—La encontramos en el puño de la chica. Creo que se la pusieron en la mano y luego le cerraron los dedos, después de la muerte pero antes de que comenzara el rigor mortis.
Aunque la letra era minúscula alcanzaba a leerse a simple vista. Pero Fabel examinó la nota con la lupa luminosa de Brauner. A través de la lente, la escritura se convertía en algo más que palabras sobre papel: cada minúsculo trazo rojo se convertía en una amplia franja sobre un paisaje amarillo y con relieve. Hizo a un lado la lupa y leyó el mensaje.
Ahora me han encontrado. Mi nombre es Paula Ehlers. Vivo en Buschberger Web, Harksheide, Norderstedt. He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa
.
Fabel se enderezó.
—¿Cuándo encontrasteis esto?
—Llevamos el cuerpo a Butenfeld esta mañana para que Herr Doktor Möller llevara a cabo la autopsia. —Butenfeld era el nombre de la calle de Eppendorf en la que estaba localizado el Instituí y se había convertido en una abreviatura policial para referirse al depósito de cadáveres—. Estábamos realizando el examen habitual antes de la autopsia cuando se lo encontramos escondido en la mano. Como sabes, ponemos bolsas separadas en las manos y en los pies para asegurarnos de que no se pierda ninguna evidencia forense durante el traslado, pero esta nota se había quedado pegada en la palma incluso después de que pasara la rigidez.
Fabel volvió a leerla. Tenía una sensación pesada en el estómago, ligeramente nauseabunda.
Paula
. Ahora ella tenía un nombre. Aquellos ojos celestes que lo habían contemplado pertenecían a Paula. Sacó un cuaderno de su bolsillo y apuntó el nombre y la dirección. No tenía ninguna duda de que había sido el asesino y no la víctima quien había escrito ese mensaje. Si el asesino hubiera obligado a la chica a escribirlo, Fabel no podía imaginar que ella se hubiera serenado lo suficiente como para escribir con tanta precisión y pulcritud. Se volvió hacia Brauner.
—
«He estado bajo tierra
…». ¿Eso significa que ha estado enterrada en algún lugar antes de que la desenterraran y la llevaran a la playa de Blankenese?
—A mí se me ocurrió lo mismo cuando leí esa frase en la nota… Pero no, puedo afirmar con toda seguridad que este cuerpo no ha estado enterrado anteriormente. En cualquier caso, a partir de la lividez post mórtem y la descongestión del rigor mortis, mi cálculo aproximado es que lleva muerta poco más de un día. Tal vez la frase se refiera a que estaba encerrada en algún sótano o algo así antes de morir. Estamos revisando la ropa en busca de polvo o algún otro elemento contaminante que pueda darnos una idea del medio en el que estuvo durante las últimas veinticuatro horas.
—Es posible —dijo Fabel—. ¿Habéis encontrado algo más?
—No. —Brauner levantó un expediente del escritorio y le echó una ojeada—. Por supuesto que Herr Doktor Möller nos entregará todos los detalles patológicos, pero nuestro descubrimiento inicia] es que la playa no fue el escenario principal del crimen; la víctima fue asesinada en otra parte y luego la llevaron a la playa donde la abandonaron.
—No, Holger… —Fabel volvió a ver las imágenes de la playa en su mente—. No la abandonaron. La dejaron en una pose. Eso ha estado rondándome la cabeza desde esta mañana. Parecía como si estuviera descansando. O esperando. No era el abandono azaroso de un cadáver. Era una especie de declaración… Aunque no sé qué se supone que quiere decir.
Brauner sopesó las palabras de Fabel.
—Puede ser —dijo finalmente—. Tengo que admitir que yo no lo veo exactamente de la misma manera. Admito que había un cierto cuidado en la forma en que la dejaron. Pero no veo una pose deliberada. Tal vez él sintiera arrepentimiento por lo que había hecho. O tal vez sea tan psicópata que no se dio cuenta del todo de que ella estaba muerta.
Fabel sonrió.
—Quizá tengas razón. En cualquier caso, lo siento, ¿qué estabas diciendo?
Brauner volvió al expediente.
—No hay mucho que decir. Las prendas que llevaba la chica no eran de buena calidad y eran bastante viejas. Más aún, no estaban limpias… Yo diría que venía usando la misma ropa, incluso la misma ropa interior, desde por lo menos tres o cuatro días antes de su muerte.
—¿Fue violada?
—Bueno, ya sabes que Möller querrá despellejarme si me adelanto a los resultados que él encuentre y, para ser justos, él es el único que puede darte una respuesta concluyente a esa pregunta… Pero no… No encontré ninguna evidencia de traumatismo sexual en el cuerpo. De hecho, no veo ninguna señal de violencia más allá de la marca de la ligadura alrededor del cuello. Tampoco había rastros en la ropa.
—Gracias, Holger —dijo Fabel—. Entiendo que investigarás la clase de papel y tinta que se usaron para la nota, ¿verdad?
—Sí. Ya he buscado alguna filigrana. Nada. Podré darte el gramaje y la clase de papel, etcétera, pero tardaré un poco más en encontrar la marca. —Brauner aspiró a través de los dientes—. Tengo la extraña sensación de que nos encontramos ante un papel genérico, de producción masiva, lo que significa que será difícil de rastrear hasta un punto de venta en particular.
—También significa que nuestro amigo ha planeado muy bien todo esto y está ocultando sus huellas —suspiró Fabel. Luego dio una palmada a Brauner en el hombro—. Veamos qué puedes hacer, Holger. Mientras tú te ocupas del medio, yo me ocuparé del mensaje… ¿Puedes hacer que envíen fotocopias a la Mordkommission? Lo ideal es que estén ampliadas a tres veces el tamaño original.
—Ningún problema, Jan.
—Y yo me aseguraré de que recibas una copia del informe de la autopsia que Möller me mande. —Fabel sabía que los modales bruscos de Möller molestaban a Brauner incluso más que a él—. Por si hay algún detalle que te llame la atención…
Cuando Fabel regresó a la Mordkommission, pasó un momento por el escritorio de Anna Wolff. Le pasó el nombre y la dirección que figuraban en la nota que el asesino había metido en la mano de la chica. La sonrisa de Anna se desvaneció cuando leyó el mensaje.
—¿Ésta es la chica muerta?
—Eso es lo que necesito que averigües —respondió Fabel en un tono sombrío—. El asesino escondió una nota en la mano de la víctima. Decía que ésta es la identidad de la chica.
—Me ocuparé de inmediato,
chef
.
Fabel entró en su despacho y cerró la puerta. Se sentó detrás del escritorio y miró a través de la mampara de cristal que lo separaba de la oficina principal de planta abierta de la Mordkommission. Nunca había llegado a sentirse del todo cómodo en el nuevo PolizeiPräsidium; le gustaba mucho más la jefatura antigua, en Beim Strohhause, cerca de la Berliner Tor. Pero muchas cosas estaban cambiando en la Polizei de Hamburgo. Y a Fabel la mayoría de los cambios no lo atraían demasiado. Ahora estaban en un edificio moderno que se desplegaba radialmente como una estrella de cinco pisos de altura alrededor de un atrio central. Las cosas no habían salido tan bien como se habían planeado. Antes el atrio albergaba una especie de estanque, que a su vez albergaba grandes cantidades de mosquitos. Cuando el Präsidium, a su vez, quedó infestado de arañas atraídas por el botín del estanque, se decidió llenar la laguna artificial de grava. También hubo otras modificaciones: la rama SchuPo de la policía de Hamburgo dejó de usar los uniformes mostaza y verde que eran comunes a todas las fuerzas policiales alemanas y los reemplazó por otros color azul y blanco. Pero el cambio que a Fabel le resultaba más difícil de aceptar era la militarización de algunos sectores de la policía de Hamburgo: los MEK o Mobile Einsatz Kommando, las unidades especiales para operaciones de vigilancia y respuesta armada, eran un mal necesario; o al menos eso aseguraban sus superiores. El mismo Fabel había solicitado unidades MEK como refuerzo, en especial después de haber pasado por la experiencia de perder a un miembro de su propio equipo, pero tenía serias reservas sobre las actitudes de algunos oficiales de esos grupos.
Fabel observó a su equipo a través de la mampara. Ellos formaban la maquinaria que se utilizaría para encontrar al asesino de Paula. Eran las personas que serían enviadas en diferentes direcciones a cumplir las misiones que se les asignaran, hasta que todos se reunieran nuevamente en el momento de la resolución definitiva. Fabel debía mantener una visión panorámica, ver más allá de los detalles. Era su criterio, la forma en que organizaba los diversos elementos de la investigación, lo que determinaría si encontrarían o no al asesino de Paula. Era una responsabilidad en la que trataba de no pensar mucho, porque cuando lo hacía le resultaba casi insoportable. En esos momentos, cuestionaba las decisiones que había tomado. ¿Habría sido tan malo conformarse con una vida como académico en alguna universidad de provincias? ¿O como profesor de inglés o historia en una escuela frisona? Tal vez si lo hubiera hecho, su matrimonio con Renata habría sobrevivido. Tal vez podría dormir cada noche sin soñar con los muertos.
Anna Wolff golpeó a la puerta y entró. Su bonito rostro, con esos ojos oscuros y los labios demasiado rojos, estaba nublado por una expresión sombría. Asintió gravemente como respuesta a la pregunta tácita de Fabel.
—Sí. Paula Ehlers desapareció cuando volvía a su casa de la escuela. Revisé la base de datos y luego hablé con la Polizeidirektion de Norderstedt. La edad también concuerda. Pero hay algo que no encaja del todo.
—¿Qué?
—Como he dicho, tendría la misma edad de la chica muerta… ahora. Paula Ehlers desapareció hace tres años, cuando tenía trece.
Miércoles 17 de marzo. 19:50 h
NORDERSTEDT, AL NORTE DE HAMBURGO
Por lo general sólo se tardaba una media hora en ir del Präsidium a Norderstedt, pero Fabel y Anna Wolff pararon en el camino para comer algo. El café Rasthof estaba prácticamente vacío, con excepción de un par de chóferes que, según supuso Fabel, pertenecían al camión y a la gran furgoneta Panel Van aparcados en el exterior. Los camioneros estaban sentados juntos a la misma mesa, dando cuenta de una montaña de comida en silencio y con expresión melancólica. Fabel observó sin demasiada atención a ambos hombres, los dos con vientres abultados y la complexión típica de las personas sedentarias de mediana edad; pero cuando pasó al lado de ellos notó que uno de los chóferes no tendría más de treinta años. Había algo en semejante desperdicio de la juventud que deprimió a Fabel. Pensó en lo que les esperaba a él y a Anna, una vida y juventud no desperdiciadas sino robadas, y una familia que había quedado rota y desintegrada. De todas las cosas a las que había tenido que enfrentarse como investigador de homicidios, nada lo afectaba tanto como las casas de los desaparecidos; en especial cuando la persona desaparecida era un niño. En ellas siempre se tenía la impresión de algo incompleto, algo sin resolver. En la mayoría de los casos, era simplemente una sensación abrumadora de espera: espera del momento en que el marido, la esposa, el hijo o la hija regresaran. O de que alguien pusiera fin a la espera anunciando que los desaparecidos estaban muertos. Alguien como Fabel.
Él y Anna Wolff escogieron el extremo más alejado de los camioneros, donde nadie pudiera oír la conversación. Anna pidió una salchicha bratwurst y café. Fabel tomó un bocadillo abierto y café. Cuando se sentaron, Anna puso sobre la mesa el expediente que había traído del coche y le dio la vuelta para que Fabel pudiera leerlo.
—Paula Ehlers. Tenía trece años cuando desapareció; de hecho desapareció el día después de su cumpleaños; de modo que ahora debería tener dieciséis. Como decía la nota, vivía en Buchsberger Weg, en el distrito Harksheide de Norderstedt. Su casa quedaba a tan sólo diez minutos andando de la escuela, y según el informe de la KriPo de Norderstedt, desapareció en algún momento de ese trayecto de diez minutos.
Fabel abrió el expediente. La cara que le sonrió desde la fotografía pertenecía a una chica pecosa y alegre. Una niña. Fabel frunció el ceño. Recordó el cuerpo en la playa, la cara que lo había contemplado sin expresión alguna desde la arena fría. Comparó a la Paula prepúber con la pospúber. Había una estructura común en ambos rostros, pero los ojos parecían distintos. ¿Sería tan sólo la diferencia entre la androginia de la niñez y los rasgos de una mujer casi formada de dieciséis años? ¿O esos cambios en el rostro se habían producido después de tres años de Dios sabe qué clase de sufrimientos? Los ojos. Fabel había contemplado durante un tiempo larguísimo los ojos de la chica muerta cuando yacía, muerta pero como si estuviera viva, en la playa de Blankenese. Eran los ojos lo que le molestaba.
Anna comió un bocado de la bratwurst antes de continuar. Cuando habló, golpeó el expediente con el dedo de una mano mientras se cubría la boca con la otra para evitar que cayeran migas.
—La policía de Norderstedt siguió todo el procedimiento al pie de la letra. Incluso reconstruyeron el trayecto de la escuela a la casa. Como después de un mes aún no la habían encontrado, catalogaron el caso como «persona desaparecida y posible homicidio».
Fabel hojeó el resto del expediente. Brauner había mandado hacer media docena de fotocopias ampliadas de la nota. Una de ellas ya estaba clavada en el tablero de incidentes de la oficina principal de la Mordkommission, y había otra en el expediente que Fabel tenía delante.
—Después de un año, retomaron el caso —continuó Anna—. Pararon e interrogaron a todos los que estaban caminando o conduciendo por la zona en el aniversario de la desaparición de Paula. Pero, una vez más, a pesar de todos sus esfuerzos, no encontraron nada. Un tal Kriminalkommissar Klatt, de la KriPo de Norderstedt, era quien estaba a cargo de la investigación. Lo he llamado por teléfono esta tarde… En resumidas cuentas, se ha puesto a nuestra disposición, incluso nos ha dado la dirección de su casa por si queremos visitarlo después de hablar con los Ehlers. Según Klatt, nunca hallaron ninguna pista verdadera, aunque comentó que vigilaron muy de cerca a uno de los maestros de Paula… —Anna acercó un poco la carpeta hacia ella y pasó las páginas del informe que la policía de Norderstedt había enviado por fax al Präsidium—. Sí… un tal Herr Fendrich. Klatt ha admitido que no tenía nada concreto sobre él, salvo un oscuro presentimiento sobre la relación entre Fendrich y Paula.
Fabel contempló el rostro pecoso de la fotografía.
—Pero si apenas tenía trece años…
Anna lo miró con una expresión de «no me vengas con ésas». Fabel suspiró; había sido un comentario ingenuo, incluso estúpido. Después de más de una década al frente de una brigada de homicidios muy poco de lo que la gente era capaz de hacer debería sorprenderlo, y mucho menos la posibilidad de que un maestro pedófilo se obsesionase con una de sus alumnas.