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Authors: Frederik Pohl

El Encuentro (44 page)

BOOK: El Encuentro
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25
REGRESO A LA TIERRA

Gelle-Klara Moynlin, mi amor, mi amor perdido. Allí estaba, mirándome al otro lado de la pantalla de la PV, mostrando un aspecto en modo alguno mayor que el de la última vez que la había visto, tantas y tantas décadas atrás... pero sin que tampoco esta vez su aspecto fuera mejor, ya que en ambas ocasiones había sido tan duramente zarandeada por los acontecimientos como pueda serlo una persona. Sin mencionar el hecho de que la última paliza se la había propinado yo.

Pero a pesar de haberlas pasado muy negras y de evidenciarlo, a mi Klara le quedaban aún muchas reservas. Le dio la espalda a la pantalla desde la que había transmitido su mensaje a la raza humana y asintió a lo que el Capitán le preguntó.

—¿Se lo has dicho ya? —le preguntó con ansiedad—. ¿Les has dado las instrucciones tal y como te dije?

—Exactamente igual —le contestó Klara, y añadió—: Tu inglés es mucho mejor, ¿por qué no lo has transmitido tú mismo?

—Es un asunto demasiado importante como para correr riesgos —dijo el Capitán apresuradamente mientras daba media vuelta.

La mitad de los tendones de su cuerpo estaban ahora crispados y serpenteaban, y no era el único. El resto de su leal tripulación estaba tan agitada como él mismo, y en las pantallas de comunicación que mantenían su nave en contacto con las demás de la gran flota podía ver los rostros de los otros capitanes. Era una gran flota, pensó el Capitán, observándola en las imágenes que la mostraban en orgullosa formación; pero, ¿por qué era aquélla su flota? No necesitaba preguntárselo. Conocía la respuesta. Los refuerzos que le habían sido enviados desde el corazón del agujero negro sumaban más de cien Heechees, y al menos una docena de entre ellos estaban en posición de darse a sí mismos el título de superiores suyos si así lo deseaban. Fácilmente habrían podido afirmarse en el control de la flota. Pero no lo habían hecho. Habían permitido que aquélla fuera su flota porque de ese modo era también suya la responsabilidad, y suya sería también la esencia que iría a reunirse con las mentes de sus antepasados si las cosas iban mal.

—Qué insensatos son —masculló, y los músculos de su comunicador se crisparon al asentir.

—Voy a ordenarles que mantengan el orden más cuidadosamente —dijo—, si es a eso a lo que te refieres.

—Desde luego, Zapato.

El Capitán suspiró mientras observaba como su comunicador disparaba las instrucciones a los demás capitanes y comunicadores. La silueta de la armada volvió a reorganizarse lentamente mientras los grandes cargueros, capaces de dar cabida a mil metros cúbicos de carcasa metálica en forma de esfera y de llevarlos a cualquier lugar, retrocedían hasta situarse detrás de los transportes y de las naves más pequeñas.

—Hembra humana Klara —la llamó—, ¿por qué no contestan?

Ella se encogió de hombros con rebeldía.

—Lo estarán discutiendo.

—¡Discutiendo!

—Traté de advertírselo —le dijo ella con resentimiento—. Hay más de una docena de estados mayores que deben ponerse de acuerdo, sin contar los centenares de estados más pequeños.

—Centenares de estados más pequeños —gruñó el Capitán, intentando imaginarse semejante cosa. No pudo...

Bien. Todo eso sucedió hace mucho tiempo, sobre todo si lo medimos en femtosegundos. ¡Han sucedido tantas cosas desde entonces! Tanto que, a pesar de estar ampliado, me resulta difícil abarcarlo todo a la vez. Es incluso más difícil (tanto si es con mi propia memoria como si es con la de algún otro) recordar cada detalle de cada uno de los sucesos que tuvieron lugar, aunque, como puede verse, puedo recordar bastantes cuando me pongo a ello. Pero aquella imagen no me ha abandonado. Allí estaba Klara, con sus espesas cejas negras fijas en los Heechees que temblaban de miedo y de angustia; también estaba allí Wan, al borde del coma, olvidado por todos en un rincón de la cabina. Allí estaba la tripulación Heechee, temblorosa y murmurándose cosas los unos a los otros; y allí estaba el Capitán, contemplando con orgullo y temor la armada que había resucitado al convocarla él para su misión. Se lo estaba jugando todo a una sola carta. Ignoraba qué podía ser lo que ocurriera a continuación; se esperaba cualquier cosa y se temía todo, pero creía que nada de lo que pudiera ocurrir podría sorprenderle... hasta que sucedió algo que le sorprendió muchísimo.

—¡Capitán! —gritó Mestiza, la integradora—. ¡Hay más naves!

El Capitán se animó.

—¡Ah! —aplaudió—. ¡Por fin responden! —Era curioso que los humanos lo hicieran físicamente en lugar de por radio, pero ya de entrada, los humanos eran bien extraños—. ¿Intentan comunicarse con nosotros, Zapato? —preguntó, y el comunicador retorció sus tendones dando a entender que no. El Capitán suspiró—: Hay que tener paciencia —dijo mientras estudiaba las imágenes. Desde luego, las naves humanas se estaban acercando sin orden ni concierto. De hecho, daba la impresión de que las hubieran apartado de lo que quiera que fuese que estaban haciendo y las hubieran precipitado al encuentro de los Heechees, a toda prisa, sin el menor cuidado... casi frenéticamente. Una de ellas estaba a distancia lo suficientemente breve como para comunicar por radio; había otras dos un poco más lejos, y una de esas dos iba a una velocidad desenfrenada en la dirección equivocada.

El Capitán siseó sorprendido.

—¡Hembra humana! —ordenó—. ¡Ven aquí y dales la orden de que tengan más cuidado! ¡Mira lo que están haciendo!

De la nave más cercana había salido un objeto, un artefacto primitivo a propulsión química, demasiado pequeño como para dar cabida ni tan siquiera a una sola persona. Iba acelerándose a medida que se acercaba al corazón de la formación Heechee, y el Capitán hizo un gesto de asentimiento a Narizblanca, quien rápidamente ordenó un movimiento brusco que apartó a los cargueros más cercanos del peligro.

—¡Han de tener más cuidado! —gritó con severidad—. ¡Podrían colisionar con nosotros!

—No por casualidad —le contestó ella en tono grave.

—¿Cómo? Creo que no te entiendo.

—Eso de ahí son misiles —dijo Klara—, y llevan cabezas nucleares con fines bélicos. Ésa es su respuesta. ¡No esperan a que tú les ataques, te están atacando ellos primero!

¿Lo ven ahora? ¿Son capaces de ver al Capitán allí de pie con los tendones enloquecidos y la boca abierta, mirando incrédulamente a Klara? Se mordió su labio inferior duro y delgado y le echó rápidas ojeadas a la pantalla. Allí estaba su flota, la enorme caravana de cargueros y transportes, despertada tras medio millón de años de estar oculta para que él —con serias dudas, con grave riesgo para su persona— pudiera ofrecer a la raza humana, en turnos de dos millones, una manera generosa de alejarse de los Asesinos y un refugio seguro en el que esconderse de éstos en el mismo lugar en que se escondían los propios Heechees.

—¿Que nos están disparando? —repitió sin darle crédito—. ¿Para hacemos daño? ¿Para matarnos si les es posible?

—Exactamente —respondió Klara con ferocidad—. ¿Qué esperabas? Si quieres guerra, ahí la tienes.

El Capitán cerró los ojos, escuchando a medias el horrorizado siseo y el zumbido que producía su tripulación a medida que Narizblanca les iba traduciendo.

—Guerra —musitó sin poder creérselo, y por primera vez en su vida deseó unirse a las mentes de sus antepasados sin miedo y casi con alivio, ya que, por malo que fuese, ¿cómo iba a ser peor que aquello?

Y mientras tanto...

Y mientras tanto todo ocurrió demasiado deprisa, o casi, pero por suerte para todos, no del todo. El misil de la nave brasileña era demasiado lento para acertarle a la nave Heechee, que esquivó el tiro. Cuando estuvieron en disposición de volver a abrir fuego —mucho antes de que cualquier otra nave humana estuviera lo bastante cerca— el Capitán había conseguid' que Klara le comprendiera, y ésta estaba de nuevo frente a la radio, y el nuevo mensaje salió. No se trataba de una flota; invasora. Ni siquiera un comando de castigo. Se trataba de un; misión de rescate... y de una advertencia de lo que había hecho que los Heechees corrieran a esconderse y que era ahora, también, nuestra preocupación.

26
AQUELLO A LO QUE TEMÍAN LOS HEECHEES

Ampliado como estoy ahora, puedo sonreír ante aquellos viejos temores y aprensiones dignos de lástima. Tal vez entonces no, pero ahora, vaya si me sonrío. Todo es a una escala mucho mayor, y mucho más interesante también. Sólo fuera de su agujero negro hay diez mil difuntos Heechees registrados, y puedo leerlos todos. Ya casi lo he hecho. Y sigo leyéndolos según me parece, tan pronto como descubro algo que me apetece estudiar más de cerca. ¿Libros en el estante de una biblioteca?

Son mucho más que eso. Ni tampoco es que los «lea», exactamente. Es algo mucho más parecido a recordarlos. Cuando «abro» uno de ellos, lo abro de un extremo al otro; lo leo de dentro afuera, como si fuese parte de mí. No era nada fácil hacerlo, aunque, por lo que a dificultad se refiere, nada de lo que he aprendido a hacer desde que he sido ampliado ha resultado fácil. Pero con la ayuda de Albert y con textos sencillos en los que iniciarme, he aprendido a hacerlo. Las primeras cintas de datos a las que tuve acceso no eran más que eso, cintas de datos; más o menos como consultar unas tablas de logaritmos. Después, pude acceder a los viejos Difuntos, registrados por los Heechees mucho tiempo atrás, y a algunos de los primeros casos de Essie para su compañía Vida Nueva, y lo cierto es que no estaban demasiado bien registrados. En ningún caso tuve duda alguna acerca de cuál de las partes pensantes era la mía.

Pero una vez que conseguimos deshacer el malentendido con el Capitán, se me permitió acceder a sus propios bancos de almacenaje de registros, y todo marchó mejor. Entre ellos estaba el último amor del Capitán, la hembra Heechee que llevaba por nombre Dosveces. «Acceder» a ella fue algo así como despertarse en la oscuridad y ponerse un montón de ropa encima que no puede verse... y que no es de tu talla. No se trataba sólo del hecho de que ella fuera hembra, aunque resultase bastante incongruente. Tampoco el que ella fuera Heechee y yo humano. Se trataba de lo que ella sabía y había sabido siempre, algo que ni yo ni ningún otro ser humano habíamos sido probablemente nunca capaces de imaginar. Tal vez Albert sí, y tal vez fuera eso lo que le había hecho enloquecer. Pero ni tan siquiera sus conjeturas le habían presentado la imagen de una raza de Asesinos errabundos que había decidido hibernarse en un kugelblitz a la espera del nacimiento de un nuevo —y para ellos, mejor— universo.

Pero una vez superada la primera impresión, Dosveces se convirtió en mi amiga. Es una persona realmente encantadora, una vez que te has repuesto de la primera extrañeza, y tenemos un montón de intereses en común. La biblioteca Heechee de registros de inteligencias no es únicamente Heechee o humana. Allí están las enmohecidas voces quejumbrosas que una vez pertenecieron a una raza de seres alados que habitaba en un planeta de Antares, y las de los habitantes de mórbidos cuerpos de cierto racimo de estrellas. Y, por supuesto, también los habitantes del fango. Dosveces y yo hemos dedicado muchas horas a estudiarles a ellos y a su historia. El tiempo es una de las cosas que me sobran, gracias a mis sinapsis de femtosegundos.

Tengo casi tanto tiempo como para querer visitar su agujero negro, y quizás lo haga algún día. Pero no para estarme allí mucho tiempo. Mientras tanto, Audee y Janie Yee-xing ya han ido, ayudando a conducir allí una misión que se quedará durante seis o siete meses... o, tal como solemos medir el tiempo, unos pocos siglos. Para cuando regresen, la presencia de Dolly ya no será un problema, estando encantada como está con su éxito en la PV. Y Essie me concede la gracia de no estar demasiado contenta, faltándole como le falta mi dulce persona, pero parece que de todas formas ha encontrado con qué sustituirme. Lo que más le gusta (después de mí) es su trabajo; y tiene más del que quiere, mejorando los sistemas de Vida Nueva, utilizando los mismos elementos CHON de su cadena c restaurantes para producir elementos orgánicos más importantes... como, por ejemplo —y ella espera que para dentro de n mucho—, órganos y miembros de repuesto para aquellas personas que los necesiten, sin necesidad de que nadie nunca más tenga que quitárselos a otra persona... Y así es que, cuando un se para a pensarlo, casi todo el mundo está bastante contente Ahora que hemos conseguido prestada la flota Heechee y que podemos llevar a un millón de personas por mes con todos si efectos personales a cualquiera de los cincuenta planetas ideales que nos estaban esperando. Se repetía la historia de h caravanas de pioneros, y a todos les esperaba un futuro prometedor.

Incluyéndome a mí.

Y quedaba Klara.

Al fin nos encontramos, naturalmente. Yo habría insistió de todas formas, y a la larga, tampoco habría podido ella mantenerse alejada de mí. Essie tomó una lanzadera espacial par recibirla en órbita y escoltarla personalmente, en nuestra propia nave, hasta nuestra residencia en el mar de Tappan. Cos que debió crear no pocos problemas de etiqueta, estoy según Pero de lo contrario, Klara se habría visto atrapada entre gente de la prensa, empeñada en saber cómo se sentía una «cautiva de los Heechees» o «raptada por Wan, el niño-lobo o cualquiera de las muchas frasecitas ocurrentes que decidieran manejar... y, de hecho, creo que ella y Essie se llevaron c maravilla. No parecía en absoluto que fueran a disputárseme Por lo demás, yo ya no existía como para que se me disputase]

Así que anduve practicando mis mejores sonrisas y diseñe mi mejor entorno holográfico para la ocasión mientras la esperaba. Llegó ella sola al gran atrio donde la estaba esperando Essie debió de tener el suficiente tacto como para enseñarle camino y desaparecer. Y cuando Klara atravesó la puerta, pude adivinar, por su modo de detenerse y mirar boquiabierta, que se esperaba que tuviera un aspecto mucho más cadavérico —Hola, Klara —le dije. Ya sé que no es la quintaesencia c la retórica, pero ¿qué es lo más oportuno en estas ocasiones? ella dijo:

—Hola, Robin. —Tampoco ella parecía capaz de pensar en nada mejor que añadir.

Se quedó de pie mirándome hasta que se me ocurrió pedirle que tomara asiento. Y, desde luego, también yo me harté de mirarla a ella, de todas las multifases maneras que tenemos para hacerlo nosotros las inteligencias electrónicas; pero la mirara como la mirara, de todas formas, tenía un aspecto condenadamente bueno. Cansada, quizás. Había pasado momentos terribles. Y la belleza de mi querida Klara no era del tipo clásico, no con esas espesas cejas negras y ese cuerpo suyo tan musculoso y fuerte... pero sí, su aspecto era bueno. Me imagino que aquel examen tan prolongado la puso algo nerviosa, porque se aclaró la garganta y me dijo:

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