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Authors: P. D. James

Tags: #Intriga, Policíaco

Cubridle el rostro (10 page)

BOOK: Cubridle el rostro
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—¿Tiene la costumbre de visitar al señor Bocock y pasar la tarde con él?

—¿Costumbre? Bocock fue mozo de cuadra de mi abuelo. Es mi amigo. ¿Acaso no visita a sus amigos cuando siente ganas, inspector, o es que no tiene ninguno?

Era el primer arranque de mal genio. El rostro de Dalgliesh no mostró emoción alguna, ni siquiera satisfacción. Empujó un pequeño cuadrado de papel a través de la mesa. Sobre él había tres diminutas astillas de vidrio.

—Estas fueron encontradas en las dependencias que están frente a la habitación de la señorita Jupp, donde dice usted que normalmente se guarda la escalera. ¿Sabe qué son?

Stephen Maxie se inclinó hacia delante y estudió esta prueba sin interés visible.

—Obviamente son astillas de vidrio. Más no le puedo decir. Me imagino que podrían ser parte de un vidrio de reloj roto.

—O parte de los animales de vidrio destrozados de la habitación de la señorita Jupp.

—Presumiblemente.

—Veo que tiene un pequeño trozo de esparadrapo sobre su nudillo derecho. ¿Qué pasó?

—Me hice un ligero raspón cuando regresaba a casa anoche, con la corteza de un árbol. Al menos esa es la explicación más probable. No recuerdo lo que ocurrió y sólo vi la sangre cuando llegué a mi habitación. Le puse el esparadrapo antes de acostarme y normalmente ya me lo hubiera quitado. El rasguño no era nada serio, pero tengo que cuidar mis manos.

—¿Puedo verlo, por favor?

Maxie se adelantó y colocó la mano, con la palma hacia abajo, sobre el escritorio. Dalgliesh notó que no temblaba. Tomó una esquina del esparadrapo y lo arrancó.

Juntos inspeccionaron el nudillo descolorido que había debajo. Maxie aún no mostraba signos de ansiedad, sino que estudiaba su mano con el aire de un experto que condesciende a inspeccionar un objeto al que casi no vale la pena dedicarle su atención. Tomó el parche desechado, lo dobló cuidadosamente y lo arrojó con precisión al cesto de los papeles.

—Esto a mí me parece un corte —dijo Dalgliesh—. O, claro, podría ser un rasguño producido por una uña.

—Sí, claro, podría ser —asintió su sospechoso con tranquilidad—. Pero si lo fuera, ¿no esperaría encontrar sangre y piel bajo la uña que hizo el rasguño? Lamento no poder recordar cómo ocurrió —le miró de nuevo y añadió—. Ciertamente parece un pequeño corte, pero es ridículamente pequeño. Dentro de dos días no será visible. ¿Está seguro de que no quiere fotografiarlo?

—No, gracias —dijo Dalgliesh—. Hemos tenido algo bastante más importante que fotografiar allá arriba.

Le produjo una considerable satisfacción observar el efecto de sus palabras. Mientras estuviera a cargo de este caso ninguno de sus sospechosos debería pensar que podían refugiarse en mundos privados de indiferencia o cinismo del espanto de lo que había yacido en la cama del piso de arriba. Esperó un momento y prosiguió despiadadamente.

—Quiero dejar algo perfectamente claro respecto de la puerta sur. Lleva directamente al tramo de escalera que sube hasta el antiguo cuarto de los niños. Puede decirse entonces que la señorita Jupp dormía en una parte de la casa que tenía su entrada propia. De hecho, casi un apartamento independiente. Una vez que las dependencias de la cocina quedaban cerradas por la noche podía dejar entrar un visitante por esa puerta con poco riesgo de ser descubierta. Si la puerta quedaba sin cerrojo, un visitante podía tener acceso a su puerta con una razonable facilidad. Ahora bien, usted dice que se le había dejado la puerta sur sin cerrojo desde las nueve, cuando terminó de cenar, hasta poco después de las once cuando volvió de la cabaña del señor Bocock. ¿Es correcto afirmar que en ese lapso cualquiera podría haber tenido acceso a la casa por la puerta sur?

—Sí. Supongo que sí.

—Señor Maxie, ¿seguramente usted sabe con certeza si eso es o no posible?

—Sí, podrían haberlo hecho. Como probablemente haya observado, la puerta tiene dos pesados cerrojos del lado de dentro y una cerradura incrustada. Hace años que no usamos la cerradura. Supongo que las llaves estarán en algún lado. Mi madre podría saberlo. Normalmente mantenemos la puerta cerrada durante el día y echamos el cerrojo a la noche. Durante el invierno, por lo general, está todo el tiempo con cerrojo y apenas se usa. Hay otra puerta que lleva a las dependencias de la cocina. No ponemos demasiado cuidado en echar la llave, pero aquí nunca hemos tenido problemas. Aunque cerráramos las puertas bien, la casa no sería a prueba de ladrones. Cualquiera podría entrar por las puertas ventana del salón. Les echamos la llave pero sería fácil romper el vidrio. Nunca ha parecido que valiera la pena preocuparse demasiado por cuestiones de seguridad.

—¿Y, además de esta puerta siempre abierta, había una escalera muy a mano en la vieja cuadra de los establos?

Stephen Maxie se encogió ligeramente de hombros.

—Hay que guardarla en algún sitio. No guardamos las escaleras bajo llave por si a alguien se le ocurre la idea de entrar por las ventanas.

—Todavía no tenemos ninguna evidencia de que alguien lo hizo. Esa puerta me sigue interesando. ¿Estaría dispuesto a jurar que estaba sin cerrojo cuando volvió de la cabaña del señor Bocock?

—Naturalmente. ¿Si no cómo podría haber entrado?

Dalgliesh dijo rápidamente:

—¿Usted se da cuenta de la importancia de determinar a qué hora finalmente echó el cerrojo a esa puerta?

—Naturalmente.

—Le voy a preguntar una vez más a qué hora le echó el cerrojo, y le aconsejo que piense con mucho detenimiento antes de contestar.

Stephen Maxie le miró a los ojos y dijo casi al descuido:

—Según mi reloj fue a las doce treinta y tres. No podía dormir y a las doce y media súbitamente recordé que no había cerrado. Así que me levanté y lo hice. No vi a nadie ni escuché nada y volví directamente a mi cuarto. No hay duda de que fui muy negligente, pero si hay alguna ley que castigue el olvidarse de cerrar la casa querría que me lo dijeran.

—¿De modo que a las doce y treinta y tres le echó el cerrojo a la puerta sur?

—Sí —contestó Stephen Maxie con tranquilidad—. A los treinta y tres minutos pasada la medianoche.

4

E
N el caso de Catherine Bowers, Dalgliesh se encontró con un testigo ideal para cualquier policía, serena, meticulosa y segura. Había entrado con gran aplomo, sin mostrar signo alguno de nerviosismo ni de dolor. A Dalgliesh no le gustó. Sabía que era propenso a estas antipatías personales y hacía tiempo que había aprendido tanto a ocultarlas como a evaluarlas. Pero tenía razón al suponer que era una observadora precisa. Había sido rápida para observar las reacciones de la gente así como para registrar la secuencia de los acontecimientos. Fue por Catherine Bowers que Dalgliesh se enteró de lo conmocionados que habían quedado los Maxie por el anuncio de Sally, lo triunfalmente que la chica había dado la noticia entre carcajadas, y qué efecto inusitado le habían producido a la señorita Liddell las observaciones que le había dirigido. Además, la señorita Bowers estaba perfectamente dispuesta a hablar de sus propios sentimientos.

—Naturalmente fue un golpe terrible cuando Sally nos dio sus nuevas, pero puedo ver muy bien cómo ocurrió. No hay persona más buena que el doctor Maxie. Tiene demasiada conciencia social, como siempre le digo, y la chica simplemente se aprovechó de eso. Yo sé que no puede haberla amado realmente. Nunca me lo mencionó y me lo hubiera dicho a mí antes que a nadie. Si realmente se hubieran querido el uno al otro podría haber estado seguro de que lo comprendería y le dejaría en libertad.

—¿Quiere decir que estaban comprometidos para casarse?

A Dalgliesh le resultó difícil que su voz no trasluciera sorpresa. Sólo hacía falta una prometida más para que el caso se volviera increíble.

—No se trataba exactamente de un compromiso, inspector. Ni anillos ni nada por el estilo. Pero hemos sido amigos íntimos por tanto tiempo que se daba más bien por supuesto… supongo que se podría decir que había un entendimiento. Pero no había planes definidos. El doctor Maxie tiene un camino largo que recorrer antes de poder pensar en casarse. Y hay que tener en cuenta la enfermedad de su padre.

—¿De modo que, en realidad, no estaba comprometida para casarse con él?

Enfrentada con una pregunta tan tajante, Catherine admitió que era así, pero con una ligera sonrisa de complacencia que daba a entender que sólo era cuestión de tiempo.

—¿Cuando llegó a Martingale este fin de semana, notó algo que le resultara extraño?

—Bueno, el viernes por la noche se me hizo bastante tarde. No llegué hasta justo antes de la cena. El doctor Maxie llegó entrada la noche y el señor Hearne llego el sábado por la mañana, de modo que sólo estábamos para cenar la señora Maxie, Deborah y yo. Pensé que parecían preocupadas. No me gusta tener que decirlo, pero me temo que Sally Jupp era una chiquilla intrigante. Servía la mesa y su actitud no me gustó en absoluto.

Dalgliesh siguió preguntándole pero, hasta donde pudo llegar a juzgar, esa «actitud» no consistía más que en una ligera sacudida de cabeza cuando Deborah le dirigió la palabra y el descuido de no llamar a la señora Maxie «Señora». Pero no desechó el testimonio de Catherine como carente de valor. Era probable que ni la señora Maxie ni su hija hubieran estado enteramente ignorantes del peligro existente entre de ellas.

Cambió de rumbo y la hizo repasar cuidadosamente los acontecimientos del domingo por la mañana. Describió cómo se había despertado con dolor de cabeza después de pasar una mala noche y había ido en busca de una aspirina. La señora Maxie le había dicho que cogiera una. Fue entonces cuando se fijó en el frasco de Sommeil. Al principio había confundido los comprimidos con aspirinas, pero inmediatamente se dio cuenta de que eran demasiado pequeños y de otro color. Además, el frasco tenía etiqueta. No había reparado en cuántos comprimidos de Sommeil había en el frasco, pero estaba absolutamente segura de que el frasco estaba en el botiquín a las siete de esa mañana e igualmente segura de que ya no estaba allí cuando ella y Stephen Maxie lo habían buscado después del hallazgo del cuerpo de Sally Jupp. El único Sommeil que había entonces en el botiquín era un paquete sin abrir y sellado. Dalgliesh le pidió que describiera el hallazgo del cuerpo y se sorprendió de la imagen vívida que logró dar.

—Cuando Martha vino a decirle a la señora Maxie que Sally no se había levantado al principio pensamos que simplemente se había quedado dormida otra vez. Luego Martha volvió para decir que su puerta estaba cerrada y que Jimmy lloraba, de modo que fuimos a ver qué pasaba. No hay duda alguna de que la puerta estaba cerrada con cerrojo. Como usted sabe, el doctor Maxie y el señor Hearne entraron por la ventana y escuché a uno de ellos descorrer el cerrojo. Creo que debe haber sido el señor Hearne porque él abrió la puerta. Stephen estaba parado cerca de la cama mirando a Sally. El señor Hearne dijo: «Me temo que está muerta». Alguien gritó. Era Martha, creo, pero no me di la vuelta para fijarme. Dije: «¡No puede ser! ¡Anoche estaba perfectamente bien!» Para entonces nos habíamos acercado a la cama y Stephen le había bajado la sábana del rostro. Antes de eso le llegaba hasta el mentón y estaba cuidadosamente doblada. Pensé que parecía como si alguien la hubiera arropado para que pasara la noche confortablemente. En cuanto vimos las marcas en su cuello supimos lo que había ocurrido. La señora Maxie cerró los ojos por un momento. Pensé que iba a desmayarse de modo que me acerqué a ella. Pero consiguió mantenerse erguida y se quedó al pie de la cama aferrada a la barandilla. Temblaba violentamente, tanto que toda la cama se sacudía. Como habrá visto, no es más que una cama liviana de una sola plaza y el movimiento hacía que el cuerpo saltara muy suavemente hacia arriba y abajo. Stephen dijo muy fuerte: «Cubridle el rostro», pero el señor Hearne le recordó que era mejor que no tocáramos nada más hasta que llegara la policía. El señor Hearne era el más sereno de todos nosotros, pensé, pero supongo que está habituado a la muerte violenta. Parecía más interesado que conmocionado. Se inclinó sobre Sally y levantó uno de sus párpados. Stephen dijo con aspereza: «Yo no me preocuparía, Hearne. Está bien muerta». El señor Hearne contestó: «No se trata de eso. Estoy pensando en por qué no ofreció resistencia». Entonces mojó el meñique en la taza de chocolate sobre la mesilla de noche. Estaba llena hasta un poco más de la mitad y se había formado una película en la parte de arriba. Ésta se le pegó al dedo y se lo limpió con el borde de la taza antes de llevarse el dedo a la boca. Todos estábamos mirándolo como si fuera a mostrarnos algo maravilloso. Pensé que la señora Maxie parecía… bueno, algo esperanzada. Casi como un niño en una fiesta. Stephen dijo «Bueno, ¿de qué se trata?» El señor Hearne se encogió de hombros: «Eso lo tendrá que decir el analista. Pienso que ha sido narcotizada». En ese instante Deborah dio una especie de grito ahogado y se tambaleó hacia la puerta. Estaba tremendamente pálida y obviamente iba a vomitar. Traté de llegar a ella pero el señor Hearne dijo muy bruscamente: «Está bien. Yo me encargo de ella». La guió fuera de la habitación y creo que fueron al cuarto de baño del servicio que está al lado. No me sorprendí. Podría haber supuesto que a Deborah le fallaría el ánimo así. Eso dejó a la señora Maxie y a Stephen en la habitación conmigo. Sugerí que la señora Maxie buscara una llave para poder dejar cerrada la habitación y ella contestó: «Claro. Creo que es lo que suele hacerse en estos casos. ¿Y no deberíamos llamar a la policía? El teléfono del vestidor sería lo más conveniente». Supongo que quería decir que sería lo más privado. Recuerdo que pensé: «Si hablamos desde el vestidor las criadas no podrán oír», olvidándome de que «las criadas» significaba Sally y que Sally no volvería a oír nunca nada.

—¿Quiere decir que la señorita Jupp tenía la costumbre de escuchar las conversaciones de los demás? —interrumpió el inspector.

—Ciertamente siempre tuve esa impresión, inspector. Pero siempre pensé que era astuta. Nunca pareció sentir el menor agradecimiento por todo lo que la familia había hecho por ella. Naturalmente, odiaba a la señora Riscoe. Cualquiera se daba cuenta. ¿Me imagino que le habrán contado el asunto del vestido copiado?

Dalgliesh se manifestó interesado por este título intrigante y se vio recompensado con una descripción gráfica del incidente y de las reacciones que había provocado.

—Así que puede ver la clase de chica que era. La señora Riscoe aparentó tomarlo con calma, pero me di cuenta de lo que sentía. Hubiera matado a Sally.

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