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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (7 page)

BOOK: Aleación de ley
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—¿Bien? —preguntó Waxillium.

—Oh, creo que la calladita es bastante mona —dijo Wayne, recuperando su acento—. Pero la alta está loca. Herrumbre en mis manos, sí que lo está.

Waxillium se sirvió un poco de té. Harms y las dos mujeres parecían petrificados allí sentados en el sofá, casi como estatuas. Wayne estaba avivando su metal, usando tanta fuerza como podía para crear unos cuantos momentos privados.

Estas burbujas podían ser muy útiles, aunque no del modo que esperaba la mayoría de la gente. No podías salir de ellas; bueno, sí podías, pero algo en la barrera interfería con los objetos que la atravesaban. Si le disparabas a una burbuja de velocidad, la bala se frenaba en cuanto alcanzaba el tiempo ordinario y se movía erráticamente hasta desviarse de su curso. Eso hacía casi imposible disparar dentro de una.

—Es una buena pareja —dijo Waxillium—. Es una situación ideal para ambos.

—Mira, socio. Solo porque Lessie…

—Esto no tiene nada que ver con Lessie.

—Eh, eh… —Wayne alzó una mano—. No hace falta cabrearse.

—No estoy… —Waxillium inspiró profundamente, luego continuó con más calma—. No estoy cabreado. Pero no tiene nada que ver con Lessie. Tiene que ver con mis deberes.

«Maldito seas, Wayne. Ya casi había conseguido dejar de pensar en ella.» ¿Qué diría Lessie, si viera lo que estaba haciendo? Se reiría, probablemente. Se reiría de lo ridículo que era, se reiría de su incomodidad. No era de las celosas, quizá porque nunca había tenido ningún motivo para serlo. Con una mujer como ella, ¿por qué querría Waxillium mirar a ninguna otra?

Nadie estaría nunca a su altura, pero por desgracia eso no importaba. El contrato de Steris parecía bueno en ese aspecto. Le ayudaría a dividirse. Tal vez le ayudaría un poco con el dolor.

—Este es mi deber ahora —repitió Waxillium.

—Tus deberes solían tener que ver con salvar a la gente, no casarte con ellas.

Waxillium se agachó junto a la silla.

—Wayne. No puedo volver a ser lo que fui. Que irrumpas aquí y empieces a medrar en mi vida no va a cambiar eso. Ahora soy una persona diferente.

—Si ibas a convertirte en una persona diferente, ¿no podrías haber elegido a una sin esa cara tan fea?

—Wayne, esto es serio.

Wayne alzó la mano, haciendo girar el cartucho entre sus dedos y ofreciéndoselo.

—Y esto también.

—¿Qué es eso?

—Una bala. Se utiliza para dispararle a la gente. Es de esperar que a los malos… o al menos a los que te deben una barra o dos.

—Wayne…

—Se están volviendo.

Wayne dejó el cartucho sobre la bandeja.

—Pero…

—Hora de toser. Tres. Dos. Uno.

Waxillium maldijo entre dientes, pero se guardó la bala y dio un paso atrás. Empezó a toser con fuerza mientras la burbuja de velocidad se colapsaba, restaurando el tiempo normal. Para los tres visitantes solo habían pasado segundos, y para sus oídos la conversación entre Waxillium y Wayne aceleraría hasta el punto en que la mayor parte sería inaudible. La tos cubriría todo lo demás.

Ninguno de los tres visitantes parecía haber advertido nada extraño. Waxillium sirvió el té (hoy era de un profundo color cereza, probablemente afrutado), y le llevó una taza a Marasi. Ella la aceptó, y él se sentó, sosteniendo su propia taza en una mano. Sacó la bala con la otra. Tanto el casquillo como la camisa de calibre medio asemejaban acero, pero parecía demasiado liviana. Frunció el ceño, sopesándola.

Sangre en su cara. Sangre en la pared de ladrillo.

Se estremeció, combatiendo aquellos recuerdos. «Maldito seas, Wayne», volvió a pensar.

—El té está delicioso —dijo Marasi con voz suave—. Gracias.

—No hay de qué —respondió Waxillium, obligándose a regresar a la conversación—. Lady Steris, consideraré este contrato. Gracias por redactarlo. Pero la verdad es que esperaba que este encuentro me permitiera saber más cosas sobre usted.

—He estado trabajando en una autobiografía —dijo ella—. Tal vez le envíe un capítulo o dos por correo.

—Eso es… muy poco convencional por su parte —dijo Waxillium—. Aunque sería de agradecer. Pero por favor, hábleme de usted. ¿Qué cosas le interesan?

—Normalmente, me gustan las obras —sonrió—. En el Coolerim.

—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó Waxillium.

—El teatro Coolerim —dijo Wayne, inclinándose hacia delante—. Hace dos noches, robaron en mitad de la representación.

—¿No se ha enterado? —preguntó Lord Harms—. Apareció en todos los periódicos.

—¿Alguien resultó herido?

—No en el acto en sí —dijo Lord Harms—, pero tomaron un rehén mientras huían.

—Una cosa tan horrible —dijo Steris—. Nadie ha tenido noticias de Armal todavía.

—¿La conocía usted? —preguntó Wayne, perdiendo levemente el acento al mostrar interés.

—Mi prima.

—Igual que…. —preguntó Waxillium, indicando a Marasi.

Los tres lo miraron con expresiones confusas durante un instante, pero entonces Lord Harms intervino.

—Ah, no. Otra rama de la familia.

—Interesante —dijo Waxillium, reclinándose en su asiento, el té olvidado en su mano—. Y ambicioso. ¿Robar un teatro entero? ¿Cuántos ladrones había?

—Docenas —respondió Marasi—. Tal vez hasta treinta, según dicen los informes.

—Toda una banda. Eso significa otros ocho más solo para ayudarlos en la ida. Y vehículos para escapar. Impresionante.

—Son los desvanecedores —dijo Marasi—. Los que roban también en los trenes.

—Eso no se ha demostrado —replicó Wayne, señalándola.

—No. Pero uno de los testigos de un robo de trenes describió a varios hombres que estaban en el robo del teatro.

—Espere —dijo Waxillium—. ¿Hubo testigos en uno de los robos de trenes? Creía que fue en secreto. ¿No dijeron algo de un tren fantasma que apareció en las vías?

—Sí —dijo Wayne—. Los conductores del tren se detienen a investigar y, probablemente, los domina el pánico. Pero el tren fantasma desaparece antes de que puedan investigarlo. Siguen su camino, pero cuando llegan al final de la línea, uno de los vagones de su tren está vacío. Cerrado todavía, sin signos de entrada forzada. Pero la mercancía ha desaparecido.

—Así que nadie ve a los culpables —dijo Waxillium.

—Los recientes han sido distintos —dijo Marasi, animándose—. Han empezado a robar también vagones de pasajeros. Cuando el tren se detiene por el fantasma de las vías, unos hombres irrumpen en los vagones y empiezan a recopilar joyas y carteras a sus ocupantes. Toman a una mujer como rehén, amenazando con matarla si alguien los sigue, y se van. También roban el vagón de carga.

—Curioso —dijo Waxillium.

—Sí —coincidió Marasi—. Creo…

—Querida —cortó Lord Harms—. Estás molestando a Lord Ladrian.

Marasi se ruborizó, y bajó la mirada.

—No es ninguna molestia —dijo Waxillium, acariciando la taza de té con el dedo—. Es…

—¿Eso que tiene en los dedos es una bala? —preguntó Steris, señalando.

Waxillium bajó la mirada y advirtió que estaba haciendo rodar el cartucho entre su índice y su pulgar. Cerró el puño antes de que pudieran regresar los recuerdos.

—No es nada.

Le dirigió una mirada a Wayne.

El otro hombre silabeó algo: «Empújala.»

—¿Está seguro de que su pasado tan poco convencional ha quedado atrás, Lord Ladrian? —preguntó Steris.

—Oh, está seguro —dijo Wayne, sonriendo—. No tiene que preocuparse de que sea poco convencional. ¡Pero si es aburridísimo! Increíble, cómica, absurdamente aburrido. Podría encontrar más diversión en un mendigo que espere en la cola en un comedor social el día que dan carne de rata. Si…

—Gracias, tío —dijo Waxillium secamente—. Sí, Steris, mi pasado es sólo eso. Pasado. Estoy comprometido con mis deberes como jefe de la Casa Ladrian.

—Muy bien —dijo ella—. Necesitaremos una entrada formal a la alta sociedad como pareja. Un acontecimiento público de algún tipo.

—¿Qué tal los esponsales Yomen-Ostlin? —dijo Waxillium, ausente. «Empújala»—. He recibido una invitación esta misma mañana.

—Una idea excelente —dijo Lord Harms—. Nosotros también estamos invitados.

«Empújala.» Waxillium metió la mano en su manga izquierda y con disimulo cogió un trocito de recorte de acero de la bolsa que guardaba allí. Lo dejó caer en su té y tomó un sorbo. Eso no le dio muchas reservas, pero fue suficiente.

Quemó acero, y las líneas familiares de azul brotaron a su alrededor. Apuntaban a todas las fuentes de metal.

Excepto al que tenía en los dedos.

«Aluminio —advirtió—. No me extraña que sea tan liviano.»

El aluminio y unas cuantas de sus aleaciones eran alománticamente inertes: no se podía tirar ni empujar de ellos. También era muy caro. Costaba aún más que el oro o el platino.

La bala estaba diseñada para matar a lanzamonedas y atraedores, hombres como el propio Waxillium. Eso le provocó un escalofrío, aunque asió la bala con más fuerza. Hubo días en que habría dado su mejor arma por unas cuantas balas de aluminio, aunque no conocía ninguna aleación que produjera una bala con buenas propiedades.

«¿Dónde? —le silabeó a Wayne—. ¿Dónde la has encontrado?»

Wayne tan solo asintió a los invitados, que estaban mirando a Waxillium.

—¿Se encuentra bien, Lord Ladrian? —preguntó Steris—. Conozco a un buen consejero de zinc si necesita ayuda emocional.

—Er… no. Gracias. Me encuentro bien, y creo que esta reunión ha sido muy productiva. ¿No está de acuerdo?

—Depende —dijo ella, levantándose, interpretando al parecer sus palabras como una invitación para terminar la conversación—. La fiesta de la boda es por la mañana, creo. ¿Puedo contar con haber recibido el contrato para entonces?

—Puede —contestó Waxillium, levantándose también.

—Creo que esta reunión ha sido maravillosa —dijo Wayne mientras se incorporaba—. ¡Es usted lo que necesita mi sobrino, Lady Steris! Una mano firme. No esa chusma a la que está acostumbrado.

—¡Estoy de acuerdo! —dijo Lord Harms—. Lord Ladrian, quizá su tío pueda asistir a la cena…

—No —dijo Waxillium rápidamente antes de que Wayne pudiera decir nada—. No, por desgracia, tiene que regresar a sus propiedades. Me lo estaba diciendo antes. Tiene un parto muy importante al que asistir.

—Oh, entonces bien —dijo Lord Harms, ayudando a Marasi a ponerse en pie—. Le enviaremos una nota de confirmación en cuanto hayamos aceptado la invitación de Yomen.

—Y yo haré lo mismo —dijo Waxillium, escoltándolos hasta la puerta—. Hasta entonces, adiós.

Tillaume les hizo una reverencia y los acompañó hasta la salida. A Waxillium su marcha le pareció apresurada, pero sintió alivio al verlos partir. Considerando la súbita intrusión de Wayne, las cosas habían salido bastante bien. Nadie había terminado intentando pegarle un tiro.

—Bonito grupo —dijo Wayne—. Ahora comprendo lo que estás haciendo. Con una esposa y parientes políticos como estos, te sentirás aquí como en casa… ¡Igual que la cárcel y sus ocupantes allá en Erosión!

—Muy bien —dijo Waxillium entre dientes, saludando una vez más a la familia Harms mientras salían por las puertas de la mansión—. ¿De dónde has sacado la bala?

—Se cayó en el robo del teatro. Se la cambié a los alguaciles esta mañana.

Waxillium cerró los ojos. Wayne tenía una interpretación muy amplia de lo que significaba «cambiar».

—Oh, no te pongas así —dijo Wayne—. Les dejé un bonito adoquín a cambio. Creo que Steris y su padre están convencidos de que estás chiflado, por cierto —sonrió.

—Eso no es nada nuevo. Mi asociación contigo lleva años convenciendo de eso mismo a la gente.

—¡Ja! Y yo que pensaba que habías perdido el sentido del humor —Wayne volvió a entrar en la habitación. Se sacó un lápiz del bolsillo al pasar junto a una mesa, y lo cambió por una de las plumas de Waxillium.

—Mi humor no se ha perdido, Wayne, solo está crispado. Lo que te dije es verdad, y esta bala no cambia nada.

—Tal vez no —dijo Wayne, recuperando el sombrero, el sobretodo y los bastones de duelo—. Pero yo voy a ver qué puedo buscar.

—No es tu trabajo.

—Tampoco era tu trabajo empezar a perseguir criminales en los Áridos. Eso no cambia lo que hay que hacer, socio.

Wayne se acercó a Waxillium y le tendió el sombrero. Cuando Waxillium lo aceptó, Wayne se puso el sobretodo.

—Wayne…

—Están secuestrando gente, Wax —dijo, recuperando su sombrero y poniéndoselo—. Cuatro rehenes hasta ahora. Ninguno ha regresado. Robar propiedades es una cosa. Robar comida en los Áridos es otra. Secuestrar gente… bueno, aquí está pasando algo. Voy a descubrir qué es. Contigo o sin ti.

—Sin mí.

—Bien —Wayne vaciló—. Pero necesito algo, Wax. Un lugar donde buscar. Tú siempre te encargabas de pensar.

—Sí, sorprendentemente, tener cerebro ayuda mucho.

Wayne lo miró entornando los ojos. Entonces alzó las cejas, suplicante.

—Muy bien —dijo Waxillium, suspirando y cogiendo su taza de té—. ¿Cuántos robos van?

—Ocho. Siete trenes y, el más reciente, el teatro.

—¿Cuatro rehenes?

—Sí. En los tres últimos robos, en los trenes y en el teatro. Las cuatro rehenes son mujeres.

—Más fáciles de reducir —dijo Waxillium, absorto, acariciando su taza—. Y así los hombres se preocuparán de que no las maten si les dan caza.

—¿Necesitas saber qué robaron? —dijo Wayne, buscando en el bolsillo de su sobretodo—. Le cambié una lista a uno de los alguaciles…

—No importa —Waxillium tomó un sorbo de su copa—. O, al menos, la mayor parte no importará. No tiene nada que ver con los robos.

—¿No…?

—No. Un grupo grande… demasiado bien pertrechado. —Sacó la bala y la examinó—. Si realmente quisieran dinero, robarían transportes de oro o bancos. Los robos son probablemente una distracción. Si quieres los caballos de un hombre, a veces lo mejor es soltarle los cerdos. Mientras los persigue, te escapas.

»Apostaría a que esos desvanecedores van detrás de otra cosa, algo improbable. Tal vez un artículo que es fácil de pasar por alto en todo lo que se han llevado. O tal vez sea cosa de extorsión, y planean pedir dinero de protección a la gente de la ciudad. Mira a ver si han contactado con alguien al respecto. Conmigo no lo han hecho, por cierto.

»Si eso no va a ninguna parte, estudia a las rehenes. Una de ellas podría llevar algo que era el objetivo real del robo. No me sorprendería que esto resultara ser un chantaje clandestino.

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