—Los dos tienen aún un papel que desempeñar aquí. Por eso no los he arrestado todavía. Y ése es el motivo por el que estoy dispuesto a ser franco. Vengan. Acompáñenme. Tenemos muchísimas cosas que hacer antes de que se ponga el sol.
Rebeldes o yanquis… para Justinia había poca diferencia
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Había sacado buen provecho de los Chess, y ellos no se habían quejado ni una sola vez de su suerte. Había sentido crecer dentro de su pecho algo parecido al afecto por Obediah, su último esclavo, puesto que él había aceptado la maldición y se había convertido en su caballero protector. Con los ojos ardientes y la piel del color de luna, había deambulado por los campos desgarrados por la guerra para llevarle a ella lo que necesitaba, y durante dos años ella había recuperado un poco de fuerza y se había hecho un poco más osada. Había pensado que, tal vez, el futuro podría no ser del todo lóbrego
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Pero la guerra tiene la habilidad de desbaratar los sueños y llevarles la realidad de vuelta a aquellos que huyen de ella. No fue capaz de incorporarse lo bastante como para ver cómo ahorcaban a Obediah, ni presenciar las vejaciones que los yanquis le imponían a su cuerpo. No los vio cuando se lo llevaron
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Pero supo que se había acabado
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La encontraron y la sacaron de la casa en ruinas, sobresaltada al ver, cuando la trasladaron, hasta qué punto su mansión se había deteriorado. Había oído los disparos, por supuesto, y los alaridos de los que morían. No se había dado cuenta de que el propio estado de Virginia podía ser ultrajado de aquella manera; los campos abandonados, los bosques crecían espesos y enmarañados cuando en otros tiempos los habían talado para dedicar las tierras a la agricultura. La llevaron a una pequeña habitación y la pusieron en una cama blanca, y allí tramaron sus maquinaciones. Apenas se dio cuenta de lo que el espía de la Unión le pedía, apenas se dio cuenta cuando llevaron a los soldados a la habitación, uno tras otro, cada uno más espantosamente herido en cuerpo y alma que el anterior. Supo que querían usar la fuerza de ella para acabar con la guerra
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Significaba tan poco para ella…
El tiempo había cambiado de ritmo para Justinia Malvern, casi doscientos años después de su nacimiento. Los años pasaban a toda velocidad como las fases de la luna. Un pensamiento, cuando había comenzado, podía llegar a su conclusión después de pasada toda una década. Estaba perdiendo una guerra con la eternidad… no del modo que la perdían los mortales, en un repentino destello de dolor y luz, y luego oscuridad repentina. No, aquélla era una guerra de desgaste
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Con cada día que pasaba había un poco menos de ella. Un poco menos de su belleza, un poco menos de su agudeza mental
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Si quería vivir para siempre, iba a tener que dejar de depender de la bondad de sus amantes. Si quería ser inmortal, era necesario que empezara a pensar. Que empezara a tramar por su cuenta
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Y estaba decidida a ser inmortal
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No carecía de recursos, ni siquiera en aquella época tan avanzada. Podía controlar a los muertos, incluso a las víctimas de sus caballeros. Podía lograr que se levantaran de la tierra y obligarles a hacer lo que les ordenara. Se trataba de un simple acto de voluntad, una imposición de sus deseos a unos animales que ya no eran capaces de defenderse. Y si Justinia Malvern aún poseía una cualidad, ésta era que tenía una voluntad de hierro
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Recurrió a sus medio muertos. Hizo traer una carreta. Una temeraria huida durante la noche, y desapareció
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Tardaría otro siglo en saber qué había sucedido con el ejército de vampiros. Nunca se molestó en averiguarlo. No tenía importancia. Cada uno le había dado una pequeña cantidad de su sangre. De su fuerza
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Mientras la carreta se dirigía al oeste, con su ataúd dando botes y sacudidas en la parte de atrás, ella saboreó la sangre de ellos. Saboreó sus propias maquinaciones e imaginaciones. Sí, una nueva vida, una vida en la frontera, donde los pistoleros se mataban unos a otros en las calles principales, y se llevaban a rastras sus cuerpos ensangrentados, con las espuelas aún girando en los talones de las botas. Una nueva vida. Una nueva vida
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Cualquier tipo de vida
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Fetlock los condujo a ambos hacia las casas prefabricadas que rodeaban el claro. En el exterior de una de ellas había un centinela completamente acorazado, uno de los miembros del SWAT que había intervenido en la redada. Se había quitado la máscara y Clara vio que era muy joven, apenas un adolescente, con un bigotillo ralo. También tenía los ojos de dos colores diferentes. Uno de un penetrante azul pálido, pero no era tan llamativo como habría podido serlo, porque el otro era de color dorado y tenía la pupila en forma de tajo vertical, como uno podría esperar de una serpiente.
—Agente Darnell —dijo Fetlock, al tiempo que le tendía una mano para que el hombre la estrechara—, éstos son Clara Hsu y el agente especial Glauer. Por el momento, al menos, continúa siendo agente especial. La señorita Hsu ya ha dejado el cuerpo de los marshals. Estarán con nosotros durante esta entrevista.
Darnell asintió pero no dijo ni una palabra. Su fusil de asalto le colgaba del hombro, apuntando al suelo, pero Clara sabía que podía llevarlo a posición de disparo en un instante. Parecía ser la clase de tío que practicaba ese tipo de movimientos.
Fetlock se volvió hacia Clara y Glauer.
—Darnell es un excelente agente de campo, pero recientemente me ha servido en calidad de algo muy distinto. Confío en él, y tengo intención de convertirlo en miembro de pleno derecho de la Unidad de Sujetos Especiales, con todos los posibles rangos y privilegios. Vamos. Entremos… nuestros sujetos ya están asegurados y preparados. Espero que estén comunicativos.
Darnell hizo una seña con una mano, y otros dos agentes del SWAT se acercaron para flanquear la puerta. No actuaban como vigilantes de una instalación provisional de retención, sino más bien como invasores que se dispusieran a abrir brecha en una estructura hostil. Clara se sintió más confundida que nunca.
Cuando Fetlock abrió la puerta de la casa prefabricada, nadie saltó hacia ellos con intenciones homicidas. El federal entró, seguido por el resto. Clara esperó a que sus ojos se adaptaran a la penumbra del interior de la casa sin iluminar, y luego miró en torno de sí. Se trataba de un espacio pequeño escasamente decorado, con un atrapasueños colgado de una pared, y un estante lleno de libros. La diminuta cocinita era abatible, podía ocultarse dentro de la pared cuando no se utilizaba. Ahora estaba abierta, y constaba de una mesa estrecha con dos bancos. Urie y Patience Polder se encontraban sentados en uno de los bancos, de cara a la puerta, apretados en el estrecho espacio. Patience tenía las manos sujetas a la espalda con esposas de plástico. A Urie Polder le habían puesto esposas auténticas, con una de ellas cerrada al máximo para retener el brazo de madera fino como un hueso. Los Polder parecían fatigados pero ilesos. No levantaron la mirada cuando Fetlock se les acercó.
Darnell se quedó cerca de la puerta, de cara a todos los presentes. Fetlock se sentó apretadamente en el banco desocupado, enfrente de los Polder, y les hizo un gesto a Clara y Glauer para que fueran a situarse de pie junto a él. En el exterior hacía un día cálido, y el aire de dentro de la casa era sofocante. Clara oía los chasquidos metálicos del tejado bajo el sol.
—Señor Polder —dijo Fetlock, uniendo las manos ante sí, sobre la mesa—, ha violado usted una serie de leyes, y me temo que no podré ser muy indulgente. Los cargos contra usted son menores, en su mayor parte. Evasión de impuestos, posesión ilegal de armas en tercer grado, poner niños en peligro, acoger a una fugitiva, resistencia al arresto… pero entre todos conforman una conducta bastante punible. Tendrá que cumplir una condena de cárcel. Su hija, por otra parte, es una menor. Es posible que pueda convencer al fiscal del distrito de que se muestre clemente…
Fue Patience quien reaccionó. No parecía haber estado prestando atención mientras Fetlock hablaba, pero de repente lanzó una exclamación ahogada y levantó la vista con los ojos asustados.
—Padre, el hombre que está al lado de la puerta…
—Lo percibo, mi niña… hum —respondió Urie Polder. Luego rió.
No fue un sonido particularmente alegre el que salió por su boca. Era más bien la risa de un hombre que ve que una trampa para osos se cierra sobre una de sus piernas, un momento antes de que sienta el dolor.
—Es el hombre con la máscara. Todos supusimos sin más que se trataba de un medio muerto. Supongo que debería haber preguntado qué clase de máscara llevaba.
Patience estaba mirando fijamente a Darnell.
—¿Qué sucede? —preguntó Clara, aunque sabía que no le correspondía hablar. Se agachó al lado de Patience y la miró a los ojos—. ¿Conoces a ese hombre?
—Hace algunas noches, un hombre acudió a mi ventana y miró al interior mientras yo dormía —le explicó Patience—. Llevaba una máscara sobre el rostro. Una… máscara de gas, creo que se llaman. Era ese hombre. Estoy completamente segura.
Darnell no se movió ni reaccionó. Clara se volvió a mirar a Urie Polder.
—¿Han estado espiándolos? Pero ¿cómo lograron esquivar sus hechizos? Simon dijo que no había manera de que nadie pudiera entrar en el valle sin el permiso de ustedes.
—A menos que contaran con un hechizo que contrarrestara los nuestros —aventuró Urie Polder—. Ese hombre de allí tiene el ojo de una serpiente, ¿lo ve?
—Sí —repuso Clara—. Por supuesto que lo veo.
—Sólo porque él quiere que lo vea. —Polder sacudió la cabeza—. Apuesto a que puede ocultarlo cuando quiere. Tiene una poderosa virtud, ese hombre… hum. Muchacho, ¿de dónde sacó ese ojo de serpiente?
Darnell sorprendió a Clara al hablar con un acento que era casi exactamente igual al de Urie Polder.
—Hay muchos chamanes en este estado. Si sabes qué rocas levantar, puedes encontrarlos —dijo Darnell—. Mi padre era Alphonse Darnell, ¿conoce el nombre?
—Hum —replicó Urie Polder. La expresión de su cara indicaba que habría preferido no conocerlo.
—Cuando era niño me llevó a ver a una vieja que vivía en una hondonada muy parecida a ésta. Le dijo que yo tenía que aprender las antiguas costumbres. Ella me arrancó el ojo y me dio éste. Me dolió tanto que le volví la espalda a todo lo que tuviera que ver con ser un chamán, y nunca quise aprender más. Pero ya podía ver las cosas que otros no pueden.
Clara empezaba a entender, aunque no pillaba muy bien los detalles, ni tampoco tenía un particular interés en hacerlo.
—Su ojo puede detectar sus hechizos.
—Puede ver casi cualquier cosa que no sea natural —confirmó Urie Polder. Se volvió a mirar a Fetlock por primera vez—. ¿Durante cuánto tiempo ha estado espiando, señor?
—El suficiente. El agente Darnell ha estado viviendo en sus crestas durante casi un mes, esquivando sus protecciones y averiguando lo que hacían. Aun así, Caxton estuvo a punto de atraparlo una noche. Debo admitir que estoy impresionado. He visto a Darnell acercarse tan sigilosamente a un ciervo en un claro del bosque que el animal no se dio cuenta de que estaba allí. Hasta que tuvo las manos alrededor de su cuello.
Clara reprimió una náusea. También ella tenía que admitir que estaba impresionada… por Fetlock. Desde que ella lo conocía, el federal jamás había encontrado utilidad alguna en la magia ni en los detalles más esotéricos del conocimiento sobre los vampiros, pues consideraba que la ciencia era un instrumento mucho más útil. Laura tenía que haber contado con esa actitud cuando le pidió protección a Urie Polder; tenía que haber pensado que la magia de Urie Polder la protegería mejor de Fetlock que las formas más modernas de técnica policial. Así pues, Fetlock había dado el salto necesario y buscado un hechicero.
—Si tenía un hombre infiltrado aquí desde el principio —preguntó—, ¿por qué me necesitaba para que lo condujera hasta aquí?
—No la necesitaba —replicó Fetlock.
—¿No? Pero… espere un momento, no, ustedes nos siguieron hasta aquí… nos siguieron…
Fetlock frunció el ceño como para sugerir que no era el momento de hablar de eso. Pero luego se encogió de hombros y respondió:
—El agente Darnell era capaz de eludir las protecciones que había en torno a este lugar, pero no podía desactivarlas. Yo sabía con total exactitud dónde estaba Caxton, durante todo este tiempo, pero no podía hacer una redada aquí sin activar todas las alarmas de La Hondonada. Los brujetos habrían estado preparados, y habríamos tenido un baño de sangre. No, tenía que esperar hasta que Caxton bajara las defensas. Hasta que estuviera tan distraída que no pudiera prepararse para mi ataque.
—Y nosotros… le dimos esa oportunidad —dijo Clara.
—Pues no —dijo Fetlock, alzando los ojos al techo—. No. Caxton no los quería aquí. Hizo todo lo que pudo por mantenerlos alejados. Pero había una persona a la que sí necesitaba, una persona a la que dejaría entrar. Cuando vino a verla, ella bajó todas las barreras e hizo posible que yo preparara esta redada.
—¿De quién está hablando? —preguntó Clara, mirando de soslayo a Glauer.
—De Simon Arkeley —respondió Fetlock.
—¿Simon? —Clara estaba boquiabierta—. ¿Sabía que Laura iba a establecer contacto con Simon?
—Sé todo lo que hace Simon. Le implanté un dispositivo RFID para poder controlar sus movimientos.
—¿Qué es un RFID? —preguntó Urie Polder.
—Es un identificador por radiofrecuencia —explicó Clara—. En este caso será un chip diminuto, más o menos del tamaño de un grano de arroz. Se puede inyectar con una aguja debajo de la piel, y lo más probable es que la persona jamás se dé cuenta de que lo lleva. Sólo contiene unos pocos bits de datos. Pero esos datos pueden transmitirse a distancia a un ordenador. La mayoría de los RFID comerciales tienen un alcance de unos pocos pasos pero, al parecer, los federales tienen una manera de leerlos a mayores distancias.
—Puedo seguirlo vía satélite —precisó Fetlock.
—¿Cómo lo hizo? —preguntó Clara.
—El chip se lo implantaron cuando estaba en el hospital, recuperándose de las heridas que le había causado su padre. Después de que Caxton lo sacara de la mina de Centralia. Se le dijo que era una inyección de morfina para calmarle el dolor, y no se dio ni cuenta de lo que era en realidad.