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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

Aleación de ley (5 page)

BOOK: Aleación de ley
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—Ejem, sí.

—Confío en que mi señor no le disparara a nadie demasiado importante.

«No —pensó Wax—. No, no pude.»

Tillaume se quedó allí de pie, envarado, desaprobándolo. No dijo las palabras que indudablemente estaba pensando: que la desaparición de Wax de la fiesta había causado un escándalo menor, que sería aún más difícil encontrar una novia adecuada ahora. No dijo que estaba decepcionado. No dijo estas cosas porque era, después de todo, un sirviente.

Además, podía decirlo todo con una sola mirada de todas formas.

—¿Redacto una carta de disculpas a Lady Cett, mi señor? Creo que la esperará, considerando que se le envió una a Lord Stanton.

—Sí, eso estaría bien —dijo Wax. Se llevó las manos al cinturón, palpó los frascos con metal que llevaba allí, los revólveres en las caderas, el peso de la escopeta sujeta dentro del gabán. «¿Qué estoy haciendo? Estoy actuando como un necio.»

De pronto se sintió enormemente infantil. ¿Dejar una fiesta para salir a patrullar por la ciudad, buscando problemas? ¿Qué le pasaba?

Sentía como si hubiera estado intentando volver a capturar algo. Una parte de la persona que había sido antes de la muerte de Lessie. Sabía, en el fondo, que podría haber problemas al disparar ahora y había querido demostrar lo contrario.

Había suspendido la prueba.

—Mi señor —dijo Tillaume, acercándose un paso—. ¿Puedo hablar… con osadía, un momento?

—Puedes.

—La ciudad tiene gran número de alguaciles —dijo Tillaume—. Y son bastante capaces en su trabajo. Nuestra casa, sin embargo, solo tiene un gran señor. Miles de personas dependen de usted, señor.

Tillaume asintió respetuosamente, luego se dispuso a empezar a encender algunas velas en el dormitorio.

Las palabras del mayordomo eran ciertas. La Casa Ladrian era una de las más poderosas de la ciudad, al menos históricamente. En el gobierno de la ciudad, Wax representaba los intereses de toda la gente que empleaba su casa. Cierto, también tenían un representante basado en los votos de su gremio, pero de quien más dependían era de Wax.

Su casa estaba casi en bancarrota: rica en potencial, en posesiones, y en trabajadores, pero pobre en dinero en efectivo y conexiones debido a la locura de su tío. Si Wax no hacía algo para cambiar eso, podía significar la pérdida de empleos, pobreza, y la ruina cuando otras casas se hicieran con sus pertenencias y les exigieran las deudas sin pagar.

Wax pasó los pulgares por sus Sterrions. «Los alguaciles manejaron bien a esos hampones —admitió para sus adentros—. No me necesitaron. Esta ciudad no me necesita, no como lo hacía Erosión.»

Intentaba aferrarse a lo que había sido. Ya no era esa persona. No podía serlo. Pero la gente lo necesitaba para otra cosa.

—Tillaume —dijo Wax.

El mayordomo se volvió a mirarlo. La mansión no tenía luces eléctricas todavía, aunque iban a venir obreros a instalarlas pronto. Algo que su tío había pagado antes de morir, dinero que Wax no podía recuperar ahora.

—¿Sí, mi señor? —preguntó Tillaume.

Wax vaciló. Luego extrajo lentamente la escopeta de dentro del gabán y la depositó en el baúl que había junto a su cama, colocándola junto a una compañera que había dejado allí antes. Se quitó el gabán de bruma, envolviendo el grueso tejido en su brazo. Sostuvo con reverencia la prenda un instante, luego la guardó en el baúl. Siguieron sus revólveres Sterrion. No eran sus únicas pistolas, pero representaban su vida en los Áridos.

Cerró la tapa del baúl de su antigua vida.

—Llévate esto, Tillaume —dijo Wax—. Guárdalo por ahí.

—Sí, mi señor —respondió Tillaume—. Lo tendré preparado, por si lo vuelve a necesitar.

—No lo necesitaré —dijo Wax. Se había concedido una última noche en las brumas. Una emoción para subir a la torre, una noche en la oscuridad. Decidió concentrarse en eso, en vez de su fracaso con los hampones, como los logros de su noche.

Un último baile.

—Llévatelo, Tillaume —dijo Wax, dando la espalda al baúl—. Llévatelo a algún lugar seguro, pero guárdalo. Para siempre.

—Sí, mi señor —dijo el mayordomo en voz baja. Parecía aprobar su acción.

«Y eso es todo», pensó Wax. Se dirigió entonces al cuarto de baño. Wax el vigilante había desaparecido.

Era el momento de ser Lord Waxillium Ladrian, Decimosexto Gran Señor de la Casa de Ladrian, residente en el Cuarto Octante de la ciudad de Elendel.

2

Seis meses más tarde

—¿Qué tal el pañuelo? —preguntó Waxillium, estudiándose en el espejo. Se volvió de lado y tiró de nuevo de la corbata plateada.

—Impecable como siempre, mi señor —dijo Tillaume. El mayordomo permanecía de pie, las manos a la espalda, una bandeja de humeante té a su lado en una mesita. Waxillium no había pedido té, pero Tillaume lo había traído de todas formas. A Tillaume le encantaba el té.

—¿Estás seguro? —preguntó Waxillium, tirando de nuevo del pañuelo.

—Por supuesto, mi señor —vaciló—. He de admitir, mi señor, que siento curiosidad desde hace meses. Es usted el primer gran señor al que sirvo que sabe hacerse un nudo decente en el pañuelo para el cuello. Me había acostumbrado a proporcionar esa ayuda.

—Cuando uno vive en los Áridos, aprende a hacer las cosas solo.

—Con el debido respeto, mi señor —dijo Tillaume, su voz normalmente monótona traicionó una sombra de curiosidad—. No pensaba que hiciera falta aprender esa habilidad en los Áridos. No era consciente de que los habitantes de esas tierras tuvieran el menor interés por asuntos de moda y decoro.

—No lo tienen —respondió Waxillium con una sonrisa, dando un último ajuste al pañuelo—. Por eso lo hacía siempre en parte. Vestir como un caballero de ciudad tenía un extraño efecto en la gente de allí. Algunos me respetaron inmediatamente, otros me subestimaron inmediatamente. A mí me vino bien en ambos casos. Y, he de añadir, era inenarrablemente agradable ver las expresiones de los rostros de los delincuentes cuando eran entregados por alguien que habían tomado por un dandy de ciudad.

—Me lo imagino, mi señor.

—También me vino bien a mí —dijo Waxillium en voz baja, mirándose en el espejo. Pañuelo plateado, chaleco de seda verde. Gemelos esmeralda. Chaqueta y pantalones negros, con las mangas y perneras vueltas. Un botón de acero en el chaleco entre los de madera, una vieja tradición suya—. La ropa era un recordatorio, Tillaume. La tierra a mi alrededor podía ser salvaje, pero yo no tenía por qué serlo.

Waxillium sacó un pañuelo plateado de la cómoda, perfectamente doblado, y se lo colocó en el bolsillo del pecho. Una súbita campana sonó por toda la mansión.

—Herrumbre y Ruina —maldijo, comprobando el reloj de bolsillo—. Llegan temprano.

—Lord Harms es célebre por su puntualidad, mi señor.

—Maravilloso. Bien, acabemos con esto.

Waxillium salió al pasillo, las botas deslizándose por la alfombra de terciopelo verde. La mansión había cambiado poco durante sus dos décadas de ausencia. Incluso después de seis meses de vivir aquí, seguía sin parecerle que fuera suya. El leve olor de la pipa de su tío aún permanecía, y la decoración mostraba una afición a las maderas oscuras y las esculturas de piedra. A pesar de los gustos modernos, casi no había ningún retrato ni pinturas. Como Waxillium sabía, muchas eran valiosas y habían sido vendidas antes de la muerte de su tío.

Tillaume lo acompañó, las manos a la espalda.

—Mi señor habla como si considerara el deber de este día una lacra.

—¿No es obvio? —Waxillium hizo una mueca. ¿Qué decía de él que prefiriera enfrentarse a una red de forajidos, sin armas y en inferioridad numérica, antes que reunirse con Lord Harms y sus hijas?

Una matrona regordeta esperaba al fondo del pasillo, ataviada con un vestido negro y un delantal blanco.

—Oh, Lord Ladrian —dijo con afecto—. ¡Su madre estaría tan satisfecha al ver este día!

—No se ha decidido nada aún, señorita Grimes —dijo Waxillium mientras la mujer se les unía y caminaban juntos por la balaustrada de la galería del primer piso.

—Ella esperaba que se casara con una bella dama algún día —dijo la señorita Grimes—. Si hubiera oído cómo se preocupaba, todos esos años…

Waxillium trató de ignorar la forma en que esas palabras retorcían su corazón. No había oído cómo se preocupaba su madre. Apenas le había escrito a sus padres o a su hermana, y solo había venido de visita una vez, después de que el ferrocarril llegara a Erosión.

Bueno, ahora estaba cumpliendo con sus obligaciones. Seis meses de trabajo, y por fin estaba estableciéndose y sacando a la Casa Ladrian (junto a sus muchos forjadores y costureras) del abismo del colapso financiero. El último paso se daría hoy.

Waxillium llegó a lo alto de las escaleras, y entonces vaciló.

—No —dijo—. No debo apresurarme. Tengo que darles tiempo para sentirse cómodos.

—Eso es… —empezó a decir Tillaume, pero Waxillium lo interrumpió dándose media vuelta y echando a andar por donde había venido.

—Señorita Grimes —dijo Waxillium—, ¿hay otros asuntos que necesiten mi atención hoy?

—¿Desea oírlos ahora? —preguntó ella, frunciendo el ceño mientras se apresuraba por alcanzarlo.

—Algo que mantenga mi mente ocupada, querida mujer —dijo Waxillium. Herrumbre y Ruina… estaba tan nervioso que notó que había metido la mano por dentro de su chaqueta y estaba acariciando la empuñadura de su Immerling 44-S.

Era una buena arma; no tan buena como las que fabricaba Ranette, sino un arma pequeña, adecuada para un caballero. Había decidido que sería lord y no vigilante, pero eso no significaba que fuera a ir por ahí desarmado. Eso… bueno, eso sería una locura.

—Hay una cuestión —dijo la señorita Grimes, sonriendo. Era el ama de llaves de la Casa Ladrian desde hacía veinte años—. Anoche perdimos otro cargamento de acero.

Waxillium se detuvo en el pasillo.

—¿Qué? ¡Otra vez!

—Desgraciadamente, mi señor.

—Maldición. Estoy empezando a pensar que los ladrones solo se ceban en nosotros.

—Es solo nuestro segundo envío —dijo ella—. La Casa Tekiel ha perdido hasta ahora cinco cargamentos.

—¿Cuáles son los detalles? —preguntó él—. La desaparición. ¿Dónde sucedió?

—Bueno…

—No, no me lo diga —dijo él, alzando una mano—. No puedo permitirme distracciones.

La señorita Grimes le dirigió una mirada inexpresiva, ya que por eso había evitado hablarle de este tema antes de su encuentro con Lord Harms. Waxillium apoyó una mano en la barandilla, y sintió que su ojo izquierdo temblaba de forma involuntaria. Allí fuera había alguien, dirigiendo una operación organizada y altamente eficaz para robar los contenidos de vagones enteros. Empezaban a llamarlos los desvanecedores. Tal vez podría investigar un poco y…

«No —se dijo con firmeza—. No es mi deber. Ya no.» Acudiría a las autoridades adecuadas, tal vez contrataría a algunos guardias o investigadores personales. No iría a cazar a los bandidos en persona.

—Estoy seguro de que los alguaciles encontrarán a los responsables y los llevarán a la justicia —dijo Waxillium con cierta dificultad—. ¿Cree que ya hemos hecho esperar lo suficiente a Lord Harms? Creo que es suficiente. No es suficiente, ¿no?

Waxillium se dio media vuelta y regresó por donde había venido. Tillaume puso los ojos en blanco cuando pasó por su lado.

Waxillium llegó a las escaleras. Un joven con un chaleco verde de los Ladrian y una camisa blanca las venía subiendo.

—¡Lord Ladrian! —dijo Kip—. Ha llegado el correo.

—¿Algún paquete?

—No, mi señor —dijo el muchacho, entregando una carta lacrada—. Solo esto. Parecía importante.

—Una invitación a los esponsales Yomen-Ostlin —supuso la señorita Grimes—. Podría ser una buena ocasión para hacer la primera aparición pública con la señorita Harms.

—¡Los detalles no se han decidido todavía! —protestó Waxillium mientras se detenían al pie de las escaleras—. Apenas he abordado el tema con Lord Harms y prácticamente nos han casado ya. Es muy posible que esos comentarios interrumpan todo el asunto, como sucedió con Lady Entrone.

—Todo saldrá bien, joven señor —dijo la señorita Grimes. Extendió la mano y ajustó el pañuelo plateado de su bolsillo—. Tengo el sentido de un aplacador para estos asuntos.

—¿Es consciente de que tengo cuarenta y dos años? «Joven señor» no encaja ya exactamente.

Ella le dio una palmadita en la mejilla. La señorita Grimes consideraba que todo hombre soltero era un niño… lo cual era terriblemente injusto, considerando que ella no se había casado nunca. Él se abstuvo de hablarle de Lessie: la mayor parte de su familia en la ciudad no sabía nada de ella.

—Muy bien —dijo Waxillium, volviéndose y avanzando hacia la sala de espera—. Vamos a las fauces de la bestia.

Limmi, jefa de personal de la planta baja, esperaba junto a la puerta. Alzó la mano mientras Waxillium se acercaba, como para hablar, pero él le deslizó la invitación a la boda en la mano.

—Que redacten una respuesta afirmativa a esto, por favor, Limmi —dijo—. Indica que cenaré con la señorita Harms y su padre, pero retén la carta hasta que acabe con la reunión. Ya te haré saber si la envío o no.

—Sí, mi señor, pero…

—No pasa nada —dijo él, abriendo la puerta—. No debo hacer espe…

Lord Harms y su hija no estaban en la sala. En cambio, Waxillium encontró a un joven larguirucho de rostro redondo y mentón afilado. Tenía unos treinta años de edad, y unos cuantos días de barba en la mandíbula y las mejillas. Llevaba un sombrero de ala ancha al estilo de los Áridos, los lados curvados levemente hacia arriba, y llevaba un sobretodo de cuero. Jugaba con uno de los relojes del tamaño de una mano que había en la repisa.

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