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Authors: Hans Jürgen Press

Aventuras de «La mano negra» (6 page)

BOOK: Aventuras de «La mano negra»
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—¡Silencio! ¿Oís eso?

—Es agua -dijo Kiki c. a.—. ¡Alumbra!

Adela dirigió el foco de luz hacia donde procedía el ruido y apareció un gran agujero.

Los cuatro saltaron por encima de los raíles.

—¡Mirad! —gritó Adela—. El agua desaparece por esta cueva.

Kiki c. a. se inclinó.

—¡Dios mío! —dijo nervioso.

Luego hizo pasar a la ardilla por un estrecho pasadizo y los otros la siguieron con precaución. Unos metros después llegaban al fondo de una cueva.

—¡Muchachos, esto es un descubrimiento! —dijo Rollo con alegría—. ¿Saldrán los traficantes por aquí al túnel?

—¡Bah! —dijo Adela—. Aquí nunca ha estado un hombre.

—Sí —dijo Félix—. Aquí hay incluso una prueba.

¿Cuál era la prueba para Félix?

9. Un hombre extraviado

El cabo de una vela era la prueba de que había habido alguien en la cueva.

—Probablemente los contrabandistas —dijo Adela.

—¿Y cómo han venido? —preguntó Rollo.

—Ni idea —dijo Félix—. Sólo sé que aquí, por alguna parte de la cueva tiene que pasar la frontera.

—¿Crees quizá que los contrabandistas...?

—¡Chist! —balbució Kiki c. a.

«La mano negra» escuchó atentamente.

—Son voces —murmuró Rollo después de un rato.

La pandilla siguió deslizándose por la cueva con precaución. Las voces se hacían cada vez más claras, y una lucecita se reflejaba en las rocas húmedas. Finalmente, la estrecha cueva se ensanchaba en una estancia amplia que estaba iluminada eléctricamente.

—Una cueva de estalactitas y estalagmitas —murmuró Adela—. Entonces la entrada tiene que estar al otro lado de la frontera.

Les fue fácil reconocer de dónde venían las voces, eran turistas conducidos por un guía extranjero. Pero «la mano negra» observaba con atención. Cuando el grupo llegó ante la estalactita «La nariz de bruja», Rollo se sobresaltó.

—Ha desaparecido un turista.

Adela examinó atentamente el grupo.

—Es cierto —dijo—. E incluso sé lo que llevaba en la mano.

¿ Qué llevaba en la mano la persona que faltaba?

10. Hay prisa

—El hombre que falta llevaba una maleta en la mano —dijo Adela.

—¡Vamos! ¡Otra vez al túnel! —ordenó Félix.

«La mano negra» se deslizó de nuevo por el oscuro pasillo. Pronto se hizo audible un rugido lejano.

—Un tren —dijo Kiki c. a., y miró su reloj de pulsera—. Las 17.04. Ése es el tren en el que la banda quiere pasar el contrabando.

Mientras el ruido se hacía cada vez más fuerte, «la mano negra» llegó al túnel. La locomotora bufaba. Entonces vieron al hombre de la maleta que se subía al tren en marcha.

—¡Cuidado! —gritó Félix.

El tren pasó rugiendo ante ellos.

—Nos ha visto —gritó Adela—. ¡Vamos tras él!

La pandilla, tropezando con los travesaños y con gran esfuerzo consiguió llegar a la estación, aunque bastante agotada.

—¡Mirad allí! —jadeó Kiki C. a., y movió nervioso el índice—. ¡Es el coche de los traficantes!

En el mismo momento el motor se ponía en marcha, y segundos más tarde partía a toda velocidad.

«La mano negra» corrió a lo largo de la calle de la estación y se paró en el cruce.

—¡Es inútil! —dijo Rollo abatido.

—Un momento —gritó Adela—. Aun así, está claro en qué dirección se han ido.

¿Qué camino había elegido la banda?

11. Un asunto oscuro

Al observar las huellas de los neumáticos, que aparecían junto a los charcos de lluvia, a Adela no le fue difícil descubrir que el coche había ido en dirección a la plaza del mercado. Cuando «la mano negra» llegó allí no se veía ni rastro del coche.

—¡Tengo una idea, muchachos! —dijo Kiki c. a.—. Quizá estén con Luis.

—Entonces ¿a qué esperamos? —dijo Félix jadeante.

Comenzaba ya a alborear cuando llegaron a la granja de tío Pablo. Entonces Kiki c. a. se paró de repente y dijo en voz baja:

—¡Mirad allí, un fantasma nocturno!

Era Luis que andaba tocando la pared de la casa y desapareció detrás del cobertizo. «La mano negra» avanzó cuerpo a tierra tras él.

—¡Cuidado! —avisó de repente Adela en voz baja, antes de que el resto de la pandilla descubriera el coche de los traficantes.

—¡Bajad la cabeza! —advirtió Félix—. De lo contrario nos verán.

Agazapados, oían murmullos ininteligibles y luego ruidos de herramientas y hojalata. Sólo una hora después volvió la tranquilidad al cobertizo. Toda la pandilla espiaba con precaución desde su escondrijo ya que el coche todavía estaba allí. De pronto, Rollo inspiró profundamente y dijo:

—¡Estos rateros! Ahora tengo claro qué hacían aquí.

¿Qué habían estado haciendo?

12. Un señor elegante

Ver que habían cambiado la matrícula del coche fue la señal de alarma para «la mano negra».

—Tenemos que informar a tío Pablo —dijo Rollo.

Encontraron a éste sentado en el salón escribiendo, y se rió cordialmente cuando la pandilla le contó el asunto de los contrabandistas.

—Pero ¡chicos! ¿Nuestro Luis un ladrón? ¡No! ¡Qué disparate! Venid, le preguntaremos a él mismo.

—¿Y si tiene un arma? —dijo Adela, preocupada.

—En mi casa no hay escopetas ni revólver. ¡Ni siquiera matamoscas de papel! —Tío Pablo se echó a reír otra vez y luego fueron todos juntos a la habitación de Luis.

Llamó despacio y al no contestar nadie intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Forzó la cerradura y la puerta se abrió. Luis estaba dentro, vestido como un señor elegante.

—¿Adónde va usted, Luis? —preguntó tío Pablo sorprendido.

—Yo, yo, vo-voy al cine —tartamudeó Luis.

—Bien, entonces no le molestaremos —dijo tío Pablo bonachonamente—. Pero esto no tiene sentido.

Entonces Rollo le tiró de la manga y le susurró algo al oído. E inmediatamente su tío miró hacia donde le indicaba y, admirado, silbó en voz baja; luego exclamó:

—Esto lo cambia todo.

¿Qué le hizo observar Rollo a su tío?

13. El tiempo urge para Aguilar

Rollo había descubierto una pistola sobre la cama de Luis. Cuando tío Pablo y «la mano negra» salieron de la habitación de Luis, respiraron hondo. El tío dijo en voz baja:

—¡De prisa, chicos! ¡Avisad al agente Aguilar! Tiene que venir en seguida. Yo cuidaré de que Luis no se escape.

—¿No sería mejor que telefonease usted? —preguntó Adela.

—No lo creo. Luis lo oiría, su habitación es contigua al cuarto de estar.

Los jóvenes abandonaron la casa de puntillas. Desde fuera pudieron ver con toda claridad cómo Luis espiaba desde la ventana de su habitación.

—¡A toda marcha! —mandó Félix.

Cuando cinco minutos más tarde entraron en la comisaría, el agente Aguilar no titubeó ni un segundo. Se puso de prisa su chaqueta de servicio y se ciñó el cinturón.

—¡Vamos, muchachos! —gritó—o Iremos en el coche.

Apenas hubo frenado éste ante la granja, los cuatro jóvenes saltaron fuera.

—¡Está todavía aquí! —murmuró tío Pablo, que había permanecido alerta delante de la puerta.

—Bien, vamos —dijo el agente, y desabrochó la funda de su pistola.

—¡Qué mala suerte! —gritó Félix—. Hemos llegado demasiado tarde. Mirad, Luis ha desaparecido.

¿Qué delató la huida de Luis?

14. Kilómetro 57

Félix tenía razón. Luis había escapado por la ventana y en el suelo se veía uria maceta rota. «La mano negra» y el policía corrieron al cobertizo. Pero también el coche había desaparecido.

—¿Qué pasa con el coche? —preguntó el agente.

Kiki c. a. se lo iba a aclarar cuando Adela dijo de repente:

—¿ Quiere usted venir aquí, por favor? —y levantó un trocito de cartón que mostró en la palma de la mano.

—¡Caramba! —dijo el agente—. Esto procede de una caja de cartuchos. —y sin esperar un minuto más, dio la alarma por teléfono a la comisaría más próxima. Luego gritó—: ¡Vamas, al coche!

—¿Adónde vamos? —preguntó Félix.

—¡En dirección al pueblo! —El agente pisó el acelerador y sólo se paró en el kilómetro 57—. Esto no tiene sentido. La banda ha tomado otra carretera. Bajad. Vaya dar la vuelta.

«La mano negra» ayudó al agente para que el coche no se deslizara a la cuneta. De pronto Adela gritó:

—¡Alto!

El agente Aguilar apretó asustado el freno.

—¿Qué pasa?

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