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Authors: David Goodis

Tags: #Novela Negra, #spanish

Cuidado con esa mujer (21 page)

BOOK: Cuidado con esa mujer
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15

Cien, ciento veinte. Y la aguja del cuentakilómetros pasó a ciento treinta. Exquisito satén rosa, grueso y suave. El cuentakilómetros subió a ciento cuarenta. El cabello naranja brillante. Los ojos verde oscuro. El cuentakilómetros tembló al llegar a ciento cuarenta y cinco. La carretera era ancha y se curvaba y partía, blanca, la espesa oscuridad del parque. La curvada suavidad, la inmensidad del grosor de la suave y blanda carne, la inmensidad del fuego, la grandiosidad del abrazo y el palpitar y el ritmo frenético.

El cuentakilómetros se estaba acercando a ciento cincuenta, llegó allí y tembló allí. La noche se arrojaba sobre el coche y el coche hendía la noche, atravesaba la noche, y luego la aguja retrocedió y el coche empezó a flotar. Había una figura en una esquina cerca de la mansión de los Halvery. El coche se detuvo y Leonard bajó de él. Se dirigió hacia Clara. En la suave calidez de la noche primaveral, llevaba un suave vestido de seda ajustado al cuerpo. Se puso las manos en las caderas y miró a Leonard de arriba abajo.

—¿Y bien?

—Me parece que llego un poquito tarde —dijo él. Esbozó una sonrisa y trató de mantenerla.

—¿Dónde estabas?

—Me he detenido en casa de un amigo. Hemos tomado unas copas. No me he dado cuenta de la hora que era. Lo siento.

—Lo sentirás más antes de que haya terminado contigo.

—Oh, por favor. Al fin y al cabo, no he llegado muy tarde. Sólo…

—Llévame de nuevo a la casa. Hablaremos cuando estemos juntos en la habitación.

—Juntos en la habitación —dijo él. Se acercó a ella y le pasó los brazos por la cintura. Ella bajó las manos, le asió las muñecas y le apartó los brazos. Y entonces echó hacia atrás el brazo derecho y, con toda su fuerza, le dio una bofetada en la cara. Leonard torció la cabeza por el impacto, pero la volvió a enderezar cuando ella le pegó con el dorso de la mano en la otra mejilla. Repitió esto varias veces antes de que él pudiera apartarse de su mano azotadora.

—Entra en el coche —dijo ella.

Cuando Leonard le estaba abriendo la portezuela, dijo:

—¿Por qué lo has hecho?

—Simplemente porque tenía ganas de hacerlo.

Y cuando estuvo sentado a su lado, cuando estaba girando el volante del coche en movimiento, dijo:

—¿Y lo harás cada vez que tengas ganas de hacerlo?

—Exactamente.

—No aceptaré nada de eso.

—Aceptarás exactamente lo que mereces.

—Pero no estoy borracho. Lo has hecho porque pensabas que estaba borracho.

Clara no dijo nada. Leonard repitió la afirmación varias veces cuando bajaban del coche y se encaminaban a una puerta lateral de la mansión. Clara se negó a responderle cuando él insistió en pedir explicaciones. Todo el tiempo él la seguía mientras ella caminaba con paso regio por la casa del padre de Leonard, subía la escalera con alfombra azul y cruzaba el pasillo hasta entrar en el gran dormitorio.

Clara abrió la puerta que conectaba el dormitorio con el cuarto de baño privado de Leonard. Era un baño enorme, con azulejos color espliego y negro, y toda una pared era un espejo único. Permaneció en el cuarto de baño durante casi treinta minutos, y cuando salió, vio a Leonard echado en la cama. Clara le sonrió mientras se acercaba.

De pie al lado de la cama, Clara se desnudó lentamente. Arrojó la ropa interior de satén rosa sobre la cama. Leonard le sonrió con satisfacción. Ella se inclinó hacia él. Él alargó los brazos, separó su cuerpo de la cama para entrar en contacto con ella y, cuando estaba a punto de encontrarla, ella se apartó de él. Cogió la ropa interior de satén rosa, le dio la espalda a Leonard y empezó a vestirse.

Leonard se sentó en la cama. Frunció el ceño y dijo:

—¿Qué haces?

—Me estoy vistiendo.

—¿Por qué?

—Me marcho.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que me estoy vistiendo y me marcho.

—¿Y cómo llamas a esto?

Clara se volvió y le miró. La sonrisa en sus labios era suave, pero en sus ojos era dura como la roca.

—A partir de ahora, cuando tengas una cita conmigo llegarás puntual. Y no llegarás empapado de alcohol.

—Te he dicho que lo sentía.

—No tienes que decírmelo. Puedo ver que lo sientes. Te estás odiando.

—Pero Clara… no volverá a ocurrir.

—Sé que no volverá a ocurrir. Me estoy asegurando de ello. —Se alisó el vestido en las caderas.

—Espera —dijo él—. Esto es completamente irrazonable.

—No desde mi punto de vista.

—Clara, por favor…

—Estás ridículo, de verás. Tenía la impresión de que aguantabas el alcohol.

—Pero si no estoy borracho.

—Entonces, ¿sabes realmente lo que está pasando?

—Sí.

—Bien. Eso hace que este tratamiento sea más eficaz.

Ahora estaba vestida y se dirigía hacia la puerta.

Leonard le miró la espalda. Dijo:

—Nunca pensé que actuarías así conmigo.

Clara se volvió para mirarle. Sonrió y dijo:

—Que duermas bien.

Luego se volvió otra vez. Tenía una mano en el picaporte cuando Leonard bajó de la cama, se acercó a ella de un salto y la rodeó con sus brazos. Atrajo el cuerpo de Clara hacia el suyo y dirigió los labios hacia la boca de ella. Atrayéndola hacia sí, retrocediendo, tratando de llevarla de nuevo a la cama, Leonard notó su resistencia y trató de dominarla. De repente, Clara levantó los brazos y le clavó un codo en el estómago. Él dio un paso atrás, doblándose.

—¿Dónde aprendiste este truco? —preguntó él.

—Tengo más.

—Oye —dijo—. No tengo por qué tolerar esto.

—¿Estás seguro?

—Te lo advierto, Clara. No pienses que no puedo pasar sin ti.

—Pero si ya lo pienso.

—Me subestimas. No te necesito, Clara. Créeme, no te necesito. Escúchame, mujer. No te necesito. Puedo pasar sin ti. Puedo ir y comprar lo que quiera. ¡Y tú tienes el descaro colosal de montar un espectáculo como éste y pensar todavía que tiene algún efecto sobre mí! Miserable escoria, ni siquiera esperaré a que te marches. Te echaré yo…

—¿De veras?

—Yo…

—Está bien. Piénsalo. Piénsalo con detenimiento.

—Clara… —Una pausa.

—¿Sí?

—No quería decir lo que acabo de decir. No puedo ir y comprar lo que tú me das. Lo que tú tienes y la manera de dármelo. Lo necesito.

—Eso y algo más.

—¿Qué quieres decir?

—La seguridad de que jamás serás arrestado.

—Por el amor de Dios. —Leonard se apartó de ella. Se apoyó en la pared—. ¿Vas a enfrentarme con eso?

—Siempre que sea necesario.

—Pero no puedo soportar pensarlo siquiera.

—Entonces no me fuerces a plantearlo.

—Por favor, Clara… —Respiraba fuerte. Se pasó una mano por los ojos y la boca. Tragó saliva y pareció estremecerse cuando dijo—: No seas cruel conmigo. No seas fría. Cuando estoy contigo quiero calor. Y satisfacción. Quiero placer.

—Está bien, porque mis deseos son muy similares. Y sé que en gran medida nuestros gustos son los mismos. Incluso añadiría que nuestros métodos para lograr que se realicen las cosas son casi idénticos. La suma de todo esto es que parecemos estar hechos el uno para el otro.

—Me alegro de oírtelo decir. Simplemente seguiremos viéndonos.

—Por supuesto.

—Siempre ansío verte, Clara.

—Eso simplifica las cosas considerablemente.

—No es necesario que te lo tomes en un sentido tan práctico.

—Resulta que vivimos en un mundo práctico, Leonard. Y es necesario que nos protejamos si queremos estar seguros.

—¿Seguros contra qué?

—Ciertas situaciones. Debemos prepararnos. Debemos hacer planes. Sobre todo, debemos insistir en las garantías.

—¿Qué clase de garantías?

—Oh, hay diversas formas. Algunas son sobre papel, otras son símbolos o insignias o medallas. A veces pueden perder su carácter práctico externo y adoptar una cualidad puramente ornamental. A veces pueden exhibir un encanto total, ser magníficas.

—¿Adónde quieres llegar?

—Quiero que me compres un diamante.

—¿Por qué?

—Por lo de siempre.

—Espera, Clara…

—De eso se trata precisamente. No espero. Quiero que me compres un gran diamante rectangular. Y tú conoces mi idea de lo grande. Quiero ese anillo dentro de tres días.

—Pero… no te acabo de entender. Quiero decir…

—Está bien, te lo diré claramente. Tú y yo vamos a casarnos.

Leonard trató de retroceder. Trató de reír pero la risa no se formó en su garganta. En estos momentos no podía mirarla, quería salir volando de la habitación. Estaba temblando; miró hacia el suelo, se preguntó si había suelo y de qué estaba compuesto. Luego, lentamente, levantando la cabeza, tuvo la impresión de que le amenazaba algo de grandes senos, que estaba delante de él y le sonreía.

—Habías planeado esto —dijo él.

—¿Por qué lo dices como si fuera una acusación? ¿Y por qué te agita tanto la idea? Tú quieres estar conmigo. Siempre ansias verme. Y como tú dices, yo te doy calor y placer y completa satisfacción. Estás totalmente de acuerdo en que estamos hechos el uno para el otro. Entonces, es razonable que seamos marido y mujer.

—No lo expreses de esa manera.

—Es la única manera en que puede expresarse.

Leonard fue hacia ella, se desvió, pasó de largo, dio media vuelta y dijo:

—Maldita sea, ¿piensas que me dejaré engañar así? ¿Y piensas que mi familia lo tolerará? Todo este asunto es completamente ridículo.

—Dentro de tres días —dijo Clara— pondrás ese diamante en mi dedo. Para entonces, ya te habrás calmado y podremos discutirlo de manera inteligente. Me presentarás formalmente a tu familia. El compromiso se anunciará en una celebración adecuada. Y la boda tendrá lugar dentro de dos meses.

Clara se volvió lentamente. Su mano estaba en el pomo de la puerta, dándole la vuelta, y empezó a abrirla. Leonard se acercó a ella de un salto, cerró, intentó agarrar a Clara por las muñecas, cambió de opinión y se apartó.

Dijo:

—¿Por qué lo haces?

—Te quiero, Leonard. Quiero lo que puedes proporcionarme.

—Te decepcionarás. No soy tan estúpido como piensas.

—De veras, Leonard. No pienso que seas en absoluto estúpido. Si lo fueras, no resultarías atractivo para mí. Te quiero y quiero el placer físico que puedes darme, el estímulo mental de tu inteligencia, el atractivo de tu personalidad. Quiero todo esto igual que quiero los lujos materiales que tu dinero puede proporcionarme. Desde todos los puntos de vista, es una situación completamente satisfactoria.

—Para ti. Pero ¿qué hay de mí?

—No estamos muy románticos esta noche, ¿verdad? No importa. Sólo entiende esto. Tú y yo vamos a ser buenos compañeros, siempre que empieces esto con el debido entusiasmo. Admitiré que al principio tu familia se sentirá inclinada a no aprobarlo. Podrían sacar a relucir el tema de que soy mayor que tú. O quizás querrán investigar mis antecedentes, mi educación y demás. Pero no tienes que preocuparte por eso. Déjamelo a mí. Te aseguro que en poco tiempo tu gente estará convencida de que te casas con una mujer de clase, de encanto y cultura. Estarán encantados de mí. Me darán una cálida bienvenida a la familia.

—Me doy cuenta. De lo que no puedo darme cuenta es de que esto me esté pasando a mí.

—Parece que lo consideras una calamidad —dijo Clara. Sonrió y se le acercó. Le puso las manos sobre la cara, le pellizcó las mejillas, le bajó la cara para que sus ojos estuvieran cerca de los suyos, y dijo—: Peores cosas podrían ocurrir.

Leonard tenía los ojos abiertos de par en par. Trató de separarse de ella. Por un instante, los dientes le rechinaron. Gimió:

—Por favor, por favor…

Los dedos de Clara le pellizcaban con fuerza manteniéndole la cara hacia abajo, forzándose a mirarla a los ojos. Dijo:

—¿Debo ser más explícita?

Leonard se retorció. Levantó las manos hacia las muñecas de Clara. Ella le retorció las mejillas apretando más. El dolor le hizo dar un respingo, y tragó saliva y jadeó y tragó saliva otra vez. Apartó las manos de las muñecas de Clara.

Clara se inclinó hacia él y dijo:

—¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta? Yo pienso que no. Me temo que me estás forzando a poner las cartas sobre la mesa. Estás bajo una espada, Leonard. Por lo que has hecho, pueden condenarte a muerte en la silla eléctrica.

Un grito empezó a formarse en la garganta de Leonard. Lo ahogó y luego trató de soltarse de Clara. Pero sus brazos parecían paralizados. Iba hacia atrás y ella iba con él. Y las manos de ella seguían en su cara, estrujándole las mejillas con más fuerza.

—Tú mataste a Ervin —dijo Clara—. Tú le asesinaste con tu automóvil.

—No le asesiné. Fue un accidente. Tú lo sabes.

—Yo sé esto y sólo esto. Te quiero. Tú puedes darme todo lo que necesito. Sólo voy a vivir una vez, y tengo una idea bastante completa de lo que la vida debe ser. Y sin duda no voy a perder esta oportunidad. Es una oportunidad que probablemente no se me presentará otra vez. Por lo tanto, voy a ir hasta el fondo para asegurarme de que la conservo. Te amenazo, Leonard, si no respondes como deseo, iré la policía.

—No puedes…

—Iré a la policía y les contaré que planeaste asesinar a Ervin. Establecer un motivo es absurdamente sencillo. Me querías, y Ervin era un obstáculo. Me hablaste de tu plan, y te supliqué que lo apartaras de tu mente. Pero aquella noche, cuando le viste cruzando la calle, decidiste matarle. Eso te convierte en culpable de asesinato en primer grado.

—Pero no puedes contarles eso —dijo Leonard. Su voz se hizo un ronco susurro—. No es verdad… no es verdad…

—No me interesa la verdad.

Él se apartó de ella. Respirando espasmódicamente, cayó contra la pared y extendió los brazos sobre Clara como si intentara impedir que cayera sobre él. Y dijo entre jadeos—:

—No puedes demostrarlo.

—¿No?

—No puedes demostrar nada. No hay huellas. Ninguna evidencia. Negaré todo lo que digas.

—No por mucho tiempo. La policía tiene brillantes métodos de investigación. No tardarán mucho en sacar la conclusión de que tú conducías el coche que mató a Ervin. Y mi testimonio proporcionará el motivo. Y ahí lo tienes.

Leonard se hundió. Cayó de rodillas. Gimió y luego se echó a llorar. Y arrojó sus brazos a las piernas de ella y apretó el rostro contra sus muslos. Los sollozos salían de su garganta arrastrándose como si fueran pesadas cadenas.

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