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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Bélico, Histórico

Kronos. La puerta del tiempo (30 page)

BOOK: Kronos. La puerta del tiempo
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Entraron en la fábrica y, en una sala adjunta, les esperaba un refrigerio que les levantó el ánimo.

—La verdad es que necesitaba esto, Horst —dijo Georg mientras daba buena cuenta de un bocadillo y un café.

—Aprovéchalo, pues vienen días complicados —Horst dio a entender lo comprometido que era lo que tenían que llevar a cabo. Hermann y Klaus también mostraban buen apetito.

—Bien, señores —dijo Kammler—. Si les parece vamos a empezar con nuestro trabajo aquí. Les presentaré al equipo técnico que manejará el Arca y veré la prueba. Luego yo debo atender otros asuntos, pero seguiré aquí hasta su traslado a Normandía.

Salieron de la sala y se dirigieron con paso rápido hasta otro edificio de aspecto militar, a diferencia del resto del conjunto que era más clásico. Parecía haber sido construido posteriormente, seguramente durante la guerra. Horst pensó que Kammler no debía de ser ajeno a esa edificación. Una vez dentro, y tras pasar por varios controles sin dificultad, llegaron hasta un montacargas que los llevó hasta una profundidad de varios pisos. Allí frente a ellos se encontraba una puerta blindada, con dos guardias que vigilaban el acceso. Todos vieron claramente que desde que entraron a ese edificio particular, solo había personal alemán. Lo que allí se hacía solo podía ser visto por un equipo de alta confianza. Una luz de emergencia comenzó a brillar con fuerza mientras una sirena sonaba, al mismo tiempo que la pesada puerta blindada se abría automáticamente.

Una sala circular inmensa apareció ante ellos. Recordaba a la sala en la que fueron trasladados a Etiopía. También había unos ventanales en todo el perímetro, a unos 5 o 6 metros de altura. Allí se veía personal técnico con sus batas blancas yendo y viniendo. La Campana se hallaba en medio de la sala, sobre el mismo soporte metálico pesado, y rodeada por el cilindro de cristal que formaba una corona circular, ya que en realidad eran dos círculos que giraban en paralelo y en sentido opuesto. La presencia del general Kammler alteró la rutina del personal. Rápidamente aparecieron varios técnicos que se dirigieron al general con diversa información y documentos. Querían que aprobase y firmase varios asuntos. Mientras solicitaba que todos esperasen allí, se fue con los técnicos a una cabina blindada a ras de suelo donde, una vez sentado, procedió a ver y firmar los diferentes papeles que le iban entregando. Desde luego, había bastantes asuntos por aprobar. Tras terminar, volvió con todo el grupo que se hallaba mirando y curioseando la instalación.

—Hay asuntos que no puedo delegar, y eso retrasa la toma de decisiones y el avance de los proyectos, pero no puede ser de otra manera ahora —dijo Kammler a todos.

—Síganme —añadió, dirigiéndose a una puerta que había junto a la escalera que subía a la zona superior de observación.

La puerta metálica corredera se abrió suavemente después de que uno de los oficiales pulsara un gran botón rojo que había en la pared. El mismo oficial se adelantó al grupo y encendió las luces de la nueva sala a la que habían accedido. Varios focos iluminaban un objeto que se hallaba en el centro de la sala, bastante más pequeña que la anterior.

—Señores, el Arca de la Alianza —dijo Kammler, señalando el Arca, que brillaba bajo los potentes focos. Todos se detuvieron, mirando como hipnotizados el legendario objeto. Tras unos instantes, Emil se adelantó. Todos le siguieron. No la habían vuelto a ver desde que habían estado en Etiopía. Se mantuvieron a una distancia prudencial. Les imponía. Horst observó que había varias mesas de trabajo, con instrumentos de todo tipo y medidores eléctricos sobre ellas. No había nadie allí, excepto ellos. Sobre la tapa y junto a los ángeles arrodillados uno frente al otro, había un medidor analógico que parecía controlar algo constantemente. La aguja se movía ostensiblemente, como una carga eléctrica. Varios cables que partían del medidor se perdían en el interior del arca, bajo la tapa. Todo el conjunto estaba sobre una plataforma de madera muy gruesa con ruedas para facilitar su movimiento. El arca descansaba sobre un lecho de goma gruesa de unos 5 centímetros de espesor, sobre la plataforma mencionada.

—Ahora vendrá el equipo que conoce el funcionamiento del arca y que les acompañará en su traslado a Normandía —mientras hablaba Kammler miraba el arca—. Es sensacional y mucho más fácil de utilizar de lo que suponíamos. Era evidente que en aquella época no había que ser un científico para sacarle partido. Quien la diseñó y construyó pensó en el tipo de gente que debería utilizarla y la hizo simple, de fácil uso y efectiva.

—¿Quién la diseñó y construyó, general Kammler? —preguntó Gross, mientras observaba a uno de los ángeles.

—Seguramente el Señor… —contestó Kammler con una sonrisa a medias. Los oficiales adjuntos al general rieron el comentario.

Kammler siguió.

—En su interior hemos encontrado textos que no podemos traducir. No se parecen en nada a ningún idioma conocido. Seguramente son indicaciones de uso, pero es una simple conjetura, no lo sabemos por ahora. Tengo a un equipo de filólogos y expertos en jeroglíficos y lenguas muertas de la Universidad de Heidelberg estudiando este asunto.

Emil mostró interés por las palabras de Kammler.

—¿Puedo ver esos textos, general Kammler?

—Por supuesto,
Obersturmbanführer
Riemer —contestó Kammler—. Pero deberá esperar a que venga el equipo técnico. No quiero tocar nada, ya que están trabajando sobre ella —añadió señalando los cables y el medidor. Luego ojeó unas hojas manuscritas con datos acerca del arca y las mediciones que se estaban llevando a cabo.

—¿Cuál es su principio de funcionamiento, general Kammler? —preguntó Horst, tras unos instantes en que todos volvieron a observar con indisimulada curiosidad el arca.

—La energía principal es atómica —comenzó Kammler—, pero el sistema aplicado por quien la construyó se aparta de nuestros conocimientos sobre esa energía. Los técnicos han hallado elementos que si bien permiten el uso del Arca no han logrado desentrañar completamente su funcionamiento interno. De entrada, puedo adelantarles que está configurada de tal forma que esa energía no representa un riesgo y su aislamiento es perfecto. ¡Y todo eso teniendo en cuenta todos los años que tiene! Podemos acercarnos sin temor. Nuestros contadores no detectan radiación alguna.

—Y ¿qué fue lo que pasó con los que murieron tras el contacto con ella, tal como dice la Biblia? —preguntó Emil, buen conocedor de los textos bíblicos.

—No creo que fuesen demasiado cuidadosos en el uso del arca —dijo Kammler—. Es posible que activasen algo o tocasen algo del interior. No lo sabemos. Tal como la controlamos aquí y la conocemos ahora, el riesgo de accidente es muy improbable, por no decir imposible. Pueden estar tranquilos.

En aquel momento aparecieron en el umbral de la puerta de entrada de la sala tres técnicos que, tras solicitar y recibir permiso para entrar llegaron hasta donde estaba el grupo. Kammler presentó a los recién llegados a Horst y a sus hombres.

—Quiero presentarles al equipo que les acompañará a Normandía y que utilizará el Arca allá donde sea necesario. Estarán bajo sus órdenes directas,
Haupsturmführer
Bauer. Saben lo que tienen que hacer y lo cumplirán hasta el final. Confío en ellos plenamente, al igual que confío en usted y sus hombres.

Kammler se acercó hasta los recién llegados.

—Aquí a mi derecha está el doctor Karl Throll, especialista en flujo eléctrico y gravedad cero. A su lado está el doctor Emil Seltmann, especialista en energía nuclear y, por fin, el doctor Kurt Zinkenbach, nuestro especialista en sistemas antigravitación.

Los tres levantaron su brazo y saludaron con un potente ¡
Heil
Hitler! Sus uniformes SS bajo sus batas blancas de trabajo no dejaban lugar a dudas. Todo el grupo respondió al unísono al saludo alemán. Luego estrecharon sus manos con afecto a los recién llegados y también se fueron presentando. Tras estas formalidades protocolarias, pero necesarias en personas que iban a convivir y desarrollar una misión común, Kammler volvió a intervenir.

—Las especialidades de todos ellos tienen que ver con el arca, ya que la misma es un compendio de muchas cosas.

Los técnicos aprobaban las palabras del general. Kammler parecía conocer el Arca mejor de lo que decía.

El doctor Seltmann anotó en un bloc las lecturas que daba el contador que se hallaba sobre el Arca, luego desconectó del mismo los cuatro cables que se perdían en el interior del objeto.

—General Kammler —dijo Seltmann—. Ahora llevaremos el Arca hasta la zona de pruebas, donde nuestros camaradas podrán ver su uso y los efectos del mismo —miró a Horst y a los demás. Kammler dio su aprobación y, seguidamente, el doctor Throll llamó por teléfono para que viniesen a trasladar el arca.

—Guarden las preguntas que puedan tener para después de la prueba —Kammler no quería perder tiempo en aquel momento. Al poco, y mientras estaban en animada charla todos los presentes, un sonido de motor se fue aproximando hasta allí. Una moto-oruga NSU Kettenkrad entró ágilmente, giró sobre sí misma y, en lenta marcha atrás, conectó una barra de arrastre a la plataforma donde descansaba el Arca. Suavemente, la plataforma con el Arca comenzó a deslizarse sin dificultad, arrastrada por el potente vehículo.

El conductor manejaba con pericia la sorprendente máquina a medio camino entre una moto y un tanque, sorteando sin dificultad la puerta de entrada y saliendo de la sala. Los giros eran iguales que los de un carro de combate, aunque el conductor los atenuaba con muy baja velocidad. Todos le siguieron con paso normal. El arca se mecía suavemente mientras era transportada. Los focos del techo de los amplios pasillos por donde pasaban hacían brillar el arca sucesivamente. Los dos ángeles que se encontraban sobre la tapa parecían moverse. Horst tenía mucha curiosidad por verla funcionar. Georg caminaba junto a él y Kammler delante de los dos y de todo el grupo.

—¿Qué te parece, Horst? —preguntó Georg.

—No sé qué decirte. Tengo mucha curiosidad por ver su funcionamiento y los efectos que produce.

Siguieron caminando unos doscientos metros más. Aquella instalación parecía no tener fin. De repente, la moto-oruga se detuvo ante una puerta a la izquierda. Un soldado que hacía guardia les franqueó el paso y, al abrirse dicha puerta, tuvieron acceso a un montacargas inmenso en el cual no solo cabían todo el grupo y el vehículo con el arca, sino que aún sobraba espacio. Las puertas metálicas de rejilla fueron cerradas por el soldado de guardia. Un sonido seco indicó que se ponía en marcha. Lentamente comenzó a subir. Horst contó un total de 5 pisos bajo tierra. No sabía si era más profundo, pero había sido un gran trabajo de construcción. El espesor entre piso y piso era de aproximadamente unos tres metros, por lo que estaba preparado para resistir bombardeos aéreos.

Llegaron al piso superior y, tras abrirse las puertas, la NSU se puso en movimiento con todo el grupo detrás. Había dejado de llover, aunque el día seguía gris. Fueron pasando por una especie de pasillo entre dos edificios en los que no se veía a nadie, con lo que la discreción era total. Al acabar el pasillo y dejar los edificios, se abrió ante ellos un patio inmenso, rodeado de paredes de más de cuatro metros de altura. En ese patio, que era una zona de pruebas de armamento, varios carros soviéticos, americanos y alguno alemán se mostraban desvencijados por las numerosas pruebas de tiro que habían sufrido. A la derecha se podía ver un búnker para los observadores.

El conductor de la NSU desenganchó de su vehículo la plataforma del Arca donde le fue indicado y aparcó junto al edificio, apartado de la zona de prueba, esperando su finalización. Los tres responsables técnicos del arca se colocaron unos trajes de protección similares a los que se usaban al poner en marcha la Campana. Rogaron a todos los presentes que entrasen en el búnker. Así lo hicieron. Dentro había mirillas blindadas que permitían una visión excelente y reducían al máximo los riesgos. Los técnicos manipulaban el Arca con destreza, lo que indicaba que la conocían bien. Parecía que ajustaban las figuras de los ángeles. Uno de ellos se puso detrás, parecía mirar a través de algo. Los otros dos se pusieron también detrás del Arca. De repente, y sin sonido alguno, un potente rayo luminoso, de un blanco purísimo, surgió de las entrañas del Arca, alcanzó a los ángeles de la tapa y, formando un ángulo recto, alcanzó a uno de los carros. De este carro, alcanzó al segundo que estaba situado a su derecha, luego al tercero un poco más atrás y uno a uno a todos. En total catorce carros se estaban fundiendo, en el sentido literal de la palabra, ante los ojos de los asombrados observadores del búnker. Todo ello sin ruido y a una velocidad asombrosa. No había tiempo de reacción.

—¡Las tripulaciones de esos tanques no hubiesen tenido tiempo de escapar de sus vehículos! —exclamó Hermann—. —¡Ha sido rapidísimo y sin ruido! ¿Cómo es posible? —se preguntaba Georg.

Kammler les invitó a salir del búnker y ver de cerca el resultado conseguido sobre los tanques. Tras felicitar a los técnicos que habían llevado a cabo la prueba y que serían sus compañeros, se dieron cuenta de que no podían acercarse a los destrozados carros de combate. La temperatura era altísima. El acero fundido de los blindajes aún caía como si fuese chocolate caliente. Era algo sobrecogedor. Hermann seguía pensando en las tripulaciones.

—Pues imagínese qué le puede suceder a un barco o a un edificio alcanzado… —dijo Kammler.

La temperatura fue bajando y pudieron acercarse más a los pesados vehículos. Lo que habían sido potentes y orgullosos carros de combate se mostraba ahora como montañas de metal fundido que, a duras penas, dejaban entrever su forma original. Un cañón apuntaba hacia el cielo, tras haberse fundido su torreta y su soporte interno. Varias ruedas habían perdido sus soportes y habían caído de lado. Se veían los eslabones de las cadenas, rotos y medio fundidos por todas partes. Horst y sus hombres, soldados carristas, tuvieron muy clara la potencia calórica del rayo emitido por el arca. No había blindaje ni protección contra el rayo.

Emil Riemer estaba entusiasmado de haber podido ver el Arca de la Alianza en acción.

—Hubiese pagado lo que fuera por ver esto. Solo conocía los relatos bíblicos y la verdad es que con ellos no puedes hacerte a la idea de la potencia del Arca. ¡Es increíble! No me sorprende el efecto que tuvo sobre las tribus de entonces y la victoria en el campo de batalla para los judíos —todos intentaron recordar lo que sabían del Arca antes de todo esto y era una idea difusa y totalmente legendaria e irreal. Ahora estaba ante ellos y la habían visto funcionar.

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