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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (43 page)

BOOK: Una campaña civil
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Ella sonrió divertida, le dio las gracias y guardó el documento. Bueno, si ella se lo tomaba como dinero de pega, al menos no había entregado un trabajo de pega. Como Miles, tal vez fuera una de esas personas incapaces de ir a otra velocidad que no fuera adelante y a toda máquina. Todo bien hecho por la gloria de Dios, como decía la condesa. Mark miró de nuevo la cucaracha gloriosa, que Enrique estaba haciendo girar ahora un poco más.

—Supongo que será mejor que nos marchemos —dijo Mark, con una última mirada anhelante hacia Kareen. El tiempo es oro y todo eso—. La caza de cucarachas lo ha puesto todo patas arriba. Investigación y desarrollo… apenas podemos mantener a los insectos que tenemos.

—Considéralo una limpieza de la fuente industrial —aconsejó Martya—. Antes de que se escape arrastrándose.

—Tus padres han dejado que Kareen venga aquí hoy, ¿crees que al menos la dejarían volver al trabajo?

Kareen sonrió sin esperanza.

Martya torció la boca y sacudió la cabeza.

—Se han aplacado un poco, pero no tan rápido. Mamá no dice mucho, pero papá… Papá siempre se ha enorgullecido mucho de ser un buen padre, ¿sabes? Y todo eso del Orbe betano y, bueno, tú, Mark, no estaba en su manual de instrucciones del buen padre barrayarés. Tal vez haya estado demasiado tiempo en el Ejército. Aunque la verdad es que no se puede decir que se esté tomando con tranquilidad el compromiso de Delia, y eso que ella está cumpliendo todas las viejas normas, por lo que él sabe.

Kareen alzó una ceja intrigada al oír esto, pero Martya no explicó nada más.

Martya se volvió hacia la comuconsola, donde la cucaracha gloriosa chispeaba y brillaba ante la mirada embelesada de Enrique.

—Por otro lado… los padres-guardianes no me han prohibido que vaya a la mansión Vorkosigan a

.

—Martya… —suspiró Kareen—. Oh, ¿podrías hacerlo? ¿Lo harías?

—Eh, tal vez —ella miró a Kareen con los ojos entornados—. Estaba pensando en que también podría compartir alguna de esas acciones.

Mark alzó las cejas. ¿Martya? ¿La siempre práctica Martya? ¿Para hacerse cargo de la caza de bichos y hacer volver a Enrique a sus códigos genéticos, sin quintillas? ¿Martya para mantener el laboratorio, para ocuparse de los suministros y suministradores, para no tirar por el desagüe manteca de cucaracha? ¿Qué más daba que lo considerara una especie de repulsiva cucaracha mantequera de tamaño gigante que su hermana había adoptado como mascota? No tenía ninguna duda de que Martya podría hacer que las cosas funcionaran a tiempo…

—¿Enrique?

—¿Mmm? —murmuró Enrique, sin apartar la mirada.

Mark consiguió llamar su atención desconectando el vid, y le explicó la oferta de Martya.

—Oh, sí, sería magnífico —accedió alegremente el escobariano. Le sonrió esperanzado a Martya.

Cerraron el trato, aunque a Kareen no parecía hacerle demasiada gracia tener que compartir acciones con su hermana. Martya decidió regresar con ellos a la mansión Vorkosigan en el acto, así que Mark y Enrique se levantaron para despedirse.

—¿Estarás bien? —le preguntó Mark a Kareen en voz baja, mientras Ekaterin se ocupaba de descargar sus diseños para que Enrique se los llevara.

Ella asintió.

—Sí. ¿Y tú?

—Me las apañaré. ¿Cuánto tiempo crees que tardará en resolverse este asunto?

—Ya está resuelto —su expresión era preocupantemente fría—. He dejado de discutir, aunque no estoy segura de que ellos se hayan dado cuenta todavía. Mientras siga viviendo en la casa de mis padres, seguiré obedeciendo sus reglas, por ridículas que sean. En el momento en que descubra cómo irme a otro sitio sin comprometer mis objetivos a largo plazo, me marcharé. Para siempre, si hace falta —su boca mostraba una mueca firme y decidida—. No espero estar allí mucho tiempo.

—Oh —dijo Mark. No estaba exactamente seguro de lo que significaba aquello, pero parecía… amenazador. Le aterraba pensar que él pudiera ser la causa de que Kareen perdiera a su familia. Había tardado toda una vida, e invertido unos esfuerzos terribles, en ganarse un lugar en la suya propia. El clan del comodoro siempre le había parecido un refugio dorado—. Es… un sitio solitario. Estar ahí fuera.

Ella se encogió de hombros.

—Así sea.

La reunión de negocios terminó. Última oportunidad… Estaban en el pasillo, con Ekaterin despidiéndolos, y fue entonces cuando Mark hizo acopio de valor para decirle:

—¿Hay algún mensaje que pueda llevar de su parte? A la mansión Vorkosigan, me refiero —estaba absolutamente seguro de que su hermano lo emboscaría a su regreso, dada la manera en que Miles lo había sermoneado al partir.

Una renovada cautela oscureció el rostro de Ekaterin. Desvió la mirada. Se llevó la mano a la chaquetilla, sobre su corazón; Mark detectó un ligero crujido de papel caro bajo el suave tejido. Se preguntó si Miles experimentaría alguna humillación al descubrir dónde estaba guardado su esfuerzo literario o si eso lo haría más bien molestamente feliz.

—Dígale —dijo ella por fin, sin necesidad de especificar a quién —que acepto sus disculpas, pero que no puedo responder a su pregunta.

Mark sintió que tenía el deber como hermano de hablar bien de Miles, pero la dolorosa reserva de la mujer lo dejó sin habla. Por fin murmuró, apenado:

—Él se preocupa mucho, ya sabe.

Ella asintió levemente y le dedicó una sonrisa breve y triste.

—Sí. Lo sé. Gracias, Mark —eso pareció zanjar el asunto.

Kareen avanzó hacia la derecha por la acera mientras los demás lo hacían hacia la izquierda para dirigirse hacia donde el soldado prestado esperaba con el vehículo prestado. Mark retrocedió un momento, para verla marcharse. Ella continuó caminando, con la cabeza gacha, sin mirar atrás.

Miles, que había dejado abierta a propósito la puerta de su suite, oyó regresar a Mark. Salió al pasillo y se asomó al rellano con aire depredador para verlo llegar. Todo cuanto notó fue que Mark parecía acalorado: el inevitable resultado de llevar tanta grasa y tanto negro a cuestas con aquel tiempo.

—¿La has visto? —preguntó acuciante.

Mark se le quedó mirando, alzando las cejas con ironía. Estaba claro que sopesó un par de respuestas antes de decidirse por un sencillo y prudente:

—Sí.

Las manos de Mark se aferraron a la barandilla.

—¿Qué ha dicho? ¿Pudiste preguntarle si había leído mi carta?

—Como tal vez recuerdes, me amenazaste explícitamente de muerte si me atrevía a preguntarle si había leído tu carta o si tocaba el tema de algún modo.

Impaciente, Miles agitó una mano.


Directamente
. Ya sabes que quería decir que no se lo preguntaras
directamente
. Pero ¿has notado… algo?

—¿Si noto lo que una mujer está pensando sólo con verla? ¿Tengo aspecto de eso? —Mark se indicó la cara y se lo quedó mirando.

—¿Cómo demonios voy a saberlo? No puedo saber qué estás pensando porque tienes cara de enfado. Normalmente tienes cara de enfado.

La última vez fue de indigestión
. Aunque en el caso de Mark, las molestias de estómago tendían a estar preocupadamente relacionadas con sus otros difíciles estados emocionales. Demasiado tarde, Miles se acordó de preguntar:

—Y esto… ¿cómo está Kareen? ¿Está bien?

Miles hizo una mueca.

—Más o menos. Sí. No. Tal vez.

—Oh —tras un instante, Miles añadió—: Uf. Lo siento.

Mark se encogió de hombros. Miró a Miles, que ahora continuó subiendo la escalera, y sacudió la cabeza con exasperada piedad.

—La verdad es que Ekaterin me ha dado un mensaje para ti.

—¿Que
qué
?

—Ha dicho que aceptaba tus disculpas. Enhorabuena, querido hermano: parece que has ganado la medalla de los mil metros arrastrándote. Deben de haberte dado algún punto extra por el estilo, supongo.

—¡Sí! ¡Sí! —Miles dio un puñetazo al pasamanos—. ¿Qué más? ¿Ha dicho algo más?

—¿Qué más esperabas?

—No sé. Cualquier cosa.
Sí, puede visitarme
, o
No, no vuelvas a pisar mi casa nunca más
, o algo. ¡Una pista, Mark!

—A mí que me registren. Tendrás que buscar tus propias pistas.

—¿Puedo? Quiero decir, ¿no llegó a prohibir que volviera a molestarla?

—Dijo que no podía responder a tu pregunta. Chúpate esa, criptomán. Tengo mis propios problemas. —Sacudiendo la cabeza, Mark se perdió de vista, dirigiéndose hacia el fondo de la casa y el ascensor.

Miles se retiró a sus habitaciones y se sentó en el gran sillón, junto al ventanal que daba al jardín trasero. De modo que la esperanza volvía a tambalearse, como un criocadáver resucitado, mareado y vacilante bajo la luz. Pero no, decidió Miles con firmeza, crioamnésico. No esta vez. Vivía, luego aprendía.

No puedo responder a su pregunta
no le parecía un
no
. Tampoco parecía un

, claro. Parecía… una oportunidad más. Por la gracia de un milagro, parecía que se le permitía empezar de nuevo. Vuelve a la casilla uno y empieza otra vez, vamos.

¿Cómo acercarse entonces a ella?
Creo que no más poesía. No nací bajo un planeta rimado
. A juzgar por los esfuerzos del día anterior, que había recogido prudentemente de la papelera y quemado aquella mañana junto con otros embarazosos borradores, cualquier poesía que surgiera de su pluma sería un ripio. Peor: si por casualidad conseguía algo bueno, ella probablemente querría más, y entonces ¿dónde se las vería él? Imaginó a Ekaterin, en alguna futura encarnación, gritándole furiosa
¡No eres el poeta con el que me casé!
No más falsas pretensiones. Los timos no funcionan a la larga.

Sonaron voces en el pasillo de la entrada. Pym estaba recibiendo a una visita. Desde lejos, se trataba de alguien a quien Miles no reconocía; varón, así que probablemente venía a ver a su padre. Miles dejó de prestar atención y continuó sentado.

Ella acepta tus disculpas. Ella acepta tus disculpas
. La vida, la esperanza y todas las cosas buenas se desplegaron ante él.

El pánico no reconocido que había atenazado su garganta desde hacía semanas pareció suavizarse mientras contemplaba el paisaje soleado. Ahora que la secreta urgencia que lo impulsaba había desaparecido, tal vez pudiera frenar el ritmo lo suficiente para convertirse en algo sencillo y tranquilo, en su amigo. ¿Qué le gustaría a ella…?

Tal vez pudiera invitarla a dar un paseo con él, a algún sitio agradable. Posiblemente no a un jardín, todavía no, claro. Un bosque, una playa… cuando no supiera de qué hablar, podrían entretenerse mirando el paisaje. No es que esperara quedarse sin palabras. Cuando pudiera decir la verdad, y ya no estuviera constreñido por los engaños y mentiras, las posibilidades se abrirían de una manera sorprendente. Había tanto que decir… Pym se aclaró la garganta desde la puerta. Miles volvió la cabeza.

—Lord Richars Vorrutyer ha venido a verlo, lord Vorkosigan —anunció Pym.

—Es lord Vorrutyer, si no le importa, Pym —le corrigió Richars.

—Su primo, Milord —Pym, con un breve ademán, condujo a Richars al salón. Richars, perfectamente consciente del detalle dirigió al soldado una mirada recelosa al pasar.

Miles no había visto a Richars desde hacía un año o más, pero no había cambiado mucho; parecía tal vez un poco mayor, debido a las entradas en la frente y el aumento del perímetro de su cintura. Llevaba un traje azul y gris que recordaba los colores de la Casa Vorrutyer, más apropiado para el uso diario que la imponente formalidad del uniforme, aunque conseguía sugerir, sin reclamarlo abiertamente, el atuendo del heredero de un condado. Richars seguía pareciendo permanentemente fastidiado: en eso no había ningún cambio.

Richars contempló las antiguas habitaciones del general Piotr, frunciendo el ceño.

—¿Necesitas de pronto un Auditor Imperial, Richars? —lo instó Miles amablemente, no demasiado contento con la intrusión. Quería escribir su siguiente nota a Ekaterin, no tratar con Vorrutyer. Cualquier Vorrutyer.

—¿Qué? ¡Desde luego que no!

Richars pareció indignarse, luego parpadeó mirando a Miles como si acabara de recordar su nueva posición.

—No he venido a verte. He venido a ver a tu padre respecto al inminente voto del Consejo sobre ese alocado pleito de Lady Donna. —Richars sacudió la cabeza—. Se ha negado a verme. Me ha enviado aquí.

Miles alzó las cejas hacia Pym.

—El conde y la condesa —entonó Pym —tienen obligaciones sociales esta noche y están descansando esta tarde, milord.

Había visto a sus padres en el almuerzo: no parecían en absoluto cansados. Pero su padre le había dicho la noche anterior que pretendía tomarse la boda de Gregor como unas vacaciones en su trabajo como Virrey, no como una recuperación de sus deberes como conde, vamos muchacho, lo estás haciendo bien. Su madre había apoyado su plan.

—Sigo siendo el depositario del voto de mi padre, sí, Richars.

—Pensaba que, como ha vuelto a la ciudad, se haría cargo de los asuntos. Ah, bien —Richars estudió a Miles vacilante, se encogió de hombros, y avanzó hacia el ventanal.

Todo mío, ¿eh?

—Um, siéntate. —Miles indicó la silla frente a él, al otro lado de la mesita—. Gracias, Pym, eso será todo.

Pym asintió y se retiró. Miles no sugirió que trajera refrescos, ni cualquier otra cosa que impidiera que Richars soltara rápidamente su discurso, fuera cual fuese. Desde luego Richars no había venido por el placer de su compañía, y no es que su compañía valiera mucho en aquel preciso momento.
Ekaterin, Ekaterin, Ekaterin

Richars se acomodó y dijo, en un tono que pretendía ser claramente compasivo:

—Me he encontrado con tu grueso clon por el pasillo. Debe de ser una verdadera cruz para ti. ¿No puedes hacer nada con él?

Era difícil decidir si Richars encontraba más ofensiva la obesidad de Mark o su existencia. Por otro lado, Richars también estaba ahora agobiado por un pariente que había hecho una embarazosa elección corporal. Pero Miles también recordó por qué, si no se quitaba exactamente de su camino para evitar a su primo-no-alejado-lo-suficiente Vorrutyer, no buscaba su compañía.

—Sí, bueno, es nuestra
cruz
. ¿Qué quieres, Richars?

Richars se echó hacia atrás, apartando de su cabeza la distracción que suponía Mark.

—He venido a hablar con el conde Vorkosigan sobre… aunque ahora que lo pienso… tengo entendido que has visto a lady Donna desde que regresó de la Colonia Beta.

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