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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (85 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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Rekur Van también estaba en aquel carguero, encajado en su conector de soporte. Por lo visto SeurOm y ThurrOm habían cumplido a rajatabla la idea de poner a sus cautivos humanos en la línea de fuego. El tlulaxa sin extremidades se retorcía, se quejaba y vociferaba tanto que Gilbertus se había llevado a Serena a una sección diferente del carguero. Y juntos estaban esperando el final.

Gilbertus estaba seguro de que la crisis ya tenía que haberse resuelto en un sentido o en otro. Una buena señal: casi con total seguridad, el comandante de las fuerzas de la Liga había dado marcha atrás. De otro modo, él y los otros rehenes ya habrían muerto.

Pero entonces, ¿qué eran los combates que veía por las diminutas pantallas? ¿Qué eran tantas explosiones, y aquel despliegue de naves que volaban en todas direcciones? No reconocía algunos de los emblemas más grandes… ¿eran naves humanas? Pero estaban del otro lado de la línea descodificadora, y el puente de hrethgir tendría que haber saltado por los aires.

Gilbertus dio la espalda a las ventanillas. Al menos estaba con Serena.

—Ya no falta mucho —le dijo con tono tranquilizador—. Tendrán que resolver esto pronto. —También sabía que en los contenedores del puente no había comida, agua ni aire suficiente para mantener a los millones de rehenes de a bordo más que unos pocos días… y solo la cuestión logística de volver a descargar a toda aquella gente en la superficie ya ocuparía ese tiempo.

Notaron unas vibraciones, porque una nave se había colocado en paralelo con el contenedor y se acopló. La maniobra le pareció algo torpe, como si la estuviera dirigiendo una mano inexperta. En su mente Gilbertus barajó las diferentes posibilidades y se preguntó si los humanos habrían llegado al rescate. Aunque no era eso lo que él quería.

Cuando la tosca escotilla se abrió, varios voluminosos robots de combate entraron. Sus pasos pesados hacían que las vibraciones llegaran a las diferentes salas y compartimientos del contenedor de carga. A su paso, los rehenes se encogían y se apartaban, tratando de pasar inadvertidos. Pero los robots avanzaban con decisión.

Gilbertus se puso en pie. Ahora lo entendía. Le había dado a Erasmo la suficiente información antes de que el enlace con el ojo espía fallara.

Los robots se detuvieron ante él, como guardias que vienen a buscar a un preso para su ejecución.

—Venís a salvarme —dijo.

—Erasmo lo ordena.

La gente que estaba más cerca pedía que los rescataran también. Todos notaban que el aire se estaba acabando, y muchos no habían comido desde hacía dos días. Gilbertus miró a un lado y a otro. Estiró el brazo e hizo que Serena se pusiera en pie.

—No me resistiré.

—No puedes resistirte.

—Pero debo llevar a Serena conmigo.

Los robots vacilaron.

—No, solo uno de nosotros puede volver contigo a Corrin.

Gilbertus frunció el ceño, tratando de comprender por qué Erasmo habría ordenado tal cosa. Y entonces se dio cuenta de que, seguramente, el robot independiente había engañado a las dos encarnaciones de Omnius: le resultaría más fácil confundir la programación de un robot de combate que de siete. Necesitaba tiempo suficiente para llevar a Gilbertus de vuelta a la dudosa seguridad de la superficie.

—No me iré sin Serena. —Gilbertus cruzó sus brazos musculosos sobre el pecho en un gesto desafiante. Ella lo miró con sus confiados ojos lavanda.

Seis de los robots retrocedieron.

—Nosotros nos quedaremos a bordo para proteger el clon de Serena Butler.

—¿Protegerla de qué?

Los robots hicieron una pausa. Estaban recibiendo instrucciones. —Erasmo te pide que confíes en él —dijo el robot capitán. Gilbertus dejó caer los hombros y soltó la mano de Serena.

108

Aceptar nuevas informaciones y utilizarlas para modificar nuestro comportamiento… esto es lo que conocemos como la cualidad humana del pensamiento. Y, a través del pensamiento, sobrevivimos, no solo como individuos, sino también como especie. Sin embargo, para sobrevivir, ¿debemos conservar nuestra humanidad? ¿Conservaremos la relación con aquellas cosas que hacen de la vida algo tan dulce, tan cálido y lleno de eso que llamamos belleza?

No lograremos esta humanidad duradera si negamos aquello que da forma a nuestro ser… si negamos la emoción, el pensamiento o la carne.

He ahí el trípode sobre el que descansa la eternidad. Si negamos la emoción, perdemos el contacto con nuestro universo. Si negamos el pensamiento, no podemos reflexionar sobre aquello que tocamos. Y si osamos negar la carne, descarrilaremos el vehículo que nos lleva a todos.

K
REFTER
B
RAHN
, asesor especial de la Yihad

Poco después de atravesar la red descodificadora, la Flota de Venganza se encontró con una densa concentración de naves enemigas.

El enemigo había formado varias barreras concéntricas alrededor de Corrin, y no tenían intención de dejarles pasar.

Las máquinas arrojaron una lluvia interminable de proyectiles que estallaron inofensivamente contra los escudos Holtzman. Pero en las naves de primera línea los escudos empezaban a sobrecalentarse. Desde la nave insignia, Vor repasó las proyecciones y supo que, bajo aquel fuego continuado, los escudos se sobrecalentarían y empezarían a fallar en menos de una hora.

Una segunda línea de jabalinas y ballestas venía justo detrás, una tercera, una cuarta. Vor se agarró a los reposabrazos de su asiento de mando, con una expresión totalmente inescrutable en la cara. Por lo visto, se trataba de ver cuál de los dos bandos quedaba aniquilado primero.

—Seguid disparando —dijo Vor, aunque los oficiales de artillería no necesitaban que se lo dijera—. Arrojadles todo lo que tengamos.

—Los sistemas para apuntar siguen sin funcionar, bashar supremo. Estamos desperdiciando demasiada munición. —Después del ataque a traición de Seurat, se habían hecho rápidas reparaciones en el
Serena Victory
, pero aun así, habían perdido a más de cien miembros de la tripulación.

—Apuntad bien. —Vor meneó la cabeza—. Mirad todas esas naves… ¿cómo podéis fallar?

Un denso bosque de naves les impedía llegar a su objetivo. Vor se tragó un insulto. ¡Podía haber sido tan fácil! Abulurd lo había echado todo a perder, lo había complicado todo.

Inexplicablemente, el puente de hrethgir no había estallado, y eso había salvado a dos millones de rehenes humanos. Si la Liga lograba la victoria en Corrin, tenían orden de rescatar a tantos humanos como pudieran. Sobre todo si Serena Butler y su hijo estaban entre ellos.

Pero, aunque las naves de la Flota de Venganza llevaban una tripulación reducida y tenían mucho espacio disponible, no podrían evacuar ni de lejos a dos millones de personas. Además, eran naves lentas y tardarían en llegar a algún planeta habitable. La única solución era volver a bajarlos a la superficie.

Pero si convertían el planeta en un pozo de radiación, como habían hecho con los otros Planetas Sincronizados durante la Gran Purga, eso no podría ser.

Ahora que había demostrado que el puente de hrethgir no era más que un farol diabólico y elaborado, no podía condenar tan alegremente a aquellos dos millones de rehenes. Su maravillosa victoria épica no sería tan clara ni tan sencilla como él esperaba, pero lo conseguiría de todos modos.

Mientras avanzaban, en la primera línea de naves los escudos empezaron a fallar. Muchas se retiraron y fueron sustituidas por otras naves; pero algunos capitanes se negaron a echarse atrás y siguieron adelante y, sin la protección de los escudos, sus naves sucumbieron enseguida bajo el fuego implacable de las máquinas. Vor veía las cifras en la pantalla.

—Lanzad los escuadrones de kindjal —dijo. Había llegado el momento de dar el siguiente paso—. Que los pilotos se preparen para lanzar las bombas atómicas de impulsos.

—Pero, bashar supremo, ¡estamos muy lejos de la superficie!

—Tienes razón… y no podremos acercarnos a menos que eliminemos parte de esa chatarra. —Respiró hondo—. Reservad las suficientes ojivas para el golpe de gracia final. Y que los maestros de Ginaz estén preparados. Vamos a necesitarles para un trabajo de precisión.

—Sí, señor.

Como le había dicho Xavier muchas veces, en el campo de batalla un buen comandante debe ser flexible. Hay muchos caminos para llegar al objetivo. Las bombas atómicas de impulsos les ayudarían a abrirse paso hacia Corrin… sí, porque no lograría el objetivo principal de destruir a Omnius si no podía llegar a la superficie. Había que ir paso a paso.

Aquella nueva táctica permitiría salvar vidas… no solo las de los millones que se arracimaban en el puente de hrethgir, sino también las de los soldados que morirían si insistía en seguir enfrentándose a las defensas robóticas con armas convencionales.

—No nos servirá de nada reservar nuestras bombas atómicas si el enemigo destruye todas nuestras naves en órbita.

Varios enjambres de escuadrones de kindjal despegaron de las cubiertas de lanzamiento de las ballestas, miles de bombarderos y cazas de alas afiladas. Eran pequeños, como pelusillas frente a una manada de mastodontes. Pero en su interior llevaban la semilla de una inmensa destrucción.

Los kindjal lanzaron sus bombas en un amplio abanico contra la densa concentración de objetivos que las máquinas pensantes habían desplegado para cerrarles el paso.

—Allá va —dijo Vor, sin dirigirse a nadie en particular—. Escudos a su máxima potencia. A las naves de primera línea, retiraos si es posible.

Al ver aquel inesperado cambio de táctica, las naves robóticas avanzaron tratando de recuperar parte del terreno que habían perdido.

Entonces la primera descarga de bombas atómicas de impulsos estalló, liberando ondas superpuestas de energía enriquecida diseñada específicamente para borrar las mentes de circuitos gelificados. La cantidad enorme de daños materiales era algo secundario.

Vor se protegió los ojos con la mano, y estudió la pantalla, que se había oscurecido automáticamente. Parecía como si la mano cegadora y luminosa de Dios hubiera arrasado las líneas robóticas, paralizando sus naves, eliminando a las máquinas de a bordo, dejando aquella impenetrable barrera defensiva en ruinas.

«No —pensó Vor—, no hemos malgastado nuestras ojivas nucleares».

Sin duda, en esas naves de guerra también habrían metido a muchos indefensos prisioneros, que habrían muerto junto con sus captores mecánicos, pero Vor no quería pensar en estas víctimas. Eran necesarias, inevitables. Quizá algún día la historia recopilaría un registro completo. Pero los humanos solo podrían escribir esa historia si salían victoriosos de la batalla de Corrin.

—Adelante a toda máquina, debemos pasar por la brecha —gritó—. Si aún tenéis los escudos, utilizadlos para protegeros de los desechos… y aguantad.

Como un ariete, el ejército de la Humanidad se abrió paso entre las naves siniestradas, hasta que toparon con la siguiente línea de defensas robóticas. A las máquinas su aparición les cogió por sorpresa, y tuvieron que reagruparse y cerrar posiciones.

Vor envió otra oleada de kindjal y aniquiló a los nuevos enemigos. Y así llegaron a la tercera y última línea de defensa. Para cuando consiguieron entrar en la atmósfera de Corrin, la Flota de Venganza casi había agotado sus reservas de bombas atómicas.

Habían utilizado muchas de sus ojivas nucleares, sí, pero al menos por fin veían el objetivo allá abajo, expuesto y vulnerable.

—Tenemos un trabajo que acabar ahí abajo. —Vor señaló al último planeta de las máquinas, que les esperaba trazando una suave curva casi setenta kilómetros más abajo.

Lo que quedaba de las dos flotas entró en combate sobre los cielos de Corrin. Vor llevó a su ballesta a la refriega como si estuviera pilotando un caza individual, como si fuera de nuevo un joven oficial y estuviera tratando de probarse a sí mismo. Aquello le recordaba la primera gran batalla de la Yihad sobre la Tierra.

Sus naves entraron en la primera capa de la atmósfera. Las naves escoltas que acompañaban a la ballesta de Vor recibieron fuertes impactos de torpedos ultrasónicos y muchas estallaron en llamas y cayeron, pero otras ocuparon su lugar para proteger al bashar supremo.

El fuego enemigo alcanzó a una nave cercana y el impacto sobrecargó sus escudos debilitados. La nave estalló, arrojando una lluvia de desechos sobre el
Serena Victory
. Vor hizo una mueca cuando vio los cuerpos desmembrados volando en todas direcciones.

Y muchas más muertes habrían de producirse. Vor no temía a la muerte, y estaba orgulloso de la eficacia con que su tripulación desempeñaba sus tareas. No se podía pedir más.

Los ataques de artillería del
Serena Victory
y el resto de la Flota de Venganza estaban machacando a las fuerzas mecánicas en sus naves y en tierra. Las explosiones se sucedían en los cielos y la superficie del planeta. Allí abajo, Omnius seguía intacto.

Cuando el camino quedó despejado y vieron una entrada segura en órbita, la nave diplomática del virrey se acercó desde su posición más segura fuera de la zona de combate. Varias lanzaderas salieron de la nave y descendieron velozmente al campo de batalla. Vor oyó la voz febril de Rayna Butler por el comunicador.

—¡Por la gracia de santa Serena, estamos pasando! ¡Os dije que podíamos hacerlo!

Furioso, Vor abrió un canal directo.

—Virrey Butler, ¿qué están haciendo usted y Rayna? Yo no he autorizado esto. Manténganse fuera de la línea de fuego.

—No he sido yo, bashar supremo —contestó la voz de Faykan—. Parece… Rayna tiene su propia misión. Y se ha mostrado muy persuasiva.

Aquella joven pálida transmitió desde su lanzadera.

—Corrin es la guarida del enemigo. Esta es y ha sido siempre mi misión en la vida. Mis seguidores y el espíritu de santa Serena me protegerán.

Vor dio un suspiro hondo y exagerado. Por lo visto, aquella mujer podía racionalizar cualquier contradicción. Creía que Serena estaba viva en el puente de hrethgir y también que su espíritu la guiaba. Y, por supuesto, quería destruir la tecnología en todas sus formas y sin embargo viajaba en naves espaciales sin ningún reparo…

Vor tenía cosas más importantes que pensar en aquellos momentos. Al menos ahora se enfrentarían a un enemigo real, en lugar de andar destrozando artefactos inofensivos en los mundos de la Liga. Que aquellos fanáticos se las vieran con las fuerzas de Omnius, sí… y mejor que su vehemencia se consumiera allí que no en casa.

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