—No te preocupes —dijo—. Te sacaremos de aquí.
—No estoy preocupada —le aseguró Patience, aunque parecía asustada—. Sé cómo voy a morir, señorita Hsu. Sé con exactitud cuándo sucederá.
Clara estudió las esposas como si fueran un rompecabezas que tuviera que resolver. No disponía de una llave para abrirlas, así que examinó la pata de la mesa a la que estaban unidas. Era de aluminio, y no muy grueso. La pateó un par de veces y se abolló, para luego doblarse por la mitad. Tirando y empujando, consiguió separarla de la mesa. Deslizó la esposa hasta sacarla, y Patience se puso de pie y se masajeó la muñeca.
—Espera —dijo Clara—. ¿Has visto lo que está pasando aquí? ¿Sabes cómo va a acabar?
—Sí.
—¿Y yo…? Quiero decir… ¿cuántos de nosotros lograrán salir…?
—Saber eso no la ayudará —dijo Patience, con calma—. Sólo la volverá aprensiva. Estará todo el tiempo preocupada por las cosas terribles que aún están por venir.
—Joder, sólo dime si Laura… si ella…
—No —replicó Patience, meneando la cabeza—. No, no se lo diré. Ahora, vamos. La necesitan ahí fuera.
—Sí, señora —gruñó Clara. Luego salió a grandes zancadas de la casa, de vuelta a la oscuridad.
Allí la esperaba Glauer. Tenía un vendaje alrededor del codo, y en alguna parte había encontrado una arma nueva, un fusil de asalto del SWAT. Se lo lanzó, y ella vio que tenía otro colgado del hombro.
—Ahora tenemos de sobra —dijo. Miró hacia la carretera que salía de La Hondonada—. He echado un vistazo por ahí. No es algo que quiera volver a hacer. Los del SWAT han desaparecido.
—No puedo creer que hayan huido sin más —dijo Clara.
Glauer negó con la cabeza.
—No quería decir eso.
—Ah.
Tenemos quizá unos cuatro policías que aún pueden luchar. Los brujetos también han sufrido algunas bajas, pero están considerablemente mejor. Voy a dar por supuesto que hay más medio muertos ocultos entre los árboles, pero da la impresión de que tienen demasiado miedo para atacar. Al menos hasta que Malvern aparezca y se lo ordene.
—Urie Polder dice que está de camino.
Glauer asintió como si no esperara otra cosa.
—¿Qué hay de Fetlock?
—Se ha encerrado a cal y canto en su centro móvil de mando. No respondió cuando aporreé un lateral y lo llamé por su nombre, pero pude oír que se movía por el interior.
—Qué hijo de puta —dijo Clara.
—Sólo está haciendo lo que sabe hacer mejor, proteger su propio culo —le dijo Glauer—. Caxton sigue encerrada en el furgón celular. Yo digo que nuestra principal prioridad es sacarla de ahí dentro. Luego cargamos a todo el mundo en los otros vehículos, y salimos a escape.
—Podría haber trampas en la carretera. Podría haber otro ejército de medio muertos esperándonos allí.
—Sigue siendo la mejor posibilidad que tenemos.
A Clara se le ocurrió algo.
—¿Y Simon? —preguntó—. Sigue por aquí, en alguna parte.
La cara de Glauer se puso un poco más pálida.
—Me había olvidado de él.
—Es probable que aún esté en la casa de lo alto de la cresta —aventuró Clara—. ¿Subimos a buscarlo?
Glauer la miró, con los dientes apretados. Eran los buenos. Tenían que tomar una decisión. Y si tomaban la decisión lógica, la decisión correcta…
—Tal vez esté mejor donde está —sugirió Clara—. Si perdemos tiempo en ir a buscarlo…
—Podría aparecer Malvern. Y la verdad es que no quiero luchar contra Malvern esta noche. —Glauer volvió la cabeza hacia un lado. Ella pensó que tal vez iba a escupir, pero no lo hizo. Aquello no podía gustarle en absoluto—. Vale —dijo.
—¿Vale?
—Vale, no nos marchamos sin él. No podemos… no después de lo que Malvern ya les ha hecho a él y a su familia. Pero no se puede prescindir ni de ti ni de mí para ir a buscarlo. Mi brazo apenas funciona, y he perdido sangre. ¿Qué tal ese corte del hombro? ¿Por qué no te lo han vendado todavía?
Clara frunció el ceño, y luego se acercó al coche policial más cercano. Se inclinó para mirarse en un retrovisor, y vio un feo tajo que iba desde la parte posterior de su cuello hasta el hombro.
—Ay, vaya —dijo. Se lo tocó y retiró los dedos mojados de sangre—. Ni siquiera lo había sentido. —La adrenalina debía haberla insensibilizado al dolor—. Ni siquiera recuerdo cuál de esos bastardos me lo hizo.
—Unos ocho centímetros hacia un lado y te habría abierto la garganta —le dijo Glauer. Se arrancó un trozo de la camisa hecha jirones y se la presionó contra la herida—. Sujétate eso ahí. No dejes de presionar. No tenemos tiempo de hacer un vendaje como es debido. Tendrá que esperar hasta que hayamos salido de aquí.
—Claro —respondió ella. Luego se inspeccionó para ver si tenía alguna otra herida. Un corte superficial en la pantorrilla izquierda, y la pernera del pantalón hecha jirones, pero ya había dejado de sangrar—. Esta vez… la cosa ha estado muy cerca.
—No permitamos que se acerque más de lo imprescindible —le dijo Glauer. Se alejó corriendo hacia los policías supervivientes y los brujetos—. Enviaré a uno de los brujetos a buscar a Simon. Tú busca la llave del furgón celular —le gritó, volviendo la cabeza.
Era más fácil decirlo que hacerlo, por supuesto.
Podría tenerla Fetlock. O Darnell. Clara tenía la certeza de que no andaría por ahí tirada, esperando a que ella la recogiera.
Se le ocurrió que tal vez no necesitaban la llave. Podían limitarse a dejar a Caxton donde estaba, y conducir el furgón fuera de La Hondonada, con ella dentro. Corrió hasta el vehículo y abrió la puerta del conductor. Subió al asiento y buscó el contacto, momento en que descubrió que faltaban las llaves. Maldiciendo, metió las manos debajo del salpicadero mientras intentaba recordar cómo se hacía un puente. Por supuesto que no podía ser tan fácil. Los fusibles y cables estaban ocultos detrás de un grueso panel de metal con su propia cerradura justo para impedir lo que ella tenía en mente. Como era natural, la llave de esa cerradura tampoco estaba allí.
—Estúpido cabrón.
Y entonces chilló porque alguien golpeó la pared que tenía detrás, la pared que separaba la cabina del furgón del compartimento para prisioneros.
—¿Clara? —la llamó Caxton—. Me ha parecido oír tu voz.
—Soy yo. —Intentó pensar cómo le explicaría lo que estaba pasando. Caxton se había perdido todo el asunto, sólo habría oído los ruidos de las explosiones y los disparos. Y los gritos—. Han atacado en masa, y los hemos rechazado —gritó—. Malvern viene de camino. Voy a sacarte de aquí.
—Déjame.
Eso, desde luego, sería lo más sensato. La decisión más lógica y fríamente calculada. Igual que tenía sentido dejar atrás a Simon.
—Y una mierda —dijo Clara, mientras saltaba fuera del furgón. Tenía que encontrar esa estúpida llave.
Corrió hacia la carretera, contando los vehículos ante los que pasaba. Ninguno de ellos parecía haber sufrido daños durante la lucha, aunque las explosiones habían regado a unos cuantos de ellos con sangre y tierra.
En la carretera vio qué había querido decir Glauer al hablar de los agentes de las fuerzas especiales. Estaban hechos pedazos. Resultaba difícil incluso mirar lo que quedaba de sus cuerpos. Los medio muertos tenían que haberse echado en masa sobre ellos como una marea. Los agentes habían luchado bien contra los medio muertos, cuyos cuerpos estaban por todas partes, las extremidades cercenadas aún agitándose, los ojos aún girando en los cráneos destrozados. Pero los agentes habían muerto, hasta el último. Les habían quitado los uniformes antidisturbios y habían intentado amontonarlos, pero los medio muertos se habían centrado sobre todo en matarlos, y en asegurarse de ello.
El cuerpo de Darnell podría estar en aquella carnicería, y tener la llave que ella necesitaba. Se encaminó hacia un lado de la carretera y vomitó durante un rato, para luego volver atrás y comenzar el registro. Lo primero que tenía que hacer era encontrar una linterna. La perspectiva no le resultaba muy atractiva.
Encontró un fusil del SWAT que tenía incorporada una linterna de infrarrojos, y la encendió. Un cono de luz roja hendió la oscuridad e iluminó unos cuantos troncos de árbol. La espeluznante luz hizo que pareciese que goteaban sangre, lo cual era peor que la sangre de verdad que había por toda la carretera. Clara se estremeció, luego se volvió hacia los cuerpos y la luz se desplazó en silencio por el suelo, haciendo que cada sombra quedase definida a la perfección.
Entonces, algo destelló en la luz: un par de ojos. Reprimió el miedo pensando que sólo había iluminado la cara de un cadáver que había muerto con demasiada rapidez como para cerrar los ojos. Pero luego, los ojos se movieron y ella dio un salto. Su dedo apretó el gatillo y disparó tres balas hacia los árboles.
Vio que continuaba moviéndose, y se dio cuenta de que el miedo le había hecho errar el blanco. El medio muerto todavía estaba, a falta de un término más adecuado, vivo. Se preparó para el ataque inminente, sabiendo que la acometería con un cuchillo, un palo o una simple piedra. Pero, por el contrario, intentó huir. Aferraba una colección dispar de piezas de uniforme antidisturbios contra el pecho —algunos protectores para las piernas, un par de cascos—, y corría en la clásica línea zigzagueante destinada a esquivar los disparos mientras ella intentaba seguirlo. Apretó el gatillo otra vez a pesar de saber que no tenía casi ninguna posibilidad de acertarle a aquella maldita cosa.
Luego detonó un disparo muy cerca de ella. El ruido bastó para que se llevara un sobresalto de muerte. Al instante se echó al suelo, pensando que alguien le disparaba a ella.
Error. Era Darnell quien había disparado… y le había apuntado al medio muerto fugitivo. Darnell había estado tumbado en la carretera, para parecer un cadáver más. Esperando que sucediera eso.
—Vaya a ver si le he dado —le ordenó el agente.
Clara estaba demasiado nerviosa para ponerse a discutir. Corrió hacia la oscuridad, iluminando todos los cadáveres que encontraba. Cuando halló al medio muerto, tuvo que silbar de admiración. El disparo de Darnell le había acertado justo en la columna vertebral. Yacía en medio de las piezas de uniforme antidisturbios, e intentaba huir arrastrándose con los brazos.
Ella le apoyó una bota sobre los riñones y lo inmovilizó contra la carretera. Luego le apuntó a la cabeza.
—Por nada del mundo va a matar a mi detenido —dijo Darnell, que se le acercó a paso ligero por detrás—. He estado siguiendo a éste durante demasiado rato para dejar que acabe de una manera tan limpia.
Clara levantó la mirada al oír que alguien corría hacia ellos. Era Glauer.
—He oído disparos.
Clara hizo un gesto hacia el medio muerto que tenía bajo la bota.
—Recuerdas al agente Darnell, por supuesto.
Glauer miró fijamente al agente del ojo de serpiente.
—¿Cuál es su papel aquí?
—Buscar información. He recibido órdenes del marshal Fetlock. Encontrar a uno de estos estúpidos y averiguar lo que sabe. Adelante, damita, apártese. Ahora me toca a mí hacer hablar a este perro.
Clara frunció el ceño, pero apartó la bota.
De inmediato, el medio muerto empezó a alejarse a rastras, pero Darnell le clavó un cuchillo de caza en un hombro, privándolo de toda capacidad de movimiento.
—¿Vas a contarme lo que quiero saber?
El medio muerto maulló como un gato.
Darnell volvió a apuñalarlo.
Normalmente, Clara se habría sentido asqueada. Habría insistido en que Darnell se detuviera de inmediato. Pero aquél era uno de los medio muertos que habían matado a todos los policías del claro. Aquél era uno de los bastardos que la habían apuñalado a ella y casi habían matado a Glauer. Decidió que iba a sentir un poco de asco.
Se dio cuenta de que eso era, con total exactitud, lo que habría dicho Caxton. En sus tiempos, Caxton había torturado a muchos medio muertos para sacarles información. La cosa no había acabado allí, por supuesto. Al final había empezado a torturar también a seres humanos, y por eso había ido a parar a la prisión.
En el suelo, el medio muerto gritó cuando el cuchillo de caza le hirió una mejilla.
—¡Vale! ¡Vale! ¡Hablaré!
—Mejor —dijo Darnell—. Veamos, ¿cuántos de vosotros hay por aquí? ¿Cuántos están vivos todavía?
—No… muchos —contestó el medio muerto con su vocecilla—. Habéis acabado con todos menos un puñado. Ella nos dijo que nos re… replegáramos, que retrocediéramos. ¡Pare! ¡Por favor, pare! ¡Estoy cooperando!
—¿De dónde os ha sacado ella? —preguntó Darnell—. Nunca había oído hablar de un caso en el que tantos medio muertos se reunieran al mismo tiempo, y conozco los expedientes de todos los casos.
—De una reunión familiar —dijo el medio muerto, sollozando un poco—. En Elizabethtown. Mi familia, mi reunión familiar… llegamos, llegamos de todo el país para estar juntos. Primos, abuelos, bebés a los que no había tenido oportunidad de conocer antes. Ella pensó que era divertido matarnos a todos a la vez. En el momento no le vi la gracia, pero ahora…
—¿Os mató a todos en una noche? —preguntó Darnell—. ¿Anoche?
—¡Sí! —gritó el medio muerto.
Clara miró a Glauer, y el policía asintió. Si Malvern podía beber la sangre suficiente, si podía cobrarse suficientes víctimas, el deterioro de los siglos podía quedar borrado al instante. Clara lo había visto durante el ataque contra la prisión. Había observado cómo la carne de Malvern se rellenaba, la había visto levantarse, caminar y recobrar el poder del habla. Recuperar el poder y la rapidez de un vampiro recién creado. Alrededor de una docena de víctimas había sido necesaria para que eso sucediera.
En el ataque contra el claro habían participado muchos medio muertos, tal vez un centenar. Si los había matado a todos en una sola noche, sería más fuerte que nunca antes. Sería invulnerable a las balas, y probablemente sería tan rápida que podría esquivarlas. Sería capaz de lanzar coches por los aires como si fueran juguetes.
—Ha corrido un gran riesgo haciendo eso —dijo Darnell—. El perfil que tenemos de ella dice que es de las inteligentes. Que no hace estupideces. ¿Estás diciendo que anoche se volvió estúpida de repente?
El medio muerto volvió a gritar cuando Darnell le rompió una muñeca.
—¡No! ¡No! Ella nunca… es la más inteligente, la más… ¡basta ya! ¡Por favor, le suplico que pare! Tiene un plan, dijo que tenía un gran plan, un golpe final, y luego, y luego…