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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (7 page)

BOOK: Patriotas
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»Cuando oyó los disparos, el tipo del suelo intentó hacerse el héroe y saltó sobre mí. Le vacié las cuatro balas que quedaban en el cargador. La última le acertó en plena cara y le reventó la parte de atrás de la cabeza. Yo había puesto el piloto automático y actuaba sin pensar.

«Entonces me di cuenta de que el otro tipo, el del revólver, no estaba muerto del todo. Estaba sentado en el suelo, dando gritos ahogados y moviendo la pistola hacia los lados. Empezó a disparar. Por pura casualidad una de las balas le dio a Rose. Antes de que pudiese meter un cargador para volver a ponerlo sobre mi punto de mira, el tipo había gastado todas las balas del revólver. Seguía apretando el gatillo, apuntando con el arma hacia cualquier sitio. Al cabo de unos pocos segundos, se desplomó.

»Cogí mi caja de primeros auxilios y fui hasta donde estaba Rose. Vi que la bala había entrado y salido, y me di cuenta de que tenía una herida de consideración, así que la presioné tanto como pude. Puse gasas esterilizadas en los dos lados de la herida y la metí en la camioneta. Recuperé el Colt.45 que me habían robado y volví a ponérmelo en la funda del hombro. No toqué ni los cuerpos ni el coche.

»Como solo estábamos a una hora de camino, pensé que lo mejor que podía hacer era llegar hasta aquí. Por extraño que parezca, Rose estaba más o menos consciente. De hecho, hasta que llegamos a Bovill podía hablar con bastante coherencia; luego se desmayó. Hasta ese momento, fue capaz de controlar la hemorragia y de presionar con la mano la gasa que llevaba en la herida superior. Por suerte, Dan me había enseñado una vez el camino hasta vuestra casa, así que no me ha costado mucho encontrarla.

Mary había sacado de sus envoltorios algunos de los instrumentos que pensaba que iba a necesitar.

—¿Qué grupo sanguíneo tiene?

—No lo sé —contestó Jeff—, pero tiene su carné de donante en la cartera; estará en el bolso, en la camioneta. —Trasel salió corriendo a buscarla. Mary calculó que Rose debía de haber perdido alrededor de un litro de sangre. A continuación, le tomó el pulso y examinó el ritmo de la respiración, la presión sanguínea y las pupilas. Como si se encontrara rodeada de cirujanos en prácticas, dijo:

—Está bastante bien. El pulso le va a ciento quince, pero la presión arterial está un poco floja: ciento diez y cuarenta. Puede parecer raro, pero por lo que tengo entendido no es extraño cuando alguien pierde bastante sangre.

Rápidamente, improvisaron un quirófano en la cocina. La mesa se convirtió en la mesa de operaciones. Lisa la lavó con la mitad del contenido de una botella de alcohol desnaturalizado, mientras que T. K. ponía las cuatro quintas partes de un cazo lleno de agua a hervir. Jeff regresó con la tarjeta de donante de sangre de Rose. La única persona en el refugio que tenía A negativo, el tipo sanguíneo de Rose, era Dan Fong.

Mary preparó el brazo de Rose. Jeff la ayudó a colgar una botella de coloide intravenoso del enganche de la luz que había encima de la mesa. Mary dejó la válvula del gotero intravenoso en la posición más abierta posible para que la gota cayese con bastante velocidad.

Por suerte, en el hospital donde había trabajado en Chicago, un cirujano le había enseñado a hacer transfusiones. El cirujano tenía curiosidad por saber el motivo por el cual quería aprender una técnica tan obsoleta. Ella le contestó que pensaba que podría serle de utilidad si se producía un desastre de gran magnitud y el hospital se quedaba sin suministro de sangre.

—Ah, entonces tú eres de esos que están obsesionados con el tema de la supervivencia —le dijo el cirujano guiñándole un ojo.

Las instrucciones que le dio fueron extremadamente precisas. También le ofreció una explicación muy completa del material que necesitaría.

—Las grandes compañías ya no fabrican equipos de transfusión de persona a persona —le explicó—. Todo está diseñado para trabajar con paquetes de sangre, de plasma o de soluciones como la de Ringer, como lo que usan los paramédicos. Sin embargo, todos los conectores de los tubos son modulares, usan la misma medida que un cierre luer. En último caso, para hacer una transfusión directa siempre puedes utilizar un pedazo de tubo con agujas en los dos extremos.

Según le explicó, en general era mejor sacar sangre primero para a continuación inyectarla al otro paciente que hacer la transfusión de forma directa.

—Existe un riesgo bastante alto de perder de vista qué cantidad de sangre se le está extrayendo al donante si no se mide esta con determinadas unidades. Algunos donantes han perdido el sentido y han muerto a causa de donar demasiada sangre en una transfusión directa.

Poco después de su conversación con el cirujano, Mary añadió a su pequeño equipo médico seis juegos desechables para hacer transfusiones. Pese a que ya hacía tiempo que había memorizado las compatibilidades entre los distintos grupos sanguíneos, tecleó unas chuletas que les pudieran servir a los demás. Esas reglas eran para células de sangre roja almacenada en los bancos de sangre, pero también servían para la sangre que se donaba en el momento en una situación de emergencia. Mary hizo unas fotocopias, las plastificó y puso una junto a cada equipo de transfusiones. En las tarjetas se podía leer:

O+ puede recibir de O+ y O- y puede dar a O+, A+, B+ y AB+

O- puede recibir de O- y puede dar a todos. Es el donante universal.

A+ puede recibir de A+, A-, O+, O- y puede dar a A+ y AB+

A- puede recibir de A-, O-, y puede dar a A+, A-, AB+, AB-

B+ puede recibir de B+, B-, O+, O- y puede dar a B+, AB+

B- puede recibir de B-, O- y puede dar a B+, B-, AB+, AB-

AB+ puede recibir de todos, es el receptor universal, y puede dar a AB+

AB- puede recibir de AB-, A-, B-, O- y puede dar a AB+, AB-.

Mary dio una lección a los integrantes del grupo acerca de técnicas básicas de transfusión. La clase llegaba hasta el momento previo a llevar a cabo una transfusión real, pero mostraba cómo colocar tanto al donante como al receptor, cómo establecer y controlar el flujo de sangre, e incluía una demostración con dos de los miembros del grupo de cómo encontrar la arteria de un brazo o de una pierna.

Tanto Dan como T. K. tenían los brazos preparados para hacer la transfusión. T. K. era el único miembro del grupo que pertenecía al grupo sanguíneo O-, el grupo donante universal. Dan estaba colocado en el sofá. Mary aflojó el catéter e insertó el extremo del tubo para que comenzase así el transvase de sangre a un paquete vacío que había puesto en el suelo. El gotero que llevaba Rose estaba a punto de acabarse, así que Mary lo cambió.

—Voy a ponerle otra unidad a ritmo rápido mientras le sacamos la sangre a Dan —dijo con tono seco. Durante los siguiente minutos, continuó controlando los signos vitales de Rose mientras Dan donaba la primera unidad y se dio cuenta de que Rose estaba a punto de recuperar el sentido. Poco tiempo después, la primera unidad de sangre donada por Dan estaba llena. Mary esperó a que el segundo gotero de coloides estuviese casi vacío y después lo sustituyó por la primera unidad de sangre de Dan.

Luego se acercó donde estaba Dan y empezó a llenar un segundo paquete de plasma.

—Dan, si notas que te mareas, avísame. Vamos a sacarte una segunda unidad. —A continuación, Mary preparó una fuerte dosis de Ketalar, un anestésico general disociativo. La dosis estaba en función de una tabla que venía con cada frasco. Rose pesaría unos cincuenta y cinco kilos y había que tener en cuenta también el estado de semiinconsciencia en el que se encontraba. Con la dosis que le iban a suministrar, Rose estaría totalmente inconsciente durante cuatro horas. Mary añadió Ketalar a la transfusión por medio de una pequeña bolsa con una solución salina colocada justo debajo de la unidad de sangre de Dan y que unió a esta por medio de un conector en forma de te.

Transcurrido un cuarto de hora, Mary cortó el suministro de sangre de Dan e hizo que T. K. ocupase su lugar en el sofá. Luego, por medio de una abrazadera de rodillo, disminuyó la velocidad con la que le llegaba a Rose la sangre procedente de la unidad de Dan.

—No tenemos una cantidad ilimitada de sangre, así que esperaremos a continuar con la transfusión una vez haya empezado a explorar la zona —explicó a los demás.

Tras lavarse las manos una vez más, Mary se puso una mascarilla y un par de guantes esterilizados. La mascarilla no era estrictamente necesaria, pero como las tenía allí a mano le pareció conveniente ponérsela.

—El noventa y nueve por ciento del riesgo de infección está en las manos y en el instrumental, pero no cuesta nada añadir un poco de seguridad usando una mascarilla. —A continuación, retiró con mucha delicadeza las vendas, que estaban empapadas con la sangre a medio coagular—. Primero voy a explorar la herida de entrada de la bala. —Medio minuto más tarde, declaró—: Parece limpia, la bala no ha provocado un gran daño. —Mary pasó luego a la parte superior del hombro—. Esto está más sanguinolento —murmuró. A T. K. la última frase le sonó más a algo que diría alguien que estuviese descuartizando a un ciervo—.Voy a tener que desgajar este tejido muscular. Si el túnel de entrada es así de grande tras el impacto de entrada, el que produjo dentro debió de ser enorme. Además, hay algunos fragmentos de huesos procedentes de su escápula. Está completamente destrozada. ¿Con qué le dispararon?

—Una Magnum.357. Maldita sea mi estampa —contestó Jeff.

Mary dejó sobre la mesa la sonda roma que había estado utilizando y cogió un bisturí del cuatro con forma curva. Tras reanudar la transfusión de Kennedy, comenzó a cortar muy lentamente y con sumo cuidado algunas de las partes más dañadas.

—Aja, ya veo a la culpable —dijo tras unos instantes de silencio—. Una arteria de menos de dos milímetros, pero que es demasiado grande como para cerrarse por sí misma. No soy lo bastante hábil como para volver a juntarla, así que tendré que suturar y confiar en que no haya necrosis. Se supone que es una apuesta segura con arterias así de pequeñas. El buen Dios fue clarividente y concedió a la mayor parte de las zonas de nuestro cuerpo un doble suministro: aunque sacrifiquemos algunas de las venas o arterias más pequeñas, la sangre sigue llegando. Con las arterias más grandes, como la femoral o la subclavia, no se puede hacer eso, pero con las más pequeñas sí.

Mientras hablaba, cogió un portaagujas Derd y le enganchó un hilo de sutura absorbente previamente enhebrado. El proceso de sutura duró veinte inquietantes minutos.

—Menudo fastidio —se quejó Mary—. Sería mucho más fácil si esa pequeña arteria se quedase quieta y no estuviera todo el tiempo echando sangre.

Cuando la sutura estuvo acabada, Mary le pidió a T. K. que aflojara la abrazadera que presionaba el tubo de la transfusión, de forma que la sangre volvió a circular. Lisa había reemplazado el segundo depósito de sangre de Dan por el primero de Kevin, después de darle unos golpecitos al tubo para que algunas de las burbujas de aire que se habían formado saliesen a la cámara de expansión.

—Está bien, ahora voy a tener que hacer algo con lo que queda de escápula —dijo Mary tras pasarse un rato sondeando la zona—. El único problema es que no sé qué hacer. He sacado los fragmentos de hueso que quedaban sueltos, pero el borde se ha quedado muy rugoso, ¿alguien tiene alguna sugerencia?

—¿No se puede limar hasta dejarlo más suave? —preguntó Dan tras un momento de silencio.

—Sí, supongo que sí —repuso Mary—, pero en mi bolsa de artilugios no tengo nada que se parezca a una lima. Lo único un poco parecido es la sierra para cortar huesos, y es demasiado grande para esto. Lo que necesitaría es una versión en miniatura de una lima de máquina.

—Tengo un juego de limas suizas en mi caja de armero —dijo Dan con una de sus sonrisas características—. Puedes elegir entre todo tipo de dibujos. Ahora las traigo. —Mientras iba, Mary volvió a examinar las constantes vitales de su paciente.

Menos de diez minutos después, Dan sacó, con un par de fórceps de obstetricia, la lima elegida del fondo de un cazo de acero inoxidable lleno de agua hirviendo y se la acercó a Mary.

—Esto debería servir —afirmó ella, asintiendo. Agitó la lima en el aire para que se enfriara más rápidamente. Tras cinco minutos de limar cuidadosamente, volver a explorar la zona, echar un vistazo a la arteria suturada, irrigar la zona con solución salina y volver a limpiarla con una gasa, Mary ya casi había terminado.

Mientras tanto, Lisa acabó de extraer la segunda unidad de sangre a Kevin, tapó el catéter y lo pegó con cinta adhesiva en un lugar donde no corriese peligro.

—T. K. y Dan tienen que ir a tumbarse y ponerse a beber líquidos ahora mismo —dijo Mary, casi gritando—. Creo que aún quedan unas pocas botellas de Gatorade en la despensa. No les quitemos las vías, por si acaso tienen que volver a donar. Si fuese absolutamente necesario seguramente podrían donar media unidad cada uno mañana. Recemos para que Rose no comience a sangrar otra vez.

»Voy a dejar la herida abierta unos días —dijo levantando la vista hacia Lisa, que estaba de pie junto a ella—. Solo la voy a envolver con estas gasas húmedas. Coserla antes de tiempo sería un error, ahora es mucho más importante que drene bien. Vigilaremos la herida durante los próximos días. Espero que podamos cerrar el sitio de entrada de la bala y un día después el de salida, pero incluso entonces seguramente dejaré un tubo de drenaje. El cierre definitivo será dentro de una semana.

Cuando vio el reloj que había en la pared, Mary se dio cuenta de que habían pasado tres horas desde que había empezado a lavarse antes del reconocimiento. Tras volver una vez más a examinar los signos vitales de Rose, dijo con resolución:

—Bueno, he hecho todo lo que he podido. Lo normal es que salga de esta. El daño no ha sido muy grande y no he tenido que intentar nada demasiado arriesgado. Ya puedes darle las gracias al coronel Fackler.

—¿Quién es? —preguntó Jeff.

—Es el cirujano que escribió el capítulo acerca de heridas de bala en el manual de la OTAN de
Cirugía bélica de emergencia.
De no ser por él no tendría ni idea de cómo llevar a cabo la operación. —Mary se quitó los guantes y fue a echarse un rato. Estaba completamente exhausta.

La primera incorporación al grupo después de que lo fundaran Todd y T. K. fue la de Ken Layton, un pelirrojo larguirucho con una sonrisa contagiosa, amigo en ciernes de Tom. T. K. lo conoció en un grupo de jóvenes católicos. Ken era mecánico de automóviles, lo cual lo convertía en un fichaje muy interesante. Pese a tener la capacidad más que de sobra, Ken no había mostrado ninguna inclinación por ir a la universidad una vez acabado el instituto. En vez de eso, se puso a trabajar como mecánico de automóviles. Darle vueltas a una llave inglesa era la idea que Ken tenía de lo que era pasárselo bien, y desde luego se le daba de maravilla. Cuando se unió al grupo, Ken había cambiado dos veces de trabajo y ganaba cincuenta y ocho mil dólares al año. En 2009, tenía un sueldo anual de noventa y ocho mil dólares como ayudante de dirección de una tienda especializada en reparaciones y modificaciones de vehículos todo terreno.

BOOK: Patriotas
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