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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (13 page)

BOOK: El Gran Rey
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Los lobos salieron de la casita trotando el uno al lado del otro, y el águila emprendió el vuelo.

9. El estandarte

Una nevada no demasiado intensa cayó antes de que los compañeros se hubieran alejado un día del castillo del rey Smoit, y cuando llegaron al valle del Ystrad las laderas estaban cubiertas por una capa de blancura y la vaina del hielo había empezado a extenderse sobre el río. Vadearon la corriente mientras astillas de hielo herían las patas de sus caballos, y serpentearon por los desolados cantrevs de las colinas avanzando en dirección este hacia los Commots Libres. Gurgi era el que más acusaba el frío de todo el grupo. La desgraciada criatura iba envuelta en un enorme chaquetón de piel de oveja, pero aun así no paraba de temblar. Tenía los labios azules, le castañeteaban los dientes y su enmarañada cabellera estaba salpicada de gotitas heladas; pero a pesar de ello Gurgi se las arregló para mantenerse al lado de Taran y sus manos entumecidas no soltaron ni un momento el estandarte.

Días de duro viaje les hicieron cruzar el Pequeño Avren y llegar a Cenarth, donde Taran había decidido que iniciaría su labor de poner en pie de guerra a los habitantes de los Commots Libres. Pero nada más entrar en la aglomeración de casitas con techos de cañizo y barro vio que la aldea estaba llena de hombres; y entre ellos se hallaba Hevydd el Herrero, un hombretón con el pecho como un barril y una abundante barba que se abrió paso a codazos por entre la multitud y palmeó la espalda de Taran con una mano que pesaba tanto como uno de sus martillos.

—Me alegra poder saludarte, Vagabundo —dijo el herrero—. Te vimos desde lejos, y nos hemos congregado para darte la bienvenida.

—Me alegra poder saludar a unos buenos amigos —replicó Taran—, pero me apena que la misión que me ha permitido disfrutar de esta cálida bienvenida sea tan dura y poco agradable. Escuchadme con atención —siguió diciendo con voz apremiante—. Lo que os pido no es algo que se solicite a la ligera ni que pueda ser concedido a la ligera: os pido la fuerza de vuestras manos y el coraje de vuestros corazones y, si llegara a ser necesario, incluso vuestras vidas.

Los habitantes de los Commots Libres se apelotonaron a su alrededor hablando en murmullos los unos con los otros, y Taran les contó lo que le había ocurrido a Gwydion y lo que planeaba Arawn. Cuando hubo terminado de hablar los rostros que le rodeaban se habían puesto muy serios, y durante unos momentos todos los hombres guardaron silencio. Finalmente Hevydd el Herrero hizo oír su voz.

—Los habitantes de los Commots Libres honran al rey Math y a la Casa de Don —dijo—, pero sólo responderán a uno a quien reconocen como amigo, y le seguirán no porque estén obligados a hacerlo, sino por amistad. Así pues, que Hevydd sea el primero en seguir a Taran el Vagabundo.

—¡Todos le seguiremos! ¡Todos! —gritaron los hombres de los Commots Libres como con una sola voz, y en solo un instante la aldea pacífica que había sido Cenarth se agitó igual que el aire en los inicios de una tempestad cuando cada hombre se apresuró a armarse.

Pero Hevydd se volvió hacia Taran y los compañeros y sus labios se curvaron en una tensa sonrisa.

—Nuestra voluntad es fuerte, pero no tenemos muchas armas —dijo—. No importa, Vagabundo… Trabajaste con tesón en mi herrería, y ahora mi herrería trabajará para ti; y además avisaré a cada herrero de los Commots Libres de que debe trabajar para ti con tanto ahínco como lo haré yo.

Taran llevó a los compañeros a los Commots de los alrededores mientras los hombres preparaban sus monturas y Hevydd avivaba las llamas de su forja. Su misión no tardó en ser conocida, y cada día traía consigo un nuevo grupo de pastores y granjeros a los que no hacía falta convencer de que se incorporaran a la cada vez más numerosa hueste que se estaba formando bajo el estandarte de la Cerda Blanca. Para Taran los días y las noches empezaron a confundirse los unos con los otros. Iba y venía por entre las muchedumbres de hombres pacíficos convertidos en guerreros que se acumulaban en los campamentos de concentración, montado sobre su infatigable Melynlas ocupándose de todo lo referente a las provisiones y el equipo, y celebraba consejo con las partidas de guerreros recién formadas a la luz de las ascuas de las hogueras encendidas por los centinelas.

Cuando hubo hecho todo lo que podía hacer en Cenarth, Hevydd se reunió con Taran para convertirse en su jefe de armeros.

—Has hecho muy bien tu trabajo, pero nuestro armamento aún es demasiado escaso —dijo Taran en un aparte con el herrero—. Me temo que ni todas las forjas de Prydain bastarían para satisfacer nuestras necesidades. No sé cómo, pero he de encontrar una forma de….

—¡Y con un poco de suerte la encontrarás! —gritó una voz.

Taran giró sobre sí mismo para ver a un jinete que acababa de detener su montura junto a él y parpadeó sorprendido, pues se encontraba ante el guerrero de atuendo más extraño que había visto desde su llegada a los Commots Libres. El recién llegado era alto y tenía la cabellera lacia y las piernas tan flacas como las de una cigüeña, y tan largas que los pies casi tocaban el suelo a cada lado de su montura. Su jubón estaba recubierto por trocitos de hierro y fragmentos de otros metales cosidos a la tela; llevaba en la mano un cayado de madera con una hoz en un extremo y lucía sobre su cabeza lo que en tiempos había sido un cacharro de cocina trabajado y moldeado hasta convertirlo en un casco improvisado que quedaba tan bajo sobre la frente que casi cubría los ojos del hombre.

—¡Llonio! —gritó Taran estrechando afectuosamente la mano del recién llegado—. ¡Llonio, Hijo de Llonwen!

—El mismo que viste y calza —respondió Llonio echando hacia atrás su peculiar casco—. ¿Es que no suponías que aparecería más tárde o más temprano?

—Pero tu esposa y tu familia… —empezó a decir Taran—. Nunca se me ocurriría pedirte que les dejaras. Vaya, pero si me acuerdo de que había media docena de niños…

—Y otro en camino y que esperamos llegue pronto —replicó Llonio con una sonrisa de felicidad—. Con la clase de suerte que tengo quizá sean gemelos. Pero mi familia estará a salvo hasta que regrese. De hecho, si quiero que Prydain vuelva a ser un lugar seguro he de seguir al Vagabundo… Pero lo que debe preocuparte ahora no son los niños de pecho, sino los hombres de pelo en pecho. Escúchame, amigo Vagabundo —siguió diciendo Llonio—, he visto que casi todos los habitantes de los Commots Libres tienen horcas y tridentes para el heno. ¿No sería posible cortar las púas metálicas e incrustarlas en astiles de madera? Con eso conseguirías tres, cuatro e incluso más armas cuando al comienzo sólo tenías una.

—¡Pues claro que podríamos hacerlo! —gritó Hevydd—. ¿Cómo es que no se me había ocurrido?

—A mí tampoco se me ocurrió —admitió Taran—, Llonio ve las cosas con más claridad que cualquiera de nosotros, pero llama suerte a lo que otros llaman ingenio. Ve, amigo Llonio, y encuentra todo lo que puedas. Sé que serás capaz de dar con más cosas de las que saltan a la vista.

Llonio empezó a ir y venir por los Commots en busca de hoces, guadañas, tenazas para el fuego, rastrillos y herramientas de jardinería ayudado por Hevydd; y el armamento disponible fue aumentando poco a poco a medida que concebía nuevas formas de conseguir que incluso los objetos más improbables sirvieran para nuevos propósitos.

Cada día que pasaba Taran iba reuniendo más y más seguidores, y Coll, Gurgi y Eilonwy ayudaban a cargar las carretas con equipo y provisiones, una tarea que no gustaba en lo más mínimo a la princesa, pues habría preferido ir al galope de un Commot Libre a otro en vez de caminar al lado de las carretas cargadas hasta los topes. Eilonwy se había puesto ropa de hombre y se había trenzado el pelo recogiéndoselo alrededor de la cabeza; y de su cinturón colgaban una espada y una daga corta que había obtenido de Hevydd el Herrero después de mucho rogar y quejarse. Su atuendo de guerrero no le sentaba demasiado bien, pero Eilonwy se enorgullecía de llevarlo y se sintió terriblemente vejada cuando Taran se negó a permitir que se alejara de la aldea.

—Cabalgarás conmigo en cuanto las bestias de carga hayan sido atendidas y todo lo que transportan esté convenientemente asegurado —le dijo Taran.

La princesa accedió de mala gana, pero al día siguiente cuando Taran pasó junto a las hileras de caballos que había en la parte de atrás del campamento montado en Melynlas, Eilonwy se encaró con él.

—¡Me has engañado! —gritó, hecha una furia—. ¡Estas tareas no se acabarán nunca! Apenas he terminado con una fila de caballos y carretas aparecen unas cuantas más. Muy bien, cumpliré mi promesa, Taran de Caer Dallben. ¡Pero me da igual que seas un líder de guerra o no, porque te aseguro que no volveré a dirigirte la palabra!

Taran sonrió y se alejó al galope.

Los compañeros entraron en el Commot Gwenith después de haber atravesado el valle del Gran Avren avanzando en dirección norte, y apenas habían desmontado cuando Taran oyó una voz cascada que le interpelaba.

—¡Vagabundo! —gritó la voz—. Ya sé que buscas guerreros, no ancianas medio inválidas; pero detente un momento y saluda a una que no te ha olvidado.

Dwyvach, la Tejedora de Gwenith, estaba inmóvil en la entrada de su casita, y parecía tan animada e incansable como de costumbre a pesar de su cabellera canosa y sus facciones llenas de arrugas. Sus ojos grises examinaron a Taran con gran atención, y después se posaron en Eilonwy. La anciana tejedora le hizo una seña pidiéndole que se acercara.

—A Taran el Vagabundo le conozco bien —dijo—, y en cuanto a quién puedas ser tú creo que lo adivino a pesar de que a tu pelo no le iría mal un lavado y de que vayas vestida con ropas de hombre. —Dwyvach contempló a la princesa con un brillo de astucia en los ojos—. Ah, sí, en cuanto el Vagabundo y yo nos conocimos enseguida estuve segura de que había una hermosa doncella en sus pensamientos…

—¡Hum! —resopló Eilonwy—. No estoy muy segura de que pensara en mí entonces, y estoy todavía menos segura de que lo haga ahora.

Dwyvach dejó escapar una risita.

—Pues si tú no lo estás nadie más puede estarlo. El tiempo dirá cuál de las dos está en lo cierto, niña, pero mientras tanto —añadió desplegando una capa que sostenía en sus manos marchitas y colocándola sobre los hombros de Eilonwy— acepta esto como el regalo de una vieja a una doncella, e intenta comprender que no hay tanta diferencia entre la una y la otra; pues incluso una abuela que se tambalea conserva una parte de su corazón de muchacha, y la más joven de las doncellas ya lleva dentro de ella una hebra de la sabiduría de la anciana.

Taran había llegado a la puerta de la casita. Saludó afectuosamente a la tejedora y admiró la capa que acababa de entregar a Eilonwy.

—Hevydd y los herreros de los Commots están trabajando día y noche para proporcionarnos armas —dijo—, pero los guerreros necesitan algo que les proteja del frío tanto como necesitan las armas. Por desgracia no disponemos de prendas como ésta.

—¿Acaso crees que una tejedora tiene menos energías y ganas de trabajar que un herrero? —replicó Dwyvach—. Tú tejiste con paciencia en mi telar, y ahora mi telar tejerá lo más deprisa que pueda para ti; y las lanzaderas volarán en todos los Commots para ayudar a Taran el Vagabundo.

Los compañeros partieron de Gwenith reconfortados por la promesa de la anciana tejedora. Estaban a poca distancia del Commot cuando Taran vio a un grupito de jinetes que venían hacia él cabalgando a gran velocidad. Al frente del grupo iba un joven alto y fuerte que gritó el nombre de Taran y alzó una mano para saludarle.

Taran lanzó un grito de alegría y apremió a Melynlas para que fuese al encuentro de los jinetes.

—¡Llassar! —exclamó Taran tirando de las riendas y deteniendo a su montura al lado del joven—. Nunca llegué a imaginar que tú y yo acabaríamos encontrándonos tan lejos de las ovejas que cuidas en el Commot Isav.

—Las noticias que has traído contigo te preceden a gran distancia, Vagabundo —replicó Llassar—, pero temía que pensaras que nuestro Commot era demasiado pequeño y decidieras pasar de largo. He sido yo quien ha guiado a nuestra gente en tu busca —añadió con una tímida vacilación que no lograba ocultar del todo su orgullo de muchacho.

—El tamaño de Isav no da ninguna medida de su valor —dijo Taran—, y os necesito y os doy la bienvenida a todos. Pero ¿dónde está tu padre? —preguntó mientras recorría con la mirada al grupo de jinetes—. ¿Dónde está Drudwas? Nunca permitiría que su hijo recorriera una distancia tan grande sin él.

La tristeza nubló el rostro de Llassar.

—El invierno nos lo arrebató. Le lloro y le echo de menos, pero honro su memoria haciendo lo que él habría hecho de estar con vida.

—¿Y tu madre? —preguntó Taran mientras él y Llassar volvían a reunirse con los compañeros—. ¿Ella también deseaba que abandonaras tu hogar y tu rebaño?

—Otros cuidarán de mi rebaño —respondió el joven pastor—. Mi madre sabe qué es lo que ha de hacer un niño y qué es lo que ha de hacer un hombre. Yo soy un hombre —añadió con decidida firmeza—, y lo he sido desde que tú y yo nos enfrentamos a Dorath y sus rufianes aquella noche en el aprisco de las ovejas.

—¡Sí, sí! —exclamó Gurgi—. ¡Y el intrépido Gurgi también se enfrentó a ellos!

—Oh, sí, estoy segura de que todos os enfrentasteis a ellos mientras yo hacía reverencias y aguantaba que me lavaran el pelo en Mona —dijo Eilonwy con voz malhumorada—. No sé quién es el tal Dorath, pero si llego a encontrarme con él alguna vez os prometo que sabré recuperar todo el tiempo que he perdido.

Taran meneó la cabeza.

—Considérate afortunada de no conocerle —dijo—. Para mi desgracia yo llegué a conocerle demasiado bien.

—Desde aquella noche no ha vuelto a crearnos problemas —dijo Llassar—, y no es probable que vuelva a hacerlo. He oído decir que se ha marchado de las tierras de los Commots y que ahora se encuentra muy al oeste de aquí. Se rumorea que ha puesto su espada al servicio del Señor de la Muerte. Quizá sea cierto, pero suponiendo que Dorath sirva a alguien ese alguien siempre será él mismo.

—Para nosotros el servicio que nos prestáis sin que nada os obligue a ello cuenta mucho más que cualquiera de los que el Señor de Annuvin pueda llegar a comprar —le dijo Taran a Llassar—. El príncipe Gwydion os estará muy agradecido.

—Creo que es más bien a ti a quien debe estar agradecido —dijo Llassar—. Nos enorgullecemos de ser granjeros, no guerreros; y nos sentimos orgullosos de lo que hacen nuestras manos, no nuestras espadas. Nunca habíamos buscado la guerra. Ahora marcharemos bajo el estandarte de la Cerda Blanca porque es la bandera de nuestro amigo, Taran el Vagabundo.

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