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Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Imperio (13 page)

BOOK: Imperio
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—No son clientes tuyos —dijo Arty.

—No he dicho que lo sean —respondió Babe—. Rube no es tan guapo como ellos. Aunque tengo que decir que es casi igual de varonil.

Y por eso, a las once de esa misma noche, Reuben estaba en la sala de reuniones del
Washington Post,
rodeado por todo su equipo, mientras Cole y él se dejaban fotografiar e interrogar por los periodistas y editores que trabajaban en la historia del asesinato.

—No vamos a responder a ninguna pregunta —dijo Reuben—. Sólo voy a contarles exactamente lo sucedido, incluido el material clasificado cuya clasificación se ha ido al infierno. Pero me están tendiendo una encerrona y al menos quiero que mi historia esté ahí fuera para competir con las mentiras que se van a contar sobre mí.

No les gustó que él quisiera controlar la entrevista.

—Escuchen lo que tengo que decir y decidan si ha merecido la pena levantarse de la cama para oírlo.

El reportero encargado de la historia era Leighton Fuller, su principal cronista político, que también tenía su propia columna mensual desde la que masacraba cualquier idea que el presidente tuviera, aunque nunca había admitido que alguna llegara a la categoría de idea.

—No veo de qué va esto —dijo Leighton—. Es usted un héroe, intentó salvar al presidente. ¿Quién está intentando tenderle una encerrona?

—Muy bien, fingiré que voy a responder a su pregunta —dijo Reuben. Entonces, con Cole afirmando o complementándolo todo el rato, contó los acontecimientos del día, incluido cómo por su cuenta Reuben nunca habría visto el rastro de los submarinistas.

Y al final, Reuben explicó lo del manuscrito de su plan para asesinar al presidente.

—Si encuentran mis huellas en el ejemplar que utilizaron los terroristas sabrán algo importante.

—¿Qué sabremos? —preguntó Leighton.

—Nunca toqué el informe definitivo. La secretaria de la división lo envió por correo electrónico a la imprenta donde se imprimió y se encuadernó y ella lo entregó. No es que yo no quisiera tocarlo, es que no estaba en el país cuando lo terminé y se lo envié a DeeNee por e-mail. Si tiene mis huellas dactilares, entonces es un boceto. Uno de los que entregué en mano a gente para que lo comentaran.

—¿Qué gente?

—La secretaria de la división está haciendo la lista.

—¿Puedo tenerla?

—No. La entregaré al FBI. Pero quiero que sepan que existe por si allí la ignoran.

—¿Es usted consciente de lo paranoico que parece? —dijo Leighton.

—Sí, señor —respondió Reuben—. Y si nunca llegan a hacer nada de lo que preveo que harán, entonces tendré que estar de acuerdo con usted. Pero ¿quién de ustedes habría sido lo suficientemente paranoico para pensar que el presidente y el vicepresidente podrían ser asesinados con una diferencia de minutos, que el presidente podría ser borrado del mapa a través de una ventana del Ala Oeste?

—Eso tengo que reconocerlo —dijo Leighton—. Ustedes dos son los únicos que intentaron impedir este asesinato cuando todavía había tiempo para hacerlo. No me gustaba este presidente, pero no lo quería muerto. Era el
presidente.
Así que se ha ganado usted el derecho a ser escuchado cuando cuenta esta historia completamente demencial. ¿Lo entiende todo el mundo? —Leighton miró a su editor—. No quiero que la caguemos con el titular ni con los pies de foto pintando a este tipo como culpable. —Se volvió hacia Reuben y Cole—. A menos que encontremos pruebas que confirmen que colaboraron ustedes realmente con los terroristas.

—Naturalmente que encontrarán pruebas de que colaboramos —dijo Cole—. Las están colocando mientras hablamos.

—Pruebas que me satisfagan —dijo Leighton—. No creo que esté usted loco, mayor Malich, y ha demostrado que tiene cerebro y agallas. Tal como lo cuenta, todo es parte de un plan mayor. Y si tiene usted razón, ¿saben a qué me huele esto?

No lo sabían.

—Huele a guerra. Alguien quiere que el Ejército estadounidense esté humillado y desmoralizado antes de que la guerra empiece.

—¿Quién? —preguntó uno de los periodistas—. ¿Quién va a atreverse a atacarnos?

—Imagino que lo averiguaremos cuando acaben de crucificar al mayor Malich —dijo Leighton.

Uno de los editores tomó la palabra.

—Leighton, a mí me parece que estos tipos están tratando de utilizarnos para tergiversar los hechos.

—Todos tratan de utilizarnos para tergiversarlos —dijo Leighton despectivamente—. Y si nos gustan quienes lo intentan o simpatizamos con su causa, dejamos que lo hagan. No sé si me gustan estos tipos. Pero tampoco estoy seguro de que no me están diciendo la verdad. Así que mi artículo va a informar con neutralidad de lo que dicen. Luego veremos quién lo critica.

—O quién nos critica a nosotros —dijo el editor—. No sé si voy a poder permitir que nos utilicen así.

—Le agradezco la sinceridad —dijo Reuben, levantándose. Los otros soldados también se pusieron en pie—. En tal caso iremos al
Washington Times,
y esperaremos que la verdad se filtre de algún modo.

Varios de los periodistas se rieron nerviosos. Leighton hizo una mueca.

—Tiene usted razón: si se lo cuenta al
Times
no habrá una filtración, será un coladero.

—Gracias por haber vuelto a la oficina tan tarde —dijo Reuben—. Ahora tengo que despertar a los del
Times.

El editor pareció molesto.

—Queremos la exclusiva. Eso es lo que nos han prometido.

—Queríamos que nos escucharan imparcialmente —respondió Reuben—. Usted ya planea tergiversar las cosas para perjudicarme.

Se encaminó hacia la puerta.

—¿No podemos sacudirlos un poco, ya que los tenemos a todos en la misma habitación? —preguntó Load en persa. El equipo de Reuben se echó a reír.

Cuando Reuben pasaba junto a Leighton camino de la puerta, éste le hizo un guiño.

—Un momento —dijo—. Le escucharemos imparcialmente.

Reuben se detuvo y estudió la cara de Leighton. No conocía a aquel hombre. ¿La popularidad de su columna le daba tanto poder en el periódico como para imponerse a su editor o, simplemente, confiaba en sus poderes de persuasión? O... estaba mintiendo para impedir que Reuben acudiera al
Times.

Reuben hizo su deducción y apostó a ella su futuro. Cuando regresó con Cole y el resto del equipo a los coches, le dio a Mingo la clave de la puerta de su coche, que estaba en el aparcamiento del Reston Town Center.

—Las llaves están sobre la visera —dijo—. Necesito tu todoterreno, si no te importa.

—Le he hecho algunas modificaciones —respondió Mingo. Sólo lardó unos minutos en mostrarle a Reuben dónde estaban escondidas las armas y las municiones.

—Espero no necesitar esto —dijo Reuben—. Prefiero rendirme antes que disparar contra estadounidenses.

—Entonces, ¿no irá al
Times
? —preguntó Cole.

—Voy a apostar por Leighton. Aunque sabemos que a la larga irá en mi contra. Tendrán pruebas. Y tendrán a algún Jack Ruby esperándome.

—Por eso voy con usted —dijo Cole.

—Entonces pareceremos realmente unos conspiradores.

—Vamos a parecerlo de todas formas —respondió Cole. Echó un vistazo a los demás—. Demonios, lo
somos.
Estamos maquinando para salvarle la vida y limpiar su nombre.

—Espero que lo que estemos haciendo sea trabajar para averiguar quién mató al presidente e impedir que se perjudique todavía más a Estados Unidos —dijo Reuben.

—Oh, sí —dijo Cole mientras subía al asiento del acompañante del todoterreno de Mingo—. Eso también.

—Ayudadme a sacarlo de aquí —dijo Reuben.

—Ni hablar —respondió Mingo—. Es de Operaciones Especiales.

—Es un tipo duro —dijo Cat.

—Podría salir malparado —dijo Benny.

Reuben estaba enfadado.

—¿Por qué tirar de esta manera la carrera de los dos por la borda?

—El Pentágono te lo ha asignado —dijo Drew—. Lo lógico es que se quede contigo.

—Y lo necesitamos para que nos diga la verdad acerca de los riesgos que puedas correr —dijo Babe—. Porque sabemos que nunca nos pedirás que pateemos un par de culos por ti.

—Todo depende de a quién haya que pateárselo —dijo Reuben. Señaló a Cole—. Ahora mismo el que necesita una patada en el culo es él, y vosotros no se la dais.

—Sólo porque es muy fuerte —dijo Load—. Y cuando habla persa tiene un acento espantoso.

—Vamos, señor —dijo Cole—. Vayamos a ver a su familia.

Reuben sabía que debía aceptar el hecho de que sus amigos veían las cosas con más claridad que él. Tomó las llaves de Mingo y puso en marcha el todoterreno.

—Nunca te perdonaré que me hagas conducir un Ford —dijo Mingo.

Reuben cerró la puerta y salió del aparcamiento.

8. Golpe de Estado

Todo lo que la gente corriente quiere es que la dejen en paz. Todo lo que el soldado corriente quiere es cobrar su paga y que no lo maten. Por eso las grandes fuerzas de la historia pueden ser manipuladas por grupos sorprendentemente pequeños de gente decidida.

Para Cole, lo malo de que Reuben Malich se hubiera marchado a Nueva Jersey era que él había tenido que quedarse al frente de la oficina. El primer par de días, antes de conocer a Rube, no había estado mal porque, a pesar de que no sabía nada, nadie lo llamaba tampoco para preguntárselo. Ahora seguía sin saber nada, pero el teléfono no paraba.

La mayoría de la gente quería hablar con el mayor Malich: viejos amigos que llamaban para felicitarlo por detener uno de los cohetes, al menos. Cole tomaba el mensaje con la promesa de entregarlo en cuanto viera a Rube.

Pero los periodistas que llamaban estaban encantados de hablar con Cole y lo bombardeaban a preguntas. El problema era que a Cole no se le ocurría nada que decir que no pudieran tergiversar y convertir en un ataque contra Rube y contra sí mismo. El artículo del
Post
había sido más o menos imparcial, aunque un soldado como Cole estaba tan acostumbrado a la manera en que los medios trataban a los militares que notaba cierto desdén en todo lo que escribían. De todas formas, Leighton Fuller había cumplido su palabra. Ni siquiera el titular era sensacionalista.

Sin embargo, le hacían a Cole preguntas estudiadas para que dijera cosas que pudieran ir en perjuicio de Reuben. Eran preguntas como: «¿Cómo es que estaba usted casualmente justo en el lugar desde donde pudo ver la operación subacuática en pleno desarrollo?» y «¿Cuáles fueron exactamente los signos que vio usted en la superficie del agua? ¿Por qué los buscaba?» y «¿No son usted y el mayor Malich tiradores expertos? ¿Por qué sólo pudieron alcanzar uno de los lanzacohetes?». A todas las preguntas, Cole daba siempre las mismas respuestas:

—Seguimos presentando informes. No estamos autorizados a comentarlo.

A lo cual ellos respondían siempre:

—¡Pero si el mayor Malich habló con el
Post!
Como niños pequeños, exigían que Rube y Cole fueran «justos» con la prensa y la televisión, aunque no tenían ninguna intención de ser justos con ellos ni con el Ejército al que representaban.

Pensaba esto y también que las preguntas eran legítimas. Y que las únicas respuestas que tenía eran especulaciones, en el mejor de los casos. ¿Por qué estaban en Hain's Point cuando los terroristas habían llegado buceando? Tal vez habían interceptado la conversación telefónica; tal vez habían estado vigilando al mayor Malich y lo conocían lo suficientemente bien para predecir que iría allí para tener su encuentro privado. ¿Por qué tiradores de precisión como ellos sólo habían alcanzado a un lanzacohetes? Tal vez porque manejaban armas con las que no estaban familiarizados. Tal vez porque no habían dicho: «Usted ocúpese del de la izquierda, yo me encargo del de la derecha», así que ambos habían apuntado al mismo objetivo. Tal vez porque estaban distraídos respondiendo al fuego enemigo. ¿Por qué habían matado a todos los terroristas sin dejar ninguno para ser interrogado? Tal vez porque les estaban disparando y en el ardor de la batalla es difícil decir: «Vamos a herir nada más a éste.» Sobre todo cuando uno teme que intenten matar a civiles si los deja con vida.

Pero la respuesta sincera a todas aquellas preguntas tendría que haber sido: «No lo sé.» Lo único que sabía era que Reuben no estaba fingiendo. Le había enfurecido que los terroristas se apoderaran de su plan, se había esforzado denodadamente por detenerlos, la muerte del presidente lo había dejado devastado. Sin embargo, aquello era precisamente el tipo de cosa que la prensa nunca se tragaría. Sí, sí, está usted «seguro» de que Rube no sabía lo que estaba pasando. Ahora pasemos a los hechos.

El presidente fue asesinado siguiendo un plan ideado por el mayor Malich. El mayor Malich estaba en la escena precisamente cuando elplan se puso en marcha. Pero usted y él sólo alcanzaron a uno de los lanzacohetes, de modo que el otro todavía pudo disparar.

Ellos no estaban allí. No podían saberlo. Todo lo que sabían era un conjunto de «hechos» y lo visto en las imágenes en vídeo del tipo del coche, que no mostraban el frenesí de estar bajo el fuego, tan cargado de adrenalina que no tenías ni idea del paso del tiempo. ¿No comprendían que era un milagro que hubieran alcanzado al menos uno de los lanzacohetes? ¿No comprendían que era un milagro que hubieran podido llegar allí, con armas, tan rápidamente como lo habían hecho? Ni un solo segundo el mayor Malich había hecho nada que retrasara la operación para asegurarse de que los terroristas tuvieran tiempo. Y los terroristas habían disparado aquel cohete con menos de un segundo de ventaja. Nadie era capaz de planear eso.

Sobre todo porque el mayor Malich no podía saber que Cole fallaría y no alcanzaría el otro lanzacohetes. Era imposible haber planeado eso. Así que si Rube quería que el asesinato se cometiera había cometido un grave error llevando a Cole consigo.

A menos, naturalmente, que Cole hubiera formado también parte del plan de asesinato.

Sólo que Cole sabía que no formaba parte de ningún plan. Y sabía que si Rube realmente hubiera tenido algo que ver en el magnicidio habría metido la pata hasta el fondo permitiendo que Cole estuviera presente con un arma mientras se perpetraba. Era la clase de error que un líder como Rube nunca cometería, nunca.

Por eso Cole sabía que Rube era inocente.

Sin embargo, saberlo no implicaba que fuese capaz de transmitírselo a la prensa, sobre todo si alguien estaba alimentando la noticia con filtraciones pensadas para incriminar a Rube.

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