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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (39 page)

BOOK: Una campaña civil
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—¿Demasiado confiado, crees? ¿Se aprovecharía la gente de él?

—No, sólo demasiado absorto. Al final todo acabará en lo mismo.

Ekaterin suspiró, con una expresión distante en los ojos.

—Ojalá yo pudiera trabajar cuatro horas seguidas sin provocar el caos.

—Oh, pero tú eres distinta —dijo Martya—. Una de esas personas que se saca cosas sorprendentes de la manga, quiero decir —contempló el pequeño y sereno jardín—. Es un desperdicio que te ocupes del trabajo doméstico. Decididamente, lo tuyo son la investigación y el desarrollo.

Ekaterin sonrió con picardía.

—¿Me estás diciendo que no necesito un marido, que necesito una esposa? Bueno, al menos es un ligero cambio respecto a las insistencias de mi cuñada.

—Prueba en la Colonia Beta —le aconsejó Kareen, con un suspiro melancólico.

La conversación se detuvo con esta sorprendente idea. Los apagados sonidos de la ciudad resonaban en las paredes y en las casas, y la luz del sol abandonó el jardín, sumiendo la mesa en una fresca sombra.

—La verdad es que son unos bichos repulsivos —dijo Martya al cabo de un rato—. Nadie en su sano juicio los compraría jamás.

Kareen se encogió de hombros. Las cucarachas trabajaban demasiado. La cucaracha mantequera era la comida casi perfecta creada por la ciencia. Tendría que haber un mercado. La gente tenía tantos prejuicios…

Una sonrisa apareció en los labios de Martya, y añadió:

—Aunque el marrón y plata era perfecto. Creí que Pym iba a estallar.

—Si hubiera sabido qué estaba haciendo Enrique —dijo Ekaterin—, si hubiera pensado en ello. Repasé su tesis. El verdadero secreto está en el conjunto de microbios. —Como Martya alzó las cejas, continuó—: Es el conjunto de microorganismos biofabricados en las tripas de la cucaracha lo que hace el verdadero trabajo de descomponer lo que las cucarachas comen y convertirlo en, bueno, en lo que el diseñador elija. Enrique tiene docenas de ideas para futuros proyecto aparte de la comida, incluida una descabellada aplicación para la limpieza de la radiación medioambiental que podría… bueno. Mantener equilibrada (afinada, dice Enrique) la ecología microbiana, es la parta más delicada. Las cucarachas son sólo el envoltorio que se monta y se impulsa alrededor del grupo microbiano. Su forma es bastante arbitraria. Enrique se limitó a combinar lo elementos funcionales más eficaces de una docena de especies de insectos, sin ninguna intención estética.

—Desde luego —lentamente, Kareen se enderezó—. Ekaterin… lo tuyo es la estética.

Ekaterin hizo un gesto quitándose importancia.

—En cierto sentido, supongo.

—Sí, es lo tuyo, siempre llevas el cabello arreglado. Tu ropa siempre parece mejor que la de los demás, y no creo que te gastes más dinero en ella.

Ekaterin negó con la cabeza, reconociéndolo tristemente.

—Tienes eso que lady Alys llama
gusto infalible
, creo —continuó Kareen, con creciente energía—. Quiero decir, mira este jardín. Mark, Mark hace dinero y tratos. Lo de Miles son la estrategia y las tácticas, e involucrar a la gente para que haga lo que quiere —bueno, tal vez no siempre; los labios de Ekaterin se tensaron al oír su nombre. Kareen continuó—: Todavía no he descubierto lo que es lo mío. Lo tuyo… lo tuyo es la belleza. Realmente te envidio.

Ekaterin pareció conmovida.

—Gracias, Kareen. Pero en realidad no es nada que…

Kareen la interrumpió.

—No, escucha, esto es importante. ¿Crees que podrías hacer una cucaracha mantequera bonita? O, más bien, ¿hacer que las cucarachas mantequeras sean bonitas?

—No soy genetista…

—No me refiero a esa parte. Me refiero a si podrías
diseñar
alteraciones para esos bichos, de modo que la gente no quiera saltarse el almuerzo cuando vea uno. Para que Enrique las aplique.

Ekaterin se echó hacia atrás. Volvió a bajar las cejas y una expresión absorta apareció en sus ojos.

—Bueno… obviamente es posible cambiar los colores de las cucarachas y añadir diseños en la superficie. Eso tiene que ser bastante trivial, a juzgar por la velocidad con la que Enrique produjo las… um… cucarachas Vorkosigan. Habría que conservar las estructuras fundamentales en la tripa y las mandíbulas y todo eso, pero las alas y los caparazones de las alas no sirven ya. Posiblemente puedan ser alteradas a voluntad.

—¿Sí? Continúa.

—Los colores… habría que buscar colores que se encuentren en la naturaleza, para que tengan atractivo biológico. Pájaros, animales salvajes, flores… fuego…

—¿Se te ocurre algo?

—Se me ocurren una docena de ideas —sonrió—. Parece demasiado fácil. Casi cualquier cambio sería una mejora.

—No sólo cualquier cambio. Algo
glorioso
.

—Una cucaracha mantequera gloriosa —su boca se entreabrió con leve placer, y sus ojos chispearon con auténtica alegría por primera vez durante aquella visita—. Eso sí que es un desafío.

—Oh, ¿lo harías, podrías? ¿Lo harás? ¿Por favor? Soy accionista, y tengo tanta autoridad para contratarte como Mark o Enrique. Cualitativamente, al menos.

—Cielos, Kareen, no tienes que pagarme…


Nunca
—dijo Kareen con pasión —sugieras siquiera que no hay que pagarte. Lo que la gente paga, lo valora. Lo que obtiene gratis, lo da por hecho, y luego lo exige como un derecho. Exige lo que el mercado pueda soportar —vaciló, y entonces añadió ansiosamente—: Aceptarás acciones, ¿verdad? Ma Kosti lo hizo, para la asesoría de desarrollo de producto que hizo para nosotros.

—He de decir que Ma Kosti logró que el helado de manteca de cucaracha funcionara —admitió Martya—. Y el pan tampoco estaba mal. Cosa del ajo, supongo. Mientras no pensaras de dónde venía el material.

—¿Y qué? ¿Nunca has pensado de dónde proceden la mantequilla y los helados normales? Y la carne, y las salchichas, y…

—Puedo garantizarte que el filete de la otra noche venía de una tina limpia y hermosa. Tante Cordelia no admitiría otra cosa en la mansión Vorkosigan.

Kareen descartó el comentario, irritada.

—¿Cuánto tiempo piensas que tardarías, Ekaterin? —preguntó.

—No sé… un día o dos, supongo, para los diseños preliminares. Pero sin duda tendríamos que hablar con Enrique y Mark.

—Yo no puedo ir a la mansión Vorkosigan —se deprimió Kareen. Se enderezó otra vez—. ¿Podríamos reunirnos aquí?

Ekaterin miró a Martya, y luego a Kareen.

—No puedo ayudarte a burlar a tus padres con tu romance. Pero esto es un negocio legítimo. Podríamos reunirnos todos aquí si consigues su permiso.

—Tal vez —dijo Kareen—. Tal vez. Si tienen otro día o dos para calmarse… Como último recurso, podrías reunirte con Mark y Enrique tú sola. Pero quiero estar presente, si puedo. Sé que puedo venderles la idea, si tengo una oportunidad —le extendió la mano a Ekaterin—. ¿Trato hecho?

Ekaterin, divertida, se limpió la tierra de las manos contra la falda, se inclinó sobre la mesa y zanjó el trato con un apretón.

—Muy bien.

—Sabes que papá y mamá me obligarán a acompañarte, si piensan que Mark estará aquí —objetó Martya.

—Entonces puedes persuadirlos de que no haces falta. Eres un insulto, de todas formas.

Martya le sacó la lengua, pero se encogió de hombros, a regañadientes.

Oyeron voces y pisadas por la ventana abierta de la cocina; Kareen alzó la cabeza, preguntándose si sus tíos habían regresado. Y si tal vez alguno de ellos sabía algo de Miles o Tante Cordelia o… Pero para su sorpresa, en la puerta, detrás de Nikki, apareció el soldado Pym, con el uniforme de la Casa Vorkosigan, tan limpio y reluciente que parecía listo para la revisión del conde.

—… no sé, Nikki —decía Pym—. Pero sabes que puedes venir a jugar con mi hijo Arthur en nuestro apartamento, cuando quieras. De hecho, me preguntó por ti anoche.

—¡Mamá, mamá! —Nikki dio saltitos ante la mesa del jardín—. ¡Mira, Pym está aquí!

La expresión de Ekaterin se cerró como si hubiera caído postigos sobre su cara. Miró a Pym con extrema cautela.

—Hola, soldado —dijo, en tono totalmente neutro. Miró a su hijo—. Gracias, Nikki. Ahora vete, por favor.

Nikki se marchó, mirando reacio hacia atrás. Ekaterin esperó.

Pym se aclaró la garganta, le sonrió tímidamente y le dirigió una especie de saludo.

—Buenas noches, señora Vorsoisson. Confío en que esté bien.

Su mirada pasó a las hermanas Koudelka: les dirigió un saludo cortés, aunque curioso, con la cabeza.

—Hola, señorita Martya, señorita Kareen. Yo… esto es inesperado —parecía que estaba revisando algún discurso ya ensayado.

Kareen se preguntó frenéticamente si debía considerar que su prohibición de hablar con nadie de la mansión Vorkosigan se refería sólo a la familia inmediata, o también a los soldados. Sonrió a Pym. Tal vez él pudiera hablarle a ella. Sus padres no podían hacer cumplir su paranoica regla a todo el mundo. Después de una pausa, Pym sacudió la cabeza y devolvió su atención a Ekaterin.

Pym sacó un gran sobre de su túnica, de grueso papel crema, con el escudo de armas de los Vorkosigan (igual que la espalda de la cucaracha mantequera). En él aparecían escritas con letra clara las palabras
Señora Vorsoisson
.

—Señora. Lord Vorkosigan me ordena que le entregue esto en mano. Dice que le diga que siente haber tardado tanto. Ha sido por culpa de las tuberías, claro. Bueno, milord no dijo eso, pero el accidente nos retrasó.

Estudió su rostro ansiosamente, a la búsqueda de su respuesta. Ekaterin aceptó el sobre y lo miró como si pudiera contener explosivos.

Pym dio un paso atrás, y le dirigió un saludo formal. Cuando, pasado un momento, nadie dijo nada, hizo otro medio saludo y dijo:

—No pretendía molestarla, señora. Mis disculpas. Me pondré en camino. Gracias —giró sobre sus talones.

—¡Pym! —su nombre, salido de los labios de Kareen fue casi un alarido; dio un respingo, y se volvió—. ¡No te atrevas a marcharte así! ¿Qué está pasando por allí?

—¿No es eso romper tu palabra? —preguntó Martya, con desapego quirúrgico.

—¡Vale! ¡Vale! ¡Pregúntale tú, entonces!

—Oh, muy bien —con un suspiro de resignación, Martya se volvió hacia Pym—. Dime, Pym, ¿qué les ha pasado a las tuberías?

—¡No me interesan las tuberías! —chilló Kareen—. ¡Me interesa Mark! Y mis acciones.

—¿Y? Mamá y papá dicen que no puedes hablar con nadie de la mansión Vorkosigan, así que te fastidias. Yo sí quiero saber qué pasa con las tuberías.

Pym alzó las cejas y sus ojos brillaron brevemente. Una especie de piadosa inocencia apareció en su voz.

—Lamento muchísimo oír eso, señorita Kareen. Confío en que el comodoro levante la cuarentena muy pronto. Milord me dijo que no quedara a inquietar a la señora Vorsoisson intentando enmendar las cosas, ni la molestara ofreciéndome a esperar una respuesta, ni la molestara viéndola leer su nota. Fueron exactamente sus palabras. Nunca me ordenó que no hablara con ustedes, supongo que porque no esperaba que estuvieran aquí.

—Ah —dijo Martya, con cierto tonillo de deleite, según Kareen—. Así que puedes hablar conmigo y con Kareen, pero no con Ekaterin. Y Kareen puede hablar con Ekaterin y conmigo…

—No es que yo quiera hablar contigo —murmuró Kareen.

—… pero no contigo. Eso me convierte en la única persona presente que puede hablar con todo el mundo. Qué… agradable. Háblame de las tuberías, querido Pym. No me digas que se han vuelto a atascar.

Ekaterin se guardó el sobre en el bolsillo interior de la chaquetilla, apoyó el codo en el respaldo de su silla y la barbilla en la mano, y escuchó con las cejas fruncidas.

Pym asintió.

—Me temo que así es, señorita Martya. Anoche, tarde, el doctor Borgos… —los labios de Pym se contrajeron al pronunciar el nombre—, como tenía mucha prisa por volver a buscar a su reina desaparecida, tomó la cosecha de dos días de manteca de cucaracha… unos cuarenta o cincuenta kilos, calculando más tarde… que empezaban a rebosar de los contenedores porque la señorita Kareen no está allí para cuidar bien de las cosas, y lo tiró todo por el desagüe del laboratorio. Cuando encontró ciertas condiciones químicas se… cuajó. Como si fuera escayola. Bloqueó por completo las tuberías, en una casa con más de cincuenta personas: todo el personal de los Virreyes llegó ayer, y mis compañeros y sus familias… lo cual causó una crisis acuciante e inmediata.

Martya tuvo el mal gusto de reírse. Pym simplemente permaneció estirado.

—El lord Auditor Vorkosigan —continuó Pym, mirando subrepticiamente a Ekaterin—, como tiene gran experiencia militar con las cloacas, respondió de inmediato y sin vacilación a la súplica de su madre, y reclutó una fuerza de choque para tratar con el problema. O sea, el soldado Roic y yo, desde luego.

—Tu valor y, um, utilidad me sorprenden —comentó Martya, mirándolo con fascinación cada vez mayor.

Pym se encogió humildemente de hombros.

—La necesidad de chapotear metidos hasta las rodillas en manteca de cucaracha, trozos de árbol, y, er, todas las otras cosas que hay en las cloacas, no podía ser rechazada honorablemente cuando se sigue a un líder que tiene que chapotear, um, hasta más arriba de las rodilla. Como milord sabía exactamente adónde iba, no nos llevó mucho tiempo, y en la casa todos se alegraron. Pero he tenido que venir más tarde de lo previsto a traerle a la señora Vorsoisson esta carta porque todos nos hemos retrasado esta mañana.

—¿Qué le pasó al doctor Borgos? —preguntó Martya, y Kareen apretó los dientes, cerró los puños y se agitó en su asiento.

—Mi sugerencia de que lo ataran boca abajo en la pared del subsótano mientras, um, el nivel del
líquido
aumentaba fue injustamente rechazada. Creo que la condesa tuvo una pequeña charla con él, después, sobre qué tipo de materiales podía y no podía arrojar por los desagües de la mansión Vorkosigan. —Pym reprimió un suspiro—. Milady es demasiado amable y gentil.

Como la historia había terminado al parecer, Kareen dio un puñetazo a Martya en el hombro y susurró:

—Ahora pregúntale cómo está
Mark
.

Hubo un momento de silencio, mientras Pym esperaba benigno a su traductora y Kareen reflexionaba acerca de que, probablemente, hacía falta alguien con un sentido del humor tan arcano como Pym para llevarse tan bien con un jefe como Miles. Por fin, Martya preguntó sin ninguna gracia:

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