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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Relato

Diario. Una novela (18 page)

BOOK: Diario. Una novela
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Y ese dibujo lo vendió por cincuenta pavos de mierda. El detective Stilton le dice por teléfono: —¿Sigue usted ahí? Misty dice: —Defina ahí.

Y dice:

—Vaya a ver a Peter. Va poniendo flores perfectas en un prado perfecto con un pincel de nailon del número dos. Misty no sabe dónde está Tabbi. No le importa el hecho de que se supone que ahora tendría que estar en el trabajo. Lo único que sabe a ciencia cierta es que está ocupada. No le duele la cabeza. No le tiemblan las manos.

—El problema es —dice Stilton— que el hospital quiere que usted esté presente cuando yo vea a su marido.

Y Misty dice que no puede. Que tiene que pintar. Que tiene una hija de trece años que mantener. Que va por la segunda semana de migraña. Con un pincel de marta cibelina del número cuatro, se dedica a tapar una franja de prado con una mancha gris blanquecina. A pavimentar la hierba. A excavar una fosa. A plantar unos cimientos.

En el papel que tiene delante, el pincel mata árboles y los aparta a empujones. Misty usa pintura marrón para cavar en la pendiente del prado. Renivela el terreno. El pincel cava debajo de la hierba. Las flores han desaparecido. Del foso se elevan unas paredes blancas de piedra. En las paredes se abren ventanas. Se eleva una torre. Una cúpula se extiende sobre el centro del edificio. De la puerta baja una escalinata. Aparecen barandillas a lo largo de las terrazas. Otra torre se eleva. Otra ala se extiende, cubriendo más terreno y haciendo retroceder al bosque.

Es Xanadú. San Simeón. Biltmore. Mar a Lago. Es lo que la gente con dinero construye para estar sola y protegida. Los lugares que la gente cree que los harán felices. Este nuevo edificio no es más que el alma desnuda de una persona rica. Es el cielo alternativo para la gente demasiado rica para entrar en el de verdad.

Da igual lo que pintes, porque al final lo único que haces es revelarte a uno mismo.

Y la voz del teléfono dice:

—¿Podemos quedar mañana a las tres en punto, señora Wilmot?

Aparecen estatuas a lo largo del tejado perfecto de una de las alas.

En una terraza perfecta se abre una piscina. El prado desaparece prácticamente cuando otra escalinata desciende hasta el borde del bosque perfecto.

Todo es un autorretrato.

Todo es un diario.

Y la voz del teléfono dice: —¿Señora Wilmot?

Suben enredaderas por las paredes. Brotan chimeneas de los tejados de pizarra.

Y la voz del teléfono dice: —¿Misty?

La voz dice:

—¿Ha comprobado alguna vez el expediente del forense que investigó el intento de suicidio de su marido? —dice el detective Stilton—. ¿Sabe dónde podría haber conseguido su marido los somníferos?

Solamente para que conste en acta, el problema de la facultad de bellas artes es que te puede enseñar técnica y oficio, pero no te puede dar talento. La inspiración no se puede comprar. No se puede llegar a la epifanía mediante el razonamiento. No se puede desarrollar una fórmula. Ni usar un mapa para tener una iluminación.

—La sangre de su marido —dice Stilton— estaba llena de fenobarbital sódico.

Y no hay rastro de fármacos en el lugar, dice. No hay agua ni frascos de pastillas. Ni consta que a Peter le hubieran recetado nada.

Sin dejar de pintar, Misty pregunta adonde va a parar con todo eso.

Y Stilton dice:

—Puede intentar pensar en quién querría matarlo.

—Solamente yo —dice Misty. Y se arrepiente de no haberlo hecho. La pintura está terminada, es perfecta y hermosa. No es ningún sitio que Misty haya visto nunca. No tiene ni idea de dónde ha salido. Luego, usando un pincel de lengua de gato del número doce atiborrado de negro marfil, borra todo lo que tiene delante.

25 DE JULIO

Todas las casas de Gum Street y Larch Street tienen un aspecto majestuoso la primera vez que uno las ve. Todas tienen tres o cuatro pisos de altura y columnas blancas, todas están fechadas en el último boom económico, hace ochenta años. Hace un siglo. Casa tras casa, descansan entre árboles llenos de ramas, nogales y robles, y tan grandes como nubes de tormenta verde. Recorren Cedar Street, mirándose entre ellas desde detrás de sus jardines aplanados a rodillo. La primera vez que uno las ve tienen un aspecto fastuoso.

«Fachadas de templos», le dijo Harrow Wilmot a Misty. Empezando más o menos en 1798, los americanos se dedicaron a construir fachadas estilo revival griego, simples pero enormes. Para 1824, le dijo, cuando William Strickland diseñó el Second Bank of the United States en Filadelfia, ya no hubo vuelta atrás. Después de aquello, tanto las casas grandes como las pequeñas tenían que tener una hilera de columnas estriadas y un tejado en frontón colgante en la fachada.

La gente las llamaba «casas de un lado», porque todos los detalles lujosos se reducían a un lado. El resto de la casa era ordinario.

Eso podría describir casi cualquier casa de la isla. El hecho de ser todo fachada. Nada más que una primera impresión.

Desde el edificio del Capitolio en Washington D. C. hasta la casa de campo más pequeña, lo que los arquitectos llamaron «el cáncer griego» estaba en todas partes.

—Para la arquitectura —dijo Harrow—, fue el final del progreso y el principio del reciclaje.

Fue a buscar a Misty y a Peter en la estación de autobuses de Long Beach y lo llevó en coche hasta el ferry.

Las casas de la isla son majestuosas hasta que ves que la pintura está descascarillada y sus virutas se amontonan en la base de las columnas. En el tejado, el tapajuntas está oxidado y cuelga del borde en forma de tiras rojas y dobladas. Las ventanas tienen parches de cartón marrón donde falta el cristal.

De pobres de solemnidad a pobres de solemnidad otra vez en tres generaciones.

Ninguna inversión te pertenece para siempre. Eso le dijo Harry Wilmot. El dinero ya se estaba acabando.

—Una generación gana el dinero —le dijo una vez Harrow—. La siguiente lo protege. Y a la tercera se le acaba. La gente siempre olvida lo que cuesta crear una fortuna familiar.

Las palabras garabateadas de Peter: «... vuestra sangre es nuestro oro...».

Solamente para que conste en acta, mientras Misty va en coche a encontrarse con el detective Stilton, durante todo el trayecto de tres horas hasta los almacenes de Peter, va reuniendo todo lo que puede recordar de Harrow Wilmot.

La primera vez que Misty vio la isla de Waytansea fue cuando fue de visita con Peter, y el padre de este los paseó por el lugar en el viejo Buick de la familia. Todos los coches de Waytansea eran antiguos y estaban limpios y bruñidos, pero los asientos estaban cubiertos de cinta aislante de la fuerte para que no se les saliera el relleno. La guantera acolchada estaba agrietada por culpa del exceso de sol. El embellecedor cromado y los parachoques estaban llenos de motas y manchas de óxido por culpa del aire salado. Los colores de la pintura estaban deslustrados bajo una fina capa de óxido blanco.

Harrow tenía una mata tupida de pelo blanco peinado en forma de corona sobre la frente. Los ojos azules o grises. Los dientes más amarillos que blancos. La barbilla y la nariz afiladas y prominentes. El resto de su cara, flaca y pálida. No muy atractivo. Le olía el aliento. Una vieja casa de la isla con el interior en putrefacción.

—Este coche tiene diez años —dijo—. En la costa eso es una vida entera para un coche.

Los llevó en coche hasta el ferry y esperaron en el muelle, mirando la isla de color verde oscuro desde el otro lado del agua. Peter y Misty tenían vacaciones de verano de la facultad, buscaban trabajo y soñaban con vivir en una ciudad, en cualquiera. Estaban hablando de dejar la facultad y trasladarse a Nueva York o a Los Ángeles. Mientras esperaban el ferry, dijeron que podían estudiar bellas artes en Chicago o Seattle. En algún sitio donde pudieran iniciar una carrera. Misty recuerda que tuvo que dar tres portazos a la portezuela del coche antes de que se cerrara bien.

Aquel era el coche en el que Peter se intentó matar.

El coche en el que tú te intentaste matar.

El mismo coche que ella está conduciendo ahora.

En el lado del coche, escrito con letras amarillas brillantes, dice: «Bonner & Mills: cuando esté usted listo para afincarse».

Si no entiendes algo, puedes hacer que signifique cualquier...

Aquel primer día en el ferry, Misty se quedó sentada en el coche mientras Harrow y Peter iban a la barandilla. Harrow se acercó a Peter y le dijo: —¿Estás seguro de que es ella?

Y Peter dijo:

—He visto sus pinturas. Es auténtica... Harrow enarcó las cejas, con el músculo
corrugator
plegándole la piel de la frente en forma de largas arrugas, y dijo: —Ya sabes lo que quiere decir eso.

Y Peter sonrió, pero solamente levantando el
levator labii
, el músculo de las muecas, y dijo:

—Sí, claro. Vaya puta suerte la mía.

Y su padre asintió y dijo:

—Eso quiere decir que por fin reconstruiremos el hotel. La hippy de la madre de Misty decía que el sueño americano consiste en ser tan rico que puedas escaparte de todo el mundo. Como Howard Hughes en su ático de lujo. William Randolph Hearst en San Simeón. Como Biltmore. Todas esas casas de campo de lujo donde se exilian los ricos. Esos edenes hechos en casa a los que nos retiramos. Y cuando eso se rompe, como siempre sucede, el soñador regresa al mundo.

—Rasca cualquier fortuna —decía la madre de Misty—, y encontrarás sangre solamente dos generaciones atrás. —Se suponía que decir aquello tenía que mejorar su vida en la caravana.

Trabajo infantil en las minas o los molinos. Esclavitud. Drogas. Estafas bursátiles. Echar a perder la naturaleza con talas sin replantar, con la polución, con cosechar hasta la extinción. Monopolios. Enfermedades. Guerra. Todas las fortunas tienen un origen desagradable.

A pesar de su madre, Misty creía que tenía toda la vida por delante.

En el centro de coma, Misty se queda un minuto en el coche aparcado, mirando la tercera hilera de ventanas. La ventana de Peter.

Tu ventana.

Últimamente, Misty se agarra al borde de todo lo que tiene delante, marcos de puertas, mostradores, mesas, respaldos de sillas. Para no perder el equilibrio. Misty apenas puede levantar la cabeza del pecho. No puede salir de su habitación sin gafas de sol de lo mucho que le duele la luz. La ropa le viene enorme, y ondea como si no hubiera nada dentro. Y el pelo... Tiene más en el cepillo que en la cabeza. Cualquiera de sus cinturones le da dos vueltas a su nueva cintura.

Flaca como una mujer de culebrón en español.

Con los ojos encogidos e inyectados de sangre en el retrovisor, Misty podría ser el cadáver de Paganini.

Antes de salir del coche, Misty toma otra pastilla de algas verdes y su dolor de cabeza alcanza un pico cuando se la traga con una lata de cerveza.

El detective Stilton está esperando justo dentro de las puertas de cristal del vestíbulo. Viéndola cruzar el aparcamiento. Viéndola apoyar las manos en todos los coches para no perder el equilibrio.

Misty sube la escalera principal, agarrando la barandilla con una mano y dándose impulso hacia delante.

El detective Stilton le sostiene la puerta abierta y dice:

—No tiene muy buen aspecto.

Es el dolor de cabeza, dice Misty. Puede que sea de las pinturas. Del rojo cadmio. Del blanco titanio. Algunas pinturas al óleo están llenas de plomo, cobre u óxido de hierro. Y no ayuda que la mayoría de los artistas retuerzan el pincel en la boca para darle más punta. En la facultad de bellas artes siempre están advirtiéndote sobre Vincent van Gogh y Toulouse-Lautrec. Todos aquellos pintores que se volvieron locos y sufrieron tantos daños nerviosos que pintaban con un pincel atado a la mano muerta. Pinturas tóxicas, absenta, sífilis.

La debilidad en las muñecas y los tobillos es una señal segura de intoxicación por plomo.

Todo es un autorretrato. Incluyendo la autopsia de tu cerebro. Incluyendo tu orina.

Venenos, drogas, enfermedad. Inspiración.

Todo es un diario.

Solamente para que conste en acta, el detective Stilton está apuntando todo esto. Documentando todo lo que ella dice en tono gangoso.

Misty necesita callarse si no quiere que le den la custodia de Tabbi al Estado.

Se registran con la mujer del mostrador de recepción. Firman el registro del día y reciben acreditaciones para ponerse en las chaquetas. Misty lleva uno de los broches favoritos de Peter, un molinillo enorme de piedras amarillas de estrás, con todas las joyas empanadas y melladas. El papel de aluminio se ha caído de la parte trasera de algunas piedras, así que ya no brillan. Podrían ser trozos de botellas rotas recogidos de la calle.

Misty se pone la insignia de seguridad de plástico al lado del broche.

Y el detective dice: —Eso parece antiguo.

Y Misty dice:

—Me lo regaló mi marido cuando estábamos saliendo juntos.

Están esperando el ascensor cuando el detective Stilton dice:

—Necesito pruebas de que su marido ha estado aquí durante las últimas cuarenta y ocho horas. —Mira alternativamente los números de planta parpadeantes del ascensor y a ella y dice—: Y tal vez conviene también que usted documente su paradero durante ese mismo período.

El ascensor se abre y entran. Las puertas se cierran. Misty pulsa el botón de la tercera planta.

Los dos miran las puertas desde dentro y Stilton dice:

—Tengo una orden para detenerlo. —Se da un golpecito en la parte delantera de su chaqueta de deporte, justo encima del bolsillo de dentro.

El ascensor se detiene. Las puertas se abren. Salen.

El detective Stilton abre su cuaderno y lo lee, diciendo:

—¿Conoce usted a la gente del trescientos cuarenta y seis de Western Bayshore Drive?

Misty la lleva por el pasillo y dice:

—¿Debería?

—El marido de usted hizo alguna remodelación para ellos el año pasado —dice.

El lavadero desaparecido.

—¿Y qué pasa con la gente del siete mil ochocientos cincuenta y seis de Northern Pine Road? —dice.

El cuarto para la ropa desaparecido.

Y Misty dice que sí. Sí. Que vio lo que había hecho allí Peter, pero que no, que no conoce a la gente de la casa.

El detective Stilton cierra su cuaderno y dice: —Esas dos casas ardieron anoche. Hace cinco días, se quemó otra casa. Antes de eso, ya se destruyó otra casa remodelada por su marido.

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