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Authors: Hans Jürgen Press

Aventuras de «La mano negra» (9 page)

BOOK: Aventuras de «La mano negra»
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—¡Chicos! —dijo—. Venís tan a punto como si os hubiesen llamado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Kiki C. a.

—¡Nuestra pitón! Nuestra serpiente más valiosa...

—¿Muerta? —preguntó Rollo.

Roldán se enjugó la frente.

—Acababa de pasar por aquí, y vi correr a alguien por el sector de fauna tropical. ¿Qué es eso?, pensé. Me acerqué y me encontré con la sorpresa de que habían forzado la jaula. En el suelo estaba muerta la pitón. He ido a buscar en seguida al veterinario, el doctor Falter, y ahora...

—Ha habido suerte, Roldán —gritó en ese momento el doctor Falter—, la serpiente pitón sólo está aturdida.

—¿Cuándo vio usted al individuo? —preguntó Félix.

—Hace aproximadamente unos diez minutos —contestó el vigilante.

—Entonces las huellas serán todavía recientes. ¡Vamos, muchachos! ¡A la búsqueda!

Félix lanzó unas notas con la trompeta y «la mano negra» salió corriendo. Todas las instalaciones del sector de la fauna tropical fueron registradas en busca de huellas. Rollo extendió el brazo.

—¡Mirad! —gritó—, allí hay una botella.

¿Qué ponía en la etiqueta de la botella?

10. La trampa de la foto

—El éter es un narcótico —dijo Rollo—, quizá la botella pertenezca al ladrón del zoo.

—¡No toquéis nada! —ordenó Félix—. Seguramente, el ladrón volverá a buscar la botella.

—Y entonces caerá en la trampa —observó Rollo.

Los otros le miraron desconcertados.

—Es muy sencillo —continuó—. Montaremos una cámara fotográfica en una caja—nido, ataremos un hilo al disparador y el otro extremo a la botella. Cuando el ladrón venga a por la botella, él mismo hará funcionar el disparador y será fotografiado.

—¡Fantástico! —dijo Félix con admiración, y Rollo echó a correr en busca de su cámara.

Una media hora más tarde comenzó el trabajo.

—¡Ten cuidado de no borrar ninguna huella dactilar! —gritó Félix a Adela.

—No hay ninguna —repuso Adela después de haber examinado minuciosamente la botella—. Las ha limpiado todas.

—Eso no es exacto —dijo Kiki c. a.—. El malhechor no llegó a dejar ninguna huella dactilar en la botella.

—¿Cómo lo sabes?

Kiki c. a. señaló con un dedo.

—¡Allí está la prueba!

¿Qué había descubierto Kiki c. a.?

11. Se busca a J.N.

El guante que había descubierto Kiki c. a. tenía las iniciales J. N. Y decidieron guardarlo como prueba. A la mañana siguiente, Rollo fue rápidamente al zoo, antes de entrar en la escuela, para examinar la trampa de la foto. La botella de éter había desaparecido y el hilo unido al disparador estaba roto. Con dedos temblorosos sacó la película del aparato y la llevó a revelar y ampliar. Por la tarde temprano, toda la pandilla fue a buscar la ampliación.

—¡Qué pena! —dijo Adela decepcionada—, sólo se ven los pantalones.

—Por lo menos es algo —opinó Félix—. ¡Vamos al zoo!

A la entrada se encontraron con el vigilante Roldán.

—Han robado la serpiente. Lo he descubierto hace aproximadamente diez minutos. Ahora tenemos que registrar a todos los que salgan, pero va a ser imposible.

Félix reunió a la pandilla y se retiraron a deliberar.

—Veamos —dijo—, tiene el pelo rizado y lleva pantalón a cuadros.

—Y un nombre que comienza con J. N. —dijo Kiki c. a.

«La mano negra» estuvo observando atentamente a todos los que pasaban. Al cabo de dieciséis minutos Adela dijo de repente:

—¡Ahí viene el individuo que esperamos!

¿Quién era la persona que buscaban?

12. Noriega se deja ver la cara

Era el vendedor de helados Juan N oriega.

—¡Vamos! —ordenó Félix—. ¡Tras él!

Mientras seguían al sospechoso, Rollo dijo:

—Habría que inspeccionar el carrito de los helados.

Kiki c. a. meneó la cabeza dubitativo.

—No creo que lo permitiera el dueño.

—¿Y si nos compramos un helado? —preguntó Félix.

—Eso no está nada mal—dijo Adela.

«La mano negra» avanzó unos pasos y cerró el camino al carro.

—Buenas tardes —dijo Adela—, ¿tiene helados de vainilla?

—Se han acabado —refunfuñó el heladero. Luego empujó tan fuerte el carro que casi atropelló a Adela.

—Es usted un hombre encantador —dijo.

Por precaución esperaron unos segundos y se propusieron seguirle con cuidado.

—¡Bah! —se enfadó Kiki c. a.

Pero cuando doblaron la esquina, el carro había desaparecido.

—No puede estar lejos —dijo Rollo—. Vigilaremos todas las puertas.

Abrieron la puerta de la primera cochera, pero no pudieron descubrir nada. Tampoco en la segunda tuvieron suerte. Luego pasaron al patio interior.

—Aquí está —gritó Rollo—. Mirad allí, en aquella casa.

¿Cuál era la numeración del portal?

13. El buen oído de doña Encarna

Félix se acercó a la puerta 43 A, dentro de la cual se veía el rótulo del carrito de los helados, e intentó abrirla.

—Está cerrada con llave —dijo a los otros—. Tenemos que esperar hasta que vuelva a salir Noriega.

Kiki C. a. señaló la escalera exterior de la casa contigua.

Quizá desde allá arriba podamos mirar por la ventana.

Sin pensarlo dos veces se deslizaron por la escalera de hierro. Cuando Félix llegó al segundo rellano, hizo una seña a los otros.

—¡Cuidado! —dijo en voz baja. Luego se tumbó.

Los demás se agacharon y espiaron la ventana desde los escalones.

—Pero si es Noriega —murmuró Rollo—. ¿Y quién será la señora?

—Probablemente la patrona —dijo Adela—. Escuchad.

La voz femenina sonaba enérgica.

—¡En su cuarto hay un extraño, señor Noriega, y usted sabe que eso no lo tolero! —Noriega sonrió irónicamente—. ¡Se puede usted ahorrar la sonrisa, señor Noriega! He oído claramente los pasos.

—Quizá ha soñado usted, doña Encarna —repuso Noriega.

En ese momento, Adela empujó a Rollo.

—Oye, ella tiene razón. Hay un huésped de más en la habitación, ¡mira allí!

¿Dónde se escondía el visitante?

14. El hombre de negro

Un cigarrillo humeante detrás de la puerta demostraba que Noriega no estaba solo en la habitación.

—¿Será un cómplice? —se preguntó Félix.

En ese momento Noriega descubrió a la pandilla delante de la ventana y rápidamente corrió la cortina.

—Tenemos que averiguar quién es el desconocido —dijo Rollo.

«La mano negra» abandonó el patio interior y se apostó a la sombra de un saliente de la pared. Llevaba esperando ya casi dos horas y a excepción de un perrillo gordo y de un gato, nadie había salido. Entonces se oyeron pasos.

—¡Chist! —chistó Rollo.

Una forma embozada salió.

—¿Qué lleva en la mano? —murmuró Kiki c. a.

—Parece como una funda de violín —opinó Félix en voz baja.

El hombre se dirigió a un coche, abrió la portezuela y puso el estuche negro en el asiento posterior. Segundos más tarde el coche había desaparecido.

«La mano negra» salió de la oscuridad.

—Si al menos le hubiésemos visto la cara —suspiró Adela desesperada.

—No te pongas nerviosa —la tranquilizó Rollo—. Me he quedado con la matrícula del coche.

Kiki c. a. se rió y guiñó un ojo.

—Yo sé cómo se llama ese hombre.

¿Cómo se llamaba el desconocido?

15. El lumbago

«Carlos Rosa», ponía en el permiso de conducir que asomaba por el bolsillo de la puerta del coche. Adela anotó el nombre que Kiki c. a. recordaba y se sorprendió.

—¿No os llama nada la atención? —preguntó.

—¿Te refieres a las iniciales Ca-Ro? —preguntó Rollo.

—¡Caro! —exclamó Félix—. ¡Lord Caro! ¡Nuestro mago!

Adela guardó el bloc:

—El caso está a punto para el inspector Faraldo —dijo ella.

Poco después estaban en la comisaría de policía número 11 e informaban de lo que habían averiguado hasta entonces. El inspector se preguntó dónde podría encontrar a lord Caro, y decidió llamar al teatro. Telefoneó y después colgó el auricular despacio.

—Lord Caro está con lumbago en la cama. Vive en el hotel Monopol.

El portero del hotel les acompañó hasta la habitación.

—¿Que si he salido hoy? —preguntó lord Caro con voz lastimosa—. Pero si no me puedo levantar. Lo está viendo usted.

Faraldo dudó antes de contestar.

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