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Authors: L. M. Montgomery

Tags: #Infantil y juvenil

Ana, la de Tejas Verdes (11 page)

BOOK: Ana, la de Tejas Verdes
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Hasta el viernes siguiente Marilla no se enteró de la historia del sombrero adornado con flores. Al volver de casa de la señora Lynde, llamó a Ana.

—Ana, la señora Rachel dice que el domingo fuiste a la iglesia con el sombrero ridículamente adornado con rosas y narcisos. ¿Qué te impulsó a hacer eso? ¡Debes haber sido algo digno de verse!

—Oh, ya sé que el rosa y el amarillo no me quedan bien —empezó Ana.

—¡Muy bonito! ¡Lo ridículo fue ponerle flores al sombrero, no importa de qué color fueran! ¡Eres la criatura más extravagante!

—No veo que sea más ridículo llevar flores en el sombrero que en el vestido —protestó Ana—. Infinidad de niñas tenían ramos de flores sujetos al vestido. ¿Cuál es la diferencia?

A Marilla no la iban a llevar de la seguridad de lo concreto a las dudosas rutas de lo abstracto.

—No me contestes así, Ana. Fuiste una tonta. Que no te vuelva a ver hacerlo. La señora Rachel dijo que hubiera querido que la tierra la tragase cuando te vio llegar ataviada así. No pudo acercarse a decirte que te las quitaras hasta que fue demasiado tarde. Diré que la gente lo consideró algo horrible. Desde luego que pensaran que yo te he dejado salir así.

—Oh, lo siento tanto —dijo Ana, con las lágrimas asomándole a los ojos—. Nunca pensé que le desagradara. Las rosas y los narcisos eran tan bonitos que me pareció que quedarían bien en el sombrero. Muchas de las niñas llevaban flores artificiales en los sombreros. Me parece que voy a ser un dolor de cabeza para usted. Quizá será mejor que me devuelva al asilo. Eso sería terrible; no creo que pudiera resistirlo. Es probable que muriera consumida por la tristeza; ¡así y todo, estoy tan delgada! Pero todo eso es mejor que ser un dolor de cabeza para usted.

—Tonterías —dijo Marilla, enfadada consigo misma por haber hecho llorar a la niña—. Puedes estar segura de que no quiero devolverte al asilo. Todo cuanto deseo es que te comportes como las otras niñas y no hagas el ridículo. No llores más. Tengo algunas noticias que darte. Diana Barry ha regresado esta tarde. Voy a pedirle prestado el -patrón de una falda; y si quieres, puedes acompañarme y así conocer a Diana.

Ana se puso en pie, con las manos apretadas y las lágrimas corriéndole aún por las mejillas; el trapo de cocina que estaba doblando cayó desplegado sobre el piso.

—Oh, Marilla, tengo miedo; ahora que ha llegado el momento, tengo miedo de verdad. ¿Qué pasaría si no le gusto? Seria la desilusión más trágica de mi vida.

—Vamos, no te aturdas. Me gustaría que no emplearas palabras largas. Suena tan raro en una niña. Creo que le gustarás bastante a Diana. Es a su madre a quien debes conquistar. Si se ha enterado de tu contestación a la señora Lynde y de tu aparición en la iglesia con flores en el sombrero, no sé qué pensará de ti. Debes ser cortés y bien educada y no hacer ninguno de tus sorprendentes discursos. ¡Por todos los santos, estás temblando!

Ana
estaba
temblando y tenía la cara pálida y tensa.

—Oh, Marilla, también usted estaría excitada si estuviera a punto de conocer a una niña que espera que sea su amiga del alma y a cuya madre corriera el peligro de no gustarle —dijo mientras se apresuraba a ponerse el sombrero.

Fueron hasta «La Cuesta del Huerto» por el atajo del arroyo, subiendo la colina de los abetos. La señora Barry salió a la puerta de la cocina en contestación a la llamada de Marilla. Era una mujer alta, de ojos y cabellos negros, con boca resuelta. Tenía la reputación de ser muy estricta con sus hijos.

—¿Cómo está usted, Marilla? —dijo cordialmente—. Pase, Supongo que ésta es la niña que han adoptado.

—Sí. Se llama Ana Shirley.

La señora Barry le estrechó la mano y dijo gentilmente:

—¿Cómo estás?

—Estoy bien físicamente aunque muy maltrecha de espíritu, señora; muchas gracias —dijo Ana con seriedad. Y luego le dijo a Marilla con un murmullo—: No hubo nada sorprendente en eso, ¿no es así?

Diana estaba sentada en el sofá, leyendo un libro, que apartó cuando entraron las visitas. Era una niña muy bonita, con los cabellos y los ojos negros de su madre, y las mejillas rosadas y una expresión alegre que heredara de su padre.

—Ésta es Diana, mi niña —dijo la señora Barry—. Diana, puedes llevar a Ana al jardín y enseñarle tus flores. Será mejor que cansarte los ojos con ese libro. Lee demasiado —esto lo dijo a Marilla cuando salían las niñas—, y no puedo evitarlo, pues su padre la ayuda y la instiga. Siempre está leyendo. Me alegra que tenga la oportunidad de encontrar una compañera de juego; quizá eso la lleve más al aire libre.

Ana y Diana estaban fuera, en el jardín bañado por la suave luz del atardecer, que entraba por entre los viejos abetos, contemplándose tímidamente por encima de un plantel de hermosas lilas.
;
El jardín de los Barry era un hermoso conjunto de flores que hubiera tocado el corazón de Ana en cualquier otro momento menos crucial. Estaba enmarcado por altos y viejos sauces y abetos, bajo los que surgían flores que amaban la sombra. Senderos bien cuidados, en ángulo recto, bordeados por campanillas, lo cruzaban como cintas rojas y en los parterres surgían tumultuosas las flores. Había rosadas dicentras y grandes y espléndidas peonías escarlatas; narcisos blancos y fragantes y espinosas y dulces rosas de Escocia; aguileñas rosas y azules; boj, menta y tréboles; relámpagos escarlatas que surgían sobre las blancas corolas. Un jardín donde se detenía el sol y zumbaban las abejas y donde los vientos, seducidos, vagaban y acariciaban todo.

—Oh, Diana —dijo Ana por fin, cogiéndose las manos y hablando casi en un susurro—, ¿piensas… crees que te puedo gustar un poquito… lo suficiente como para que seas mi amiga del alma?

Diana rió. Siempre reía antes de hablar.

—Sospecho que sí —dijo francamente—. Estoy muy contenta de que hayas venido a vivir a «Tejas Verdes». Me gustará tener alguien con quien jugar. No hay otras niñas que vivan lo suficientemente cerca como para jugar y mis hermanas son muy pequeñas.

—¿Juras ser mi amiga por siempre jamás? —exigió Ana ansiosamente.

Diana parecía extrañada.

—Pero jurar es un pecado muy grande —dijo en tono de reproche.

—Esta clase de juramentos, no. Como sabrás, hay dos clases de juramentos.

—Yo nunca supe más que de una —dijo Diana dubitativamente.

—Hay otra más. Ésa no tiene nada de malo. Sólo significa hacer un voto y prometer solemnemente.

—Bueno, no tengo inconveniente en hacer eso —asintió Diana, aliviada—. ¿Cómo se hace?

—Se juntan las manos, así —dijo Ana solemnemente—. Debe hacerse bajo agua comente. Imaginaremos que este sendero es una comente de agua. Diré primero el juramento. Juro solemnemente ser fiel a mi amiga del alma, Diana Barry, mientras haya luna y sol. Ahora, dilo tú y pon mi nombre.

Diana repitió el «juramento», riendo antes y después. Luego dijo:

—Eres una niña rara, Ana. Ya lo había oído antes. Pero creo que te querré de verdad.

Cuando Marilla y Ana regresaron a casa, Diana las acompañó hasta el puente de troncos. Las dos niñas caminaron del brazo. Se separaron entre promesas de pasar juntas la tarde siguiente.

—Bueno, ¿encontraste en Diana un espíritu gemelo? —preguntó Marilla mientras cruzaban el jardín de «Tejas Verdes».

—Oh, sí —suspiró Ana dichosamente inconsciente de cualquier sarcasmo por parte de Marilla—. Oh, Marilla, en estos momentos soy la niña más feliz de la isla del Príncipe Eduardo. Le aseguro que esta noche rezaré con toda mi alma. Diana y yo vamos a construir mañana un teatro. ¿Puedo quedarme con esa loza rota que hay en la leñera? El cumpleaños de Diana es en febrero y el mío es en marzo; ¿no le parece una extraña coincidencia? Diana me prestará un libro. Ella es totalmente espléndida. Me va a enseñar un lugar en el bosque donde crecen lirios. ¿No le parece que Diana tiene ojos muy espirituales? Oh, cuánto quisiera tenerlos yo. Diana me va a enseñar una canción llamada «Nelly en la cañada de los avellanos». Me va a dar un cuadro para que lo coloque en mi habitación: dice que es un cuadro muy hermoso, una bella dama con un vestido de seda celeste. Un vendedor de máquinas de coser se lo regaló. Quisiera tener algo para regalarle a Diana. Soy dos dedos más alta que ella, pero Diana es tanto así más gorda; dice que le gustaría ser delgada porque es mucho más gracioso, pero temo que lo dijo sólo para no herir mis sentimientos. Vamos a ir algún día a la costa a buscar conchas. Hemos acordado llamar al manantial que hay cerca del puente de troncos «La burbuja de la dríada». ¿No es un nombre perfectamente elegante? Una vez leí algo sobre un manantial llamado así. Creo que una dríada es una especie de hada crecida.

—Bueno, espero que no agotes a Diana —dijo Marilla—. Pero recuerda esto cuando hagas tus planes, Ana: no vas a estar jugando todo el tiempo, ni siquiera la mayor parte de él. Tienes trabajo que hacer y has de acabarlo primero.

La copa de la felicidad de Ana estaba llena y Matthew la hizo desbordar. Acababa de regresar de un viaje al almacén de Carmody y sacó tímidamente un paquete de su bolsillo para entregárselo, ante la mirada desaprobadora de Marilla.

—Supe que te gustan los caramelos de chocolate, así que te traje algunos.

—¡Hum! —gruñó Marilla—. Echarás a perder sus dientes y su estómago. Vamos, vamos, criatura, no pongas esa cara. Puedes comértelos, ya que Matthew ha ido a buscarlos. Debió traértelos de menta. Son más saludables. No te vayas a atragantar comiéndolos todos ahora.

—Oh, no —dijo Ana ansiosamente—. Esta noche no comeré más que uno, Marilla. ¿Puedo darle a Diana la mitad del paquete? El resto será doblemente dulce si lo hago. Es bello pensar que puedo darle algo.

—En favor de esa niña, te diré —dijo Marilla cuando Ana se hubo retirado a su cuarto— que no es tacaña. Estoy contenta, pues la tacañería es lo que más detesto. Hace tres semanas que vino y parece que hubiera estado aquí siempre. No puedo imaginarme la casa sin ella. No me mires como diciendo «ya te lo dije». Está mal en una mujer, pero en un hombre es insufrible. Estoy de acuerdo en reconocer que me alegro de haber consentido en que se quedara, y que me gusta cada día más, pero no hagas hincapié en esa cuestión, Matthew Cuthbert.

CAPÍTULO TRECE
Las delicias de la expectativa

—Es hora de que Ana se ocupe de su costura —dijo Marilla echando una mirada al reloj para salir luego a enfrentarse con la dorada tarde de agosto donde todo parecía adormecido por el calor.

»Estuvo jugando con Diana más de media hora aún después de que la señora Barry llamara a ésta; y ahora está encaramada en el montón de leños charlando con Matthew, cuando sabe perfectamente que debe atender su trabajo. Y por supuesto, él la está escuchando como un perfecto papanatas. Nunca he visto un hombre más atontado. Cuanto más habla ella y cuantas más cosas raras dice, más encantado parece.

»¡Ana Shirley, ven inmediatamente!

Una serie de golpes sobre la ventana del oeste hizo que Ana se acercara a toda carrera, con los ojos radiantes, las mejillas tenuemente coloreadas y el cabello en brillante desorden.

—Oh, Marilla —exclamó sin aliento—, la semana que viene tendrá lugar la excursión de la Escuela Dominical. Será en el campo del señor Harmon Andrews, junto al Lago de las Aguas Refulgentes. Y la señora del director Bell y la señora Rachel Lynde van a hacer sorbetes, imagínese, Marilla, ¡
sorbetes
! Y, oh Marilla, ¿puedo ir?

—Mira el reloj, Ana, por favor. ¿A qué hora te dije que regresaras?

—A las dos. ¿Pero no es maravilloso lo de la excursión, Marilla? Por favor, ¿puedo ir? Oh, nunca he asistido a una. He soñado con excursiones, pero nunca…

—Sí, te dije que regresaras a las dos y son las tres menos cuarto. Me gustaría saber por qué no me obedeciste, Ana.

—Quise hacerlo, Marilla, tanto como es posible. Pero usted no tiene idea de lo fascinante que es Idlewild. Y, por supuesto, luego tuve que contarle a Matthew lo de la excursión. Matthew escucha tan bien. Por favor, ¿puedo ir?

—Tendrás que aprender a resistir la fascinación de Idle… como sea que lo llames. Cuando te indico una hora para que regreses, es para que lo hagas a esa hora y no media hora después. Y tampoco tienes necesidad de detenerte a charlar con amables escuchas. En cuanto a la excursión, claro que puedes ir. Eres alumna de la Escuela Dominical y no estaría bien que te negara mi autorización siendo que van todas las otras niñas.

—Pero… pero —balbuceó Ana—. Diana dice que todos deben llevar una cesta con comida. Yo no sé cocinar, Marilla, como usted sabe, y… y… no me importa ir a una excursión sin mangas abullonadas, pero me sentiría terriblemente humillada si tuviera que hacerlo sin una cesta. He estado pensando en ello desde que Diana me lo dijo.

—Bueno, no es necesario que lo pienses tanto. Yo prepararé una cesta.

—¡Oh, mi querida y buena Marilla! ¡Oh, qué generosa es conmigo! ¡Oh, le estoy tan agradecida!

Continuando con sus «oh», Ana se arrojó a los brazos de Marilla y vehementemente besó su pálida mejilla. Era la primera vez que unos labios infantiles besaban voluntariamente la cara de Marilla. Nuevamente se sintió conmovida por esa repentina sensación de ternura. Interiormente estaba muy contenta por el arranque de Ana, lo que probablemente dio motivo a que dijera bruscamente:

—Bueno, bueno; basta ya de besos tontos. Tengo que ver que haces estrictamente lo que se te dice. Y en lo que se refiere a cocinar, un día de éstos comenzaré a darte lecciones. Pero tú eres tan distraída, Ana, que he estado esperando a ver si te calmas y te asientas un poco. Cuando cocines, tienes que poner todos tus sentidos y no detenerte en medio de lo que estás haciendo para dejar vagar tus pensamientos a través de toda la creación. Ahora trae tus labores y ten hecho tu cuadrado para la hora del té.

—No me gusta remendar —dijo Ana tristemente sacando su costurero y sentándose con un suspiro frente a una pequeña pila de rombos rojos y blancos—. Supongo que algunos tipos de costura serán bonitos; pero no hay campo para la imaginación en el remiendo. Todo se reduce a una puntada detrás de otra, y nunca parece llegarse a nada. Pero, por supuesto, prefiero ser Ana de las «Tejas Verdes» remendando, que Ana de cualquier otro lado sin más ocupación que jugar. Aunque quisiera que cuando remiendo, el tiempo pasara tan rápido como cuando estoy jugando con Diana. Oh, pasamos tan buenos ratos, Marilla. Yo tengo que poner la mayor parte de la imaginación, pero soy capaz de hacerlo con facilidad. Diana es simplemente perfecta en todos los otros órdenes. Ya conoce ese pequeño espacio de terreno del otro lado del arroyo que corre entre nuestra granja y la del señor Barry. Pertenece al señor William Bell y justo en la esquina hay un pequeño cerco de abedules blancos; es el lugar más romántico de todos, Marilla. Allí tenemos nuestra casa Diana y yo. La llamamos Idle-wild. ¿No es un nombre poético? Le aseguro que me llevó tiempo el pensarlo. Estuve despierta casi una noche entera antes de inventarlo. Entonces, justo cuando me estaba quedando dormida, vino como una inspiración. Diana se sintió
arrebatada
cuando lo oyó. Tenemos arreglada nuestra casa muy elegantemente. Debe venir a verla, Marilla, ¿lo hará usted? Tenemos piedras grandísimas, cubiertas con musgo, que nos sirven de asientos; y tablas de árbol en árbol como estantes. Y en ellos ponemos todos nuestros platos. Por supuesto, todos están rotos, pero es lo más fácil del mundo imaginar que están enteros. Hay un trozo de un plato que tiene pintada una rama de hiedra roja y blanca que es especialmente hermoso. Lo guardamos en la sala, y allí también está el diamante encantado. El diamante encantado es tan adorable como un sueño. Diana lo encontró en el bosque que hay detrás del gallinero de su casa. Está lleno de arco iris y pequeños arco iris que todavía no han crecido, y la madre de Diana le dijo que se había desprendido de una lámpara que ellos habían tenido. Pero es más bonito imaginar que lo perdieron una noche las hadas en un baile, y por eso lo llamamos el diamante encantado. Matthew va a hacernos una mesa. Oh, hemos llamado Willowmere a la pequeña laguna que hay en el campo del señor Barry. Ese nombre lo saqué del libro que me prestó Diana. Era un libro que hacía estremecer, Marilla. La heroína tuvo cinco amantes. Yo estaría satisfecha con uno. ¿Y usted? Era muy hermosa y tuvo que hacer frente a grandes tribulaciones. Se podía desmayar como si tal cosa. Me encantaría poderme desmayar, Marilla. ¡Es tan romántico! Pero estoy demasiado sana a pesar de ser tan flaca. Aunque creo que estoy engordando. ¿No le parece? Me miro los codos todas las mañanas al levantarme para ver si se me están formando hoyuelos. Diana va a tener un vestido nuevo, con mangas abullonadas. Lo va a usar para la excursión. Oh, espero que el miércoles haga buen tiempo. Creo que no podría resistir la desilusión si algo me impidiera ir a la excursión. Supongo que seguiría viviendo, pero la pena me duraría toda la vida. No tendría importancia si fuera a cientos de excursiones en los años venideros; ellas no me compensarían el haber perdido ésta. Va a haber botes en el Lago de las Aguas Refulgentes, y sorbetes, como ya le he dicho. Nunca los he probado. Diana trató de explicarme cómo eran, pero creo que el sorbete es una de las cosas que sobrepasan los límites de la imaginación.

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