Read Aleación de ley Online

Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (17 page)

BOOK: Aleación de ley
3.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Pensar en citas de sus profesores era otro de sus hábitos nerviosos. Continuó de pie en la acera pavimentada, indecisa. ¿Consideraría Lord Waxillium extraño o molesto por su parte que viniera? ¿La consideraría una niña tonta con una afición tonta que asumía estúpidamente que podía ser de utilidad a un avezado vigilante?

Probablemente debería acercarse y llamar. ¿Pero no tenía derecho a estar nerviosa cuando se enfrentaba a un hombre como Waxillium Ladrian? ¿Una leyenda viviente, uno de sus héroes personales?

Un joven caballero pasó por su lado, paseando a un perro ansioso. La saludó llevándose la mano al sombrero, aunque dirigió una breve mirada de desconfianza hacia la mansión Ladrian.

El edificio no parecía merecer semejante escrutinio; la venerable estructura estaba construida con recia piedra adornada con enredaderas, con grandes ventanales y una vieja verja de hierro. Tres maduros manzanos extendían sus ramas en el jardín delantero, y un miembro del personal podaba perezosamente unas cuantas ramas muertas. La ley de la ciudad establecida por el mismísimo Lord Nacido de la Bruma requería que incluso los árboles ornamentales proporcionaran alimento.

«¿Cómo sería visitar los Áridos —pensó ella ociosamente—, donde los árboles son pequeños y mal cuidados?» Los Áridos debían de ser un lugar fascinante. Las plantas aquí en la Cuenca de Elendel crecían plenos con poca necesidad de cuidados o cultivos. Un último regalo del Superviviente, su caricia generosa sobre la tierra.

«Deja de perder el tiempo —se dijo—. Sé firme. Controla tus inmediaciones.» Eso era algo que el profesor Aramine había dicho la semana pasada misma, y…

«¡Maldición!» Avanzó, atravesó la verja, subió los escalones, y llegó a la puerta. Llamó a la aldaba tres veces.

Respondió un mayordomo de cara larga. La miró de arriba abajo con ojos desapasionados.

—Lady Colms.

»Esperaba poder ver a Lord Ladrian.

El mayordomo alzó una ceja, luego terminó de abrir la puerta. No dijo nada, pero toda una vida tratando con sirvientes como él (sirvientes formados siguiendo el antiguo ideal de Terris) le habían enseñado a leer sus acciones: no le parecía bien que viniera a visitar a Waxillium, sobre todo sola.

—La sala está ocupada ahora mismo, mi señora —dijo el mayordomo, señalando con una mano estirada, la palma hacia arriba, una cámara lateral. Empezó a dirigirse a la escalera, moviéndose con una sensación de… inevitabilidad. Como un viejo árbol bamboleándose al viento.

Ella entró en la habitación, obligándose a hacer a un lado su bolso. La mansión Ladrian estaba decorada al estilo clásico; las alfombras tenían intrincados diseños de tonos oscuros, y los rebuscados marcos tallados de los cuadros estaban pintados de dorado. Era extraño que hubiera tantos marcos que parecieran intentar superar el arte que acompañaban.

¿Parecía que había menos obras de arte colgadas en la mansión de lo que debería? Varios puntos de las paredes estaban sospechosamente vacíos. En la salita, se puso a contemplar un gran cuadro de un campo de trigo, las manos a la espalda.

Bien. Estaba controlando su nerviosismo. No había ningún motivo para estar nerviosa. Sin embargo, había leído informe tras informe sobre Waxillium Ladrian. Sí, las historias de su valentía habían sido parte de lo que la inspiró a estudiar leyes.

Sin embargo, era mucho más amistoso de lo que había imaginado. Siempre había creído que sería estoico y brusco. Descubrir que hablaba como un caballero había sido una sorpresa. Y, naturalmente, estaba la forma relajada (aunque mordaz) en que se relacionaba con Wayne. Cinco minutos con ellos dos habían destruido años de jóvenes ilusiones sobre el tranquilo y silencioso vigilante y su intenso y dedicado ayudante.

Entonces se produjo el ataque. Los disparos, los gritos. Y Waxillium Ladrian, como un rayo de intensa luz en mitad de una tempestad caótica y oscura. Él la había salvado. ¿Cuántos días durante su juventud había soñado que sucediera algo así?

—¿Lady Colms? —dijo el mayordomo, deteniéndose en la puerta de la habitación—. Pido disculpas, pero el señor dice que no tiene tiempo de bajar a conversar con usted.

—Oh —dijo ella, sintiendo un nudo en el estómago. Así que había quedado en ridículo después de todo.

—Ciertamente, mi señora —dijo el mayordomo, los labios aún más torcidos hacia abajo—. Debe acompañarme a su estudio para que pueda conversar con usted allí.

Oh. Bueno, no se esperaba eso.

—Por aquí, por favor —dijo el mayordomo. Se dio media vuelta y empezó a subir las escaleras. Ella lo siguió. En el piso de arriba, serpentearon por unos cuantos pasillos (dejando atrás a personal de servicio y de limpieza, que se inclinaron respetuosos ante ella), hasta que llegaron a una habitación que dominaba el ala occidental de la mansión.

El mayordomo le indicó que entrara. La habitación estaba mucho más abarrotada de lo que esperaba. Los postigos estaban cerrados y las persianas bajadas, y el gran escritorio que dominaba la pared del fondo estaba cubierto de tubos, quemadores y otros aparatos de aspecto científico.

Waxillium estaba a un lado, sujetando algo con un par de pinzas y estudiándolo intensamente. Llevaba un par de gafas negras, y tenía puesta una camisa blanca con las mangas recogidas en los codos y un chaleco de cuadros negros y grises. Su chaqueta estaba colocada en una silla a un lado de la habitación, el sombrero hongo encima. La habitación olía a humo y, extrañamente, a azufre.

—¿Mi señor? —dijo el mayordomo.

Waxillium se volvió, las gafas todavía puestas.

—¡Ah! Mi señora Marasi. Pase, pase. Tillaume, puedes dejarnos.

—Sí, mi señor —dijo el mayordomo con tono sufriente.

Marasi entró en la habitación. Había una gran hoja de papel en el suelo, doblada sobre sí misma y cubierta de escritura abarrotada. Waxillium hizo girar un dial, y un pequeño tubo de metal en la mesa escupió una fina lengua de intensa llama. Acercó brevemente las pinzas al fuego, luego las retiró y dejó caer el contenido en una pequeña taza de cerámica. La miró, luego sacó un tubo de cristal de un estante y lo agitó.

—Mire —dijo él, alzándola para que lo estudiara. Había un líquido claro en su interior—. ¿Le parece que es azul?

—Esto… ¿no? ¿Debería?

—Al parecer no —dijo él. Agitó de nuevo el tubo—. Ja. —Puso el tubo a un lado.

Ella guardó silencio. Era difícil no recordar la imagen de él abriéndose paso entre la línea de mesas, pistola en mano mientras abatía a los dos hombres que intentaban arrastrarla a la noche. Verlo surcar los aires, los disparos resonando abajo, los candelabros quebrándose y los cristales esparciendo luz a su alrededor, mientras abatía a un hombre desde el aire y caía al rescate de su amigo.

Estaba hablando con una leyenda. Y él llevaba puesto un par de gafas tontas.

Waxillium se las subió a la frente.

—Estoy intentando descubrir qué aleación usaron en estas armas.

—¿Las de aluminio? —preguntó ella, curiosa.

—Sí, pero no son de aluminio puro. Son algo más fuerte, y el granulado no encaja. Nunca he visto esta aleación antes. Y las balas deben de ser otra aleación nueva más. Tengo que probarlas a continuación. Como nota al margen, no estoy seguro de que aprecie usted las ventajas de vivir en la Ciudad.

—Oh, yo diría que soy consciente de muchas de ellas.

Él sonrió. Extrañamente, parecía más joven hoy que en sus encuentros anteriores.

—Supongo que así es. Me refería en concreto a la facilidad de compras que disfrutan aquí.

—¿Compras?

—¡Sí, compras! Maravillosa facilidad. Allá en Erosión, si quería un quemador de gas que pudiera alcanzar las altas temperaturas necesarias para probar las aleaciones, tenía que hacer un pedido especial y esperar a que llegaran los trenes adecuados. Luego tenía que esperar que el equipo llegara sin estar dañado ni roto.

»Aquí, sin embargo, solamente necesito enviar a un par de chicos con una lista. En cuestión de horas puedo emplazar un laboratorio entero —sacudió la cabeza—. Me siento malcriado. Y usted parece vacilante. ¿Es el azufre? Necesito probar la pólvora de las balas y… bueno, supongo que debería abrir una ventana.

«No tendría que ponerme nerviosa estando con él.»

—No es eso, milord Ladrian.

—Por favor, llámame «Wax» o «Waxillium» —dijo él, acercándose a una ventana. Ella advirtió que se hizo a un lado al abrirla, sin colocarse nunca directamente en la línea de fuego de nadie en el exterior. La cautela era natural en él, y ni siquiera parecía darse cuenta de que la hacía.

—No hace falta ser formal conmigo. Tengo una regla: salvarme la vida te da derecho a tutearme.

—Creo que tú salvaste la mía primero.

—Sí. Pero ya estaba en deuda contigo.

—¿Por…?

—Porque me diste una excusa perfecta para disparar —respondió él, sentándose ante su escritorio y haciendo unas cuantas anotaciones en una libreta que tenía allí—. Parece que era algo que necesitaba desde hace algún tiempo. —La miró y le sonrió—. ¿La duda?

—¿Deberíamos estar solos en la habitación, Lord Waxillium?

—¿Por qué no? —dijo él, y parecía verdaderamente confuso—. ¿Hay un asesino en serie oculto en el armario que yo haya pasado por alto de algún modo?

—Me refería al decoro.

Él permaneció en silencio un momento, luego se dio una palmada en la frente.

—Pido disculpas. Tendrás que perdonarme por ser un bufón. Ha pasado mucho tiempo desde que… No importa. Si te sientes incómoda, llamaré a Tillaume.

Se levantó y se dirigió hacia la puerta.

—¡Lord Waxillium! —dijo ella—. No me siento incómoda. Te lo aseguro. Simplemente no quería colocarte en una situación embarazosa.

—¿Embarazosa?

—Sí —ahora se sentía como una completa idiota—. Por favor, No pretendía crear ninguna molestia.

—Muy bien —dijo él—. Para ser sinceros, me había olvidado de este tipo de cosas, Básicamente son una tontería.

—¿El decoro es una tontería?

—Demasiadas cosas en la alta sociedad se construyen en torno a la idea de asegurarse de que no hay que confiar en nadie —dijo Waxillium—. Contratos, informes detallados de operaciones, no estar a solas con un miembro elegible del sexo opuesto. Si quitamos los cimientos de la confianza en una relación, ¿entonces qué sentido tiene esa relación?

«¿Y esto lo dice alguien que va a casarse con Steris por el motivo expreso de explotar sus riquezas?» Marasi se sintió mal al pensar eso. Era muy difícil no sentirse amargada a veces.

Cambió de tema rápidamente.

—¿Y entonces… la aleación?

—Sí, la aleación —dijo él—. Probablemente es una tangente en la que no debería entretenerme. Una excusa para recuperar una antigua afición. Pero como sé de dónde vino el aluminio (del primer robo), me preguntaba si, tal vez, podrían estar utilizando una aleación que incluya componentes que pueda rastrear.

Se acercó a la mesa, de donde cogió el revólver que Wayne le había dado la noche anterior. Ella pudo ver que había rascado parte del metal de la zona exterior de la culata.

—¿Sabes algo de metalurgia, Marasi?

—Me temo que no —respondió ella—. Probablemente debería.

—Oh, no te pongas así. Como decía, es un capricho mío. Hay muchos metalúrgicos en la ciudad: probablemente podría haber enviado las virutas a uno de ellos y recibido un informe más rápidamente, y con más precisión —suspiró y se sentó en su silla—. Ya ves, estoy acostumbrado a hacer las cosas por mí mismo.

—Allá en los Áridos, a menudo no tenía más remedio.

—Cierto —dio un golpecito con la pistola sobre la mesa—. Las aleaciones son curiosas. ¿Sabes que podemos hacer una aleación con un metal que reaccione al magnetismo, y acabar con otro que no lo haga? Mézclalo con una parte igual de otra cosa, y lo que obtendrás no será ni la mitad de magnético… o puede que no lo sea en absoluto. Cuando haces una aleación, no mezclas solamente dos metales. Creas uno nuevo.

»Es un fundamento de la alomancia. El acero es solo hierro con una pizca de carbono, pero eso crea toda la diferencia. Este aluminio tiene también algo más… menos de un uno por ciento. Creo que puede ser ekaboron, pero es solo una corazonada. Una pizquita. Funciona también con los hombres, extrañamente. Un cambio diminuto puede crear una persona completamente nueva. Cómo nos parecemos a los metales…

Sacudió la cabeza, luego le indicó que tomara asiento en un sillón que había junto a la pared.

—Pero no has venido a oírme farfullar. Bien, dime, ¿qué puedo hacer por ti?

—En realidad es qué puedo hacer yo por ti —dijo ella, sentándose—. He hablado con Lord Harms. Pensé que como tú… Bueno, como la Casa Ladrian carece ahora mismo de activos líquidos, pensé que tal vez no tuvieras los recursos necesarios para buscar a Lady Steris. Lord Harms ha accedido a financiarte en lo que necesites para lograr su rescate.

Waxillium pareció sorprendido.

—Eso es maravilloso. Gracias —hizo una pausa y miró su mesa—. ¿Crees que le importaría pagar todo esto…?

—En absoluto —dijo ella rápidamente.

—Bueno, es un alivio. Tillaume casi se me desmaya cuando vio lo que había gastado. Creo que el viejo tiene miedo de que nos quedemos sin té si sigo a este ritmo. Es increíble que pueda ser la fuente de empleo para veinte mil personas, sea dueño del dos o el tres por ciento de los terrenos de la ciudad, y sin embargo sea tan pobre en dinero en efectivo. Qué mundo tan extraño son los negocios.

Waxillium se inclinó hacia delante y unió las manos, pensativo. A la luz de la ventana abierta, ella pudo ver ahora que tenía ojeras.

—¿Mi señor? —preguntó—. ¿Has dormido algo desde el secuestro?

Él no respondió.

—Lord Waxillium —dijo ella severamente—. No debes descuidar tu propio bienestar. Convertirte en herrumbre no le hará bien a nadie.

—Se llevaron a Lady Steris delante de mí, Marasi —dijo él en voz baja—. No moví un dedo. Tuvieron que espolearme —movió la cabeza, como para espantar malos pensamientos—. Pero no tienes que preocuparte por mí. No habría podido dormir de todas formas, así que bien podía hacer algo productivo.

—¿Has llegado a alguna conclusión? —preguntó ella, verdaderamente curiosa.

—A demasiadas —dijo él—. A menudo el problema no es encontrar soluciones, es decidir cuáles tuvieron lugar y cuáles son pura fantasía. Esos hombres, por ejemplo. No eran profesionales —vaciló—. Lo siento, probablemente no tiene ningún sentido.

BOOK: Aleación de ley
3.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Two Sinful Secrets by Laurel McKee
Offside by Bianca Sommerland
Dentelle by Heather Bowhay
Escapement by Rene Gutteridge
The Soul Hunter by Melanie Wells