante, luego condujo a Wayne a las celdas. Fue fácil detectar a Sindren. El tipo de las orejas grandes parecía joven; observó con los ojos muy abiertos cómo los guripas se asomaban a su celda.

—Ese —dijo Wayne—. Vamos.

Lo agarraron y lo llevaron a una sala de interrogatorios. Una vez que Sindren estuvo encadenado, Brettin y sus hombres esperaron en la sala.

—Un poco de espacio para respirar, por favor —dijo Wayne, mirándolos.

—Bien —respondió Brettin—. Pero no más susurros. Quiero oír lo que tiene que preguntarle. Sigue siendo nuestro prisionero.

Wayne los miró con frialdad y ellos se marcharon, pero dejaron la puerta abierta. Brettin se quedó fuera cruzado de brazos, mirando a Wayne expectante.

«Muy bien», pensó Wayne. Se volvió hacia el preso y se inclinó hacia delante.

—Hola, Sindren.

El chico dio un respingo.

—¿Cómo sabe…?

—Me envía Clamps —dijo Wayne en voz baja con acento callejero—. Estoy elaborando un modo para sacarte. Necesito que permanezcas completamente quieto.

—Pero…

—Quieto. No te muevas.

—¡Nada de susurros! —gritó Brettin—. Si dice…

Wayne levantó una burbuja de velocidad. No iba a durar mucho: no había podido acumular mucho bendaleo. Tendría que hacer que funcionara.

—Soy alomántico —dijo Wayne, completamente inmóvil—. He acelerado el tiempo para nosotros. Si te mueves, advertirán el borrón y sabrán lo que ha sucedido. ¿Comprendes? No asientas. Solo di que sí.

—Hum… sí.

—Bien. Como decía, me envía Clamps, y estoy aquí para liberarte. Parece que al jefe le preocupa que habléis.

—¡No hablaré! —dijo el joven, la voz casi un chirrido mientras se esforzaba obviamente por no moverse.

—Estoy seguro de que no lo harás —dijo Wayne, cambiando sutilmente su acento para que casara con la zona de la que procedía este joven, Interior Séptimo. Añadió una pizca de trabajador de las fábricas, que captaba en el dialecto de este muchacho. Probablemente de su padre—. Si lo hicieras, Tarson tendrá que romperte algunos huesos. Sabes cuánto le gusta eso, ¿no?

El muchacho empezó a asentir, pero se contuvo.

—Lo sé.

—Pero te sacaremos de aquí —dijo Wayne—. No te preocupes. No te reconocí. ¿Eres nuevo?

—Sí.

—¿Te reclutó Clamps?

—Hace dos semanas.

—¿De qué base eres?

—¿Cómo? —dijo el muchacho, frunciendo el ceño.

—Tenemos distintas bases de operaciones —repuso Wayne—. Pero naturalmente tú no sabes nada de eso, ¿verdad? El jefe solo enseña una a los nuevos, por si son capturados. No querrías conducir a los guripas accidentalmente hasta nosotros, ¿no?

—Eso sería horrible —reconoció Sindren. Miró hacia la puerta, pero permaneció quieto—. Me destinó a la vieja fundación de Longard. ¡Creí que éramos los únicos!

—Esa es la idea —dijo Wayne—. No podemos dejar que un simple error nos impida vengarnos.

—Er, sí.

—No crees en todo eso, ¿verdad? No importa. Creo que el jefe se vuelve un poco loco con eso.

—Sí —dijo el muchacho—. Quiero decir, la mayoría de nosotros solo quiere el dinero, ¿sabes? La venganza está bien. Pero…

—… el dinero es mejor.

—Sí. El jefe está siempre hablando de cómo las cosas serán mejor cuando esté al mando, y cómo la ciudad lo traicionó, y esas cosas. Pero la ciudad traiciona a todo el mundo. Así es la vida.

El muchacho miró de nuevo hacia los alguaciles que se hallaban en la puerta.

—No te preocupes —dijo Wayne—. Creen que soy uno de ellos.

—¿Cómo lo haces? —preguntó el joven en voz baja.

—Solo hay que hablar su idioma, hijo. Es sorprendente cuánta gente nunca se da cuenta de eso. ¿Seguro que jamás le has hablado a nadie de ninguna de las otras bases? Necesito saber cuáles corren peligro.

—No —respondió el joven—. Solo he ido a la de la fundición. Estuve allí casi todo el tiempo, excepto cuando salimos a dar los golpes.

—¿Puedo darte un consejo, hijo?

—Claro.

—Sal de este asunto de robarle a la gente. No estás hecho para esto. Si alguna vez sales libre, vuelve a las fábricas.

El muchacho frunció el ceño.

—Hace falta un tipo especial para ser delincuente —explicó Wayne—. Tú no eres de ese tipo. Verás, en esta conversación te he engañado para que me confirmaras el nombre del tipo que te reclutó y me dieras la localización de vuestra base.

El muchacho se puso pálido.

—Pero…

—No te preocupes —dijo Wayne—. Estoy de tu parte, ¿recuerdas? Tienes suerte de que sea yo.

—Ya.

—Muy bien —dijo Wayne, bajando la voz, inmóvil—. No sé si puedo sacarte de aquí por la fuerza. Acéptalo, chico, no mereces la pena. Pero puedo ayudarte. Quiero que hables con los alguaciles.

—¿Qué?

—Dame hasta esta noche. Volveré a la base y despejaré el lugar. Una vez hecho eso, podrás cantarle a los guripas, decirles todo lo que sabes. No te preocupes, no te dijeron lo suficiente para meternos en verdaderos problemas. Nuestros planes de contingencia nos protegerán. Le diré al jefe que te dije que lo hicieras, y no pasará nada.

»Pero no hables con ellos hasta que te prometan soltarte a cambio. Pide que haya un abogado presente: pide a uno que se llama Arintol. Se supone que es honrado —al menos, eso era lo que le había dicho a Wayne la gente de la calle—. Haz que los guripas te prometan dejarte en libertad con Arintol presente. Entonces, cuéntales todo lo que sabes.

»Cuando estés fuera, márchate de la Ciudad. Alguien de la banda podría no creer que te he dicho que hablaras, así que podría ser peligroso para ti. Vete a los Áridos y conviértete en trabajador de las fábricas. Allí a nadie le importará. Sea como sea, chico, mantente alejado de la vida del crimen. Solo acabarás logrando que maten a alguien. Tal vez a ti.

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