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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

El aprendiz de guerrero (11 page)

BOOK: El aprendiz de guerrero
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—Lo que necesito es un trago —dijo hoscamente Mayhew.

—¿Hm? Oh, discúlpame. —Miles le devolvió la botella. En el fondo de su mente estaba formándose una idea, como una nebulosa que empezaba a condensarse. Un poco más de masa y comenzaría a incandescer, una protoestrella…—. ¡Lo tengo! —gritó, enderezándose de golpe y dando accidentalmente una voltereta involuntaria.

Mayhew se reclinó, casi disparando la pistola contra el suelo. Miró indeciso el licor bajo su brazo.

—No, lo tengo yo —corrigió.

Miles se recompuso de la voltereta.

—Mejor hagamos esto desde aquí. Primer principio de la estrategia, nunca conceder una ventaja. ¿Puedo usar la consola de comunicación?

—¿Para qué?

—Yo —dijo Miles con grandilocuencia —voy a comprar esta nave. Y luego te emplearé a ti para pilotarla.

Mayhew le miró perplejo, desviando la vista de Miles a la botella, alternativamente.

—¿Tienes tanto dinero?

—Mmm…, bueno, tengo bienes…

Tras unos minutos de operar en la consola, la cara de Calhoun apareció en la pantalla. Miles le transmitió sucintamente su proposición. La expresión de Calhoun pasó de la incredulidad al ultraje.

—¿Llama a eso un arreglo? —gritó—. ¡A precio de coste! —y añadió—: ¡Yo no soy un maldito agente de bienes raíces!

—Señor Calhoun —dijo con suavidad Miles—, me permito señalarle que la elección no es entre mi pagaré y esta nave, la elección es entre mi pagaré y una lluvia de escombros ardientes.

—Si descubro que está usted confabulando con ese…

—Jamás le había visto hasta hoy —se descargó Miles.

—¿Qué inconveniente hay con ese terreno? —preguntó suspicazmente Calhoun—, aparte de estar en Barrayar, quiero decir.

—Es tierra parecida a una hacienda fértil —respondió Miles, no muy directamente—. Arbolado, cien centímetros de lluvia al año —eso tenía que atraer a un betano—, a escasos trescientos kilómetros de la capital —en la dirección del viento, afortunadamente para la capital —y me pertenece absolutamente. Acabo de heredarla recientemente de mi abuelo. Vaya y compruébelo con la Embajada de Barrayar. Constate las cartas climáticas.

—Esa lluvia… no cae toda en el mismo día o algo así, ¿no?

—Por supuesto que no —replicó Miles, irguiéndose indignadamente. No era fácil con gravedad cero—. Es tierra ancestral, ha pertenecido a mi familia durante diez generaciones. Puede estar seguro de que haré cuanto sea necesario para cubrir ese pagaré antes de permitir que mi tierra se me escape de las manos…

Calhoun se frotó la barbilla.

—El coste más el veinticinco por ciento.

—Diez por ciento.

—Veinte

—Diez, o le dejo que trate directamente con el oficial Mayhew.

—Está bien —gruñó Calhoun—, el diez por ciento.

—¡Hecho!

No era tan sencillo, por supuesto. Pero, gracias a la eficiencia de la red betana de información planetaria, una transacción, que en Barrayar hubiera llevado días, pudo cerrarse en menos de una hora desde la cabina de control de Mayhew. Astutamente, Miles se negó a abandonar la ventaja táctica, útil para negociar, que les daba la posesión de la caja explosiva. Mayhew, tras su asombro inicial, se quedó en silencio, rehusando salir.

—Mira, chico —dijo de pronto, en medio de la complicada transacción—, aprecio lo que estás tratando de hacer, pero… es demasiado tarde. Comprende, cuando baje no van a estar riéndose precisamente. Seguridad va a estar esperando ahí con una patrulla del Consejo de Salud Mental detrás. Me echarán una red de inmediato… En uno o dos meses, me verás pasear sonriendo; uno siempre está sonriendo después que el C.S.M. hace su trabajo… —Sacudió la cabeza con un gesto de desesperanza—. Es demasiado tarde.

—Nunca es demasiado tarde mientras uno respira —sentenció Miles. Hizo el equivalente en gravedad cero de caminar por el cuarto, empujándose desde una pared, girando en el aire y empujándose desde la pared opuesta una docena de veces, pensando—. Tengo una idea —dijo al fin—. Apuesto a que nos dará tiempo, al menos tiempo suficiente, para encontrar algo mejor… El problema es que, como no eres barrayarano, no vas a entender lo que haces, y es un asunto serio.

Mayhew le miró completamente desconcertado.

—¿Eh?

—Es así. —Un porrazo, un giro, enderezarse, otro porrazo—. Si estuvieras dispuesto a jurarme fidelidad como vasallo, en calidad de simple hombre de armas, tomándome por tu señor, que es la más seria de nuestras fórmulas de juramento, yo podría quizás incluirte bajo mi inmunidad diplomática Clase III. Sé que lo haría si fueras un súbdito barrayarano. Por supuesto, eres ciudadano de Beta. Pero, en todo caso, estoy bastante seguro de que podríamos armar un lío de abogados y ganar varios días mientras se resuelve qué leyes tienen procedencia. Legalmente, yo estaría obligado a darte cama, comida, ropa, armamento, y supongo que esta nave podría considerarse como tu armamento, protección, en caso de desafío de algún otro vasallo de otro señor, lo que difícilmente tendrá aplicación aquí en Colonia Beta, y… oh, hay algo con respecto a tu familia. De paso, ¿tienes familia?

Mayhew sacudió negativamente la cabeza.

—Eso simplifica las cosas. —Porrazo, giro, vuelta, enderezamiento, porrazo—. Mientras tanto, ni Seguridad ni el C.S.M. podrían tocarte, pues serías legalmente una parte de mi cuerpo.

Mayhew parpadeó.

—Eso suena retorcido como el demonio. ¿Dónde firmo? ¿Cómo lo registras?

—Todo lo que tienes que hacer es arrodillarte, poner tus manos entre las mías y repetir unas dos frases. Ni siquiera se necesitan testigos, aunque la costumbre es que haya dos.

Mayhew encogió los hombros.

—Está bien. Seguro, chico.

Porrazo, giro, vuelta, enderezamiento, porrazo.

—Está-bien-seguro-chico. Sabía que no lo comprenderías. Lo que he descrito es sólo una minúscula parte de mi mitad del convenio, tus privilegios. El vínculo incluye también tus obligaciones y un montón de derechos que tengo sobre ti. Por ejemplo, sólo por ejemplo, si rehusaras cumplir una orden mía en el fragor de la batalla, yo tendría el derecho de cortarte la cabeza, ahí mismo.

Mayhew abrió la boca.

—¿Te das cuenta —dijo después —de que el Consejo de Salud Mental también va a echarte una red a ti…?

Miles sonrió sarcásticamente.

—no pueden, porque si lo intentaran, yo podría pegarle un grito a mi señor para que me proteja. Y lo conseguiría, además. Es muy quisquilloso en lo referente a quién le hace qué a sus súbditos. Ah, ésa es otra, si te conviertes en mi vasallo, automáticamente te pones en relación con mi señor; es algo complicado.

—Y con el de él y el de ése y el otro, supongo. Conozco todo sobre las cadenas de mandos —dijo Mayhew.

—Bueno, no, sólo llega hasta mi señor. Yo presté juramento directamente a Gregor Vorbarra, como vasallo
secundus
. —Miles se dio cuenta de que lo mismo podría haber dicho cualquier otra cosa, por lo que habían significado sus palabras para Mayhew.

—¿Quién es ese Greg? —preguntó el piloto.

—El emperador de Barrayar —agregó Miles, para asegurarse de que lo entendiera.

—Oh.

Típicamente betano, pensó Miles. No estudian la historia de nadie excepto la propia y la de la Tierra.

—De todas maneras, piénsalo; no es algo en lo que deberías precipitarte.

Cuando la última impresión de voz quedó registrada, Mayhew desconectó cuidadosamente la caja; Miles contuvo el aliento y el oficial piloto senior volvió para llevarlos de vuelta a la base.

El piloto senior se dirigió a él ahora con un tono más respetuoso.

—No tenía ni idea de que perteneciera a una familia tan rica, lord Vorkosigan. Fue una solución al problema que, por cierto, no había previsto, aunque seguramente una nave no es más que una bagatela para para un noble de Barrayar.

—No del todo —contestó Miles—. Voy a tener que hacer algunos chanchullos para cubrir ese pagaré. Mi familia fue muy adinerada, debo admitirlo, pero eso fue en la Época del Aislamiento. Entre los trastornos económicos al final de ese período y la Primera Guerra Cetagandana, quedamos bastante aniquilados, en términos económicos. —Sonrió un poco—. Ustedes los galácticos nos tuvieron de acá para allá. Mi tatarabuelo, por el lado Vorkosigan, cuando los primeros mercaderes galácticos dieron con nosotros, pensó que iba a hacer un gran negocio con las joyas, ya sabe, diamantes, rubíes, esmeraldas, que los galácticos parecían estar vendiendo tan baratas. Invirtió todos sus bienes y valores líquidos y la mitad de sus bienes muebles en ellas. Bueno, por supuesto, eran sintéticas, mejor que las naturales y baratas como el lodo, o la arena; y los fondos pronto se agotaron, y él con ellos. Me contaron que mi tatarabuela jamás le perdonó.

Hizo un vago ademán a Mayhew, quien le pasó la botella con un gesto condicionado. Miles se la ofreció añ piloto, el cual la rechazó con aire de disgusto. Miles se encogió de hombros y tomó un largo trago. Sorprendentemente, un mejunje agradable. Su sistema circulatorio, al igual que el digestivo, parecía ahora estar reluciendo con tintes del arco iris. Sintió que podría estar días sin dormir.

—Desgraciadamente, la mayor parte del terreno que vendió estaba en Vorkosigan Surleau, que es bastante seco, aunque no para los cánones betanos, por supuesto, y el que conservó estaba en Vorkosigan Vashnoi, que era mejor.

—¿Qué tiene eso de desafortunado? —preguntó Mayhew.

—Bueno, porque era el asiento principal del gobierno de los Vorkosigan, y porque éramos dueños más o menos de cada vara y de cada piedra que había allí (era un centro comercial muy importante) y como los Vorkosigan fueron… prominentes en la Resistencia, los cetagandanos tomaron la ciudad. Es una larga historia, pero, finalmente, destruyeron el lugar. Ahora, es un gran agujero en la tierra. Se puede ver una débil fosforescencia en el cielo, en una noche oscura, a veinte kilómetros de distancia.

El piloto llevó suavemente la pequeña nave hasta su desembarcadero.

—Oye —dijo Mayhew de repente—, ese terreno que teníais en Vorkosigan no-sé-cuánto…

—Vashnoi. Tenemos. Cientos de kilómetros cuadrados, y la mayor parte en la dirección del viento. ¿Sí?

—¿Es la misma…? —Su cara se estaba iluminando como si el sol asomara tras una larga y oscura noche—. ¿Es la misma que hipotecaste para…? —Empezó a reír, encantado, sin aliento; ambos desembarcaron—. ¿Es lo que le prometiste a ese arrastrado de Calhoun a cambio de mi nave?


Caveat emptor
—sentenció Miles—. Que el comprador se cuide. Él indagó las cartas climáticas; nunca se le ocurrió indagar las cartas de radiactividad. Probablemente, no estudia tampoco la historia de nadie más.

Mayhew se sentó en la bahía de la dársena, riendo tan fuertemente que inclinaba su frente casi hasta el suelo. Su risa tenía más de un extremo histérico; varios días sin dormir, después de todo…

—Chico —gritó—, ¡dame un trago!

—Me propongo pagarle, como comprenderás —explicó Miles—. Las hectáreas que eligió harían un agujero poco estético en el mapa para algún descendiente mío, dentro de unos siglos, cuando la radiactividad haya pasado. Pero si se pone codicioso o pesado para cobrar, obtendrá lo que se merece.

Tres grupos de personas se aproximaban a ellos. Al parecer, Bothari había escapado finalmente de la aduana, porque lideraba el primer grupo. Traía abierto el cuello de la camisa y parecía estar decididamente molesto. Ay, ay, ay, pensó Miles, parece que le desnudaron para revisarle, lo cual garantiza que está de un humor feroz. Le seguía un nuevo agente betano de Seguridad y un civil betano que cojeaba, a quien Miles no había visto nunca antes y que gesticulaba y se quejaba amargamente. El hombre tenía una contusión en la cara y un ojo hinchado y semicerrado. Elena venía detrás, al borde de las lágrimas.

El segundo grupo estaba conducido por la administradora del puerto de transbordadores e incluía ahora a algunos oficiales. El tercer grupo lo encabezaba la mujer de Seguridad. Con ella venían dos corpulentos agentes y cuatro componentes del personal médico. Mayhew miró de derecha a izquierda y se desembriagó de inmediato. Los hombres de Seguridad tenían sus inmovilizadores desenfundados.

—Oh, chico —murmuró. Los de Seguridad movían los inmovilizadores como abanicos. Mayhew se dejó caer de rodillas—. Oh chico…

—Tienes que decidirlo tú, Arde —dijo en voz baja Miles.

—¡Hazlo!

Los Bothari llegaron. El sargento abrió la boca. Miles, bajando la voz, salió al paso de su incipiente rugido; ¡por cierto que era un truco efectivo!

—Atención, por favor, sargento. Requiero su testimonio. El oficial piloto Mayhew está a punto de prestar juramento.

La boca del sargento quedó como atornillada, pero se dispuso a atender.

—Pon tus manos entre las mías, Arde, así, y repite conmigo: «Yo, Arde Mayhew», ¿es éste tu nombre legal completo?, úsalo, entonces, «declaro bajo juramento que soy un hombre libre, no comprometido con nadie, y que serviré a lord Miles Vorkosigan como simple Hombre de Armas», adelante, di esa parte. —Mayhew lo hizo, moviendo los ojos de un lado a otro—. «Y que será mi señor y comandante hasta que mi muerte o la suya me libere.»

Repetido esto, Miles dijo, más bien rápido, ya que la gente se acercaba:

—«Yo, Miles Naismith Vorkosigan, vasallo
secundus
del emperador Gregor Vorbarra, acepto tu juramento y prometo protegerte como tu señor y comandante, por mi palabra como Vorkosigan.» Ya está, ahora puedes levantarte.

Una buena cosa, pensó Miles, es haber distraído completamente al sargento de lo que estaba a punto de decir. Bothari recuperó la voz finalmente.

—Mi señor —susurró—, ¡no puede recibir el juramento de un betano!

—Es lo que he hecho —señaló alegremente Miles.

Pegó un saltito, sintiéndose inusualmente complacido consigo mismo. La mirada del sargento pasó por la botella de Mayhew y volvió a concentrarse en Miles.

—¿Por qué no estáis dormidos? —preguntó.

El agente de Seguridad indicó a Miles con un gesto.

—¿Es éste el tipo?

La oficial de Seguridad del grupo original del puerto se acercó. Mayhew había permanecido de rodillas, como tramando escaparse bajo el fuego que pasaba por encima de su cabeza.

—Oficial piloto Mayhew —gritó la mujer—, está usted bajo arresto. Éstos son sus derechos; tiene derecho a…

El civil magullado interrumpió, señalando a Elena.

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