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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (27 page)

BOOK: Villancico por los muertos
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—Puede que haya recibido un mensaje, pero no es mío. Me robaron el móvil el viernes por la noche. Sólo trato de preservar la parcela de Monashee para poder someterla a un examen arqueológico. Sé que Muriel se opone a la idea, y sólo quiero saber por qué, eso es todo.

Ward levantó las manos con evidente exasperación.

—Voy a tomar una copa. Pregúntaselo tú misma.

Mientras me acercaba hacia su coche, pude ver a Muriel mover el retrovisor para seguirme. Traté de abrir la puerta del asiento del pasajero pero tuve que esperar unos segundos a que levantara el pestillo para poder entrar.

Muriel se puso las gafas de sol y encendió un cigarrillo. Llevaba un abrigo beige de
mohair
con piel en el cuello; sobre los hombros, un pañuelo con dibujos llamativos para proteger su cardado de la brisa. Restos del aroma de perfume, recientemente vaporizado, impregnaban el ambiente. Calculé que Muriel estaría rondando los cuarenta y pocos años, pero su estilo parecía venir de la generación de mi madre.

—No tengo nada que decirte —declaró poniendo boquita de piñón para mirarse en el espejo. Su voz era profunda.

—Sea cual fuera el mensaje que recibiste, no era mío. Me robaron el móvil el viernes por la noche.

Muriel se quedó callada, con la expresión inescrutable tras sus gafas oscuras y el humo del cigarrillo.

Abrí la ventanilla, y el humo se deslizó por el techo para escaparse del coche.

—¿Qué es lo que decía? —pregunté.

Muriel abrió su ventana y sacudió la ceniza. Esperé. Exhaló otra vez una nube de humo que cubrió su cabeza dudando por un momento por qué ventana salir, antes de ser empujado hacia el fondo del coche por una corriente de aire.

Sentí que estaba perdiendo el tiempo. Apreté el tirador para salir.

—Me pregunto cómo lo has sabido —declaró Muriel.

Retiré los dedos de la puerta.

—¿Saber qué?

Dio otra calada pero no contestó.

Traté de adivinar.

—¿Saber que tenías una
affaire
con Frank Traynor?

Su cabeza giró tan rápido que pensé que se le salía de los hombros.

—¿Qué? —su aliento a tabaco me dio en toda la cara—. No seas ridícula. ¿Un lío con Frank Traynor, el hombre que precisamente me estaba chantajeando?

—¿Te chantajeaba? ¿No era tu amante? —miré hacia la calle y luego de nuevo a Muriel, mi cabeza no dejaba de pensar—. Entonces, deja que me aclare. Es con Derek Ward con quien estás manteniendo una…

—Bien, qué lista eres, Illaun —ironizó—. ¿Cómo se te ha ocurrido liarme con Traynor?

—Escuché tu entrevista en la radio… después te vi con él en Drogheda, y sumé dos y dos.

Resopló.

—Yo hice la entrevista, pero él escribió el guión.

—¿Entonces no eras su socia?

—No.

—¿Lo era Ward?

—No en el sentido que crees.

—Supongo que conoces a Brendan O’Hagan.

Asintió.

—¿Está metido en algún negocio contigo?

—No.

—¿Has oído hablar de la hermana Geraldine Campion?

Negó con la cabeza.

—¿Y de Úrsula Roche?

—Tampoco.

Mientras yo trataba de digerir todo, Muriel aplastó el cigarrillo contra el cenicero, se apoyó en el reposacabezas y sonrió.

—Derek y yo coincidimos el verano pasado en unas jornadas que él inauguraba, «Turismo contra Patrimonio», o algo así. Nos gustamos nada más vernos —hizo un gesto chasqueando los dedos—, y nos acostamos esa misma noche en el hotel donde tenían lugar las conferencias. Un mal paso. Traynor estaba también allí y sospechó lo que ocurría. No ignoraba que Derek, siendo el ministro responsable del museo, era técnicamente mi jefe.

»Traynor se tomó su tiempo, y continuó vigilándonos. Entonces, cuando el maldito cuerpo de la turbera apareció, se presentó en el museo ante mí, y me amenazó con publicar todo en los periódicos ese mismo fin de semana si no accedía a sus intereses… Sin embargo, no debía ir con el cuento a Derek confesándole la presión a la que me había sometido, lo cual me hizo sospechar que Traynor ya le estaba extorsionando a él —sacó otro cigarrillo del paquete y lo encendió sin moverse del reposacabezas—. Perdón por mis hábitos cancerígenos, hoy estoy un poco al límite. Acababa de dejarlo.

—No me molesta —dije comprendiéndola. Aunque había dejado de fumar hacía casi tres años, todavía tenía ganas—. Entonces, te pidió que fueras a la radio nacional pregonando la insignificancia del hallazgo.

—Que es exactamente lo que hice. Pero un poco más tarde, esa misma mañana, me acerqué desde Dublín para intentar convencerle de que se echara atrás, ahora que se conocían sus intenciones sobre Monashee. Traynor me estaba acercando a la estación cuando nos viste.

—¿Qué pasó durante la reunión?

—Trató de hacerme creer que no era un chantajista. No quería sacar dinero, sólo que le hiciera ese favor, esa basura. Incluso dejó caer que, ocasionalmente, había pagado a Derek, por los servicios prestados. Supe entonces que Traynor tenía más cosas guardadas sobre Derek además de nuestra relación. Le dejé claro que, tal y como estaban las cosas, el hecho de que un ministro tuviera un
affaire
con una funcionaría tampoco iba a sorprender a la prensa sensacionalista, y que habiéndole hecho el «favor» no iba a mantener lo que había dicho en la entrevista —dio otra calada a su pitillo.

—¿Y cómo reaccionó?

—Se rió. Comentó que algo se había cruzado en su camino que había hecho que Monashee ya no le interesara, añadiendo que le importaba muy poco lo que yo decidiera hacer.

—¡Oh! ¿Te contó qué le había hecho cambiar de opinión?

—No. Continuó arrinconándome, diciéndome que si no quería oír cosas desagradables sobre Derek en público más me valía hacerle caso. Lo único que tenía que hacer era desentenderme, si me enteraba de que estaba vendiendo o comprando el susodicho «artefacto» histórico.

—¿Ilegalmente, quieres decir?

—Por supuesto. Le dije que si era algo contra la ley no lo haría, y me respondió «Ya lo veremos». Sabía que seguramente volvería a presionar a Derek —se irguió en el asiento, se ajustó un mechón de pelo que se había descolocado mirándose en el espejo y se ahuecó el peinado—. Pero no tuvo oportunidad de hacerlo, ¿no es cierto?

Por un momento pensé que estaba dándome a entender su implicación en el asesinato.

—Ten cuidado, a ver cómo le cuentas eso a la policía.

—No te preocupes. Ya he sufrido la visita del inspector Gallagher.

—¿Y le hablaste de la llamada que recibió Traynor mientras estaba contigo?

—Por supuesto.

—Cuéntamelo.

—No había mucho que decir. Estaba en el coche cuando su móvil sonó. Quedó en verse con su interlocutor. Mencionó Monashee. Sé que llamó por su nombre a la otra persona, pero no puedo recordar cuál fue, aunque era un nombre de mujer. Fin de la historia —tiró el pitillo por la ventana.

—¿Le contaste a Gallagher que Traynor estaba extorsionándoos a Ward y a ti?

—Claro que no. Traynor está muerto, ¿no es así? Ya no puede seguir chantajeándonos.

—Y ¿qué pinta el sargento O’Hagan en todo esto? ¿Es que su última misión es tratar de proteger la reputación del ministro?

—Te equivocas otra vez. O’Hagan estaba protegiendo sus propios intereses y, a su manera, los de Traynor también.

—No lo entiendo.

—Traynor es, bueno, era su cuñado.

—¿Quieres decir que la mujer de Traynor…?

—Es la hermana de O’Hagan, sí.

Estaba cada vez más perdida.

—Parece que el difunto mantuvo al sargento al tanto del chantaje que me hacía. Debió de llamarle el viernes después de quedar conmigo. Tras el asesinato, O’Hagan vino a verme y me garantizó que se aseguraría de que la policía no llegara hasta mí, si yo le prometía no descubrir en qué estaba metido su cuñado. Noté una amenaza velada de que podía convertirme en sospechosa, pero supuse que sólo estaba tratando de proteger a su hermana y a su familia, por lo que accedí. Ahora veo que sólo estaba intentando salvar su culo. De hecho, me telefoneó ayer para comprobar que no había contado nada a los detectives. Me reveló que él mismo estaba haciendo muchos progresos en su investigación, y que no quería que Gallagher —con quien precisamente yo estaba hablando en ese momento— metiera sus narices en esto —confesó con su cavernosa voz de fumadora.

—Por lo que se ve O’Hagan tiene muy mala opinión de Gallagher —declaré.

—Creo que es recíproco, y que este último ha debido de arrestarle para interrogarlo, porque, según me ha contado Derek, ni siquiera ha aparecido por la iglesia.

—¿No ha asistido al funeral de su propio cuñado? ¡Qué extraño!

—Quizá se haya dado a la fuga. Quién sabe —Muriel sacó otro cigarrillo, pero se lo pensó mejor y en su lugar subió la ventana.

—¿Cuándo recibiste el mensaje de texto que creíste que era mío?

—El sábado por la mañana temprano.

—¿Qué decía exactamente?

—Autoriza la excavación de Monashee o la carrera de Ward estará acabada.

—Hum. No es mi estilo. Demasiado ambiguo.

Muriel ignoró mi comentario.

—No tengo grabado tu nombre en el móvil, así que no tuve posibilidad de identificar de quién provenía. Sólo ayer por la mañana pedí a mi secretaria que buscara en mi agenda y supe que eras tú. Entonces pensé: «Esa perra. Me encargaré de que no vuelva a darle trabajo nadie sobre quien yo tenga una mínima influencia».

—Al margen de su cuestionable moralidad, hubiera sido un suicidio laboral por mi parte haberte amenazado así.

—¿Cómo demonios podía saber lo que te pasaba por la cabeza?

Tenía razón.

—De acuerdo. Pero pensemos en lo del teléfono. Alguien roba el móvil a otra persona y envía una amenaza que nadie puede reconocer como suya. Una idea muy habilidosa, evita tener que recortar y pegar letras de periódico en una hoja. ¿Pero por qué con mi móvil?

—Porque mi número figuraba en él.

—Exacto. Quizá hubiera usado alguna clave con tus iniciales, pero ni siquiera eso tiene mucho sentido, porque si yo no hubiera dejado el teléfono encendido en el coche no habrían podido usarlo.

—Entonces fue sólo una coincidencia oportuna, lo que significaría que estaban buscando otra cosa.

Recordé la figura envuelta entre la niebla.

—¿Pero qué?

—Tus notas, fotos, la cámara… cualquier cosa. A lo mejor pensaron que tenías escondido el cuerpo de turba en el maletero —Muriel estaba empezando a desvariar.

—O puede que vinieran a por mí, pero el perro les asustara —y le conté lo que había pasado en la madrugada del sábado y lo de la felicitación de Navidad que había recibido.

—Me estás dando la razón. Por cierto, ¿quiénes demonios serán?

—Alguien que sabía que tú estabas relacionada con el ministro y que él tenía todavía más cosas que ocultar. Pero ¿cómo lo descubrieron?

Muriel se rió.

—Ése es precisamente el motivo por el cual decidí quedar hoy con Derek, para hablar y descubrir qué escondía Traynor contra él, qué favores le había prestado durante años. También pensaba discutir lo que tenía que hacer contigo. Aunque supongo que eso ya no hace falta, y que ahora puedo tomar una decisión distinta a la que hubiera tomado en su momento sin sentirme presionada.

—¿Sobre Monashee?

—Pienso pedir que se conceda una licencia para poder llevar a cabo las excavaciones necesarias en el lugar, sí.

Traté de contener mis emociones y parecer muy profesional, pero mi expresión me delataba.

—Tu sonrisa me indica que cuento con tu aprobación.

—Desde luego.

—Bueno, al menos alguien se queda contento.

Entonces, la respuesta al interrogante que mi mente se había estado haciendo todo este tiempo surgió de pronto, y dejé de sonreír.

—Estaría encantada si no me acabara de dar cuenta de que quienquiera que envió el mensaje del teléfono debió de haber obtenido la información sobre ti y Derek de Traynor. Trata de recordar: ¿cuándo ocurrió eso? ¿Parecía estar bajo algún tipo de presión cuando estuvisteis juntos el viernes?

Muriel se bajó las gafas y me miró asustada a través de sus bastante agraciados ojos.

—No. Como te he dicho, si acaso estaba de muy buen humor. Quizá alguien le sacara la información después…

—Después de que te fueras. En otras palabras, su asesino.

Las dos nos quedamos en silencio durante un rato. Yo fui la primera en romperlo.

—Muriel, volvamos a tu primera conversación con Traynor sobre Monashee. Imagino que te dijo que iba a construir un hotel allí. Pero ¿explicó también por qué tenía tanta prisa por limpiar el terreno antes de Navidad?

—No, aunque pensándolo ahora, quizá hubiera algo enterrado allí.

—Algo que necesitara urgentemente para usarlo como arma de chantaje, quizá. ¿Pero el qué?

—La prueba de un crimen.

—Entonces, ¿qué pudo pasar el viernes que le hiciera perder interés por el terreno?

—Había encontrado la evidencia que buscaba.

—Supongamos por el momento que estás en lo cierto. ¿Qué otra pregunta se te ocurre?

Muriel estiró los dedos y admiró sus brillantes uñas rojas.

—Me estoy cansando de esto. ¿Por qué no dejamos que Gallagher lo averigüe?

—No, no, inténtalo. Estamos acercándonos a algo. ¿Cuál sería la pregunta obvia?

—¿Fue Traynor asesinado por la persona a quien pensaba chantajear con las pruebas?

—Ése es el quid, Muriel. Y si fue eso lo que sucedió, ¿por qué quiere ahora el asesino que Monashee sea excavado?

—No tiene ningún sentido.

—Tomemos otra hipótesis. Imagina que el asesino forzó a Traynor a revelar la prueba antes de matarlo.

—En ese caso todavía tendría menos sentido que quisiera ver el lugar excavado.

—Salvo…, salvo que el asesino se temiera que Traynor, a su vez, hubiera contado a alguien lo que había enterrado en él. Por eso puso pistas falsas, para quedar indemne en el caso de que le descubrieran. Esa es la razón por la que quiere que excavemos ahora.

—Una buena teoría, Illaun. Pero no tenemos noticias de que se haya cometido un crimen allí con anterioridad.

—No te olvides de que se encontraron dos cuerpos.

—Lo sé, pero…

Un fuerte golpe en la ventanilla del conductor nos sobresaltó a las dos.

—Jesús, Derek —protestó Muriel bajando el cristal—, no hacía falta que nos dejaras sin respiración.

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