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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Una campaña civil (21 page)

BOOK: Una campaña civil
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—Lástima —dijo Mark, sin ninguna compasión—. Relájate. Sólo vamos a almorzar en Hassadar y a dar un pequeño paseo. Es un distrito grande, Miles, habrá cosas de sobra para que se las enseñes más tarde.

—¡Espera, ya sé! Iré con vosotros. Simplificará las cosas, sí.

—Sólo hay cuatro asientos en el volador —señaló Mark—. Yo pilotaré, Enrique necesita a la señora Vorsoisson, y que me zurzan si voy a dejar aquí a Kareen para que vengas tú —de algún modo consiguió sonreírle amorosamente a ella y mirar con mala cara a su hermano al mismo tiempo.

—Sí, Miles, ni siquiera eres accionista —corroboró Kareen.

Con una mirada de odio, Miles se retiró y se marchó pasillo abajo murmurando:

—… no puedo creer que le diera de comer vómito de cucaracha. Si hubiera llegado antes… Jankowski, maldición, tú y yo vamos a tener una…

Mark y Kareen lo siguieron hasta la puerta. Se quedaron en el pasillo observando su retirada.

—¿Qué demonios le pasa? —preguntó Kareen asombrada.

Mark sonrió malévolo.

—Está enamorado.

—¿De su jardinera? —Kareen alzó las cejas.

—Supongo que es al revés. La conoció en Komarr durante su reciente caso. La contrató como jardinera para crear una ocasión propicia. La está cortejando en secreto.

—¿En secreto? ¿Por qué? Ella me parece perfectamente elegible… incluso es Vor… ¿o su rango se debe sólo al matrimonio? Pero no creo que eso le importe a Miles. O… ¿están los parientes de ella en contra, a causa de su…?

Con un vago gesto hacia su cuerpo dio a entender las mutaciones putativas de Miles. Frunció el ceño, furiosa por el aspecto de aquel lamentable panorama romántico. Cómo se atrevían a despreciar a Miles por…

—Ah, secreto para ella, según tengo entendido.

Kareen arrugó la nariz.

—Espera, ¿qué?

—Será mejor que te lo explique él. Para mí no tiene sentido. Ni siquiera según los baremos de sentido de Miles. —Mark frunció el ceño, pensativo—. A menos que esté sufriendo un ataque fuerte de timidez sexual.

—¿Timidez sexual, Miles? —se burló Kareen—. Conociste a esa capitana Quinn que tenía detrás, ¿no?

—Oh, sí. De hecho, he conocido a varias de sus novias. El puñado de amazonas sedientas de sangre más sorprendente que he visto jamás. Dios, eran aterradoras —Mark se estremeció al recordar—. Naturalmente, todas estaban molestas conmigo por haberlo hecho matar, lo cual supongo que explica un poco las cosas. Pero estaba pensando… ya sabes, me pregunto si él las escogió… o si ellas lo escogieron a él. Tal vez, en vez de ser un gran seductor, es sólo un hombre que no sabe decir que no. Eso sin duda explicaría que todas fueran mujeres altas y agresivas, acostumbradas a salirse con la suya. Pero ahora, tal vez por primera vez, tiene que escoger él mismo. Y no sabe cómo. No ha tenido práctica —una lenta sonrisa asomó en el rostro de Mark—. Ooh. Quiero verlo.

Kareen le dio un puñetazo en el hombro.

—Mark, no seas desagradable. Miles se merece conocer a la mujer adecuada. Quiero decir, ya no es ningún jovencito, ¿no?

—Algunos de nosotros conseguimos lo que nos merecemos. Otros tenemos aún más suerte. —Cogió su mano y le besó el interior de la muñeca, haciendo que el vello de su brazo se le erizara.

—Miles siempre dice que uno se labra su propia suerte. Basta —recuperó la mano—. Si voy a pagarme con mi esfuerzo el regreso a la Colonia Beta, tengo que volver al trabajo.

Regresó al laboratorio. Mark la siguió.

—¿Se ha molestado lord Vorkosigan? —preguntó Enrique ansiosamente cuando volvieron a aparecer—. Pero si la señora Vorsoisson dijo que no le importaba probar nuestra mantequilla…

—No te preocupes por eso, Enrique —le dijo Mark jovialmente—. Mi hermano se comporta como un capullo porque tiene algo en mente. Con suerte, se desquitará con sus sirvientes.

—Oh —dijo Enrique—. Muy bien, entonces. Tengo un plan para convencerlo.

—¿Sí? —preguntó Mark escéptico—. ¿Qué plan?

—Es una sorpresa —dijo el científico con una sonrisita pícara o, en cualquier caso, una sonrisa con toda la picardía de que fue capaz, que no fue mucha—. Si funciona, claro. Lo sabré dentro de unos cuantos días.

Mark se encogió de hombros y miró a Kareen.

—¿Sabes qué tiene guardado en la manga?

Ella negó con la cabeza y se puso a trabajar de nuevo en su proyecto de ensamblaje de estanterías.

—Pero podrías intentar sacarte un congelador de la tuya. Pregúntale primero a Ma Kosti. Miles parece haberla dotado de todos los electrodomésticos imaginables. Creo que trataba de sobornarla para que resistiera las ofertas de empleo de todos sus amigos —Kareen parpadeó, inspirada.

Desarrollo de productos, desde luego. No importa cuáles fueran las aplicaciones, el recurso que tenían allí mismo, en la mansión Vorkosigan, era el genio humano. Genio humano frustrado. Ma Kosti obligaba a los atareados empresarios a comer un almuerzo especial en su cocina todos los días, y les enviaba a veces bandejas con bocadillos al laboratorio. Y la cocina ya empezaba a ablandar a Mark, incluso después de sólo una semana: estaba claro que apreciaba su arte. Iban camino a formar un fuerte lazo.

Se puso de pie de un salto y le tendió a Mark el destornillador.

—Toma. Termina esto.

Recogió seis tarros de manteca de insecto y se marchó a la cocina.

Miles bajó del viejo coche blindado y se detuvo un instante ante el camino rodeado de flores para contemplar con envidia la moderna mansión urbana de René Vorbretten. La mansión Vorbretten se alzaba en el acantilado que daba al río, casi enfrente del Castillo Vorhartung. La guerra civil provocó una renovación urbana: la vieja fortaleza desvencijada que antes había ocupado aquel lugar quedó tan dañada durante la guerra de los Pretendientes que el anterior conde y su hijo, cuando regresaron a la ciudad con las tropas victoriosas de Aral Vorkosigan, decidieron derribarla y empezar de nuevo. En lugar de sombrías, impresionantes y completamente inútiles murallas de piedra vieja, ahora unos campos de fuerza opcionales proporcionaban una protección verdaderamente efectiva.

La nueva mansión era luminosa, despejada y ventilada, y aprovechaba las excelentes vistas del paisaje de Vorbarr Sultana río arriba y río abajo. Sin duda tenía suficientes cuartos de baño para todos los sirvientes Vorbretten. Y Miles apostaba a que René no tenía problemas con sus tuberías.

Y si Sigur Vorbretten gana su caso, René lo perderá todo. Miles sacudió la cabeza y avanzó hacia la puerta, donde un soldado en guardia esperaba para conducirle ante su señor, y a Pym, sin duda, a un buen chismorreo en el piso de abajo.

El soldado acompañó a Miles hasta el espléndido salón con el ventanal que daba al Puente Estelar y el castillo. Esa mañana, sin embargo, la pared estaba polarizada y sumida en una casi total oscuridad, y el soldado tuvo que encender las luces cuando entraron. René estaba sentado en un sillón, de espaldas al ventanal. Se puso en pie de un salto cuando el lacayo anunció:

—El lord Auditor Vorkosigan, milord.

René tragó saliva y despidió con un ademán a su servidor, quien se retiró en silencio. Al menos René parecía sobrio, bien vestido y afeitado, pero su bello rostro estaba palidísimo.

—Milord Auditor. ¿En qué puedo servirle?

—Relájate, René, esto no es una visita oficial. Me he pasado a saludarte.

—Oh. —René suspiró visiblemente aliviado y su rostro demacrado se relajó, conservando sólo el cansancio—. Pensaba que eras… pensaba que Gregor podría haberte enviado con la mala noticia.

—No, no, no. Después de todo, el Consejo no puede llevar a cabo la votación sin decírtelo.

Miles hizo un vago gesto hacia el río y la sede del Consejo, más allá; René, acordándose de sus deberes como anfitrión, despolarizó el ventanal y les dio la vuelta a las sillas para que Miles y él pudieron contemplar el panorama mientras hablaban. Miles se sentó frente al joven conde. René tuvo el detalle de acerca una silla baja para su ilustre visitante, así que los pies de Miles no colgaron en el aire.

—Pero puede que hayas sido… bueno, no sé qué puedes haber sido —dijo René tristemente, mientras se sentaba y se frotaba el cuello—. No te esperaba. Ni a ti ni a nadie. Nuestra vida social se ha evaporado con una velocidad sorprendente. Los condes Ghembretten al parecer no son gente deseable.

—Ouch. Te has enterado del chiste, ¿no?

—Mis servidores se enteraron primero. El chiste está en boca de toda la ciudad, ¿no?

—Eh, sí, más o menos —Miles se aclaró la garganta—. Lamento no haber venido antes. Me encontraba en Komarr cuando estalló tu caso y me enteré al regresar, y luego Gregor me envió fuera de la ciudad y, bueno, se acabaron las excusas. Lamento muchísimo que te haya pasado todo esto. Puedo garantizarte que los progresistas no quieren perderte.

—¿Puedes? Creía que me había convertido en causa de vergüenza para ellos.

—Un voto es un voto. Siendo el relevo entre condes literalmente un acontecimiento que se produce una vez en la vida…

—Habitualmente —interrumpió René secamente.

Miles no le hizo caso.

—La vergüenza es una emoción pasajera. Si los progresistas te pierden por Sigur, perderán ese voto para la siguiente generación. Te apoyarán —Miles vaciló—. Te están apoyando, ¿no?

—Más o menos. La mayoría. Algunos —René agitó una mano, irónico—. Algunos piensan que si votan contra Sigur y pierden, se habrán ganado un enemigo permanente en el Consejo. Y un voto, como dices, es un voto.

—¿Cómo están los números, lo sabes ya?

René se encogió de hombros.

—Una docena seguros para mí, una docena seguros para Sigur. Mi destino lo decidirán los del centro. La mayoría de los cuales no hablan con los Ghembretten desde hace un mes. Creo que no pinta bien, Miles.

Contempló a su visitante. Su expresión era una extraña mezcla de arrogancia y duda. Con tono neutro, añadió:

—¿Sabe ya qué va a votar el Distrito Vorkosigan?

Miles ya había advertido que tendría que responder a esa pregunta si veía a René. Igual, sin duda, que todos los otros condes o delegados, lo cual explicaba el súbito hundimiento de la vida social de René últimamente; los que no lo evitaban a él evitaban el tema. Tras un par de semanas para pensarlo, Miles tenía su respuesta preparada.

—Estamos contigo. ¿Podrías dudarlo?

René le ofreció una sonrisa triste.

—Estaba casi seguro, pero está ese gran agujero radiactivo que los cetagandanos pusieron en mitad de tu Distrito.

—Agua pasada, hombre. ¿Mejoro tu recuento de votos?

—No —suspiró René—. Ya contaba contigo.

—A veces, un voto supone la diferencia.

—Y me vuelve loco pensar cuál podría ser —confesó René—. Odio esta situación. Ojalá hubiera terminado ya.

—Paciencia, René —aconsejó Miles—. No pierdas la ventaja por un ataque de nervios —frunció el ceño, pensativo—. Me parece que tenemos dos precedentes legales similares, buscando supremacía. Un conde elige a su sucesor, con el consentimiento del Consejo y su voto de aprobación. Así fue nombrado
lord Medianoche
.

La sonrisa de René se torció.

—Si un burro puede ser conde, ¿por qué no un caballo?

—Creo que ese fue uno de los argumentos del quinto conde Vortala, por cierto. Me pregunto si todavía queda en los archivos alguna transcripción de esas sesiones. Tendré que leerlas algún día, si existen. De todas formas,
Medianoche
estableció claramente que la relación sanguínea directa, aunque tradicional, no hacía falta, y aunque el caso de
Medianoche
fue rechazado, hay docenas de otros precedentes menos memorables. La elección del conde por delante de la sangre del conde, a menos que el conde no haya elegido a nadie. Sólo entonces entra en juego la primogenitura masculina. Tu abuelo fue confirmado como heredero en la… mientras vivía el marido de su madre, ¿no?

Miles había sido confirmado heredero por su propio padre durante la Regencia, mientras su padre se encontraba aún en la cima de su poder para obligar al Consejo.

—Sí, pero de manera fraudulenta, según reclama Sigur. Y un resultado fraudulento no es un resultado.

—Supongo que el viejo no lo sabría, ¿no? ¿Y hay alguna manera de demostrarlo, si lo sabía? Porque si sabía que tu abuelo no era hijo suyo, su confirmación fue legal, y el caso de Sigur se evapora.

—Si el sexto conde lo sabía, no hemos podido encontrar la menor prueba de ello. Y llevamos semanas revolviendo los archivos familiares. No creo que lo supiera, o habría matado al niño. Y a la madre del niño.

—No estoy seguro. La Ocupación fue una época extraña. Estoy pensando en cómo se desarrolló la guerra de los bastardos en la región Dendarii. —Miles resopló—. Los retoños cetagandanos conocidos no llegaban a nacer o se les mataba en cuanto era posible. De vez en cuando, las guerrillas tenían la desagradable costumbre de dejar los pequeños cadáveres para que las fuerzas de ocupación los encontraran. Los cetagandanos, oficiales y tropa, se volvían locos. Primero tenían la reacción humana normal, y después, incluso aquellos que estaban tan embrutecidos que no les importaba que les lanzáramos niños muertos, consideraban que les habíamos tirado una bomba.

René hizo una mueca de disgusto, y Miles advirtió demasiado tarde que el desagradable ejemplo histórico podía adquirir un nuevo sentido para él. Continuó rápidamente:

—Los cetagandanos no fueron los únicos en oponerse a ese juego. Algunos barrayareses lo odiaban también, y lo consideraron una mancha en nuestro honor… el príncipe Xav, por ejemplo. Sé que discutió vehementemente con mi padre en contra de eso. Tu bisabu… el sexto conde bien podría haber estado de acuerdo con Xav, y lo que hizo por tu abuelo fue una especie de respuesta silenciosa.

René ladeó la cabeza, desconcertado.

—No se me había ocurrido eso. Era amigo del viejo Xav, creo. Pero sigue sin haber ninguna prueba. ¿Quién sabe lo que sabía un muerto, si nunca hablaba?

—Si tú no tienes ninguna prueba, tampoco las tiene Sigur.

René se animó un poco.

—Es verdad.

Miles contempló de nuevo la magnífica vista del valle urbanizado. Unos cuantos barquitos remontaban el río. En otros tiempos, no se podía acceder a Vorbarr Sultana remontando el estrecho arroyo, ya que los rápidos y cascadas bloqueaban los transportes comerciales. Desde el final de la Era del Aislamiento, las presas situadas corriente arriba tras el Puente Estelar habían sido destruidas y reconstruidas tres veces.

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