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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (14 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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—¿Qué hace? —preguntó una vocecita.

Thibault se dio la vuelta y vio a Ben, de pie, en el extremo del claro del bosque.

—No tengo ni idea. —Se encogió de hombros—. Supongo que ladra a los peces.

Ben empujó las gafas sobre el puente de su naricita con el dedo índice para colocárselas correctamente.

—¿Y lo hace a menudo?

—Cada vez que viene aquí.

—Qué raro —concluyó el muchacho.

—Lo sé.

Zeus
se dio cuenta de la presencia de Ben, y al constatar que el muchacho no suponía ninguna amenaza, volvió a hundir la cabeza en el agua y volvió a ladrar. Ben permaneció en la punta del claro del bosque. Sin saber qué más decir, Thibault propinó otro mordisco al bocadillo.

—Ayer también te vi aquí —comentó Ben.

—¿Ah, sí?

—Te seguí.

—Vaya, vaya…

—Es que ahí está mi cabaña, en ese árbol —adujo, señalando con el dedo—. Es mi escondite particular.

—Eso está muy bien, me refiero a disponer de un escondite particular —apuntó Thibault. Señaló hacia la rama caída en la que estaba sentado—. ¿Quieres sentarte?

—No puedo acercarme a ti.

—¿Por qué no?

—Mi mamá dice que no te conocemos.

—Es una buena idea, hacer caso a tu mamá.

Ben parecía satisfecho con la respuesta de Thibault, pero inseguro acerca de qué hacer a continuación. Apartó la vista de Thibault y la enfocó en
Zeus
, debatiéndose, antes de que finalmente decidiera sentarse en un árbol caído cerca de donde había permanecido de pie hasta entonces, manteniendo la distancia entre ellos.

—¿Te quedarás a trabajar aquí? —le preguntó el muchacho.

—Ya trabajo aquí.

—No. Me refiero a si piensas marcharte.

—No es mi intención. —Enarcó una ceja—. ¿Por qué?

—Porque los últimos dos chicos se marcharon. No les gustaba limpiar las cacas de perro.

—A nadie le gusta.

—¿Te molesta hacer ese trabajo?

—No, no mucho.

—Yo no soporto la peste. —Ben esbozó una mueca de asco.

—La mayoría de la gente tampoco. Yo simplemente intento no pensar en ello.

Ben volvió a empujar las gafas sobre su naricita con el dedo índice.

—¿Por qué le pusiste ese nombre a tu perro?

Thibault no pudo ocultar la sonrisa. Había olvidado lo preguntones y curiosos que podían ser los niños.

—Ya se llamaba así cuando me lo quedé.

—¿Por qué no lo cambiaste por el nombre que tú querías?

—No lo sé. Supongo que en ese momento no se me ocurrió hacerlo.

—Nosotros teníamos un pastor alemán. Se llamaba Oliver.

—¿Ah, sí?

—Murió.

—Lo siento.

—No pasa nada —le aseguró Ben—. Era muy viejo.

Thibault se acabó el bocadillo, guardó el envoltorio de plástico en la mochila y abrió la bolsa de frutos secos que había preparado en casa. Vio que Ben lo estaba mirando fijamente e hizo un gesto hacia la mochila.

—¿Te apetecen unas almendras?

Ben sacudió la cabeza.

—Siempre me han dicho que no acepte comida de desconocidos.

—De acuerdo. ¿Cuántos años tienes?

—Diez. ¿Y tú?

—Veintiocho.

—Pues pareces mayor.

—Tú también.

Ben sonrió ante aquella réplica.

—Me llamo Ben.

—Encantado de conocerte, Ben. Yo soy Logan Thibault.

—¿De verdad has venido hasta aquí caminando desde Colorado?

Thibault se lo quedó mirando fijamente.

—¿Cómo lo sabes?

—Oí que mamá lo comentaba con Nana. Decían que una persona normal habría hecho ese trayecto en coche.

—Tienen razón.

—¿Se te cansaron mucho las piernas?

—Al principio sí. Pero después de unos días, me acostumbré. Y lo mismo le pasó a
Zeus
. Incluso creo que le gustó la caminata. Siempre había algo nuevo que ver, y tuvo la oportunidad de cazar millones de ardillas.

Ben movía los pies hacia delante y hacia atrás, y mantenía una expresión seria.

—¿A
Zeus
le gusta que le tiren un palo o una pelota?

—Es un campeón. Pero solo las coge al vuelo al principio. Luego se cansa. ¿Por qué? ¿Quieres lanzarle un palo para que lo vaya a buscar?

—¿Puedo hacerlo?

Thibault se cubrió la parte superior de la boca con la mano y llamó al perro; el animal salió trotando del agua alegremente, se detuvo a escasos metros y se sacudió vigorosamente el agua del pelaje. Acto seguido, fijó toda su atención en Thibault.

—¡Trae un palo!

Zeus
clavó inmediatamente el hocico en el suelo y buscó entre un montón de ramas caídas. Al final, eligió un palo pequeño y trotó feliz hacia Thibault.

Él sacudió la cabeza.

—Más grande —dijo, y
Zeus
se lo quedó mirando con unos ojitos que parecían expresar su decepción antes de darse la vuelta. Soltó el palo y reanudó la búsqueda—. Se emociona cuando juega, y si el palo es demasiado pequeño, lo parte por la mitad rápidamente —explicó Thibault—. Siempre le pasa lo mismo.

Ben asintió, con cara solemne.

Zeus
regresó con un palo más largo y se lo llevó a Thibault. Él le tronchó las ramitas de los lados para que quedara más liso y se lo devolvió a
Zeus
.

—Llévaselo a Ben.

Zeus
no comprendió la orden y ladeó la cabeza, con las orejas bien tiesas, como si pretendiera aguzar el oído. Thibault señaló a Ben.

—Ben —dijo—. Palo.

Zeus
trotó hacia Ben, con el palo en la boca. Lo soltó a los pies de Ben. Husmeó al chico, se acercó más a él y permitió que el muchacho lo acariciara.

—¿Sabe mi nombre?

—Ahora sí.

—¿Y ya no lo olvidará nunca?

—Probablemente no. Ahora que te ha olido, creo que no.

—¿Cómo puede haberlo aprendido con tanta rapidez?

—Tiene buenos reflejos. Está acostumbrado a aprender cosas rápidamente.

Zeus
se colocó de lado, pegando el lomo a Ben, y le lamió la cara, luego se apartó, mientras su mirada iba de Ben al palo y de nuevo a Ben.

Thibault señaló el palo.

—Quiere que se lo tires. Es su forma de pedírtelo.

Ben agarró el palo y pareció dudar sobre qué tenía que hacer a continuación.

—¿Puedo lanzárselo al agua?

—Seguro que le encantará.

Ben lo lanzó hacia el plácido arroyo.
Zeus
se precipitó dentro del agua y empezó a remar con las patas delanteras. Recogió el palo, salió del agua, se detuvo a unos pasos de Ben para sacudirse el agua del pelaje, luego se acercó y soltó el palo a los pies del muchacho.

—Lo he adiestrado para que se sacuda el agua antes de que se acerque demasiado. No me gusta que me salpique —explicó Thibault.

—¡Qué guay!

Thibault sonrió mientras Ben volvía a lanzar el palo.

—¿Qué más puede hacer? —preguntó por encima del hombro.

—Muchas cosas. Como…, por ejemplo, le encanta jugar al escondite. Si tú te escondes, él te encontrará.

—¿Algún día podremos jugar?

—Cuando quieras.

—¡Qué pasada! Oye, ¿lo has adiestrado también para que ataque?

—Sí, pero, por lo general, siempre se comporta pacíficamente.

Thibault contempló cómo Ben seguía lanzando el palo mientras se acababa el resto del almuerzo. La última vez que Ben tiró el palo,
Zeus
lo recogió pero no trotó hacia Ben. En lugar de eso, enfiló tranquilamente hacia el tronco de un árbol y se tumbó. Colocó una pata sobre el palo y empezó a mordisquearlo.

—Eso significa que ya no quiere jugar más —explicó Thibault—. Eres buen lanzador. ¿Juegas al béisbol?

—El año pasado. Pero no sé si jugaré este año. Quiero aprender a tocar el violín.

—Yo también tocaba el violín cuando era pequeño —dijo Thibault.

—¿De veras? —Los ojillos de Ben expresaron su sorpresa.

—Y también el piano. Durante ocho años.

A un lado,
Zeus
alzó la cabeza del palo, en actitud alerta. Un momento más tarde, Thibault oyó el sonido de alguien que se acercaba por el sendero mientras que la voz de Elizabeth flotaba entre los árboles.

—¿Ben?

—¡Estoy aquí, mamá! —gritó Ben.

Thibault alzó la palma de la mano hacia
Zeus
y acto seguido le dijo: «Quieto».

—¡Ah! Estás aquí —exclamó ella, emergiendo al claro—. ¿Qué estás haciendo?

Su expresión gentil se trocó en una mueca de desconfianza cuando vio a Thibault, y él pudo leer sin ningún problema la pregunta en sus ojos: «¿Qué está haciendo mi hijo en el bosque con un hombre al que apenas conozco?». Thibault no sintió la necesidad de excusarse. No había hecho nada malo. En lugar de eso, la saludó cordialmente con la cabeza.

—¿Qué tal?

—Hola —contestó ella, con cautela.

En ese momento, Ben ya se había apresurado a colocarse a su lado.

—¡Tendrías que ver lo que puede hacer este perro, mamá! ¡Es superinteligente! ¡Incluso más que OLIVER!

—Ah, fantástico. —Ella lo rodeó con un brazo—. Pero ya es hora de volver a casa. La comida está servida.

—Incluso me conoce.

—¿Quién?

—El perro.
Zeus
. Sabe mi nombre.

Ella se giró para mirar a Thibault.

—¿De veras?

Thibault asintió.

—Sí.

—Vaya…, fantástico.

—¿Y a que no sabes otra cosa? Él tocaba el violín.

—¿Zeus?

—No, mamá. El señor Thibault. De niño. Tocaba el violín.

—¿De veras? —Beth parecía sorprendida ante aquella noticia.

Thibault asintió.

—Mi madre era una gran amante de la música clásica. Quería que yo llegara a interpretar a la perfección composiciones de Shostakovich, pero no era tan superdotado. Aunque Mendelssohn no se me daba mal.

La sonrisa de Beth era forzada.

—Ya veo.

A pesar de la aparente incomodidad de la mujer, Thibault rio.

—¿Qué pasa? —inquirió ella, obviamente recordando su primer encuentro.

—Nada.

—¿Qué pasa, mamá?

—Nada —contestó ella—. Pero otra vez recuerda que has de decirme adonde vas para que yo esté más tranquila.

—Sabes que suelo venir aquí a menudo.

—Lo sé —dijo ella—, pero la próxima vez, dímelo, ¿de acuerdo?

«Para que no te pierda de vista», pensó Beth.

Nuevamente, Thibault comprendió el mensaje, a diferencia de Ben.

—Será mejor que regrese al despacho —dijo él, al tiempo que se ponía de pie. Recogió el resto de la comida—. No quiero que el mastín se quede sin agua. Estaba muy acalorado, y estoy seguro de que se ha bebido toda la que le he puesto. Hasta luego, Ben. —Dio media vuelta—. ¡Vamos,
Zeus
!

Zeus
se levantó de su sitio y se colocó al lado de Thibault; un momento más tarde, ambos caminaban por el sendero de regreso a la residencia canina.

—¡Adiós, señor Thibault! —gritó Ben.

Thibault se dio la vuelta, y se puso a caminar de espaldas.

—¡Me ha encantado hablar contigo, Ben! ¡Ah! ¡Y otra cosa! ¡No me llames señor Thibault! ¡Llámame Thibault!

Tras la sugerencia, volvió a darse la vuelta, notando el peso de la mirada de Elizabeth sobre él hasta que se perdió de vista.

Clayton

Aquella noche, Keith Clayton se tumbó en la cama fumando un cigarrillo, aliviado de que Nikki estuviera en la ducha. Le gustaba el aspecto que ella tenía después de la ducha, con la melena húmeda y despeinada. La imagen consiguió alejar de su pensamiento la idea de que, realmente, habría preferido que ella agarrara los bártulos y se largara a su casa.

Era la cuarta vez en los últimos cinco días que pasaba la noche con él. Nikki era la cajera del colmado donde él solía comprar sus Doritos, y durante el último mes, más o menos, Clayton se había estado preguntando si debía pedirle para salir o no. La chica no presumía de una bonita dentadura y tenía la piel de la cara marcada con cicatrices como de viruela, pero poseía un cuerpazo capaz de echar a cualquiera de espaldas, y con eso bastaba, teniendo en cuenta que él necesitaba rebajar un poco el estrés.

Y todo porque había visto a Beth el domingo anterior por la noche, cuando fue a dejar a Ben. Había salido al porche con aquellos pantalones cortos y ese top sin mangas y había saludado a Ben con la mano, luciendo aquella clase de sonrisa a lo Farrah Fawcett. Aunque iba dirigida a Ben, Clayton no pudo evitar pensar que su ex estaba cada año más atractiva.

Si hubiera sabido que eso iba a ser así, probablemente no le habría concedido el divorcio. Aquella noche se marchó de allí pensando en lo guapa que era Beth, y unas horas más tarde acabó en la cama con Nikki.

Aunque, en realidad, no le apetecía volver con Beth. Sabía que eso era simplemente imposible. Ella era demasiado terca, y además tenía la desagradable costumbre de discutir cuando él tomaba una decisión que a ella no le gustaba. Hacía mucho tiempo que se había dado cuenta de los defectos de su exmujer, e intentaba no olvidarlos cada vez que la veía. Justo después del divorcio, lo único que no deseaba hacer era pensar en ella, y durante mucho tiempo, no lo había hecho. Clayton había vivido la vida intensamente, se había divertido con un montón de chicas diferentes, sin la intención de volver nunca la vista atrás. Excepto por su hijo, claro. Sin embargo, cuando Ben tenía tres o cuatro años, empezó a oír cuchicheos de que Beth había empezado a salir con un chico, y eso le molestó de un modo incontenible. Una cosa era que él saliera con chicas, pero la situación cambiaba radicalmente si era ella la que salía con chicos. Lo último que quería era que un día se presentara un tipo y actuara como si fuera el padrastro de Ben. Además, se dio cuenta de que no soportaba la idea de que otro hombre pudiera acostarse con Beth. Simplemente le parecía inadmisible. Conocía a los hombres y sabía lo que buscaban, y Beth era en cierto sentido muy ilusa respecto a esas cuestiones, dado que él había sido su primer y único amor. Estaba prácticamente seguro de que él, Keith Clayton, era el único hombre con el que ella se había acostado, y eso era bueno, ya que mantenía las prioridades de Beth en el lugar donde debían estar. Ella estaba ocupada criando a su hijo, y a pesar de que Ben era un poquito afeminado, estaba haciendo un excelente trabajo con él. Además, era una buena persona, y no se merecía que un tipo desalmado le rompiera el corazón. Beth siempre necesitaría que él, su Clayton, cuidara de ella.

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