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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

Nuestra especie (8 page)

BOOK: Nuestra especie
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Durante los últimos siglos, la demanda de mano de obra barata para las plantaciones obligó o indujo a grandes cantidades de personas que hablaban lenguas nativas diferentes a una estrecha convivencia en islas y costas aisladas, como Haití, Jamaica, Guyana y Hawai. Para hablar unos con otros, los miembros de estas comunidades políglotas desarrollaron formas de comunicación que se conocen por la denominación de pidgin. Cuando la diversidad de las lenguas nativas que contribuían a un pidgin era muy grande y había pocos hablantes de la lengua del dueño de la plantación, el pidgin constituía un experimento natural de formación de una nueva lengua. La primera generación de hablantes del pidgin no podía contar con la ayuda de sus padres para que les enseñasen a hablar esta nueva lengua. Los padres siempre saben más sobre la lengua de su comunidad que los hijos, pero no en este caso. Para tener plena competencia lingüística en el pidgin, los niños deben superar con rapidez la forma deficiente de pidgin que hablan sus padres. Los pidgin de primera generación son lenguas genuinamente rudimentarias, que pueden ofrecer una idea de las formas de habla anteriores al despegue. Adolecen de una falta notoria de reglas sobre el orden de las palabras (por ejemplo, sujeto-verbo-predicado), los artículos determinado e indeterminado, que distinguen los nombres específicos de los no específicos, y los modos normales de distinguir los tiempos. Las frases son cortas y consisten en su mayor parte en sucesiones sin conexión alguna de verbos y sustantivos. Dereck Bickerton, de la Universidad de Hawai, proporciona los dos ejemplos siguientes de pidgin hawaiano de primera generación, que fue desarrollado por hablantes ingleses, japoneses, filipinos, coreanos, portugueses y hawaianos nativos a finales del siglo XIX:

aena tu macha churen, samawl churen, haus mani pei

and too much children, small children, house money

pay.

bilhoa mil no moa hilipino no nating

before mill no more Filipino no nothing.

Los pidgin de varias partes del mundo originaron rápidamente unas lenguas nuevas y completamente satisfactorias: las lenguas criollas. Esto ocurrió en Hawai en el espacio de una generación, lo que significa que los niños tuvieron que adoptar mientras crecían un conjunto de reglas gramaticales que sus padres no podían enseñarles y que, por consiguiente, debieron en cierto sentido haber «inventado» los propios niños. Lo más notable es que la gramática del criollo hawaiano parece ser prácticamente idéntica a las gramáticas de otros criollos surgidos de los pidgin en una generación, independientemente de la combinación de lenguas nativas representadas en cada caso. Por ejemplo, todas cuentan con un orden de palabras básico, en el cual el sujeto viene primero, el verbo después y el predicado en último lugar; asimismo, tienen reglas definidas para cambiar dicho orden a fin de resaltar un componente particular de la frase. Por ejemplo, en criollo hawaiano:

Ai si daet wan (I saw that one)

Ai no si daet wan (I didnt't see that one)

O, daet wan al si (Oh, that one I saw).

¿Cómo pudieron los niños que hablaban el pidgin hawaiano convertirlo en tan poco tiempo en criollo hawaiano? Según Bickerton, lo consiguieron porque el cerebro humano actual contiene un plan programado biológicamente para la adquisición de lenguas correctas, desde un punto de vista gramatical. Este programa se activa durante el período de maduración del niño y se desarrolla del mismo modo que el programa para andar. Los niños no podrían inventar nunca una lengua sin el influjo de la lengua de sus padres. Pero con una influencia mínima de la conducta lingüística de los demás dejan de «gatear». Una vez que se ponen de pie, no es necesario que nadie les enseñe el equivalente lingüístico de correr.

Con toda evidencia, el programa biológico que permite a los seres humanos contemporáneos adquirir la competencia lingüística no surgió repentinamente formada por completo de la cabeza del hábilis o del erectus. Como ocurre con nuestra capacidad para caminar o manipular objetos con un pulgar oponible, tuvo que darse un proceso gradual mediante el cual la selección natural fue sentando las bases para unas modalidades cada vez más eficaces de formación de conceptos y expresión lingüística de los mismos. ¿Cuáles fueron los primeros pasos? Creo que nuestros primos los simios tienen mucho que decir al respecto. Pero antes de mezclarlos en la discusión, permítanme aclarar algunos malentendidos corrientes sobre el carácter de las lenguas contemporáneas.

¿Lenguas primitivas?

Los lingüistas pensaban que las lenguas habladas por los pueblos «primitivos» contemporáneos se encontraban a medio camino entre los lenguajes de los animales y las lenguas civilizadas. Pero se vieron obligados a abandonar esta idea cuando descubrieron que la complejidad de las reglas gramaticales varía con independencia de los niveles de desarrollo político y tecnológico. Por ejemplo, el kwakiutl, una oscura lengua de los indios de América del Norte, tiene el doble de casos que el latín. Otros elementos para catalogar las lenguas «primitivas», tales como la presencia de palabras adecuadamente generales o específicas, demostraron ser indicadores igual de poco fiables de los niveles de evolución. Por ejemplo, los agtas de Filipinas disponen de treinta y un verbos distintos que significan «pescar», cada uno de los cuales se refiere a una forma particular de pesca. Pero carecen de una simple palabra genérica que signifique «pescar». En las lenguas del tronco tupí habladas por los amerindios de Brasil, existen numerosas palabras que designan especies distintas de loros, pero no existe una palabra genérica para «loro». Otros lenguajes carecen de palabras para lo específico; cuentan con palabras distintas para los números comprendidos entre el 1 y el 5, y después se sirven sencillamente de una palabra que significa «mucho». Los lingüistas de nuestros días se han dado cuenta de que carecer de palabras generales o específicas no tiene ninguna relación con el nivel evolutivo de las lenguas. Simplemente, refleja que las necesidades culturalmente definidas son específicas o generales. Los agtas, cuya subsistencia depende principalmente de la pesca, no tienen ninguna necesidad de referirse a la pesca como actividad general; lo importante para ellos son las formas específicas de pescar. Del mismo modo, los hablantes de lenguas de las sociedades ágrafas necesitan conocer las características distintivas de las plantas. Por término medio, identifican entre 500 y 1.000 especies vegetales distintas por su nombre, en tanto que los hablantes corrientes de lenguas de las sociedades urbanas industriales conocen sólo el nombre de 50 a 100 especies. Poco sorprendentemente, los habitantes de las ciudades se las arreglan mejor con conceptos vagos como hierba, árbol, arbusto, matorral o enredadera. Los hablantes de lenguas que carecen de números específicos después del 5 también se las arreglan muy bien, porque muy pocas veces tienen que ser precisos contando grandes cantidades. Si se presenta la ocasión de ser preciso, se las apañan repitiendo el término mayor cuantas veces sea necesario.

Los hablantes de las sociedades ágrafas también carecen frecuentemente de palabras para especificar los colores. Como no dominan las técnicas de los tintes y las pinturas, apenas necesitan conocerlos. Pero si es necesario, pueden siempre adaptarse a la ocasión refiriéndose al «color del cielo», al «color de la leche» o al «color de la sangre». Hasta las partes del cuerpo reciben nombres con arreglo a la necesidad cultural de referirse a ellos. En los trópicos, donde las personas no utilizan demasiada ropa, se suelen hablar lenguas que agrupan «mano» y «brazo» en un sólo término y «pierna» y «pie» en otro. La gente que vive en climas más fríos y que visten prendas especiales (guantes, botas, mangas, pantalones, etc.) para las diferentes partes del cuerpo, disponen más frecuentemente de palabras diferentes para «mano» y «brazo», «pie» y «pierna». Así pues, ninguna de estas diferencias puede considerarse prueba de una fase más primitiva o intermedia de la evolución lingüística. Los aproximadamente tres millares de lenguas habladas en el mundo de hoy poseen una estructura fundamental común y requieren sólo cambios menores en el vocabulario para cumplir con idéntica eficacia las tareas de almacenar, recuperar y transmitir información y de organizar la conducta social. Por consiguiente, la conclusión del gran lingüista antropológico Edward Sapir sigue teniendo vigencia: «Por lo que toca a la forma lingüística, Platón camina mano a mano con el porquero macedonio y Confucio con el salvaje cortador de cabezas de Assam». Y ahora, volvamos a los simios.

Los signos de los simios

Los simios en estado salvaje no demuestran dotes excepcionales de comunicación. Sus conductas de comunicación se componen en buena medida de expresiones faciales instintivas y lenguaje corporal. Arquean el labio superior formando una sonrisa cuando se ven amenazados, hacen pucheros en momentos de intranquilidad y enseñan los dientes en situaciones de peligro. Para demostrar sumisión, presentan el trasero, alargan una mano, se agachan y se menean; para infundir miedo, erizan el pelo, saltan, sacuden árboles, arrojan piedras, agitan los brazos y caminan desafiantes a cuatro patas. Algunos llegan a arrastrar ramas para llamar la atención e iniciar el movimiento del grupo en una dirección determinada. Utilizan sonidos vocálicos instintivos para expresar una gama de significados más amplia, pero aun así poco impresionante: aha significa que han encontrado comida, wrah comunica miedo, auk expresa perplejidad, un ladrido suave o una tos demuestran enojo. Lloran, gimotean o gritan para señalar que se hallan en peligro. Se saludan con resoplidos, expresan su excitación con ladridos y gruñen para mostrar que están satisfechos con sus compañeros de nido o cuando disfrutan de una buena comida. Ríen, jadean, chasquean los labios y castañetean los dientes con motivo de contactos físicos amistosos. Jadean y gritan, en fin, mientras copulan. Pero no tienen nombres para llamarse unos a otros, ni pueden decirse lo que han hecho sin ser vistos ni preguntar por objetos concretos, como un palo, una nuez, una piedra o un plátano (a menos que alguien cercano posea uno de esos objetos).

Lo anterior resume las capacidades de comunicación que los chimpancés exhiben en sus hábitats naturales. Pero, como en el caso de la utilización de herramientas, los chimpancés de zoológicos y laboratorios pueden superarse a sí mismos. Los científicos tardaron en darse cuenta de esto porque se centraron al principio en enseñarles a hablar. Eso es lo que intentaron Keith y Cathy Hayes con un chimpancé llamado Viki, al cual adoptaron desde pequeño y criaron como si fuese un bebé humano. Después de seis años de esfuerzos intensivos, Viki sólo podía decir «mamá», «papá», cup (taza) y up (arriba), y además no del todo claro. Pero la culpa no era ni de la garganta ni de la cabeza de Viki. Los sonidos del habla y del canto humano se originan en la laringe, que es la parte superior de la tráquea y que contiene las cuerdas vocales. Los sonidos pasan por una cámara de resonancia flexible denominada faringe, situada entre la laringe y la boca, y salen por último a través de la boca y la nariz.

El flujo de aire, interrumpido por la boca, los dientes y los labios, produce la mayor parte de los sonidos consonánticos del habla humana. Los sonidos vocálicos o y a pueden fabricarse en la laringe. Pero los sonidos vocálicos i, e y u, que se dan en todas las lenguas humanas conocidas, se producen en la faringe y no se pueden producir en la laringe. Los chimpancés (así como otros primates subhumanos) carecen de faringe. Este hecho fisiológico explica que Viki no pudiese aprender a pronunciar más que cuatro palabras.

A partir de 1966, con el intento de Allen y Beatrice Gardner de enseñar a un chimpancé hembra, llamado Washoe, a conversar en el lenguaje de signos norteamericano, los experimentos se centraron en la utilización de conductos visuales en lugar de auditivos para enseñar a los monos a entablar comunicación. En cuatro 0 cinco años, Washoe adquirió un repertorio de 160 signos que utilizaba en muchas combinaciones diferentes y originales. En primer lugar aprendió el signo de «abrir», que formaba parte de la petición de abrir una puerta determinada. Después pasó a indicar que se abriesen otros tipos de puertas, como la de la nevera y la del armario. Más tarde, generalizó el uso de «abrir» para pedir que se abriese cualquier tipo de continente, como los cajones del escritorio, carteras, cajas y tarros.

En cierta ocasión Susan, una ayudante de investigación, pisó la muñeca de Washoe. Esta disponía de muchas formas de decir lo que pensaba: «arriba, Susan», «Susan, arriba», «mía, por favor, arriba», «dame nena», «por favor, zapato», «más mía», «arriba, por favor», «por favor, arriba», «más arriba», «nena abajo», «zapato arriba», «nena arriba» o «por favor, sube». Poco después otro investigador, David Premack, utilizó un juego de fichas de plástico para enseñar a un chimpancé llamado Sara el significado de un conjunto de 150 símbolos, con los cuales podían comunicarse el uno con el otro. Premack hacía a Sara preguntas bastante abstractas como, por ejemplo: «¿A qué se parece una manzana?». Sara respondía seleccionando las fichas que significaban «rojo», «redondo», «rabo» y «menos apetecible que las uvas». Premack incorporó a su lengua humano-chimpancé reglas gramaticales rudimentarias. Sara aprendió a responder correctamente a las órdenes contenidas en las fichas de plástico y subordinadas a una estructura gramatical: «Sara, pon el plátano en el cubo y la manzana en el plato». Sin embargo, Sara no hacía a Premack peticiones subordinadas gramaticalmente como éstas.

Tanto Washoe como Lucy, un chimpancé criado por Roger Fouts, aprendieron a generalizar los signos correspondientes a «sucio» a partir del signo correspondiente a «heces». ¡Lucy lo aplicaba a Fouts cuando este le denegaba algo! Lucy inventó también las combinaciones «comida daño llorar» para denominar los rábanos y «fruta caramelo» para las sandías.

Otro enfoque, que se utilizó con un chimpancé de tres años y medio llamado Lana, consistía en la utilización de un teclado controlado por ordenador y de un lenguaje escrito, denominado yerkish. Lana podía escribir y leer frases del tipo de «por favor máquina, abre la ventana», distinguiendo correctamente las frases que comenzaban apropiadamente de las que no y que permitían o prohibían realizar combinaciones de palabras de yerkish según una secuencia permitida o prohibida, respectivamente.

El logro más espectacular de estos estudios es que han demostrado que los chimpancés adiestrados pueden transmitir lo que han aprendido a chimpancés no adiestrados sin mediación directa de los humanos. Loulis, un chimpancé de diez meses, fue presentado a Washoe, quien adoptó al joven y comenzó de inmediato a adiestrarlo. A los treinta y seis meses, Loulis utilizaba veintiocho signos que había aprendido de Washoe. Después de cinco años de aprender los signos que le enseñaban Washoe y otros chimpancés adiestrados, sin concurso de los humanos, Loulis adquirió el uso de cincuenta y cinco signos. Washoe, Loulis y otros chimpancés adiestrados utilizaban normalmente su lenguaje de signos para comunicarse entre sí, incluso en ausencia de los humanos. Estas «conversaciones», filmadas con cámaras de vídeo teledirigidas, tenían lugar de 118 a 649 veces al mes.

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