Algún tiempo después, al meterse de nuevo bajo la manta roja, tras haber salido para hacer sus necesidades, Fafhrd dijo a la actriz:
—Ahora háblame de la civilización y tu papel en ella.
Vlana tomó la mitad del vino que él había cogido al regresar y estiró los brazos sensualmente, descansando la cabeza en las manos entrelazadas.
—Bien, para empezar, no soy una princesa, aunque me gusta que me llamen así. Debo informarte que ni siquiera te has topado con una señora, mi querido muchacho. En cuanto a la civilización, apesta.
—No, ya lo sé —convino Fafhrd—. Me he topado con la actriz más hábil y exquisita de todo Nehwon. Pero, ¿por qué la civilización tiene para ti ese mal olor?
—Creo que debo desilusionarte todavía más, querido—dijo Vlana, algo distraída, apretándose contra él—. De lo contrario podrías tener absurdas ideas acerca de mí e incluso imaginar planes insensatos.
—Si te refieres a fingir ser una puta a fin de obtener conocimiento erótico y otras sabidurías... —empezó a decir Fafhrd.
Ella le miró muy sorprendida y le interrumpió bruscamente:
—Soy peor que una puta, bajo ciertos puntos de vista. Soy una ladrona. Sí, Ricitos Rojos, una ratera y descuidera, una timadora de borrachos, una escaladora y salteadora. Nací en una granja, lo cual supongo que me hace inferior incluso a un cazador, que vive de la muerte de animales, mantiene sus manos fuera de la suciedad y no recoge ninguna cosecha excepto con la espada. Cuando por medio de fraudes legales confiscaron a mis padres el terreno que tenían para hacer un pequeño rincón de una de las nuevas y vastas granjas de grano propiedad de Lankhmar, trabajadas por esclavos, y ellos, en consecuencia, se murieron de hambre, decidí recuperar lo que me habían robado los comerciantes de grano. La ciudad de Lankhmar me alimentaría, sí, ¡y lo haría bien!... y a cambio recibiría coscorrones y quizá uno o dos arañazos profundos. Así que me fui a Lankhmar. Allí me encontré con una inteligente muchacha que tenía una mentalidad como la mía y cierta experiencia, y me desenvolví bien durante dos rondas completas de lunas y algunas más. Sólo trabajábamos vestidas de negro, y nos llamábamos el Dúo Oscuro.
»Danzábamos para tener una cobertura, sobre todo en las horas del crepúsculo, para llenar el tiempo antes de que salieran a escena los actores famosos. Poco después también empezamos a hacer mímica, que nos había enseñado un tal Hinerio, un célebre actor caído en desgracia a causa del vino, el viejo temblón más simpático y cortés que jamás haya pedido por caridad una bebida al alba o se las haya ingeniado para acariciar en la oscuridad a una muchacha con la cuarta parte de su edad. Y así, como digo, me desenvolví muy bien... hasta que choqué con la ley, como les había ocurrido a mis padres. No, no fueron los tribunales del Señor Supremo, querido muchacho, ni sus prisiones, potros de tortura y bloques de madera para cortar cabezas y manos, aunque son una vergüenza que clama a las estrellas. No, topé con una ley más antigua incluso que Lankhmar y un tribunal menos misericordioso. En una palabra, mi cobertura y la de mi amiga fue al fin descubierta por el Gremio de Ladrones, una antiquísima organización con delegaciones en todas las ciudades del mundo civilizado y con una fanática ley contra la participación femenina y un odio profundo a todos los rateros por cuenta propia. Ya en la granja había oído hablar del Gremio y confiado en mi inocencia para llegar a ser digna de afiliarme a él, pero pronto aprendí su proverbio: "dale antes un beso a una cobra que un secreto a una mujer". Por cierto, dulce aprendiz de las artes de la civilización, aquellas mujeres que el Gremio debe utilizar como cebos y para desviar la atención y cosas así, las alquilan por medias horas al Gremio de las Prostitutas.
»Tuve suerte. En el momento en que me suponían estrangulada lentamente en algún otro lugar, tropecé con el cuerpo de mi amiga, tras haber vuelto rápidamente a casa para coger una llave que había olvidado. Encendí una lámpara en nuestra bien cerrada casa y vi la larga agonía en el rostro de Vilis y la cuerda de seda roja profundamente hundida en su cuello. Pero lo que me llenó de la más furiosa rabia y el odio más frío —además de una segunda medida de temor que me debilitaba las rodillas— fue que también habían estrangulado al viejo Hinerio. Por lo menos Vilis y yo éramos competidoras y quizá por ello caza no vedada según las hediondas normas de la civilización, pero el viejo ni siquiera había sospechado que nos dedicáramos al robo. Se había limitado a suponer que teníamos otros amantes o bien —y además— clientes eróticos.
»Así que me escabullí de Lankhmar con tanta rapidez como un cangrejo acechado, blanco de las miradas de mis perseguidores, y en Ilthmar encontré a la compañía de Essedmex, que se dirigía al norte para empezar la nueva temporada. Tuve la suerte de que necesitaran un buen mimo y mi habilidad fue suficiente para satisfacer al viejo Seddy.
»Pero al mismo tiempo, hice un juramento por la estrella matutina de vengar las muertes de Vilis e Hinerio. ¡Y algún día lo haré! Con planes adecuados, ayuda y una nueva cobertura. Más de un alto potentado del Gremio de los Ladrones sabrá lo que se siente cuando le aprietan a uno la tráquea lenta y fatídicamente, sí, y cosas peores!
»Pero éste es un tema horrible para una mañana tan agradable, cariño, y sólo lo menciono para mostrarte por qué no debes relacionarte demasiado con alguien tan sucia y viciosa como yo.
Vlana giró entonces su cuerpo, de modo que se apoyó contra el de Fafhrd y le besó desde la comisura de los labios hasta el lóbulo de la oreja, pero cuando él habría devuelto estas cortesías en la misma medida o más, ella dejó de acariciarle y, cogiéndole por los brazos, inmovilizándolos, se enderezó y le miró con su enigmática mirada.
—Mi querido muchacho —le dijo—, despunta ya el alba, que pronto pasará de gris a rosada, y debes irte en seguida, o como mucho, tras un último compromiso. Ve a tu casa, cásate con esa encantadora y ágil muchacha de los árboles —ahora estoy segura de que no era un muchacho— y vive tu propia vida recta como una flecha, lejos de los hedores y las trampas de la civilización. El espectáculo va a recoger los bártulos y se marchará pronto, pasado mañana, y yo he de seguir mi retorcido destino. Cuando se te haya enfriado la sangre, sólo sentirás desprecio hacia mí. Lo niegues o no, ¡conozco a los hombres! Aunque existe una pequeña probabilidad de que tú, al ser como eres, me recuerdes con un poco de placer, en cuyo caso sólo te aconsejo una cosa: ¡nunca le hagas a tu esposa la menor alusión de esto!
Fafhrd le dirigió una mirada no menos enigmática y respondió:
—Princesa, he sido un pirata, que no es más que un ladrón de agua, el cual a menudo ataca a gente tan pobre como tus padres. Los hedores de la barbarie pueden igualar a los de la civilización. En nuestras vidas congeladas, nadie hace nada que no haya sido decretado por las leyes de un dios loco, a las que llamamos costumbres, e irracionalidades secretamente transmitidas de las que no es posible escapar. Mi propio padre fue condenado a muerte por rotura de huesos, y lo hizo un tribunal que no me atrevo a nombrar. Su delito fue trepar una montaña. Y hay asesinos, ladrones, alcahuetes y... Oh, podría contarte tantas historias si...
Se interrumpió para alzar las manos, de modo que sujetaba medio cuerpo de la mujer por encima de él, cogiéndola con suavidad por las axilas, con lo que ella dejaba de apoyarse en sus propios brazos.
—Déjame ir al sur contigo, Vlana—le dijo ansiosamente—, ya sea como miembro de tu compañía o en solitario... aunque soy un bardo cantor y también puedo realizar la danza de la espada, hacer juegos de manos con cuatro dagas en rotación y alcanzar con una de ellas un blanco del tamaño de mi debo pulgar desde diez pasos de distancia. Y cuando lleguemos a la ciudad de Lankhmar, tal vez disfrazados como dos nórdicos, pues tú eres alta, seré tu buen brazo derecho para que lleves a cabo tu venganza. También puedo robar en tierra, créeme, atracar a una víctima en los callejones, tan cautelosa y silenciosamente como en los bosques. Puedo...
Vlana, sostenida por los brazos del muchacho, posó una palma sobre sus labios mientras la otra mano se deslizaba distraídamente por los largos cabellos de la nuca.
—No dudo de que seas valiente y leal, querido, y hábil para tener sólo dieciocho años. Y haces el amor bastante bien para un joven... lo bastante bien para mantener tu muchacha vestida de blanco y quizá algunas otras zagalas, si lo deseas. Pero a pesar de tus entusiastas palabras, y perdona mi franqueza, percibo en ti honestidad, incluso nobleza, un amor por el juego limpio y el odio a la tortura. El segundo que busco para mi venganza debe ser cruel y traidor, maligno como una serpiente, y al mismo tiempo saber tanto como yo de las interioridades fantásticamente retorcidas de las grandes ciudades y los gremios antiguos. Y, a fuer de sincera, debe ser tan mayor como yo, que tengo casi tantos años más que tú que los dedos de ambas manos. Así pues, querido muchacho, bésame, goza de mí una vez más y...
Fafhrd se levantó de súbito, alzó un poco a la actriz y la sentó, de modo que quedó de costado sobre sus muslos. La cogió entonces por los hombros.
—No —dijo con firmeza—. No veo nada a ganar sometiéndote una vez más a mis inexpertas caricias. Pero...
—Temía que te lo tomaras de esa manera —le dijo ella en tono desdichado—. No quería decir...
—Pero —siguió diciendo él con fría autoridad— quiero hacerte una pregunta. ¿Has elegido ya a tu segundo?
—No responderé a esa pregunta —replicó ella, mirándole con la misma frialdad y determinación.
—¿Se trata de...? —Apretó los labios antes de que saliera de ellos el nombre «Vellix».
Ella le miró con curiosidad mal disimulada, esperando ver cuál sería el siguiente paso del muchacho.
—Muy bien —dijo él, desviando las manos de los hombros de Vlana y apoyándose en ellas—. Creo que has intentado actuar de acuerdo con lo que crees que me beneficia más, así que te pagaré con la misma moneda. Lo que he de revelar afecta por igual a la barbarie y la civilización.
Y entonces le contó el plan de Essedinex y Hringorl con respecto a ella. Cuando terminó la actriz se echó a reír de buen grado, aunque a Fafhrd le pareció que había palidecido un poco.
—Debo estar en un error —comentó ella—. De modo que ésa ha sido la razón de que mi mímica algo sutil haya complacido con tanta facilidad los ásperos gustos de Seddy, el motivo de que hubiera un sitio para mí en la compañía y de que no insistiera en que me prostituya para él después del espectáculo, como deben hacer las otras chicas. —Dirigió a Fafhrd una aguda mirada—. Algunos bromistas derribaron anoche la tienda de Seddy. ¿Acaso... ?
Él asintió.
—Anoche tenía un extraño estado de humor, alegre pero furioso.
Una risa sincera y regocijada brotó de la actriz, seguida por otra de sus agudas miradas.
—¿Así pues, no fuiste a tu casa cuando te despedí después del espectáculo?
—No hasta más tarde —dijo él—. No, me quedé y observé.
Ella le miró de una manera tierna, burlona, inquisitiva, que preguntaba con claridad: «¿Y qué viste?» Pero esta vez a él le resultó muy fácil no pronunciar el nombre de Vellix.
—Así que también eres un caballero —bromeó ella—. ¿Pero por qué no me has hablado antes del infame plan de Hringorl? ¿Creías que estaría demasiado asustada para mostrarme amorosa?
—En cierto modo —admitió él—, pero se ha debido sobre todo a que hasta este momento no he decidido advertirte. A decir verdad, sólo he vuelto a ti esta noche porque me asustaban los espectros, aunque luego he encontrado otras buenas razones. Poco antes de que viniera a tu tienda, el temor y la soledad —sí, y también ciertos celos— me hicieron pensar en arrojarme al cañón de los Duendes, o ponerme los esquíes y tratar de efectuar el salto casi imposible que se burla de mi valor desde hace mucho tiempo...
Ella le aferró el brazo, hundiendo en él sus dedos.
—Nunca hagas eso —le dijo muy seriamente—. No arriesgues así tu vida. Piensa sólo en ti mismo. Lo peor siempre cambia para lo mejor, o se olvida.
—Sí, eso pensaba cuando pude haber dejado que el aire del cañón decidiera mi destino. ¿Me sostendría o me precipitaría abajo? Pero el egoísmo, del cual tengo mucho, al margen de lo que creas —eso y un cierto recelo de todos los milagros— extinguió ese capricho. Por otra parte, antes me pasó por la cabeza la idea de pisotear tu tienda antes de derribar la del Maestro del Espectáculo. Así que, como puedes ver, hay algo maligno en mí. Sí, y una tendencia a engañar sin abrir la boca.
Ella no se rió, sino que estudió su rostro reflexivamente. Luego la enigmática mirada regresó a sus ojos. Por un momento, Fafhrd pensó que podía ver más allá de ella, y se sintió turbado por lo que creyó percibir tras aquellos iris castaños, que no era la revisión del universo efectuada por una sibila desde la cumbre de una montaña, sino la de un comerciante con balanza en la que pesaba los objetos con todo cuidado, anotando de vez en cuando en un cuadernito viejas deudas y nuevos sobornos, así como planes alternos para obtener beneficios.
Pero era sólo una mirada inquieta, por lo que su corazón se alegró cuando Vlana, cuyas grandes manos aún se mantenían ladeadas por encima de él, le sonrió, mirándole a los ojos, y le dijo:
—Ahora responderé a tu pregunta, que antes no podía m quería responder, pues en este instante he decidido quién será mi segundo... tú. ¡Abrázame por ello!
Fafhrd la abrazó con vehemencia y una fuerza que hizo gritar a la mujer, pero antes de que su cuerpo hubiera alcanzado un ardor insoportable, ella le apartó, diciéndole sin aliento:
—¡Espera, espera! Primero debemos trazar nuestros planes.
—Luego, amor mío, luego —suplicó él, tendiéndola.
—¡No! —protestó la actriz con brusquedad—. Luego pierdes demasiadas batallas con Demasiado Tarde. Tú eres mi segundo, yo soy la capitana y doy las órdenes.
—Te escucho obedientemente —dijo él, cediendo—. Pero sé rápida.
—Hemos de estar muy lejos de Rincón Frío antes de la hora del rapto. Hoy he de recoger mis cosas y conseguir un trineo, caballos rápidos y provisión de alimentos. Deja que me encargue de todo eso. Hoy pórtate exactamente como tienes por costumbre, manteniéndote alejado de mí, por si nuestros enemigos te espían, como es muy probable que hagan Seddy y Hringorl...
—Muy bien, muy bien —accedió apresuradamente Fafhrd—. Y ahora, mi dulce...