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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (17 page)

BOOK: Una campaña civil
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Miró a Enrique con una expresión que reflejaba, más o menos como Kareen hacía con la cucaracha mantequera que tenía en la palma. El bicho casi se había zampado ya la mitad del pétalo.

—Oh, y necesito un ayudante de laboratorio cuanto antes —añadió Enrique—, si quiero continuar mis estudios sin dilación. Y acceder a lo que los nativos de aquí puedan conocer sobre su bioquímica local. No debemos perder tiempo reinventando la rueda, ya sabes.

—Creo que mi madre tiene contactos en la Universidad de Vorbarr Sultana. Y en el Instituto Imperial de Ciencia. Estoy seguro de que podría ayudarte a acceder a todo lo que no tenga restricciones de seguridad. —Mark se mordió suavemente el labio, las cejas encogidas en una expresión momentáneamente milesiana de furioso pensar—. Kareen… ¿no dijiste que estabas buscando un trabajo?

—Sí…

—¿Te gustaría un trabajo de ayudante? Hiciste ese par de cursos de biología betana el año pasado…

—¿Formación betana? —Enrique alzó la cabeza—. ¿Alguien con formación betana, en este lugar remoto?

—Sólo fueron un par de cursos de pregraduado —puntualizó Kareen rápidamente—. Y hay un montón de gente en Barrayar con formación galáctica de todo tipo.

¿Qué se cree que es esto, la Era del Aislamiento?

—Es un principio —dijo Enrique, con tono de juiciosa aprobación—. Pero iba a preguntar, Mark, ¿tenemos dinero suficiente para contratar a alguien ya?

—Mm —dijo Mark.

—¿Tú, sin dinero? —le preguntó Kareen a Mark, sorprendida—. ¿Qué hiciste en Escobar?

—No estoy sin blanca. Ando un poco corto de líquido ahora mismo, y me pasé un poquitín de lo presupuestado… pero es sólo un problema temporal. Lo resolveré al final del próximo período. Sin embargo, tengo que confesar que me alegré de salvar a Enrique y su proyecto.

—Podríamos volver a vender acciones —sugirió Enrique—. Es lo que hice antes —añadió en un aparte a Kareen.

Mark dio un respingo.

—Mejor que no. ¿No te expliqué que teníamos que ser cautelosos?

—La gente consigue capital aventurándose de esa forma —comentó Kareen.

Mark le informó entre susurros:

—Pero normalmente no vende el quinientos ochenta por ciento de acciones de su compañía.

—Oh.

—Iba a pagarles a todos —protestó Enrique, indignado—. ¡Estaba tan cerca del descubrimiento que no podía pararme!

—Um… discúlpanos un momento, Enrique.

Mark cogió a Kareen por la mano libre, la condujo al pasillo ante la lavandería y cerró la puerta firmemente. Se volvió hacia ella.

—No necesita un ayudante. Necesita una
madre
. Oh, Dios, Kareen, no tienes ni idea de lo bueno que sería si pudieras ayudarme a controlar a este hombre. Podría darte los chits de crédito con tranquilidad, y tú podrías llevar las cuentas y controlar el dinero de sus gastos, y mantenerle apartado de los callejones oscuros y no dejar que coja las flores del Emperador o hable con guardias de SegImp o cualquier cosa suicida que se le ocurra a continuación. El caso es que, um… —vaciló—. ¿Estarías dispuesta a aceptar acciones como salario, al menos hasta el final del período? No será gran cosa, lo sé, pero dijiste que querías ahorrar…

Ella miró dubitativa la cucaracha mantequera, que todavía le cosquilleaba en la palma mientras terminaba de comerse el pétalo de rosa.

—¿De verdad puedes darme acciones? ¿Acciones de qué? Pero… si no funciona como esperabas, no tendría nada en lo que apoyarme.

—Funcionará —le prometió él, apremiante—. Yo haré que funcione. Soy dueño del cincuenta y uno por ciento de la empresa. Voy a hacer que Tsipis me ayude oficialmente a registrarnos como una compañía de investigación y desarrollo, en las afueras de Hassadar.

Ella iba a apostar la futura relación de ambos en la extraña incursión de Mark en la bioempresa, y ni siquiera estaba segura de que él estuviera en sus cabales.

—¿Qué, ah, piensa tu Banda Negra de todo esto?

—No es asunto suyo.

Bueno, eso era tranquilizador. Al parecer aquello era obra de una personalidad dominante, lord Mark, que servía al hombre completo, y no un plan de una de sus personalidades para sus propios fines.

—¿De verdad crees que Enrique es un genio? Mark, me pareció oler raro cuando entré en el laboratorio y creí que eran los bichos, pero es él. ¿Cuándo se dio por última vez un baño?

—Probablemente se le ha olvidado. No te prives de recordárselo. No se sentirá ofendido. De hecho, considéralo parte de tu trabajo. Haz que se lave y coma, encárgate de su chit de crédito, organiza el laboratorio, haz que mire a ambos lados antes de cruzar la calle. Eso además te daría una excusa para aparecer por la mansión Vorkosigan.

—Bueno… —un pequeño eructo la hizo mirar hacia abajo—. ¡Oh, no, Mark! Tu bicho está malito.

Varios milímetros de denso líquido blanco cayeron de la mandíbula de la cucaracha, sobre su palma.

—¿Qué? —Mark se abalanzó hacia delante, alarmado—. ¿Cómo lo sabes?

—Está vomitando. ¡Puaff! ¿Podría ser efecto del salto? La gente suele estar mareada durante días.

Buscó frenéticamente alrededor un sitio donde depositar a la criatura antes de que explotara o algo por el estilo. ¿Lo próximo sería diarrea de cucaracha?

—Oh. No, no pasa nada. Se supone que tienen que hacer eso. Está produciendo su manteca. Buena chica —consoló al bichejo. Kareen esperó que se estuviera dirigiendo a la cucaracha.

Kareen tomó la mano de Mark con firmeza, le abrió la palma y depositó el bicho babeante sobre ella. Se limpió la mano en su camisa.

—Tu bicho. Para ti.

—¿Nuestros bichos…? —sugirió él, aunque lo aceptó sin demora—. ¿Por favor…?

La verdad era que la baba no olía mal. De hecho, tenía un leve perfume a rosas, a rosas y helado. No obstante, refrenó el impulso de lamerse la mano. Mark… no.

—Oh, muy bien.

No sé cómo me convence para que me meta en estas cosas
.

—Trato hecho.

5

El soldado Pym dejó entrar a Ekaterin en el gran salón principal de la mansión Vorkosigan. Un poco más tarde, ella se preguntó si debería haber utilizado la entrada de servicio, pero en su visita de hacía un par de semanas Vorkosigan no le había enseñado dónde estaba. Pym le sonreía de manera amistosa, como de costumbre, así que quizás estaba bien así, por el momento.

—Señora Vorsoisson. Bienvenida, bienvenida. ¿Cómo puedo ayudarla?

—Tenía una pregunta para lord Vorkosigan. Es bastante trivial, pero pensé que si estaba aquí, y no estaba ocupado…

—Creo que sigue arriba, señora. Si quiere esperar en la biblioteca, lo traeré de inmediato.

—Puedo encontrar el camino, gracias —ella rechazó su ofrecimiento de escolta—. Oh, espere. Si todavía está dormido, por favor no…

Pero Pym estaba subiendo ya las escaleras.

Sacudió la cabeza y se dirigió hacia la antecámara de la izquierda, hacia la biblioteca. Tenía que admitir que los sirvientes de Vorkosigan eran asombrosamente entusiastas, energéticos y que estaban muy apegados a su señor. Y eran sorprendentemente cordiales con sus visitantes.

Se preguntó si la biblioteca contaría con alguno de aquellos maravillosos tratados de botánica pintados a mano de la Era del Aislamiento, y si podría pedir prestado alguno… Se detuvo. La cámara tenía un ocupante: un hombre bajo, gordo y moreno estaba encorvado ante una comuconsola que desentonaba un poco entre las fabulosas antigüedades. La pantalla mostraba varias gráficas de colores. El hombre alzó la mirada al oír el sonido de sus pasos en el parqué.

Ekaterin lo miró con asombro.
Con mi altura
, se había quejado lord Vorkosigan,
el efecto es sorprendente
. Pero no fue tanto la leve obesidad lo que la sorprendió como el parecido con su progenitor, como lo llamaban los clones, medio enterrado bajo la… ¿por qué pensó inmediatamente que era una barrera de carne? Sus ojos eran del mismo gris intenso que los de Miles… que los de lord Vorkosigan, pero tenía una expresión hermética y cautelosa. Vestía pantalones negros y camisa del mismo color; el vientre le sobresalía del chaleco abierto al estilo campestre, que hacía una sola concesión a la primavera al ser de un verde tan oscuro que parecía casi negro.

—Oh. Usted debe de ser lord Mark. Lo siento —dijo ella.

Él se echó hacia atrás en su asiento, tocándose los labios en un gesto muy parecido al de lord Vorkosigan, pero luego continuó hacia su papada, que sostuvo entre un dedo y el pulgar con una variación enfática, evidentemente propia.

—Yo, por otro lado, estoy tolerablemente satisfecho.

Ekaterin se ruborizó, confundida.

—No pretendía… no pretendía molestarlo.

Él alzó las cejas.

—Tiene usted ventaja sobre mí, milady —el timbre de su voz era muy parecido al de su hermano, quizás un poquito más grave; su acento era una extraña amalgama, ni completamente barrayarés ni galáctico del todo.

—Milady no, simplemente señora. Ekaterin Vorsoisson. Discúlpeme. Soy, um, la asesora paisajística de su hermano. He venido a preguntar qué quiere que hagamos con el arce que vamos a derribar. Abono, leña… —Indicó la fría chimenea de mármol blanco tallado—. O si quiere que venda los trozos al servicio forestal.

—Arce, ah. Debe de ser materia botánica descendiente de la Tierra, ¿no?

—Pues… sí.

—Yo me quedaré con todas las astillas que él no quiera.

—¿Dónde quiere ponerlas?

—En el garaje, supongo. Nos vendrá bien.

Ella imaginó el montón de madera en mitad del inmaculado garaje de Pym.

—Es un árbol bastante grande.

—Bien.

—¿Se dedica usted a la jardinería…, lord Mark?

—En absoluto.

La inconexa conversación fue interrumpida por unos pasos, y el soldado Pym se asomó a la puerta para anunciar:

—Milord bajará dentro de unos minutos, señora Vorsoisson. Dice que por favor no se marche —y añadió en tono más confidencial—: Tuvo uno de sus ataques anoche, así que esta mañana está un poco lento.

—Oh, cielos. Y le producen esos dolores de cabeza… No debería molestarlo hasta que haya tomado sus analgésicos y café solo. —Se volvió hacia la puerta.

—¡No, no! Siéntese, señora, siéntese, por favor. Milord se enfadaría conmigo si no cumplo sus órdenes. —Pym, sonriendo ansiosamente, la dirigió hacia una silla; reacia, ella se sentó—. Eso es. Bien. No se mueva.

La observó un momento como para asegurarse de que no se iba a levantar, y luego se marchó. Lord Mark se la quedó mirando.

Ekaterin no había pensado que lord Vorkosigan fuera del tipo de Antiguo Vor que le tiraba las botas a la cabeza de los criados cuando no estaba satisfecho, pero Pym parecía nervioso, así que ¿quién sabía? Miró de nuevo alrededor y encontró a lord Mark reclinado en el sillón, jugueteando con los dedos y observándola con curiosidad.

—¿Ataques…? —dijo, con tono invitador.

Ella lo miró, sin saber muy bien qué le preguntaba.

—Le producen una resaca terrible al día siguiente, ¿sabe usted?

—Tenía entendido que estaba prácticamente curado. ¿No es el caso?

—¿Curado? No, si el ataque del que fui testigo es un ejemplo. Controlados, dice él.

Mark entornó los ojos.

—Así que, ah… ¿dónde vio usted ese espectáculo?

—¿El ataque? En el suelo de mi salón. En mi antiguo apartamento de Komarr —se sintió obligada a explicarlo al ver su mirada—. Lo conocí durante su reciente auditoría allí.

—Oh. —La miró de arriba a abajo, fijándose en su ropa de viuda. Estaba deduciendo… ¿qué?

—Tiene un aparatito que le han fabricado los médicos. En teoría provoca los ataques cuando él quiere, en vez de que éstos se desencadenen aleatoriamente.

Ekaterin se preguntó si el que acababa de sufrir había sido inducido médicamente, o si había aplazado tanto su estimulación que había acabado por sufrir la versión espontánea y más severa. Miles diría que había aprendido la lección, pero…

—Por algún motivo, no me ha informado de todos esos complicados detalles —murmuró lord Mark. Una extraña mueca de humor asomó a su rostro y luego desapareció—. ¿Le explicó cómo empezó a tenerlos?

Su atención hacia ella se había vuelto intensa. Ekaterin buscó el equilibrio adecuado entre la verdad y la discreción.

—Daños por criorresurrección, me dijo. Una vez vi las cicatrices que produjo en su pecho la granada de agujas. Tiene suerte de estar vivo.

—Hum. ¿Mencionó también que en el momento en que se topó con la granada estaba intentando salvar mi lastimoso trasero?

—No… —ella vaciló al advertir su mirada desafiante—. Creo que no habla mucho de su antigua carrera.

Él sonrió débilmente, e hizo tamborilear los dedos sobre la comuconsola.

—Mi hermano tiene la mala costumbre de corregir su versión de la realidad para que encaje con su público.

Ella podía comprender por qué lord Vorkosigan odiaba mostrarse débil. Pero ¿estaba lord Mark enfadado por algo? ¿Por qué? Decidió buscar un tema menos espinoso.

—¿Lo llama usted hermano, entonces, y no progenitor?

—Depende de mi estado de ánimo.

Entonces llegó el sujeto de su discusión, lo que interrumpió la conversación. Lord Vorkosigan llevaba uno de sus trajes grises y botines lustrados. Tenía el pelo bien peinado, pero todavía húmedo, y el leve olor de su colonia brotaba de su piel tibia por la ducha. La impresión de energía matutina quedaba desgraciadamente contrarrestada por el tono gris de su cara y los ojos hinchados; el efecto general era el de un cadáver reanimado y vestido para una fiesta. Consiguió dirigir una sonrisa macabra en dirección a Ekaterin, y una mirada recelosa hacia su hermano-clon antes de sentarse con dificultad en un sillón, entre ambos.

—Uh —observó.

Tenía el mismo aspecto sorprendente que aquella mañana en Komarr, pero sin las manchas de sangre secas.

—¡Lord Vorkosigan, no debería haberse levantado!

Él agitó un poco los dedos, algo que podría haber sido un reconocimiento o una negativa, y entonces Pym llegó con una bandeja con una cafetera, tazas y una cesta cubierta con un paño de donde emanaba un atrayente olor a pan caliente. Ekaterin vio fascinada cómo Pym servía la primera taza y hacía que su señor cerrara la mano en torno a ella; lord Vorkosigan sorbió, inhaló (parecía su primera aliento del día), volvió a sorber, alzó la cabeza y parpadeó.

—Buenos días, señora Vorsoisson —su voz sonaba un poquito apagada.

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