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Authors: Bernard Minier

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

Bajo el hielo (73 page)

BOOK: Bajo el hielo
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—¿Lista? —consultó cuando la tuvo sentada a su lado.

Tomaron la autopista en dirección a los Pirineos y luego la salida Montréjeau/Saint-Martin-de-Comminges. Al desviarse, Servaz frunció el entrecejo, experimentando un hormigueo en la base del cráneo. Después siguieron hacia el sur, adentrándose en las montañas. Hacía un día hermoso. El cielo estaba azul y los picos, blancos. El aire puro que entraba por el cristal entreabierto era embriagador como el éter. La única pega era que Margot había puesto su música favorita a todo volumen en sus cascos y que encima cantaba, pero aquello no llegó a alterar el buen humor de Servaz.

Se le había ocurrido efectuar aquella salida una semana atrás, cuando Irène Ziegler lo había llamado para saber cómo estaba, después de meses de silencio. Atravesaron pintorescos pueblos y las montañas se fueron acercando hasta que las tuvieron tan cerca que no alcanzaban ya a verlas. La carretera subía y en cada curva descubrían espectaculares panorámicas de verdes praderas, aldeas agazapadas en el fondo de los valles, ríos resplandecientes bajo la luz del sol, capas de bruma nimbadas de luz que difuminaban la imagen de los rebaños. El paisaje no tenía para nada el mismo aspecto, constató. Después llegaron al pequeño parking, adonde todavía no llegaba el sol matinal oculto tras las montañas. No eran los primeros. Había una moto aparcada ya. Dos personas los aguardaban sentadas en las rocas.

—Buenos días, Martin —lo saludó Ziegler, levantándose.

—Buenos días, Irène. Irène, te presento a Margot, mi hija.

Después de estrechar la mano de Margot, Irène se volvió para presentar a la bonita joven morena que la acompañaba. Zuzka Smatanova tenía un apretón de manos firme, una larga cabellera de color azabache y una deslumbrante sonrisa. Intercambiaron solo unas cuantas palabras antes de ponerse en marcha, como si se hubieran visto el día anterior. Ziegler y Martin se colocaron en cabeza y Zuzka y Margot dejaron tranquilamente que tomaran distancia. Servaz las oyó reír tras ellos. Él se puso a charlar con Irène un poco más lejos, iniciado ya el largo ascenso. Las piedras del camino crujían bajo las gruesas suelas de sus botas y el murmullo del agua llegaba del riachuelo cercano. El calor del sol se dejaba notar ya en sus caras y en sus piernas.

—Continué con las pesquisas —anunció de repente ella cuando acababan de cruzar un puentecillo de madera.

—¿A propósito de qué?

—Del cuarteto —respondió.

Él la miró con circunspección, sin ganas de estropear aquel hermoso día removiendo el cieno.

—¿Y?

—Descubrí que a los quince años, los padres de Chaperon, Perrault, Grimm y Mourrenx los mandaron de colonias, al borde del mar. ¿Sabes cómo se llamaban esas colonias?

—Dime.

—Las colonias de las Golondrinas.

—¿Y entonces?

—¿Te acuerdas de las letras que había en el anillo?

—Sí.

—¿Tú crees que…? ¿Que fue allí donde empezaron a…?

—Es posible.

La luz de la mañana danzaba por entre las hojas de un bosquecillo de tiemblos que susurraban impulsados por la leve brisa, al borde del sendero.

—Quince años… La edad en la que uno descubre quién es realmente… la edad de las amistades duraderas… la edad del despertar sexual también —comentó Servaz.

—Y la edad de los primeros delitos —añadió Ziegler.

—Sí, podría ser eso.

—O también otra cosa —admitió Ziegler.

—Sí, también.

—¿Qué pasa? —preguntó Margot, llegando a su altura. ¿Por qué nos paramos?

Zuzka les dirigió una penetrante mirada.

—Desconectad —dijo—. ¡Desconectad de una vez!

Servaz miró en torno a sí. Se trataba, en efecto, de un magnífico día. Luego, recordando a su padre, sonrió.

—Sí, desconectemos —aceptó, reanudando la marcha.

Precisiones

Algunas informaciones y hechos que se exponen en este libro podrían aparecer como fruto de una imaginación desbordante. En realidad no es así. La central subterránea situada a dos mil metros de altura existe y yo no he hecho más que desplazarla unas decenas de kilómetros. De igual manera, determinadas técnicas psiquiátricas aquí descritas, como el tratamiento aversivo o la pletismografía peneana se practican, por desgracia en más de un hospital de Europa y del mundo. Lo mismo ocurre con los electroshocks que, aun habiendo experimentado ciertos cambios desde la época en que Lou Reed compuso
Kill Your Sons
, todavía son un tema de actualidad en esa región en el siglo XXI. En cuanto a la música que escucha Espérandieu, se puede bajar por Internet.

Agradecimientos

En cuestión de agradecimientos, el sospechoso número uno se llama Jean-Pierre Schamber, culpable ideal en quien convergen un gusto certero, la pasión por la novela negra y otras literaturas y unos conocimientos musicales de los que yo carezco a mi pesar. Fue él quien me hizo comprender desde las primeras páginas que no habría sido de recibo detenerme allí. ¡Gracias, amigo mío!

Los otros sospechosos tienen, con diferentes grados de culpabilidad, una parte de responsabilidad en este crimen: mi mujer, que sabe lo que significa vivir al lado de un escritor y que me facilita sobremanera la vida; mi hija, trotamundos a quien el propio planeta se le queda pequeño (yo necesitaría tres vidas para poder alcanzarla); mi hijo, que está muchísimo más al día que yo en lo relativo a las nuevas tecnologías y de quien espero que abra un paréntesis en su atención en ellas para leer este libro.

Dominique Matos Ventura representa sin lugar a dudas otra pista: sin sus palabras de ánimo, su talento y su complicidad, este libro no existiría. Sus canciones han constituido, además, la música de fondo durante su redacción.

Quizá no culpable del todo, pero sospechoso claro es Greg Robert, infatigable detector de anomalías y relector paciente que posee como único defecto su fascinación por la literatura fantástica. Aparte de ser mi amigo, Greg es también mi sobrino.

A continuación hay que mencionar otros cómplices declarados: todo el equipo de XO Éditions, empezando por el propio Bernard Fixot, inflexible forjador de talentos; Édith Leblond, por su competencia y su apoyo; Jean-Paul Campos, por haberse autoerigido como mi fan número uno; Valérie Taillefer, por su tacto y su capacidad de comunicar; Florence Pariente; Gwenaëlle Le Goff y, por supuesto,
last but nos least
, Caroline Lépée, capaz hasta de transformar el vil metal en oro.

Gracias, además, a Gaëlle por sus fotos, a Patrick por su especial humor, a Claudine y a Philippe por haber engrasado los engranajes, a mi hermana y a Jo por estar siempre ahí, y todo el resto del clan K: Loïc por su Bretaña, Christian por su bodega (y sus herramientas), Didier por ser una especie de colega ideal, Dominique, Ghislaine, Patricia, Nicole por sus carcajadas…

En definitiva y al contrario de lo que yo creía, la escritura no es una actividad tan solitaria.

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