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Authors: David Safier

Tags: #Humor

Jesús me quiere (28 page)

BOOK: Jesús me quiere
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* * *

Aterrizaron justo a nuestros pies. Los caballos relinchaban y de sus ollares salían llamas de un fuego infernal que, junto con los restos de azufre que aún flotaban en el aire por la transformación de Satanás, lo impregnaron todo de un pestazo tremendo. A Sven y al nuevo sacerdote se les notaba impacientes por iniciar la carnicería, estaban ebrios de poder. En cambio, el jinete que se me parecía tenía unos ojos fríos e inexpresivos y, puesto que me acordaba del nombre de los cuatro jinetes del Apocalipsis y estaba en condiciones de hacer combinaciones lógicas, supuse que era la muerte. El hecho de que se pareciera a mí no era, con una probabilidad que rayaba la certeza, un buen presagio.

Con todo, el miedo a morir quedó relegado por otro sentimiento: la compasión por Kata. Montaba su corcel llameante sin chamuscarse el trasero. Me miró con ojos tristes y me susurró con voz entrecortada:

—Me ha amenazado con sufrir eternamente los males del tumor… No soy lo bastante fuerte para resistirme… o para engañarlo… Perdóname…

No había nada que perdonar, la comprendía: si vivir según el sermón de la montaña ya no era fácil estando sano, cualquiera que estuviera enfermo y con un tumor devorándolo vendería su alma al diablo.

—Yo tampoco tendría fuerzas —contesté, y en su boca se dibujó, apenas perceptible, una leve sonrisa de tristeza. Estaba agradecida de que no la juzgara.

Satanás se entrometió:

—Espero no interrumpir demasiado vuestra cháchara de hermanas si ahora mismo doy la orden de destruir a Jesús.

—Será un placer —le dijo Sven a Joshua.

—Tú tienes también la culpa —afirmó el sacerdote con deportivas mirando sádicamente a Joshua—, si me hubieras dado tanto poder como Satanás, nunca me habría pasado a sus filas, pero tú siempre me has abandonado. Incluso aquel día en que el profesor de natación dijo delante de las niñas de octavo que yo era un elemento de contaminación visual.

Joshua no contestó, su pose y su mirada decidida revelaban que no sentía ningún temor. Seguro que también se presentó así ante Poncio Pilatos.

El único jinete que no se concentraba en él era la Muerte, que sólo tenía ojos para mí; una deferencia a la que yo habría preferido renunciar.

Dennis y Sven dieron rienda suelta a sus nuevas fuerzas sobrenaturales; no acabé de entender qué hacían exactamente, pero después de extender sus manos hacia Joshua, éste gritó y su cuerpo se convulsionó. La ira brilló por momentos en sus ojos, casi el odio, luego el anhelo, pero consiguió mantener a raya todos esos sentimientos. Una circunstancia que no le gustó nada a Satanás. Se volvió hacia Kata abandonando su arrogante sonrisa maliciosa y le ordenó:

—¡Ayúdalos!

Mi hermana habría querido resistirse, pero, como ya había dicho, era demasiado débil y el miedo a un tumor eterno la llevó a guiar a su caballo contra Joshua. De repente, las viejas heridas de los pies y de las manos comenzaron a sangrarle de nuevo. No supe qué era más terrible: ver sufrir tanto a Joshua o ver sufrir tanto a mi hermana porque, en su condición de jinete llamado Enfermedad, le infligía a alguien un dolor que ella misma había sufrido y cuyo tormento eterno tanto temía. Había que detenerla, por Joshua, pero también por ella. Me planté entre los jinetes y Joshua, que apenas podía mantenerse en pie y sólo conseguía reprimir los gritos de dolor con sus últimas fuerzas de voluntad.

—Si queréis a Jesús —les dije a los jinetes—, tendréis que matarme antes.

Albergaba la pequeña esperanza de que Sven y Kata aún sentirían algo por mí y desistirían. Joshua movió la mano débilmente (ya no podía hablar, su lucha interior era demasiado terrible), pero el gesto fue claro: quería que huyera. No quería que me sacrificara por él. Pero yo me quedé.

Kata hizo retroceder unos pasos a su caballo, no quería castigarme con enfermedades terribles, su amor por mí era más fuerte en ese momento que su miedo.

—¡Lucha! —le ordenó Satanás.

Kata movió la cabeza. No tenía tanto poder sobre ella. Porque su amor por mí era más fuerte que el miedo. A su manera, había conseguido burlar a Satanás.

* * *

Eso no le gustó nada de nada. Le hizo una señal a Sven con su rabo en espiral. Él no podía resistirse al poder de Satanás, ni tampoco quería, hacía mucho que el odio lo devoraba.

—Vale —me dijo—, matarte encaja a la perfección en mis planes.

Al oírlo, Kata se puso a temblar.

También Joshua sufría, pero no estaba en condiciones de hacer nada; por culpa de los jinetes, estaba luchando con los demonios interiores que habitan en todas las personas.

Y el jinete que se parecía a mí sonreía fríamente. Supe que iba a morir. No sentí miedo. Sólo ira. Hacia Dios. Porque Kata sufría. Y Joshua. Y los dos sufrirían aún más cuando yo muriera.

Por eso, llena de rabia grité al cielo:

—Eli, Eli, frika sabati!

Y obtuve respuesta:


ESO SIGNIFICA: DIOS MÍO, DIOS MÍO, MI ALBÓNDIGA ES ESTÉRIL
.

Capítulo 54

El escenario que me rodeaba se congeló, como si alguien hubiera pulsado el botón de pausa. No se movía nadie, todos parecían estatuas. El rabudo demoníaco ponía cara de ira, Jesús se quedó en una postura clara de estar retorciéndose de dolor, el fuego que salía a llamaradas por los ollares de los caballos se congeló en el aire, y Kata ya no temblaba. Nadie rechistaba, nadie gritaba de dolor, codicia o agresividad. De repente, todo estaba en calma.

Muy tranquilo.

Lo único que se oía era el chisporroteo de la zarza en llamas que apareció de la nada delante de mí.


Eli, Eli, dharma sabalili!
—le espeté acusadora y con la esperanza de haber dado con las palabras correctas.


Y ESO SIGNIFICA: DIOS MÍO, DIOS MÍO, MIS TRIPAS HACEN EL TRABAJO MÁS DURO
.

—¡Tú ya sabes a qué me refiero! —recriminé, y la habría rociado con una jarra llena de espuma contra incendios.


PERDONA
—contestó la zarza, y al momento se transformó en Emma Thompson, aunque en esa ocasión no llevaba un vestido del siglo XVIII, sino ropa del H&M; Dios no parecía ser de ese tipo de mujeres que se vuelven locas por la ropa cara de marca.

—No te he abandonado. Yo no abandono a nadie —replicó Emma/Dios.

—Sí, ya se nota en tu hijo —objeté temblando de ira.

Emma/Dios miró con compasión, casi con conmiseración, a Joshua, que estaba allí como congelado, con la cara desencajada por el dolor.

—Mi hijo no quiere el Juicio Final —dijo.

—Si quieres echarme la culpa por haberlo inducido, ¡adelante! ¡Hasta estoy orgullosa de ello!

—¿La culpa? Bueno, tú eres la responsable —opinó Emma/Dios en tono tranquilo.

—¡Pues arrójame a tu puñetero estanque de fuego! —espeté; ya no tenía miedo, ni de Satanás, ni de Dios ni de nadie.

—¿Quieres que te calcine? —preguntó Emma/Dios.

—También puedes convertirme en estatua de sal, si eso también te divierte —le recriminé.

—¿Por qué habría de hacerlo?

La pregunta me desconcertó y atemperó un poco mi ímpetu.

—Porque… porque lo he puesto todo patas arriba…

—Eso es cierto.

—¿Pero?

—Lo has hecho por amor.

Su maravillosa sonrisa bondadosa aplacó toda mi furia.

—Sí, eso es verdad… —confirmé.

La sonrisa se volvió más bondadosa, más maravillosa. Emma/Dios me dijo entonces:

—¿Cómo podría castigarte por ello? No hay nada que pudiera hacerme sentir más orgullosa.

Capítulo 55

Me quedé pasmada. Emma/Dios paseó su mirada y, allí donde la posaba, el mundo se restablecía. Las personas congeladas en la imagen dejaron de sangrar, las llamas y el humo se disiparon y las casas calcinadas volvieron a alzarse como nuevas, igual que la ambulancia y la farola contra la que había chocado; incluso el médico de urgencias volvía a parecer una persona normal. Emma/ Dios miró a Satanás y a los corceles llameantes, que se esfumaron en el aire. Igual que la Muerte, cuya desaparición me produjo un gran alivio. Kata, Sven y el sacerdote con deportivas estaban sentados civilizadamente en una heladería y la zona peatonal volvía a tener el aspecto de una zona peatonal cualquiera, salvo por el hecho de que todos parecían estar congelados y que uno de ellos era Joshua. Emma/Dios le acarició el pelo con la mano, y luego él también desapareció.

—¿Volveré a verlo algún día? —pregunté encogida.

—Eso dependerá de él —contestó Emma/Dios, y me di cuenta de que ella también estaba a punto de desaparecer.

—Tengo una pregunta.

—Pregunta.

—¿Por qué los tumores?

—¿O la menstruación? —dijo Emma/Dios sonriendo.

Asentí.

—Sin nacimiento y muerte no hay vida.

—Sí, ya, pero ¿no se podría haber dispuesto de un modo más agradable…? —pregunté, pero ya había desaparecido.

* * *

Un instante después, la vida alborotaba la zona peatonal de Malente como si nunca hubiera ocurrido nada: la gente ya no merodeaba por las calles, sino que compraba sin romper los escaparates. Todos parecían haber olvidado por completo lo sucedido. Casi todos. Los antiguos jinetes humanos del Apocalipsis me miraban con aires de culpabilidad y muy avergonzados. Sven y el cura me importaban un rábano, pero…

—Kata…

Me acerqué a ella, pero se levantó y salió corriendo; no soportaba verme. Quise ir tras ella, pero Gabriel me abordó y me detuvo.

—Dale tiempo. Tu hermana lo necesita para asimilarlo todo.

Asentí, el ángel fuera de servicio tenía razón. Él también recordaba lo ocurrido y formuló la teoría de que todos los que habíamos estado en contacto con lo sobrenatural no lo olvidaríamos nunca.

—Pero… ¿por qué Dios ha renunciado al Juicio Final?

—Sólo hay dos explicaciones posibles —contestó Gabriel—. O Dios lo había planeado con mucha antelación como una prueba, igual que hizo con Abraham y Job…

—¿Abraham y Job? —pregunté.

—A fin de cuentas, Abraham no tenía que sacrificar a su hijo, aunque pensara que ésa era la voluntad de Dios. Se trataba tan sólo de una prueba. Y Job, que soportó todo el sufrimiento que Dios cargó sobre él, también fue puesto a prueba por el Todopoderoso. Al final fue redimido de su enfermedad y pudo tener de nuevo una familia.

—No acabo de entender la relación —dije confundida.

—Quizás —prosiguió Gabriel—, el Juicio Final y las profecías del Apocalipsis de san Juan no eran más que una quimera, no iban en serio, sólo tenían por objeto averiguar el potencial de la humanidad. Y la persona elegida para esa prueba no fue un Abraham ni un Job, sino tú, Marie.

Seguía sin entender.

—Tu amor ha convencido a Dios del potencial de los seres humanos.

Respiré hondo y Gabriel esbozó una sonrisa.

—Tú, un personaje bíblico…, ¿quién lo habría imaginado?

Su teoría de que todo (el Juicio Final, encontrarme con Joshua, el té con Dios) había sido una prueba a la humanidad, conmigo como representante ejemplar, me provocó una sensación de lo más desagradable; así pues, pregunté:

—Y… ¿cuál es la otra explicación posible?

—Has tenido una suerte que no veas.

* * *

La suerte, si realmente había existido, no conseguí verla por ningún lado, puesto que Joshua no estaba conmigo… ¿Volvería a verlo algún día? Me despedí de Gabriel y me dirigí al sitio de costumbre junto al lago, sin albergar realmente ninguna esperanza. Pero ocurrió lo increíble: Joshua estaba sentado en la pasarela, mirando hacia el agua, que brillaba tranquila bajo los rayos del sol. Sentí una felicidad infinita al verlo, me senté a su lado y dejé que mis pies se balancearan junto a los suyos encima del agua. Al cabo de un rato de silencio en común, dijo:

—He hablado con Dios.

Podría haberle preguntado si la teoría de Gabriel se sostenía y yo era realmente un maniquí de pruebas de impacto casi bíblico, pero me interesaba muchísimo más otra cosa.

—¿Nos da permiso…? —empecé a preguntar, pero dejé de hablar porque me daba mucho miedo la respuesta. Me habría encantado proponerle que no dijera nada y se quedara sentado conmigo en la pasarela durante los próximos siglos.

—Deja nuestro futuro en manos de nuestro libre albedrío —explicó Joshua.

—¿Tú… tú… tú… yo? —balbuceé.

—Sí, tú y yo, si queremos.

—¿Tú… tú… tú? —le pregunté a Joshua, refiriéndome a su libre albedrío.

—Sí.

Era increíble. Alargó su mano hacia la mía y, justo cuando sus dedos tocaron los míos, dijo:

—Seré mortal como Gabriel.

—¿Mortal? —pregunté desconcertada.

—Volveré al mundo como hombre y viviré hasta que me llegue la muerte terrenal.

Iba a renunciar a todo por mí, incluso a la inmortalidad. Eso era tremendamente romántico. Lo más grandioso que un hombre había querido hacer nunca por mí.

Pero, a pesar de todo, no me gustó.

* * *

—Ejem, lo de morir, ¿tiene que ser? —pregunté, y aparté mi mano.

—Sí, o no envejeceré —explicó Joshua—. Imagina que tú tienes noventa y siete años, y yo sigo siendo como ahora…

—Entonces tendré un marido joven, ¿qué tiene eso de malo? —lo interrumpí precipitadamente.

—Sólo así podremos llevar una vida normal, tener hijos y formar una familia.

—Una familia —suspiré con añoranza.

—Y los alimentaré trabajando de carpintero.

No sabía si el sueldo de carpintero bastaría para una familia, seguramente dependería de cómo evolucionara la coyuntura en el sector de la construcción, pero yo también podía trabajar. Y, si su voluntad era convertirse en mortal, ¿quién era yo para prohibírselo?

* * *

En ese momento, una castaña me dio en la cabeza. Venía del lago, mejor dicho, de un patín de agua en el que iban la hija de Swetlana y su amiga. Las dos niñas llevaban brillo de labios, se tronchaban de risa y, la verdad, cada vez me costaba más pensar que eran una ricura. Pero Joshua les sonrió y yo recordé entonces el infierno, cómo él había ayudado a las pequeñas y que yo había intuido qué le había dicho María Magdalena.

Profundamente afligida, miré a Joshua.

—¿Qué te pasa? —preguntó, y por primera vez creí notar algo así como miedo en su voz, que solía ser fuerte.

—Nuestro libre albedrío tiene que decidir contra nosotros.

—Ahora… te expresas de una manera incluso más embrollada que el endemoniado de Gadara —dijo Joshua, temblando ligeramente. Era terrible verlo temblar.

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