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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (20 page)

BOOK: Una campaña civil
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—Soy la Jefa Cuidadora de Insectos de esta empresa —continuó Kareen—. Querían nombrarme ayudante de laboratorio, pero supuse que como accionista tenía derecho al menos a escoger mi título. Lo admito, no tengo ningún otro cuidador a mis órdenes, todavía, pero nunca viene mal ser optimista.

—Desde luego.

La débil sonrisa de la mujer no era en absoluto Vor-superior; demontres, no había dicho que fuera lady o madame Vorsoisson. Algunos Vor podían ser muy quisquillosos respecto a su título correcto, sobre todo si era lo único que habían conseguido en la vida. No, si Ekaterin fuera de esa clase, habría recalcado el
lady
desde el primer instante.

Kareen abrió la tapa de metal de una de las cajas, metió la mano y sacó una obrera. Empezaba a ser bastante buena manejando a las pequeñas bestias sin querer vomitar, mientras no tuviera que mirar con demasiada atención sus pequeños abdómenes pulsátiles. Kareen le tendió el bicho a la jardinera y empezó a imitar bastante bien el discurso comercial de Mark sobre Mejores Cucarachas Mantequeras para un Barrayar Más Brillante.

Aunque la señora Vorsoisson alzó las cejas, no gritó, se desmayó ni salió corriendo al ver por primera vez un bicho semejante. Siguió con interés la explicación de Kareen, e incluso estuvo dispuesta a sostener la cucaracha y darle una hoja de arce. Había algo muy atrayente en dar de comer a seres vivos, Kareen tenía que admitirlo; tendría que tenerlo en cuenta para presentaciones futuras. Enrique, interesado por las voces que llegaban discutiendo sobre su tema favorito, se acercó e hizo todo lo posible por contribuir a su causa añadiendo a las explicaciones esquemáticas de Kareen largas y tediosas notas técnicas a pie de página. El interés de la diseñadora de jardines aumentó visiblemente cuando Kareen llegó al futuro plan para crear un insecto que consumiera vegetación barrayaresa.

—Si les pudieran enseñar a comer enredaderas estranguladoras, los granjeros del Continente Sur comprarían y mantendrían colonias sólo para eso —le dijo la señora Vorsoisson a Enrique—, produjeran también comida o no.

—¿De verdad? —dijo Enrique—. No lo sabía. ¿Conoce usted la flora local?

—Todavía no soy botánica diplomada… pero tengo algo de experiencia práctica, sí.

—Práctica —repitió Kareen. Una semana con Enrique le había enseñado a apreciar esa cualidad.

—Veamos esa caca de insecto —dijo la jardinera.

Kareen la condujo hasta el cubo y alzó la tapa. La mujer se asomó al montón de materia oscura y pegajosa, se inclinó, olisqueó, le pasó el dedo por encima y una parte se le quedó en los dedos.

—Santo cielo.

—¿Qué? —preguntó Enrique ansiosamente.

—Esto parece, huele y tiene el tacto del mejor abono que haya visto jamás. ¿Qué composición química tiene?

—Bueno, depende de lo que estén comiendo las chicas, pero… —Enrique se lanzó a una disertación sobre la tabla periódica de los elementos. Kareen entendió aproximadamente la mitad de lo que decía.

La señora Vorsoisson, sin embargo, parecía impresionada.

—¿Podría llevarme un poco para probarlo con las plantas de casa? —preguntó.

—Oh, sí —dijo Kareen, agradecida—. Llévese todo el que quiera. Va a haber un montón, y empezaba a preguntarme dónde encontrar un sitio seguro para eliminarlo.

—¿Eliminarlo? ¡Si es la mitad de bueno de lo que parece, métanlo en bolsas de diez kilos y véndanlo! Todo el mundo que intenta cultivar plantas terrestres querrá probarlo.

—¿Eso le parece? —dijo Enrique, ansioso y complacido—. No pude hacer que nadie se interesara, allá en Escobar.

—Esto es Barrayar. Durante mucho tiempo, quemar y abonar fue la única forma de terraformar el suelo, y sigue siendo la más barata. Nunca hubo suficiente abono de origen terrestre para hacer que el suelo viejo se volviera fértil y se crearan nuevas tierras. En la Era del Aislamiento, incluso libraron una guerra por la mierda de caballo.

—Ah, sí, lo recuero de mis clases de historia —sonrió Kareen—. Una guerra pequeña, pero muy… simbólica.

—¿Quién combatió a quién? —preguntó Enrique—. ¿Y por qué?

—Supongo que en realidad la guerra se libró por dinero y privilegios tradicionales Vor —le explicó la señora Vorsoisson—. Era costumbre, en los Distritos donde se acuartelaban las tropas de caballería imperial, distribuir gratis los productos de los establos a todo aquel que apareciera con un carro para llevárselos; quien primero llegaba primero se servía. Uno de los emperadores con más problemas económicos decidió quedárselo todo para las tierras imperiales o venderlo. El tema acabó provocando una discusión por la herencia de un Distrito, y se desencadenó la guerra.

—¿Y qué pasó al final?

—En
esa
generación, los derechos recayeron sobre los condes de los Distritos. En la siguiente generación, el emperador los recuperó. Y en la generación siguiente… bueno, ya no teníamos mucha caballería. —Se acercó al fregadero para lavarse las manos y añadió por encima del hombro—: Sigue existiendo la costumbre de distribuirlo todas las semanas en los Establos Imperiales de Vorbarr Sultana, donde está alojada la caballería de gala. La gente acude en sus vehículos de tierra y se lleva una bolsa o dos para el jardín, sólo en nombre de los viejos tiempos.

—Señora Vorsoisson, he vivido cuatro años a base de los productos de las cucarachas mantequeras —le dijo Enrique ansiosamente mientras se secaba las manos.

—Mm —dijo ella, y se ganó la admiración de Kareen al momento al recibir la declaración sin abrir más que un poquito los ojos.

—Necesitamos a alguien que nos guíe a gran escala por la vegetación nativa —continuó Enrique—. ¿Cree que podría usted ayudarnos?

—Supongo que podría darles unas indicaciones generales, y algunas ideas sobre cómo proseguir. Pero lo que realmente necesitan es un oficial agrónomo del Distrito… Sin duda lord Mark podrá acceder al que existe en el Distrito Vorkosigan.

—¿Ve? —lloriqueó Enrique—. Ni siquiera sabía que existiera un oficial agrónomo del Distrito.

—No estoy segura de que Mark lo sepa tampoco —añadió Kareen, dubitativa.

—Apuesto a que el encargado de los Vorkosigan, Tsipis, podría guiarlos —dijo la señora Vorsoisson.

—Oh, ¿conoce usted a Tsipis? ¿No es un hombre encantador? —dijo Kareen.

La señora Vorsoisson asintió al instante.

—No lo he visto todavía en persona, pero me ha ayudado muchísimo a través de la comuconsola con el proyecto de jardín de lord Vorkosigan. Quería preguntarle si puedo ir al Distrito a recoger piedras y rocas de las montañas Dendarii para el arroyuelo previsto… el agua del jardín tendrá la forma de un arroyo de montaña, verá, y pensé que lord Vorkosigan agradecería un toque familiar.

—¿Miles? Sí, le encantan esas montañas. Solía visitarlas a menudo cuando era más joven.

—¿De verdad? No me ha hablado mucho de esa parte de su vida…

Mark apareció en la puerta en ese instante, abriéndose paso con una gran caja de suministros de laboratorio.

Enrique lo ayudó con un grito de alegría, se llevó la caja al banco y empezó a abrirla.

—Ah, señora Vorsoisson —la saludó Mark, recuperando el aliento—. Gracias por los trozos de arce. Parecen ser un éxito. ¿Ya conoce a todo el mundo?

—A todos —le aseguró Kareen.

—Le gustan nuestras cucarachas —dijo Enrique, feliz.

—¿Ha probado la manteca? —preguntó Mark.

—Todavía no —respondió la señora Vorsoisson.

—¿Estaría dispuesta a hacerlo? Quiero decir, ya ha visto los bichos, ¿no? —Mark le sonrió inseguro a su nueva clienta/sujeto de pruebas potencial.

—Oh… bueno —la sonrisa de la jardinera fue un poco débil—. Un bocadito. Por qué no.

—Dásela a probar, Kareen.

Kareen tomó de uno de los estantes un tubo de manteca de cucaracha y lo abrió. Esterilizado y sellado, el material se mantenía indefinidamente a temperatura ambiente. Acababa de recolectar esa hornada aquella misma mañana: los bichos habían respondido con entusiasmo a su nuevo forraje.

—Mark, vamos a necesitar más contenedores de éstos. Más grandes. Un litro de manteca por casilla al día va a convertirse en un montón de manteca en poco tiempo.

Muy pronto, en realidad. Sobre todo porque no habían podido persuadir a nadie de la casa para que comiera más que un bocadito. Los sirvientes habían aprendido a evitar aquel pasillo.

—Oh, las chicas harán más que eso, ahora que están bien alimentadas —les informó Enrique alegremente desde el banco, sin volverse.

Kareen contempló pensativa las veinte tinas que había preparado aquella mañana, comparando esa cantidad con la pequeña fuente de la semana anterior. Por fortuna, había un montón de espacio vacío en la mansión Vorkosigan. Limpió una de las cucharillas que usaba para tomar muestras y se la ofreció a la señora Vorsoisson. Ésta la aceptó, parpadeó insegura, tomó una muestra de la tina y dio un valiente bocado. Kareen y Mark la observaron tragar, ansiosos.

—Interesante —dijo ella amablemente, al cabo de un momento.

Mark respiró.

Ekaterin miró el puñado de tinas. Comprensiva, añadió:

—¿Cómo responde a la congelación? ¿Han intentado meterla en un congelador de helado, con algo de azúcar y sabor?

—La verdad es que todavía no —dijo Mark. Ladeó la cabeza, considerándolo—. Mm. ¿Crees que funcionaría, Enrique?

—No veo por qué no —respondió el científico—. La viscosidad coloidal no se deteriora cuando se expone a temperaturas bajo cero. Es la aceleración termal la que altera la microestructura proteica y, por tanto, la textura.

—Se vuelve un poco gomosa cuando se cocina —tradujo Mark—. Estamos trabajando en el problema.

—Prueben a congelarla —sugirió la señor Vorsoisson—. ¿Con, um, tal vez un nombre más parecido a un postre?

—Ah, marketing —suspiró Mark—. Ése es el siguiente paso, ¿no?

—La señora Vorsoisson dijo que probaría la mierda de cucaracha con sus plantas —lo consoló Kareen.

—¡Oh, magnífico! —Mark volvió a sonreír a la jardinera—. Oye, Kareen, ¿quieres venir conmigo al Distrito pasado mañana, y ayudarme a buscar el sitio donde instalarnos en el futuro?

Enrique dejó de desempaquetar para desenfocar la mirada y suspiró:

—Parque de Investigación Borgos.

—Bueno, yo estaba pensando en llamarlo Empresas Mark Vorkosigan —dijo Mark—. ¿Tendré que escribirlo entero? Empresas MVK podría tener cierto potencial, si me confunden con Miles.

—Rancho de Insectos Kareen —dijo Kareen obstinadamente.

—Bueno, tendremos que pedir el voto de los accionistas —sonrió Mark.

—Pero ganarías automáticamente por mayoría —objetó Enrique.

—No necesariamente —le dijo Kareen, y le dirigió a Mark una sonrisita de burla—. De todas formas, Mark, estábamos hablando del Distrito. La señora Vorsoisson tiene que ir allá a recoger rocas. Y le ha dicho a Enrique que podría ayudarlo con la flora nativa de Barrayar. ¿Y si vamos todos juntos? La señora Vorsoisson dice que nunca ha visto a Tsipis más que a través de la comuconsola. Podríamos presentárselo y hacer una especie de excursión.

Y ella no se quedaría a solas con Mark, expuesta a todo tipo de… tentaciones, y confusión, y caricias en el cuello y en la espalda, y mordisquitos en la oreja y… no quería pensar en ello. Se habían comportado de manera muy profesional toda la semana en la mansión Vorkosigan, muy cómodamente. Muy ocupados. Estar ocupado era bueno. Estar completamente solos era… um.

Mark murmuró entre dientes:

—Pero entonces tendríamos que llevar a Enrique y…

Por la expresión de su rostro, completamente solos era lo que tenía en mente.

—Oh, vamos, será divertido.

Kareen se tomó el proyecto como cosa personal. Unos pocos minutos de persuasión y comprobación de planes y consiguió que todos se comprometieran, incluyendo levantarse temprano y todo eso. Tomó mentalmente nota de llegar a la mansión Vorkosigan con tiempo de sobra para asegurarse de que Enrique estuviera bañado, vestido y preparado para ser exhibido en público.

Unos rápidos pasos sonaron en el pasillo y Miles llegó a la puerta como un soldado de asalto que se arrojara por una escotilla.

—¡Ah! Señora Vorsoisson —jadeó—. El soldado Jankowski acaba de decirme que estaba usted aquí —su mirada recorrió la habitación, advirtiendo la demostración en marcha—. No les habrá permitido que le den de comer ese vómit… esa cosa de bicho, ¿no? ¡Maaaaark…!

—La verdad es que no está tan malo —le aseguró la señora Vorsoisson, ganándose una mirada aliviada por parte de Mark, seguida por un gesto de barbilla del estilo ves-qué-te-dije a su hermano—. Puede que haga falta desarrollarlo un poco antes de que esté listo para ser puesto en el mercado.

Miles puso los ojos en blanco.

—Un poquito, sí.

La señora Vorsoisson miró su reloj.

—Mi cuadrilla volverá de almorzar de un momento a otro. Ha sido un placer conocerlos, señorita Koudelka, doctor Borgos. ¿Hasta pasado mañana, entonces?

Recogió la bolsa de frascos llenos de cacas de cucaracha que Kareen le había preparado, sonrió, y se marchó. Miles la siguió.

Regresó al cabo de unos minutos, tras haberla acompañado a la puerta del fondo del pasillo.

—¡Santo Dios, Mark! No puedo creer que le dieras a probar vómito de cucaracha. ¿Cómo has podido?

—La señora Vorsoisson —dijo Mark con dignidad— es una mujer muy sensata. Cuando se le presentan hechos irrefutables, no deja que una respuesta emotiva abrume su claro razonamiento.

Miles se pasó la mano por el pelo.

—Sí, lo sé.

—Impresionante, desde luego —dijo Enrique—. Parecía comprender lo que quería decirle incluso antes de decírselo.

—Y después también —dijo Kareen, malévola—. Eso es aún más impresionante.

Enrique sonrió tímidamente.

—¿Crees que fui demasiado técnico?

—Evidentemente, no en este caso.

Miles frunció el ceño.

—¿Qué ocurre pasado mañana?

—Vamos a ir todos al Distrito a visitar a Tsipis y buscar varias cosas que necesitamos —respondió Kareen alegremente—. La señora Vorsoisson ha prometido enseñarle a Enrique la flora barrayaresa, para que pueda empezar a diseñar las modificaciones que más tarde necesitará para crear los nuevos insectos.

—Yo iba a llevarla a su primera visita al Distrito. Lo tengo todo planeado. Hassadar, Vorkosigan Surleau, el barranco Dendarii… Tengo que crear exactamente la primera impresión adecuada.

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