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Authors: Laini Taylor

Tags: #Fantasía

Hija de Humo y Hueso (44 page)

BOOK: Hija de Humo y Hueso
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—¿Cuál fue su siguiente error?

—Olvidarse de tenernos miedo —permaneció un instante en silencio. Kishmish saltaba entre sus cuernos—. Necesitaban creer que éramos animales, para justificar cómo nos utilizaban.

—Esclavos —susurró Madrigal escuchando la voz de Issa en su cabeza.

—Éramos esclavos para suministrarles dolor.
Nosotros
éramos el origen de su poder.

—Tortura.

—Se decían a sí mismos que éramos bestias sin sentimientos, como si eso lo justificara todo. Tenían en sus fosos cinco mil bestias que no carecían de sentimientos en absoluto, pero se creyeron su propia mentira. No nos tenían miedo, y eso facilitó todo.

—¿Qué facilitó?

—Destruirlos. La mitad de los guardias ni siquiera entendían nuestra lengua, y se contentaban creyendo que lo que gritábamos en nuestra agonía eran meros gruñidos y bramidos. Eran unos locos, y los matamos a todos, quemamos todo. Sin la magia, los serafines perdieron su supremacía, y durante todos estos años no la han recuperado. Pero lo harán, incluso sin la biblioteca. Tu serafín demuestra que están redescubriendo lo que perdieron.

—Pero… no. La magia de Akiva no es así… —Madrigal pensó en el chal vivo que le había fabricado—. Él nunca la usaría como un arma. Él solo deseaba la paz.

—La magia no es una herramienta para la paz. El precio es demasiado alto. Lo único que me anima a seguir usándola, a seguir recuperando las almas una muerte tras otra, es creer que nos estamos manteniendo vivos hasta… hasta que creemos un mundo nuevo.

Las mismas palabras que había pronunciado Madrigal.

Brimstone se aclaró la garganta. Sonaba como un muerto retorciéndose en su tumba. ¿Sería posible, estaría diciendo que él…?

—Yo también sueño con eso, pequeña.

Madrigal lo contempló extasiada.

—La magia no nos salvará. Sería necesario conjurar tanto poder, que el diezmo de dolor nos destruiría. La única esperanza es… la
esperanza
—aún tenía el hueso de la suerte en la mano—. No necesitas amuletos para ello, está en tu corazón o en ninguna parte. Y en tu corazón, pequeña, es más fuerte de lo que jamás había visto.

Deslizó el hueso dentro del bolsillo que llevaba en el pecho, se puso en pie y se volvió. El corazón de Madrigal se sobresaltó ante la posibilidad de que la dejara sola.

Pero solo se acercó hasta la pequeña ventana que había en la pared al fondo de la estancia y miró a través de ella.

—Fue Chiro —dijo cambiando abruptamente de tema.

Madrigal lo sabía.

Chiro, que tenía alas para seguirla y se había ocultado entre la arboleda para espiarla.

Chiro, que, como un perro faldero de Thiago, la había traicionado por una palmadita en la cabeza.

—Thiago le prometió aspecto humano —añadió Brimstone—. Como si fuera una promesa que pudiera cumplir.

Estúpida Chiro
, pensó Madrigal. Si esa era su esperanza, había elegido un mal aliado.

—No cumplirás su promesa, ¿verdad?

Con mirada sombría, Brimstone replicó:

—Debería esforzarse por no tener que necesitar nunca otro cuerpo. Tengo una hilera de dientes de morena que jamás pensé que me sentiría tentado de utilizar.

¿Dientes de morena? Madrigal no sabía si estaba hablando en serio. Probablemente. Casi sintió pena por su hermana. Casi.

—Pensar que desperdicié diamantes en ella…

—Tú actuaste de forma sincera, aunque ella no te correspondiese. Nunca te arrepientas de tu propia bondad, pequeña. Mantener la sinceridad frente al mal es una muestra de fuerza.

—Fuerza —repitió ella con una ligera sonrisa—. Yo le
entregué
fuerza, y mira lo que hizo con ella.

Brimstone replicó con desprecio.

—Chiro no es fuerte. Puede que su cuerpo haya sido fabricado con diamantes, pero el alma que alberga en su interior es viscosa, como un molusco húmedo y contraído.

Era una imagen poco agradable, pero parecía adecuada.

—Y fácil de echar a un lado —añadió Brimstone.

Madrigal ladeó la cabeza.

—¿Cómo?

Escucharon sonidos en el pasillo. ¿Venía alguien? ¿Había llegado el momento? Brimstone se dirigió hacia ella.

—El humo de los resucitados —le preguntó de forma rápida y concisa—. ¿Sabes con qué se elabora el incienso?

Madrigal parpadeó. ¿Por qué le hablaba del humo?, no habría para ella. Brimstone la miraba con extremada intensidad. Ella asintió con la cabeza, por supuesto que lo sabía. El incienso llevaba planta de aro y resina de matricaria, romero y asafétida para darle aroma sulfuroso.

—¿Sabes para qué sirve? —dijo Brimstone.

—Proporciona un camino al alma para que llegue hasta el incensario o el cuerpo.

—¿Es mágico?

Madrigal vaciló. Había ayudado a Twiga a hacerlo infinidad de veces.

—No —respondió, distraída por los sonidos del pasillo, que se aproximaban—. Es solo humo. Un mero sendero para el alma.

Brimstone asintió con la cabeza.

—Algo parecido a tu hueso de la suerte. No es mágico, solo un foco de atención para la voluntad —hizo una pausa—. Una voluntad fuerte puede no necesitarlo.

Su mirada la abrasó. Estaba tratando de decirle algo. ¿Qué?

Las manos de Madrigal empezaron a temblar. No lo comprendía, aún, pero algo empezaba a tomar forma, producto de la magia y la voluntad. Humo y hueso.

Los cerrojos de la puerta se descorrieron. El corazón de Madrigal dio un vuelco.

Sus alas se movieron con el inútil aleteo de un ave enjaulada. La puerta se abrió y Thiago apareció enmarcado como en un cuadro. Como siempre, iba vestido de blanco, y Madrigal se dio cuenta por primera vez de
por qué
utilizaba prendas de ese color: servían de lienzo a la sangre de sus víctimas, y en ese momento su cota aparecía empapada de ella.

De la sangre de Akiva.

El rostro de Thiago se volvió iracundo al ver a Brimstone en la estancia, pero no se arriesgó a iniciar un duelo de voluntades que no podría ganar. Inclinó la cabeza hacia el hechicero y miró a Madrigal.

—Ha llegado el momento —dijo. Su voz era perversamente suave, como cuando se anima a un niño a dormir.

Ella no respondió, luchó por mantenerse en calma. Pero no pudo engañar a Thiago. Su olfato de lobo podía percibir el aroma de su miedo. Sonrió y se volvió hacia los guardias que esperaban órdenes.

—Atadle las manos e inmovilizadle las alas.

—Eso no es necesario —objetó Brimstone.

Los guardias vacilaron.

Thiago dirigió la mirada hacia el resucitador y ambos se observaron, reflejando su enemistad únicamente en el aleteo de la nariz y las mandíbulas apretadas. El Lobo repitió la orden remarcando cada sílaba, y los guardias se apresuraron a cumplirla. Entraron en la celda, sujetaron con dificultad las alas de Madrigal y las aseguraron con pinzas de hierro. Amarrar sus manos resultó más fácil; no se resistió. Una vez que estuvo atada, la empujaron hacia la puerta.

Brimstone guardaba una última sorpresa.

—He designado a una persona para que bendiga la evanescencia de Madrigal —le dijo a Thiago.

Madrigal había supuesto que se le negaría ese ritual sagrado, y aparentemente, Thiago había pensado lo mismo.

El general entrecerró los ojos y dijo:

—Piensas que vas a poder colocar a alguien suficientemente cerca de ella para recoger su alma…

—Chiro —lo interrumpió Brimstone. Madrigal se estremeció—. Me imagino que no pondrás ninguna objeción a que sea ella.

—Está bien —contestó Thiago, y ordenó a los guardias—: Adelante.

Chiro. Era tan profundamente malvado, tan sacrílego, que la persona que había traicionado a Madrigal fuera quien concediera paz a su alma, que por un instante pensó que había malinterpretado todo lo que Brimstone acababa de decirle, que era un último castigo amontonado sobre todos los demás. Luego Brimstone sonrió, con una astuta mueca en su severa boca de carnero. De repente, Madrigal se dio cuenta. Estalló delante de sus ojos.

Algo viscoso como un molusco. Fácil de echar a un lado.

Un nuevo empujón del guardia la obligó a traspasar la puerta, mientras su mente intentaba desentrañar con rapidez aquella idea en el poco tiempo que le quedaba.

60

SI LO ENCUENTRAS, POR FAVOR, DEVUÉLVELO

Era algo que nunca se había hecho, al menos que ella supiera. Ni siquiera especular sobre ello, y seguramente no habría sido posible con un cuerpo natural. Un cuerpo se funde con su alma como el nácar con un grano de arena, formando una unidad perfecta e indivisible que solo la muerte puede romper. En un cuerpo natural no queda
hueco
para huéspedes, ni secuestradores. Pero el cuerpo de Chiro era un mero recipiente, como Madrigal bien sabía, ya que ella misma lo había fabricado.

Tal vez no necesitara el humo para guiarla, pero sí que el cuerpo que iba a recibirla estuviera próximo. No podía desplazarse por el espacio, pues carecía de control y de propulsión. Chiro tendría que acercarse a ella, y, como Brimstone la había elegido para realizar la bendición, lo hizo. Ascendió pesadamente al patíbulo y se arrodilló junto a los trozos que habían sido su hermana. Temblando, levantó los ojos al cielo, sobre el cuerpo.

—Lo siento, Mad. No creí que te condenaran a la evanescencia. Lo siento mucho —susurró.

Madrigal, incapaz de ahuyentar la imagen de su propia cabeza cortada ni el recuerdo de los alaridos de Akiva, no se conmovió. ¿Qué había esperado Chiro? ¿Una sentencia menos dura? ¿Resurrección con un aspecto inferior, quizá? Tal vez solo hubiera pensado en Madrigal como un medio para atraer la atención de Thiago. El amor empuja a las personas a reaccionar de manera extraña, y Madrigal lo sabía bien. Y no había nada más extraño que lo que ella estaba a punto de hacer.

No había humo para guiarla, pero como Brimstone había dicho, no lo necesitaba. Con un poderoso empujón de la voluntad, se introdujo en el cuerpo que con tanto cariño había fabricado.

Encontró menos resistencia incluso de lo que había esperado —sensación de sorpresa, un leve enfrentamiento—. El alma de Chiro era sombría y estaba debilitada por la envidia. No se podía igualar a la de Madrigal, y se rindió casi instantáneamente. No la expulsó del cuerpo, solo la empujó a sus profundidades. Ante todos los ojos, el recipiente seguía siendo Chiro.

Mientras realizaba la bendición, unos fuertes temblores sacudieron su cuerpo, pero a nadie le resultó extraño —su hermana yacía muerta a sus pies—. Y luego descendió del patíbulo de forma rígida, con movimientos vacilantes, pero tampoco aquello se cuestionó.

No surgió ninguna sospecha porque no existía ningún precedente. Cuando Chiro se alejó, no quedó nada amarrado al cuerpo despedazado sobre la plataforma. Los guardias que permanecieron a su lado los tres días siguientes vigilaron únicamente carne y aire —sin alma—.

El único que podría haber notado su falta era Brimstone, y no parecía muy dispuesto a descubrirlo.

* * *

La última vez que Madrigal vio a Akiva fue a través de los ojos de Chiro. Estaba en una especie de potro de tortura, con las alas y los brazos dislocados hacia atrás y amarrados con cadenas a la pared. Tenía la cabeza inclinada, y cuando ella entró en la celda, la levantó para mirarla con ojos muertos.

Los tenía enrojecidos, surcados de hilillos de sangre de los capilares rotos por el esfuerzo de conjurar su magia, pero no era solo eso. Su color dorado —aquel exquisito fuego— se había apagado, y Madrigal tuvo la sensación de ver un alma sobre cenizas. Era lo peor de todo —peor incluso que su propia muerte—.

Ahora, en Marrakech, mientras Karou remendaba los recuerdos de sus dos vidas, recordó haber encontrado esa misma mirada muerta en sus ojos la primera vez que lo vio. Se había preguntado qué habría provocado aquella expresión, y ahora lo sabía. Sintió como si se le clavara una astilla en el corazón al pensar que todos aquellos años en los que ella había estado creciendo en un nuevo cuerpo, en un mundo aparte, despreocupada y gastando deseos en cosas inútiles, él había permanecido con el alma muerta, llorando por ella.

Ojalá Akiva lo hubiera sabido.

En la celda, se había apresurado a liberar sus brazos. Entonces se alegró de la fuerza que los diamantes habían otorgado a Chiro. Las cadenas de Akiva estaban tan tensas que sus brazos estaban casi desencajados. Temió que su debilidad le impidiera volar o invocar el hechizo que le permitiría escapar de la ciudad sin ser visto, pero no debería haberse preocupado. Conocía la fuerza de Akiva. Cuando las cadenas se aflojaron, no se desplomó. Saltó como un predador que hubiera permanecido al acecho. Se volvió hacia ella, viendo únicamente a Chiro y sin preguntarse por qué una extraña lo había liberado. La lanzó contra la pared sin darle la posibilidad de hablar, y quedó envuelta por las sombras de la inconsciencia.

Los recuerdos acababan ahí. Karou no sabría cómo Brimstone había hallado y recogido su alma hasta que pudiera preguntárselo. Lo único que sabía es que lo había logrado, puesto que ella se encontraba allí.

—No lo sabía —dijo Akiva. Acariciaba el pelo de Karou, alisándolo en torno a su rostro y su cuello hasta los hombros, con cariño e insistencia—. Si hubiera sabido que él te había salvado… —la abrazó con fuerza contra su cuerpo.

—No pude decirte que era yo —añadió Karou—. ¿Me habrías creído? No sabías nada de la resurrección.

Akiva tragó saliva y dijo en voz baja:

—Sí lo sabía.

—¿Qué? ¿Cómo?

Seguían abrazados a los pies de la cama. Karou estaba abrumada por las sensaciones. La unión de todos los recuerdos. La profunda alegría de estar con Akiva. El curioso duelo entre lo que le resultaba familiar y… lo que le faltaba. Su cuerpo: su piel de diecisiete años, completamente
suya
, y también nueva. La ausencia de alas, la flexión de los pies humanos con todos sus complicados músculos, su cabeza sin cuernos ligera como el viento.

Y había algo más, una especie de aviso, una alarma que apenas podía delimitar.

—Thiago —respondió Akiva—. Él… le gustaba hablar mientras… Bueno. Se regodeó. Me lo contó todo.

Karou podía creerlo. Otra serie de recuerdos adquirió sentido: el Lobo despertándose sobre la mesa de piedra mientras ella —Karou— sujetaba sobre su mano la de él, señalada con la
hamsa
. Podría haberla matado en aquel momento, pensó, si no hubiera sido por Brimstone. Ahora comprendía la furia de este. Todos aquellos años la había mantenido oculta de Thiago, y ella se había colado en la catedral y agarrado su mano, tan feroz como la recordaba.

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